El 22 de abril de 2020, Día Internacional de la Madre Tierra, no fue más que un día cualquiera. Debido a las restricciones establecidas para hacer frente a la crisis sanitaria provocada por el coronavirus, que en aquel mes alcanzó sus picos más altos, las celebraciones multitudinarias a las que estábamos acostumbrados quedaron congeladas. Por aquel entonces, las actividades de concienciación pretendían tratar sobre la biodiversidad y la amenaza que el ser humano supone para ella. La covid sirvió de demostración: los expertos recurrieron a ella para advertir que los cambios extremos en la biodiversidad rompen la barrera natural que nos defiende de cientos de enfermedades zoonóticas como esta. Y de no protegerla, podríamos vivir otras pandemias.
Ahora, con las restricciones algo más relajadas, sigue siendo importante reivindicar la importancia del capital natural de nuestro planeta. Así nació el Día Internacional de la Tierra: la primera convocatoria, celebrada en 1960, congregó a 20 millones de personas en Estados Unidos para reivindicar un mayor control en el cuidado del medio ambiente, por aquel entonces completamente invisible para las agendas políticas. «Fue algo frenético. Nos llegaban telegramas, cartas y consultas telefónicas desde todas las partes del país», recordaba el senador Gaylord Nelson, responsable de la celebración del primer Día de la Tierra en un ensayo poco antes de morir en 2005. «El pueblo estadounidense por fin tenía un foro para expresar sus preocupaciones sobre lo que estaba sucediendo con la tierra, los ríos, los lagos y el aire, y lo hizo de forma espectacular».
La pérdida de biodiversidad está ocurriendo a un ritmo sin precedentes en la historia de la humanidad: según las Naciones Unidas, pronto podríamos perder más de un millón de especies en peligro de extinción. Por suerte, ya tenemos más conciencia sobre el tema y, cada año, 20 millones de personas en 190 países celebran el Día de la Tierra con la esperanza de seguir luchando contra esta crisis ecológica, no solo desde el ámbito más social, también desde el económico: las empresas –responsables de la mayor parte de las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera- están moviendo ficha en la protección de la naturaleza, el capital más importante para la humanidad.
Aunque, como indica Natural Capital Factory, la mitad de las compañías del IBEX 35 aún no reconocen la biodiversidad como asunto material, lo cierto es que este sector es cada vez más consciente de su compromiso con el planeta y su papel fundamental a la hora de cuidar los ecosistemas. Según un análisis de Swiss RE, más de la mitad de la economía global depende del mundo natural, por lo que establecer el valor del capital natural a la hora de calcular los riesgos financieros de una entidad es una acción cada vez más común.
De hecho, situar en el centro de la actividad empresarial el medio ambiente ya no es solo un deber social, sino una garantía de futuro: en los próximos años, las empresas más rentables serán las más preocupadas por el medio ambiente. Prueba de ello son los inversores verdes, aquellos que solo destinan su capital a proyectos respetuosos con el medio ambiente conscientes de los riesgos financieros que puede suponer apoyar entidades que comprometan la salud de las futuras generaciones.
En la actualidad, más de 1.500 empresas en todo el mundo utilizan el Marco Integrado Internacional de Información elaborado por el Consejo Internacional de Información Integrada, una coalición de compañías, inversores y reguladores que ofrece a las empresas un método para aprender a medir su capital natural, definido como «todos los recursos y procesos ambientales que proporcionan bienes o servicios que apoyan a la prosperidad pasada, presente y futura de una organización».
De puertas para dentro, numerosas entidades también están aplicando sus propias medidas a la cadena de producción para evolucionar, poco a poco, hacia la sostenibilidad y la circularidad. Algunas de las acciones consisten en incorporar la biodiversidad entre los aspectos materiales, hacer un análisis de dependencias de la naturaleza, identificar los riesgos derivados de esta, enfocarse en la doble materialidad (impacto de la compañía en la biodiversidad y viceversa), establecer políticas de biodiversidad más ambiciosas, mejorar el conocimiento de la relación entre empresa y ecosistemas y establecer mecanismos internos de gobernanza que permitan elevar la biodiversidad al máximo nivel en el consejo de dirección de la compañía.
En el marco de su compromiso con la Sostenibilidad 2030, el Grupo Red Eléctrica realizó en 2019 un análisis de materialidad, identificando hasta 16 asuntos relevantes, entre los que la biodiversidad y el capital natural ocuparon su lugar entre los más claves. Esto permitió a la compañía dibujar sus 11 objetivos de sostenibilidad para 2030, incluyendo el impacto neto positivo en el capital natural en el entorno de sus instalaciones. Además, dado que la biodiversidad y el capital natural son relevantes para sus grupos de interés, el grupo los ha incorporado como un elemento clave a la hora de reforzar el resto de sus compromisos, diseñando también una hoja de ruta para potenciar la red de transporte de energía eléctrica como una llave para el desarrollo de la biodiversidad en las desafiantes condiciones a las que nos enfrentamos en la actualidad.
En esta línea, el desempeño en sostenibilidad del grupo representa el cambio de paradigma que ya está ocurriendo en la economía. Aunque todavía queda mucho por hacer, este hecho es un motivo de celebración en el Día de la Tierra 2021. Un pequeño paso más de todos los que nos quedan.