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El edificio del futuro: de la sostenibilidad al confort

Aprovechar el entorno y las condiciones naturales para que la eficiencia de un edificio llegue a su punto más álgido es el objetivo de la arquitectura bioclimática, un aspecto de la edificación ya presente en todas las nuevas construcciones.


La arquitectura bioclimática está pensada para ser sostenible tanto con el medio ambiente como con las personas y demás seres vivos del planeta. Esta condición la acompaña desde el momento del diseño y la construcción hasta el posterior uso del edificio por los moradores del inmueble, llegando incluso a tener presente la posibilidad del derribo en un futuro mediante las técnicas menos contaminantes.

«Lo primero que hacemos es utilizar los recursos naturales del entorno de manera controlada, intentando disminuir todo lo posible la demanda energética del edificio», apunta Eugenia del Río, secretaria de la Junta de Gobierno del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (COAM). Además, la poca energía que necesite la edificación será renovable siempre y cuando sea posible, a lo que se sumarán otras medidas como el ahorro de agua, un sistema de reciclaje y el control de los residuos generados.

Los arquitectos adoptan todas las medidas necesarias para conseguir un consumo mínimo de energía que, por otra parte, vendrá de fuentes renovables

De esta forma, los arquitectos intentan adoptar todas las medidas pasivas necesarias para poder conseguir ese consumo mínimo de energía. Ejemplo de ello es la orientación del edificio para aprovechar la luz solar o potenciar la ventilación cruzada, dónde ubicar voladizos para producir sombra o dónde plantar masa arbórea de hoja caduca que proteja los cristales en verano de la radiación solar pero que permita el paso de la luz en invierno.

La energía para hacer funcionar el inmueble de forma confortable vendrá de la energía fotovoltaica o de las máquinas de aerotermia y geotermia. «Siempre tenemos en cuenta todo el ciclo del edificio, por eso lo levantamos con materiales de proximidad certificados con sellos medioambientales», enfatiza Del Río.

La arquitectura bioclimática también tiene presente el uso controlado del agua. Por ello, su estructura, además de dejar un espacio suficiente para poder guardar los contenedores de basuras necesarios para un correcto reciclaje, está pensada para poder reutilizar las aguas de la lluvia para riego o las aguas grises para las cisternas, por ejemplo. Además, la arquitecta  señala que «los materiales con los que está construido el edificio deben ser fácilmente reciclables para contaminar lo menos posible una vez llegado el caso de su desmontaje o demolición».

«Siempre tenemos en cuenta todo el ciclo del edificio, por eso lo levantamos con materiales de proximidad certificados con sellos medioambientales»

Ejemplo de ello es la Academia de las Ciencias de California, en San Francisco (Estados Unidos). Tras tener que ser reconstruido después de diversos terremotos que sacudieron el edificio, el arquitecto Renzo Piano se decantó por la arquitectura bioclimática para volverlo a erigir. De esta forma, se convirtió en uno de los primeros museos que más respetan el medio ambiente del mundo. De hecho, desde 2008 está certificado por Green Building Council, un standard como el de FSC para bosques y productos de papel, pero para edificios.

En cuanto a las viviendas, la demanda ha cambiado tanto como la forma de construirlas. «Ya no piden casas lujosas o grandes, sino espacios sostenibles. Es algo que ha cambiado en la sociedad», afirma la Del Río.

A nivel legislativo también se han dado algunos avances en España. Aprobada en 2021, la Ley de Cambio Climático, junto con el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima, recoge un plan de Rehabilitación de viviendas y de descarbonización de las edificaciones a 2050. La Unión Europea no se queda atrás: el Plan de Recuperación y Resiliencia para mejorar la eficiencia de los hogares prevé alcanzar 1,2 millones de viviendas en 2030, lo que demuestra la importancia de las administraciones públicas en el impulso a esta cuestión.

Esta realidad entronca directamente con varios de los objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) marcados en la agenda de la ONU para 2030. Por ejemplo, con el noveno, referido a la industria, innovación e infraestructura, mediante el que se potencia la construcción de espacios resilientes, se promueve la industrialización inclusiva y sostenible y se fomenta la innovación, teniendo como fin impulsar el desarrollo económico.

El ODS 11 también está íntimamente relacionado con esta cuestión. Enfocado en hacer que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles, busca mejorar el acceso a viviendas seguras y asequibles, desarrollar el transporte sostenible, proteger el patrimonio cultural y reducir el impacto ambiental en áreas urbanas. «Y eso, cada vez más, es a lo que nos dedicamos los arquitectos», concluye la integrante del COAM.

Tres inventos que ya mejoran la producción y el consumo de energía en las ciudades

ciudades

Cada vez son más las ciudades de todo el mundo que buscan soluciones para ser más sostenibles, ya sea mediante el desarrollo de nuevas fórmulas para generar energía limpia o invirtiendo en sistemas que permiten minimizar su consumo e incluso absorber las emisiones de CO2 que se derivan del mismo.


Ocupan solo un 3% de la superficie de la Tierra y, sin embargo, son ya responsables de entre un 60 y un 80% del consumo de energía y tres cuartas partes de las emisiones globales de gases contaminantes a la atmósfera. En palabras de Naciones Unidas, las ciudades se han convertido en «una de las principales causas del cambio climático», pero también podrían ser un aliado fundamental para combatir sus efectos. 

Por eso, más allá de la adaptación de soluciones ya existentes –como los paneles solares o los aerogeneradores– al contexto urbano, empresas y administraciones de todo el mundo trabajan, desde hace años, para desarrollar soluciones innovadoras que permitan mejorar la producción y el consumo de energía en las ciudades.

La energía que hay en una pisada

Una de esas soluciones son los pavimentos cinéticos y piezoeléctricos. Aunque basados en tecnologías diferentes, ambos generan energía a partir de los desplazamientos de personas y vehículos sobre ellos

El primero utiliza un mecanismo de resortes y palancas por el que cada paso produce una pequeña cantidad de electricidad. La empresa británica Pavegen lleva años instalándolo en lugares como el estadio olímpico de Londres o el aeropuerto de Heathrow. El segundo, por su parte, aprovecha la capacidad de ciertos materiales –como algunos cristales y cerámicas– para generar corrientes eléctricas cuando son sometidos a presión mecánica. Esta tecnología se utiliza en carreteras de Tel Aviv y en las escaleras de la estación de metro de Odenplan de Estocolmo.

Los sistemas de bioluminiscencia permiten iluminar las ciudades sin necesidad de conectarse a la red eléctrica

Iluminar las ciudades sin electricidad 

Buena parte de la electricidad que generan esos nuevos pavimentos va destinada a alimentar sistemas de iluminación, como farolas o señales de tráfico. Sin embargo, existen alternativas para iluminar las ciudades sin necesidad de conectarse a la red eléctrica, como la bioluminiscencia.

La francesa Glowee fue una de las primeras en conseguir iluminar escaparates, pasos de peatones y mobiliario urbano en pueblos como Rambouillet y la propia París copiando un proceso que puede observarse en seres vivos como las luciérnagas y muchos animales marinos. Desarrolló lámparas e instalaciones que reproducen las condiciones que la bacteria Aliivibrio fischeri necesita para «brillar» –y nunca mejor dicho– en toda su plenitud. 

Aun así, no hace falta trasladarse al país galo para encontrar soluciones de este tipo. Aquí, en nuestro país, Bioo ya integra hongos bioluminiscentes naturales en entornos urbanos y experimenta, además, con la obtención de energía de las mismas plantas, como ya hizo en su momento la empresa belga Plant-e. Este modelo aprovecha la corriente eléctrica que generan los microorganismos presentes en la tierra al descomponer el material orgánico. 

Ya hay baldosas que pueden generar energía con nuestras pisadas o absorber el exceso de CO2 del aire de las ciudades

Baldosas que capturan CO2

Pero no se trata solo de buscar nuevas fuentes de energía o de intentar reducir su consumo, también existen soluciones para minimizar el impacto de las emisiones de gases contaminantes que puedan derivarse de la actividad de las ciudades. 

Bilbao se convirtió hace unos años en la primera ciudad española en instalar las baldosas ecológicas de la empresa zamorana Trenza Metal. Estas losetas, muy similares en apariencia a las que solemos encontrar en las aceras de otros tantos núcleos urbanos, contienen en su composición un activo adicional: hidróxido de carbono. Cada metro cuadrado de este pavimento tiene capacidad para absorber el exceso de CO2 contenido en 5.000 metros cúbicos de aire. 

Estas tres iniciativas son algunos ejemplos de soluciones que ayudan a las ciudades no solo a cumplir sus objetivos de sostenibilidad medioambiental, sino también a mejorar la calidad de vida y el bienestar de sus vecinos, de forma que la innovación queda al servicio de las personas.

¿Cuáles son las ciudades más sostenibles del mundo?

Madrid ha perdido cuatro posiciones en el último año en el Índice de Ciudades Sostenibles de Corporate Knights, que evalúa 70 capitales de todo el mundo en función de criterios de sostenibilidad, como las emisiones de CO2 per cápita, la gestión de los residuos o la calidad del aire. La capital española se sitúa en el puesto número 13 y destaca principalmente en la categoría de movilidad sostenible, en una puntuación que la equipara a Hong Kong o Singapur.


Se calcula que casi el 70% de la población mundial, más de dos tercios del total, vivirá en ciudades en 2050. Y esa es también la fecha que Naciones Unidas ha puesto para el objetivo de emisiones cero, esto es, para conseguir eliminar las emisiones de gases de efecto invernadero. Hoy no vamos por buen camino para lograrlo, por eso, las ciudades (donde se producen la mayor parte de las emisiones) son un actor clave del cambio de mentalidad.

Las primeras ciudades de la clasificación muestran altos niveles de emisiones per cápita contrarrestados por medidas gubernamentales y buena gestión de los residuos y la movilidad

Un informe elaborado por Corporate Knights, empresa líder de comunicación en investigación en economía sostenible, ha analizado y clasificado las ciudades del mundo según su sostenibilidad. Este particular ranking se basa en criterios como la calidad del aire, el acceso al agua potable, la gestión de residuos, la densidad del tráfico, el sistema de transporte y la dependencia del vehículo privado, los espacios públicos abiertos, las emisiones, la resiliencia y las políticas medioambientales de la ciudad.

Encabezan el ranking cuatro ciudades escandinavas: Estocolmo, Oslo, Copenhague y Lahti. Con más de un millón y medio de habitantes, Estocolmo ha conseguido reducir al máximo sus emisiones gracias a un sistema de transporte público reforzado que reduce la dependencia del coche y a dar importancia a las energías renovables. En el puesto de cola se sitúa Karachi, en Pakistán.

En general, los resultados de las primeras ciudades de la clasificación muestran altos niveles de emisiones per cápita contrarrestados por medidas gubernamentales y una buena gestión de los residuos y la movilidad. Es el caso de Sydney, en el puesto 7, o de Berlín, en el 8. La tendencia a mostrar emisiones altas pero fuertes medidas climáticas como el transporte público, la electrificación o la gestión de residuos es propia de ciudades con niveles socioeconómicos altos. Sin embargo, algunos resultados sorprenden: Ámsterdam, símbolo del transporte sostenible, ocupa el puesto 25 debido a su falta de políticas sobre energías renovables.

Por otro lado, las megaciudades tienen más dificultades para mantener políticas sostenibles debido a su tamaño, pero no es imposible: así lo demuestran Londres, con casi 9 millones de habitantes, ocupando el puesto 5, o Tokio, que, con 14 millones de ciudadanos, se mantiene en el puesto 12.

En el caso de España, la capital se sitúa en el puesto 13, cuatro lugares por debajo de su posición del año pasado. En su caso, Madrid destaca especialmente por aspectos relacionados con la movilidad, ya que su población depende menos del transporte personal y más del público, con menos de 0,5 vehículos por hogar, a la par que ciudades como Hong Kong y Singapur.

Al final del ranking encontramos núcleos urbanos con bajos niveles socioeconómicos y mucha población

Al final del ranking encontramos núcleos urbanos con bajos niveles socioeconómicos y mucha población, que afrontan retos adicionales a la acción climática. São Paulo, por ejemplo, con 12 millones de habitantes, ocupa el puesto 55, pues, aunque las emisiones per cápita son relativamente reducidas, la capacidad de resiliencia ante el cambio climático es mucho más baja debido a la pobreza de las infraestructuras y a la falta básica de recursos. Karachi, en Pakistán, por su parte, ocupa el último lugar por su falta de acceso a agua potable y sus nulas políticas contra el cambio climático.

En mejorar las condiciones socioeconómicas y las medidas gubernamentales es donde están los verdaderos retos para el cambio, ya que estas son el primer paso para eliminar o, al menos, reducir la gestión nociva de los recursos.

La basura espacial: contaminación más allá de la Tierra

Ingentes cantidades de basura espacial orbitan alrededor de la Tierra, resultado de décadas de exploración y actividades satelitales. El riesgo que representan para las operaciones espaciales se ha vuelto una preocupación internacional.


Cada día somos más conscientes del problema que suponen, en nuestro entorno medioambiental, los residuos que generamos. Afortunadamente, conocemos las soluciones y tanto la sociedad como las instituciones comenzamos a incorporarlas a nuestro proceder diario. Pero, ¿somos conscientes de cómo otro tipo de residuos deterioran el espacio exterior que rodea nuestro planeta?

Desde que contamos con la capacidad tecnológica suficiente, hemos lanzado al espacio infinitos satélites que nos han ayudado a conocer mejor nuestro planeta y lo que le rodea, e incluso a mejorar nuestras comunicaciones. Pero a día de hoy, cerca de 10.000 de estos satélites, junto a miles de naves espaciales desaparecidas, cuerpos de cohetes abandonados y millones de piezas de todos estos ingenios orbitan descontrolados alrededor de nuestro planeta. Lógicamente, muchas de estas piezas orbitales acaban colisionando entre sí  multiplicando la basura espacial.

Cerca de 10.000 satélites, miles de naves espaciales, cuerpos de cohetes abandonados y millones de piezas de todos estos ingenios orbitan descontrolados alrededor de nuestro planeta.

Las consecuencias que puede provocar esta basura espacial van desde inutilizar nuestros actuales sistemas de comunicación a sufrir en la superficie terrestre el impacto de piezas de estos despojos envueltas en llamas, pasando por poner en riesgo el futuro de los vuelos espaciales. A primeros de año, una nave de la NASA encargada de estudiar la radiación solar en la atmósfera superior evitó por muy poco la colisión con un satélite desaparecido hace más de 30 años. Las consecuencias hubiesen sido dramáticas.

Como explica Jan Wörner, director general de la Agencia Europea del Espacio (ESA), realizar vuelos espaciales será «tan peligroso como lo sería navegar por alta mar si todos los barcos que se han perdido, a lo largo de la historia, siguieran a la deriva». 

La propia ESA advierte de que el lanzamiento de nuevos satélites corre un serio peligro, ya que calcula que 1 millón de objetos de más de un centímetro y cientos de miles de millones de fragmentos de más de un milímetro ocupan el espacio exterior. Por ello, desde 2019 trabaja en la misión Clear Space-1, que pretende sacar de su órbita un adaptador de carga de 113 kg, procedente de otra de sus misiones espaciales, que quedó varado a unos 600 kilómetros de la superficie terrestre.

Más acciones de este tipo, orientadas a eliminar la basura existente están en marcha. En febrero de este mismo año la misión ADRAS-J, de Astroscale Japan, arrancó con el objetivo de sacar de su órbita el cuerpo de un cohete que da vueltas alrededor de nuestro planeta desde hace 15 años.

En la actualidad, las misiones espaciales son tan peligrosas como lo sería navegar por alta mar si todos los barcos perdidos desde que se inició la navegación siguieran a la deriva.

Pero, además de limpiar la basura ya existente, es imprescindible aplicar con urgencia una estrategia de sostenibilidad que impida la generación de nuevos residuos espaciales. Un ejemplo son las normas que, en 2022, impuso la Comisión Federal de Comunicaciones de los Estados Unidos (FCC) a las empresas de telecomunicaciones para obligarlas a deshacerse de sus viejas naves espaciales para que no pasen a formar parte de la basura espacial que orbita alrededor del planeta.

La sostenibilidad espacial ya está en la agenda de la ESA y se ha convertido en prioritaria para la Agencia Espacial del Reino Unido. También forma parte de una campaña de sensibilización que desarrolla Japón junto a la Organización de Naciones Unidas (ONU) y ha logrado que la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA), generadora de gran parte de los actuales residuos espaciales, haga pública una ambiciosa Estrategia de Sostenibilidad Espacial.

Sin duda, los esfuerzos por lograr una sostenibilidad medioambiental en nuestro planeta han de servir de ejemplo para acometer también la sostenibilidad fuera de él.

Así es la nueva energía que se utilizará en las misiones interplanetarias

La mayoría de naves espaciales utilizan paneles solares para generar la electricidad que les permita funcionar. Pero los ambientes más extremos invalidan su eficacia. Las células termorradiativas evitan este problema uniendo energía solar y nuclear.


¿Podría una misión espacial llegar hasta Urano, el séptimo planeta de nuestro sistema solar? ¿Sería posible generar la energía necesaria para propulsar un satélite hasta un planeta que es puro hielo y se encuentra a 2.721 millones de kilómetros del nuestro? Esto es lo que se ha propuesto el programa de la NASA Innovative Advanced Concepts (NIAC).

Cada año, el NIAC subvenciona proyectos tecnológicos innovadores que permitan a la NASA seguir avanzando en sus investigaciones lejos de la atmósfera terrestre. Y este mismo año, uno de los proyectos subvencionados ha sido el desarrollado por un equipo de científicos del Rochester Institute of Technology del estado de Nueva York (EE.UU.). Se trata de una nueva fuente de propulsión generada por una combinación de energía solar y energía nuclear que podría enviar pequeñas naves espaciales hasta los mismos límites del sistema solar.

Los paneles solares que alimentan las naves espaciales carecen de eficacia alrededor de los -218ºC que llega a alcanzar el planeta Urano

La posibilidad de que, gracias a esta nueva fuente de propulsión que recibe el nombre de células termorradiativas (TRC), pequeñas naves espaciales puedan alcanzar Urano es absolutamente revolucionaria porque, hasta ahora, la energía que utilizan es generada por paneles solares. Urano, como decíamos al inicio, es un planeta tan frío que se conoce como el «gigante de hielo», y alcanza temperaturas de -218ºC. Evidentemente, los paneles solares que producen la energía de la gran mayoría de naves espaciales que, en la actualidad, surcan el espacio, no servirían para producir energía en ambientes tan gélidos y a los que la luz del sol apenas roza.

Con las TRC, los científicos pretenden lograr unos propulsores más potentes y resistentes a las temperaturas extremas que rodean los planetas más alejados del nuestro. La primera fase de su estudio, dejó patente la efectividad de este sistema cuyo funcionamiento es el contrario al de una célula solar: en vez de producir calor, convierte el calor producido por un radioisótopo (combustible nuclear) en luz infrarroja que, enviada al espacio, genera electricidad durante su recorrido. Lo que permite este sistema es crear unos motores más pequeños, sin piezas móviles que provoquen fallos mecánicos, y con una potencia significativamente mayor que la de los actuales paneles solares, de cuya energía se alimentan las naves espaciales. Además, debido al máximo aprovechamiento que hacen de la energía solar, se convierten en un tipo de motores altamente sostenibles.

Las células termorradiativas convierten el calor producido por combustibles nucleares en luz infrarroja que, enviada al espacio, genera energía en su recorrido

El proyecto se encuentra ya en su segunda fase, y los científicos quieren lograr que los motores de TRC puedan reducirse aún más en peso y tamaño y, sobre todo, minimizar al máximo su consumo de energía. También, se están realizando diversos experimentos que posibiliten crear motores TRC capaces de soportar temperaturas aún más extremas.

El programa NIAC, mientras tanto, seguro del éxito de las investigaciones, ha definido ya el tipo de nave espacial que, con los TRC, quieren hacer llegar hasta Urano. Se trata de los «CubeSats», un satélite cúbico en miniatura creado en 2002 por investigadores de la Universidad de Stanford.

La hoja de ruta ya está marcada, y si las investigaciones siguen el mismo curso que hasta ahora, pronto podremos comprobar cómo un CubeSat impulsado por TRC alcance los confines del sistema solar.

¿Son las islas solares una alternativa más eficiente?

Mediante un aprovechamiento ingenioso del espacio, un aumento de la eficiencia inspirada en la naturaleza y la apuesta por la integración de sistemas con redes inteligentes, las islas solares allanan el camino hacia un sistema energético limpio, fiable y resiliente.


Cuando éramos pequeños, nos enseñaban a tener cuidado con el agua y la electricidad debido al peligro inherente a su combinación. Sin embargo, en la actualidad, estamos presenciando una innovación que une estos dos elementos de manera segura y eficiente.

Conocidas en la industria como fotovoltaica flotante, o parques solares flotantes, estas no son islas repletas de paneles solares, sino estructuras flotantes compuestas de placas situadas en masas de agua como embalses, pantanos o más recientemente, el mar. Desde India, país que acoge la mayor infraestructura de este tipo, a Brasil, primer país latinoamericano en el que se instala, las islas solares están revolucionando el panorama global de las energías renovables.

Donde el espacio es un lujo y la descarbonización una prioridad, optimizar el espacio y maximizar la eficiencia se vuelve más crucial que nunca, y las islas solares están en la corriente para resolver esta encrucijada. Las exigencias contrapuestas de las industrias alimentaria, energética y las demandas crecientes de otros bienes y servicios clave para la lucha contra el cambio climático, entre ellos, el almacenamiento de carbono, convierten el suelo en un lugar casi tan congestionado como las grandes capitales del planeta.

Donde el espacio es un lujo y la descarbonización una prioridad, optimizar el espacio y maximizar la eficiencia se vuelve más crucial que nunca

Instituciones como MacArthurFoundation o Chatham House alertan del uso y explotación excesivos de la tierra, y sobre la posibilidad de que no haya superficie suficiente para alcanzar los objetivos climáticos y de biodiversidad para 2050. Además de resolver uno de los desafíos más apremiantes de la fotovoltaica tradicional (el espacio), las islas solares pueden apoyar el aumento considerable en el uso de renovables para llegar a los objetivos globales de emisiones cero para 2050.

Para ello, empresas como Solar Duck, ahora con el foco en alta mar, apuestan por la fotovoltaica flotante offshore, trasladando estas instalaciones inicialmente desplegadas en embalses, lagos o pantanos, para una generación de energía, de escala megawatt a escala gigawatt. Por otro lado, Solaris Float, desarrolladora de PROTEVS en Países Bajos, pone su foco en evitar discontinuidades en picos de sol, aumentando la producción por metro cuadrado con innovaciones como la robotización de paneles «girasoles» que siguen al sol de este a oeste. Se está evaluando la complementariedad de esta medida, que podría ser hasta un 40% más eficiente que la fotovoltaica tradicional, según la empresa, con otras energías renovables. En el Mar del Norte, TNO está determinando, además, su integración en parques eólicos, o un nuevo prototipo en el Mediterráneo, en el puerto de Valencia, que considera la integración potencial para hidrógeno verde.

La fotovoltaica flotante podría generar impactos sociales y económicos positivos más allá de aquellos marcados en materia medioambiental

Aún en fases precomerciales en la mayoría de los casos, esta tecnología se centra en la viabilidad técnica de sistemas de anclaje, flotación, sistemas eléctricos o inclinación de paneles para la optimización de la producción energética, tal y como muestra el manual publicado por SolarPower Europe, una guía para el desarrollo de esta tecnología aún emergente. Y mientras se continúa investigando el impacto de estas instalaciones en ecosistemas marinos o en el comportamiento de aves, el apoyo a la innovación en fotovoltaica flotante podría generar impactos sociales y económicos positivos más allá de aquellos marcados en materia medioambiental. Se espera que atraiga el interés científico y tecnológico, y esto ayude a reavivar zonas rurales vaciadas o diversificar economías isleñas, como en el caso de La Palma.

Para acelerar la transición energética y llegar a los objetivos de emisiones cero, soluciones como las islas solares, que aprovechan espacios inutilizados y apuestan por la eficiencia y continuidad de los sistemas, serán clave para responder a los desafíos que se vayan planteando. Por supuesto, es necesario buscar la combinación óptima en cada entorno y adaptar las soluciones a las distintas condiciones, pero ya estamos viendo que esta tecnología es especialmente interesante en zonas con poca tierra como Países Bajos, o con mucha agua, como es el caso de España.

Mónica Rodríguez: «Se debe producir solamente lo que se vaya a vender»

Mónica Rodríguez ha encontrado la forma de reciclar y reutilizar textiles para mantener viva una de las industrias más atractivas, y a la vez más contaminantes, del planeta.


La industria textil es una de las más contaminantes del planeta. El fast fashion y el ultra fast fashion han disparado la producción textil en los últimos años a cifras inimaginables y esto está provocando unas nefastas consecuencias. Según datos del Foro Económico Mundial, la industria de la moda es responsable del 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). El desperdicio de ropa que se genera con este tipo de producción desmedida se refleja en que un 85% de todos los textiles acaban en el vertedero cada año y cada segundo se quema o deposita en un vertedero el equivalente a un camión de basura lleno de ropa, según esta misma fuente.

En este contexto, ha despertado y prosperado todo un mundo paralelo de moda de segunda mano, upcycling, circularidad y slow fashion, con el fin de evitar que la ropa de la moda rápida tenga la vida demasiado corta y acabe contaminando el planeta. A raíz de esto, tras una larga carrera dentro de una de las gigantes de la moda, Mónica Rodríguez tuvo una idea novedosa: rescatar desechos textiles y venderlos a distintos proveedores. Bajo esta premisa nació la start up, Recovo, de la que hoy ella es CEO, que transforma los desechos de unos en materia prima para otros.

Cada segundo se quema o deposita en un vertedero el equivalente a un camión de basura lleno de ropa

«Contribuimos a la circularidad textil recuperando materiales sobrantes como hilaturas, tejidos o fornituras a los que les hacemos fotos y los escaneamos en 3D para luego ponerlos a disposición de compra de todo tipo de marcas a nivel global. Gracias a esto prolongamos la vida útil de estos materiales», explica la emprendedora. Apoyándose en la digitalización y la tecnología, la empresa es capaz de recuperar información y datos de cada tejido para poder medir el ahorro por tejido utilizado. Sus clientes ven claramente la información de impacto del producto que compran, como por ejemplo su trazabilidad por metro. En ese sentido, la start up ha logrado ahorrar 22 millones de litros de agua, 98.000 kg de CO₂ y 1.400.000 m de residuos textiles.

«Mediante nuestra metodología de trabajo conseguimos que stocks dormidos y parados cobren de nuevo sentido en colecciones nuevas con el valor añadido de que reutilizar en lugar de producir nuevos tejidos ahorra recursos naturales como el agua y, además, con esta fórmula las empresas se ahorran la energía de tener que producirlos por sus propios medios».

Recovo ha logrado ahorrar 22 millones de l de agua, 98.000 kg de CO₂ y 1.400.000 m de residuos textiles

No obstante, para Rodríguez, el sector de la moda todavía necesita avanzar mucho más en cuanto a sostenibilidad y el fast fashion parece el antónimo de ese concepto. «Todo es una cuestión de las prioridades de las grandes corporaciones», explica. Para la experta, el sector de la moda debe limitar su producción, es decir, no sobreproducir. «Se debe producir solamente lo que se vaya a vender; esto es posible saberlo gracias a modelos predictivos, datos, etc. Por otro lado, debemos utilizar solamente materiales amigables con el medio ambiente, así como integrar la circularidad en las operaciones de la empresa para que los residuos que se generen puedan ser reciclados infinitas veces».

Reciclaje químico, un paso más hacia la economía circular

Esta nueva técnica aborda el problema que conlleva la gran acumulación de plásticos en los vertederos y surge como alternativa complementaria al método tradicional para la continua circulación de residuos.


Las emisiones de carbono se presentan como el mayor reto medioambiental para gobiernos y empresas en los próximos años. El camino hacia la neutralidad climática marcado como objetivo para 2050 obliga, además de a un compromiso global, a la investigación y desarrollo de técnicas que ayuden a alcanzarlo. 

El reciclaje tiene un gran protagonismo dentro de esta lucha contra el cambio climático, al posicionarse como una manera de dar una segunda oportunidad a los residuos y descartes y reducir así la contaminación desmedida. Su desarrollo en el tiempo ha abierto las puertas de la innovación logrando versiones aún más completas de la misma. Es lo que sucede con el reciclaje químico, un innovador procedimiento que puede marcar la diferencia.

Según los datos del informe La economía circular de los plásticos - Una visión europea, elaborado por Plastics Europe, se estima que para 2030 se producirán 3,4 millones de toneladas de plásticos mediante reciclaje químico. Este volumen llevará consigo aparejados unos 7.200 millones de euros de inversión.

El tratamiento incluye diferentes procesos químicos regulados para controlar su impacto al medio ambiente

En el reciclaje tradicional (conocido como mecánico), los residuos plásticos son triturados, lavados, extruidos y paletizados. Una vez completado el ciclo se pueden reutilizar varias veces, aunque sufren una pérdida progresiva de sus propiedades. Sin embargo, hay desechos cuya composición impide su reciclaje a través de este método y acaban apilados en vertederos o son incinerados con un inevitable impacto negativo en el medio ambiente. 

Por eso el desarrollo del reciclaje químico se antoja tan relevante. Los plásticos se componen de distintos monómeros que constituyen y producen la materia prima. Mediante la despolimerización, el residuo separa sus elementos originales, lo que permite la producción de plástico reciclado pero, en esta ocasión, con características idénticas al fabricado originalmente.

Para 2030 se estima una producción de plásticos mediante reciclaje químico de 3,4 millones de toneladas a nivel europeo

No obstante, existe la creencia extendida de que es una técnica perjudicial para el medio ambiente, algo que la Federación Empresarial de la Industria Química en España (FEIQUE) desmiente en su análisis sobre el reciclado químico. Ni se espera que sustituya al reciclaje tradicional ni emite sustancias tóxicas. Se trata de un proceso regulado a nivel nacional y europeo para controlar su impacto al medio ambiente. De hecho, España se ha convertido en el primer país de la Unión Europea en incluir el reciclado químico en el marco legislativo y en aprobar una proposición no de ley para promover el uso de productos creados con esta técnica.

Mediante el reciclaje químico, la actividad de reciclar cobra un nuevo color y protagonismo dentro de la revolución verde. Esta técnica alternativa se posiciona como clave en la reutilización de desechos y, en consecuencia, en la reducción de emisiones de carbono a la atmósfera.

¿Qué es el agroecofeminismo?

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En la actualidad, uno de los mayores retos a nivel mundial es el alimentario. Inmersa en este contexto, la corriente de pensamiento del agroecofeminismo apuesta por una alimentación agroecológica que combine la visibilización y puesta en valor del trabajo de las mujeres con el desarrollo de una industria de productos agroalimentarios sostenible. 

La energía verde también es azul

El desarrollo de la eólica marina supone un reto a medio-largo plazo, por tratarse de una energía ilimitada, limpia y renovable. Aunque este ámbito aún no ha tenido apenas recorrido en España, bebe de la trayectoria generada en otras zonas del planeta y se convierte en un motor fundamental para lograr la sostenibilidad.


A día de hoy parece claro que el planeta no dispone de un almacén de recursos infinito y que es preciso buscar otras vías para generar energía. La industria continúa explorando nuevos horizontes más sostenibles, ambiental y socialmente, y los caminos son diversos. En este contexto, el desarrollo de la eólica marina se alza como una oportunidad óptima, poco explorada en la práctica, aunque plasmada desde hace años en acuerdos de desarrollo. La Estrategia de Crecimiento Azul adoptada por la Comisión Europea en 2012 —afianzada en la Estrategia Europa 2020— ya reconocía la importancia de los mares y océanos como motores de la economía europea. Esta estrategia considera la energía de origen marino, o «Energía Azul», como uno de los ámbitos prioritarios para proporcionar un crecimiento sostenible. Y es que su propia esencia se vuelve esperanzadora: se trata de una fuente de energía ilimitada, limpia y renovable que se presenta como una alternativa para contribuir al cumplimiento de los objetivos de descarbonización.

Farran: «En el mar lo podemos hacer mejor, porque empezamos de cero, por eso es importante el desarrollo de la eólica marina flotante»

Este ámbito fue uno de los que se abordaron en las Jornadas de Sostenibilidad de Redeia, celebradas recientemente en Madrid. «Nos están llegando muchos ejemplos desde el Mar del Norte y el Mar Báltico. Estamos delante de una gran oportunidad. En el mar lo podemos hacer mejor, porque empezamos de cero, por eso es importante el desarrollo de la eólica marina flotante», explicó Assumpta Farran, directora general de Energía de la Generalitat de Catalunya. «España está muy bien situada, hay quince prototipos de distintas potencias, y la diferencia está en esas bases flotantes. Hay que probar las plataformas de ensayo; en este momento tenemos aprobado en presupuesto 80 millones de euros para una plataforma que tiene conexión en red para 80 megavatios (MW)», añadía.

Y es que en este ámbito la cooperación se vuelve clave, tal y como expresó Javier Herrador, director de Navantia Seanergies. «Es necesario un marco colaborativo. Nuestros programas de éxito lo son porque un socio nos complementa. En las energías verdes lo tenemos aún más interiorizado, porque vemos que es la única manera de atender las cifras de negocio». Herrador reconoció que en la eólica marina existen varias barreras que sortear, como la tecnológica, la regulatoria, la relacionada con las infraestructuras y la cadena de suministros. «Los diseños que van a coexistir son los que tengan más facilidad para industrializarse, eso hará que los proyectos sean financiables», añadió.

Sectores interdependientes

El reto pasa por la convivencia de las distintas industrias asociadas al mar, donde el desarrollo sostenible tendría que aparecer junto al resto de los trabajos que tienen en el mundo marítimo en su campo de actuación. La «Economía Azul» abarca todas las actividades económicas que dependen del mar. Los diferentes sectores que componen este entramado son interdependientes —pesca, biotecnología acuícola y marina, turismo, navegación o transporte marítimo, entre otros—, ya que se basan en competencias comunes y en infraestructuras compartidas —puertos, redes de logística y distribución eléctrica— y en la utilización sostenible de los recursos marinos. Desde el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPAMA) se apuesta por el llamado «Crecimiento azul», una estrategia de apoyo a largo plazo al crecimiento sostenible de los sectores marino y marítimo. Su eje se sitúa en la importancia de los mares y océanos como motores de la economía europea por su gran potencial para la innovación y el crecimiento.

Desde el Mapama se apuesta por el llamado «Crecimiento azul», una estrategia de apoyo a largo plazo al crecimiento sostenible de los sectores marino y marítimo

En Francia también trabajan en esta línea llevando a cabo, entre otras acciones, una recopilación de contenido útil sobre el entorno en el que están iniciándose. «El Gobierno ha firmado un acuerdo con la Asociación del Mar. No tenemos mucha experiencia en energía flotante, así que vamos a trabajar por obtener más. Tenemos más de veinte conexiones con asociaciones, universidades y otros agentes, para conocer lo que pasa en el mar, queremos tener más información sobre todo esto», aseguró Dominique Millan, director general de Inelfe. Actualmente, disponen de 37 interconectores en funcionamiento, incluidos dos submarinos.

El futuro y la sostenibilidad caminan juntos. Apostar por itinerarios que contemplen un horizonte socioambiental, y no solo económico, resulta indispensable a nivel local y transnacional. Un horizonte donde el desarrollo de las energías renovables se convierta en una realidad, y donde el océano tenga un papel destacado. Lograr interactuar con la naturaleza sin perjudicarla y velando por su preservación. El mar es una fuente de fuerza natural que puede contribuir a ello. Y es que la energía verde también es de color azul.