Categoría: Transición energética

Luz en la oscuridad: el agua como fuente de energía renovable

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Mediante la ionización de un electrolito compuesto presente en el agua salada, el dispositivo Waterlight, creado por las startups E-Dina y Wunderman Thompson, convierte el aluminio en energía lumínica y eléctrica. 

Esta sencilla tecnología es la que ha iluminado las noches de los wajú, un pueblo indígena ubicado en la árida península de la Guajira, entre Colombia y Venezuela, y cuyo día a día está marcado por la falta de acceso a servicios básicos, especialmente la electricidad.

Su economía depende principalmente de la artesanía y la pesca, dos actividades que dependen de la energía y la luz para ser más eficientes y productivas. Waterlight responde a esa necesidad y garantiza que los wajú tengan acceso a la luz sin tener que recurrir a combustibles fósiles y a un bajo coste. 

El agua salada puede convertirse en la solución energética de comunidades remotas con dificultad para el acceso a servicios básicos

Gracias a esta técnica, la comunidad wajú no solo ha podido alumbrar sus hogares, sino que ha visto transformado su estilo de vida. La luz mejora la seguridad, alarga las horas de estudio disponibles para los niños y niñas y permite que las mujeres artesanas extiendan sus horas de trabajo y, por tanto, aumenten sus ingresos. El agua salada se ha convertido así en un motor de desarrollo sostenible y autosuficiente para la comunidad. 

El agua salada, una alternativa energética sostenible

La situación de los wajú no es única. En torno a 675 millones de personas en todo el mundo no tienen electricidad, según un informe de la Agencia Internacional de la Energía, la Agencia Internacional de Energías Renovables (Irena), la División de Estadística de las Naciones Unidas, el Banco Mundial y la Organización Mundial de la Salud. Mientras, se prevé que la demanda mundial de electricidad aumente a un ritmo más rápido en los próximos tres años. 

En este escenario, urge encontrar soluciones sostenibles que sean capaces de responder a la alta demanda sin un coste desorbitado y sin contaminar. El agua salada es una gran candidata para ejercer ese papel, puesto que es la fuente más abundante de la Tierra y su uso no emite gases de efecto invernadero.

Gracias a su abundancia y a su bajo impacto ambiental, el agua salada emerge como una alternativa a los combustibles fósiles en un escenario de alta demanda energética

Además, las posibilidades del agua salada como fuente de energía se pueden explotar a través de distintas tecnologías. La energía puede generarse aprovechando la diferencia en la concentración de sal entre el agua de mar y el agua dulce, el movimiento de las olas, la subida y bajada de las mareas o incluso la materia orgánica presente en el agua.

El proyecto Sabella en Francia se centra en la generación de energía renovable a través de turbinas submarinas instaladas en el estrecho de Fromveur, cerca de la isla de Ouessant en Bretaña. Utilizando la fuerza de las corrientes marinas, las turbinas Sabella D10 capturan y transforman la energía cinética del agua en electricidad, proporcionando una fuente de energía limpia y constante. 

Por su parte, el Proyecto Wave2O, desarrollado por Resolute Marine Energy en Cabo Verde, combina la energía de las olas con tecnologías de desalación para proporcionar agua potable y electricidad a comunidades costeras. Utiliza un sistema basado en la energía de las olas para generar electricidad y alimentar una planta de desalación, convirtiendo el agua de mar en agua potable.

Iniciativas como estas nos demuestran que el los océanos son todavía grandes desconocidos y que el mar esconde un gran aliado en la necesaria transición ecológica hacia un futuro energético más sostenible y resiliente.

El combate contra la deforestación empieza en las palmeras

La alternativa del carbón de coco, completamente ecológica, está llamada a convertirse en una de las claves para frenar la deforestación a nivel mundial.


Millones de cocoteros forman parte del paisaje habitual en países tropicales y subtropicales. Y son, precisamente, los países con mayor producción de coco los que están explotando este recurso transformándolo en carbón. India es, según el último informe de la ONU, el mayor exportador mundial, con más de 130.000 toneladas. Una cantidad equivalente a la que producen conjuntamente los siguientes países: Filipinas (65.900 t), Sri Lanka (47.720 t) e Indonesia (21.867 t). El fruto que puede esconder la llave que abra la puerta hacia un futuro más sostenible tiene como destino principal Estados Unidos y Japón.

El proceso comienza con la recolección de un fruto en lugar de con la habitual tala de un árbol

Con su recolección, comienza un proceso en el que la materia prima se ha obtenido sin talar ningún árbol. Una vez recogidos los cocos, es necesaria su molienda y trituración para reducir al máximo su tamaño y, de esta manera, facilitar su procesamiento. Completada esta fase, se procede a la carbonización del coco donde las cáscaras se calientan mediante combustión, lo que provoca su deshidratación y solidificación. En la penúltima etapa, el carbón se activa, ampliando la estructura de sus poros. Para finalizar, se procede a su lavado y secado antes de tamizarlo y envasarlo para su posterior distribución.

A pesar del acuerdo sellado en 2022 por más de 100 países –que albergan el 85% de los bosques del mundo–, donde se comprometían a detener y revertir la deforestación para 2030, el problema sigue latente y representa una de las amenazas más significativas para el medio ambiente. A lo largo del pasado año, desaparecieron 3,7 millones de hectáreas de bosque tropical primario, el equivalente a casi 10 campos de fútbol en bosques por minuto. Aun así, la cifra mejora la del curso anterior en un 9%, como recoge el World Resources Institute en su informe anual.

Su versatilidad lo convierte en un recurso muy valioso para diferentes industrias, alcanzando la meta del residuo cero

En esta batalla a largo plazo, el carbón activado de coco es un elemento aprovechable en su totalidad, que logra la meta del residuo cero durante su proceso de fabricación. Las propiedades que posee multiplican su uso en industrias muy dispares. Puede ejercer como agente absorbente en los procesos de fundición y extracción de metales como el oro. Además, actúa como decolorante en la industria alimentaria, haciendo posible la desaparición del color, los olores y los sabores no deseados. De hecho, los filtros de carbón de cáscara de coco se han convertido en una elección óptima para purificar el agua potable. Igualmente, sus propiedades le permiten filtrar micropartículas y residuos de gases tóxicos en el aire. Una versatilidad que alcanza el campo de la cosmética donde se emplea como blanqueador dental o aclarante natural de la piel. Las miradas se dirigen hacia el fruto de las palmeras: el valor del coco puede ser crucial.

Palas de madera laminada: hacia una energía eólica totalmente limpia

Las energías renovables no están exentas de la generación de residuos contaminantes. En el caso de la eólica, el desafío pasa por el reciclaje de las palas de los aerogeneradores. Frente a este problema surgen opciones que garantizan una mayor sostenibilidad, como las palas de madera laminada o LVL. 


La energía eólica está experimentando un importante momento de expansión. En 2023 se generaron 1.021 GW por esta vía a nivel mundial. En España, el quinto país del planeta en potencia eólica instalada, es ya la principal fuente de energía, según datos de Red Eléctrica: un 23,5% de la capacidad eléctrica del país en 2023 procedió de aerogeneradores. 

Se estima que los desperdicios de palas alcanzarán las 43 millones de toneladas en 2050

No obstante, este cambio a una energía renovable no implica una producción 100% limpia. Entre un 10 y un 15% de los materiales de un aerogenerador no son reciclables. Los molinos de viento, como cualquier estructura, tienen una vida útil de entre 25 y 30 años. Entre sus componentes no reciclables se encuentran las palas, cuyos desperdicios se estima que alcanzarán los 43 millones de toneladas en 2050. Desde 2019 hasta 2024 se ha previsto el desmantelamiento de un total de 14.000 palas en Europa. Estas cifras dan cuenta de la magnitud del reto de la gestión de la energía eólica al final de la vida útil de sus componentes.

La dificultad de reciclar las palas de los aerogeneradores proviene de que estos segmentos se elaboran con materiales compuestos, principalmente poliéster o epoxi reforzados con fibra de vidrio o de carbono. Su principal ventaja es que permiten estructuras más ligeras y duraderas, aunque tienen un inconveniente: su reciclaje es complejo y costoso. 

Respuestas a un desafío único

Una de las estrategias hacia una eólica totalmente limpia pasa por atajar el problema en origen mediante el empleo de materiales sostenibles. Recientemente, la startup Voodin Blade Technology ha montado en una turbina existente en Breuna, Alemania, unas palas realizadas en LVL, madera laminada enchapada o capas muy finas de madera ensambladas mediante adhesivos. 

La madera laminada es un material 100% biodegradable y tiene un proceso de fabricación más automatizado por la cercanía a parques eólicos

La compañía asegura que es un material 100% biodegradable, lo que minimizaría el problema de gestión una vez finalizado su ciclo de vida.  Otra ventaja: una mayor automatización del proceso de fabricación, gracias a que se producen cerca de los parques eólicos. Esto se traduce, según la startup, en una reducción del 78% las emisiones derivadas de su fabricación y un ahorro del 20% de los costes. 

Otras alternativas pasan por la reutilización de las infraestructuras mediante la venta en otros mercados. El reciclaje mecánico tritura las palas viejas y emplea el resultante en otros productos, como hormigón o aislamientos de construcción. El térmico o químico emplea distintos procesos para reaprovechar las fibras, separándolas de las resinas. 

Los esfuerzos en España en este sector se han incrementado en los últimos 5 años, en parte gracias al apoyo de distintas administraciones; por ejemplo, las ayudas específicas del Gobierno para la creación de plantas de tratamiento de palas. Instalaciones como las de Lumbier y Cortes, en Navarra, o la de León tienen previsto abrir entre 2024 y 2025. 

Precisamente esta última planta está financiada en parte con fondos europeos, a través del consorcio de 14 empresas Blades2Build. Y es que en Europa también se están moviendo iniciativas de interés, como la de Continuum, una empresa que convierte las palas en material reciclable para edificios. Entre sus planes, abrir seis plantas de reciclaje por el continente, empezando por Dinamarca y Reino Unido. La investigación en nuevos materiales, la reutilización de infraestructuras usadas o la apuesta por distintas formas de reciclaje son las respuestas con las que la industria eólica quiere encontrar maneras de reciclar elementos que, hasta hoy, lastraban la etiqueta de energía totalmente limpia.

Así es la nueva energía que se utilizará en las misiones interplanetarias

La mayoría de naves espaciales utilizan paneles solares para generar la electricidad que les permita funcionar. Pero los ambientes más extremos invalidan su eficacia. Las células termorradiativas evitan este problema uniendo energía solar y nuclear.


¿Podría una misión espacial llegar hasta Urano, el séptimo planeta de nuestro sistema solar? ¿Sería posible generar la energía necesaria para propulsar un satélite hasta un planeta que es puro hielo y se encuentra a 2.721 millones de kilómetros del nuestro? Esto es lo que se ha propuesto el programa de la NASA Innovative Advanced Concepts (NIAC).

Cada año, el NIAC subvenciona proyectos tecnológicos innovadores que permitan a la NASA seguir avanzando en sus investigaciones lejos de la atmósfera terrestre. Y este mismo año, uno de los proyectos subvencionados ha sido el desarrollado por un equipo de científicos del Rochester Institute of Technology del estado de Nueva York (EE.UU.). Se trata de una nueva fuente de propulsión generada por una combinación de energía solar y energía nuclear que podría enviar pequeñas naves espaciales hasta los mismos límites del sistema solar.

Los paneles solares que alimentan las naves espaciales carecen de eficacia alrededor de los -218ºC que llega a alcanzar el planeta Urano

La posibilidad de que, gracias a esta nueva fuente de propulsión que recibe el nombre de células termorradiativas (TRC), pequeñas naves espaciales puedan alcanzar Urano es absolutamente revolucionaria porque, hasta ahora, la energía que utilizan es generada por paneles solares. Urano, como decíamos al inicio, es un planeta tan frío que se conoce como el «gigante de hielo», y alcanza temperaturas de -218ºC. Evidentemente, los paneles solares que producen la energía de la gran mayoría de naves espaciales que, en la actualidad, surcan el espacio, no servirían para producir energía en ambientes tan gélidos y a los que la luz del sol apenas roza.

Con las TRC, los científicos pretenden lograr unos propulsores más potentes y resistentes a las temperaturas extremas que rodean los planetas más alejados del nuestro. La primera fase de su estudio, dejó patente la efectividad de este sistema cuyo funcionamiento es el contrario al de una célula solar: en vez de producir calor, convierte el calor producido por un radioisótopo (combustible nuclear) en luz infrarroja que, enviada al espacio, genera electricidad durante su recorrido. Lo que permite este sistema es crear unos motores más pequeños, sin piezas móviles que provoquen fallos mecánicos, y con una potencia significativamente mayor que la de los actuales paneles solares, de cuya energía se alimentan las naves espaciales. Además, debido al máximo aprovechamiento que hacen de la energía solar, se convierten en un tipo de motores altamente sostenibles.

Las células termorradiativas convierten el calor producido por combustibles nucleares en luz infrarroja que, enviada al espacio, genera energía en su recorrido

El proyecto se encuentra ya en su segunda fase, y los científicos quieren lograr que los motores de TRC puedan reducirse aún más en peso y tamaño y, sobre todo, minimizar al máximo su consumo de energía. También, se están realizando diversos experimentos que posibiliten crear motores TRC capaces de soportar temperaturas aún más extremas.

El programa NIAC, mientras tanto, seguro del éxito de las investigaciones, ha definido ya el tipo de nave espacial que, con los TRC, quieren hacer llegar hasta Urano. Se trata de los «CubeSats», un satélite cúbico en miniatura creado en 2002 por investigadores de la Universidad de Stanford.

La hoja de ruta ya está marcada, y si las investigaciones siguen el mismo curso que hasta ahora, pronto podremos comprobar cómo un CubeSat impulsado por TRC alcance los confines del sistema solar.

El sol y la agricultura: claves para la transición energética

La convergencia entre la energía solar y los cultivos agrícolas dibuja la hoja de ruta hacia un futuro más sostenible con una industria en auge que se presume fundamental en la lucha global contra el cambio climático.


En la carrera contrarreloj que el planeta libra contra el cambio climático, aparece un actor semidesconocido para la gran mayoría de la población: la energía agrovoltaica. Si bien las placas solares son un elemento común y una alternativa sostenible muy utilizada, incluso para el autoconsumo, su aplicación en agricultura y ganadería resulta menos habitual.

La fusión agrovoltaica mantiene frescos los pastos gracias a los paneles que captan la energía del sol

También conocida como agrofotovoltaica, este tipo de energía consiste en algo tan sencillo como aprovechar un mismo terreno para obtener energía solar y cultivar productos agrícolas de forma simultánea. Es lo que se denomina smart farming: promover la agricultura y generar electricidad desde un único lugar. Además, la sombra que ofrecen los paneles mantiene frescos los pastos y ofrece refugio a los animales. Instaladas a varios metros de altura, las placas pueden ver modificada su orientación para maximizar la eficiencia del sistema agrovoltaico. Y, al mismo tiempo, sirven para atraer y proteger a insectos polinizadores, en especial a las abejas, potenciando la biodiversidad.

Aunque fue inventada en 1981, su uso se ha disparado en la última década, experimentando un crecimiento significativo que la convierte en una iniciativa muy interesante para la generación de electricidad sostenible. Los datos así lo indican: España es el cuarto productor de energía fotovoltaica en Europa, detrás de Alemania, Italia y Reino Unido, según la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA, por sus siglas en inglés). Y las posibilidades son inmensas ya que el 50% del suelo español se considera superficie agraria útil, unos 23 millones de hectáreas potenciales donde poder implementarla, conforme a los datos del Ministerio para la Transformación Ecológica y el Reto Demográfico.

Los agricultores pueden diversificar sus ingresos y mantener la productividad con plantaciones adecuadas para crecer bajo la sombra de la instalación fotovoltaica

Según datos del informe Overview of the Potential and Challenges for Agri-Photovoltaics in the European Union, si se implementaran sistemas agrovoltaicos en el 1% de la superficie agrícola utilizada de la UE se produciría el 1 TW de capacidad fotovoltaica, muy por encima de los 590 GW previstos para 2030. Por su parte, España, que tiene el segundo objetivo más alto de desarrollo fotovoltaico para 2030 (92 GW), podría quintuplicar su energía si incorporara agrovoltaica en el 1% de su superficie agrícola.

En días nublados, la menor producción de energía se compensa con el uso de la energía almacenada de días soleados. Así, los agricultores pueden diversificar sus ingresos y mantener la productividad con plantaciones adecuadas para crecer bajo la sombra de la instalación fotovoltaica como vides, hongos o plantas aromáticas, entre otras.

A pesar de que construir un futuro sostenible supone un reto mayúsculo, impresiona pensar que, tal y como señala un estudio publicado en la revista Nature, para compensar la demanda mundial de energía con la producción solar bastaría con que menos de un 1% de las tierras de cultivo implantaran un sistema de energía agrovoltaica.

¿Son las islas solares una alternativa más eficiente?

Mediante un aprovechamiento ingenioso del espacio, un aumento de la eficiencia inspirada en la naturaleza y la apuesta por la integración de sistemas con redes inteligentes, las islas solares allanan el camino hacia un sistema energético limpio, fiable y resiliente.


Cuando éramos pequeños, nos enseñaban a tener cuidado con el agua y la electricidad debido al peligro inherente a su combinación. Sin embargo, en la actualidad, estamos presenciando una innovación que une estos dos elementos de manera segura y eficiente.

Conocidas en la industria como fotovoltaica flotante, o parques solares flotantes, estas no son islas repletas de paneles solares, sino estructuras flotantes compuestas de placas situadas en masas de agua como embalses, pantanos o más recientemente, el mar. Desde India, país que acoge la mayor infraestructura de este tipo, a Brasil, primer país latinoamericano en el que se instala, las islas solares están revolucionando el panorama global de las energías renovables.

Donde el espacio es un lujo y la descarbonización una prioridad, optimizar el espacio y maximizar la eficiencia se vuelve más crucial que nunca, y las islas solares están en la corriente para resolver esta encrucijada. Las exigencias contrapuestas de las industrias alimentaria, energética y las demandas crecientes de otros bienes y servicios clave para la lucha contra el cambio climático, entre ellos, el almacenamiento de carbono, convierten el suelo en un lugar casi tan congestionado como las grandes capitales del planeta.

Donde el espacio es un lujo y la descarbonización una prioridad, optimizar el espacio y maximizar la eficiencia se vuelve más crucial que nunca

Instituciones como MacArthurFoundation o Chatham House alertan del uso y explotación excesivos de la tierra, y sobre la posibilidad de que no haya superficie suficiente para alcanzar los objetivos climáticos y de biodiversidad para 2050. Además de resolver uno de los desafíos más apremiantes de la fotovoltaica tradicional (el espacio), las islas solares pueden apoyar el aumento considerable en el uso de renovables para llegar a los objetivos globales de emisiones cero para 2050.

Para ello, empresas como Solar Duck, ahora con el foco en alta mar, apuestan por la fotovoltaica flotante offshore, trasladando estas instalaciones inicialmente desplegadas en embalses, lagos o pantanos, para una generación de energía, de escala megawatt a escala gigawatt. Por otro lado, Solaris Float, desarrolladora de PROTEVS en Países Bajos, pone su foco en evitar discontinuidades en picos de sol, aumentando la producción por metro cuadrado con innovaciones como la robotización de paneles «girasoles» que siguen al sol de este a oeste. Se está evaluando la complementariedad de esta medida, que podría ser hasta un 40% más eficiente que la fotovoltaica tradicional, según la empresa, con otras energías renovables. En el Mar del Norte, TNO está determinando, además, su integración en parques eólicos, o un nuevo prototipo en el Mediterráneo, en el puerto de Valencia, que considera la integración potencial para hidrógeno verde.

La fotovoltaica flotante podría generar impactos sociales y económicos positivos más allá de aquellos marcados en materia medioambiental

Aún en fases precomerciales en la mayoría de los casos, esta tecnología se centra en la viabilidad técnica de sistemas de anclaje, flotación, sistemas eléctricos o inclinación de paneles para la optimización de la producción energética, tal y como muestra el manual publicado por SolarPower Europe, una guía para el desarrollo de esta tecnología aún emergente. Y mientras se continúa investigando el impacto de estas instalaciones en ecosistemas marinos o en el comportamiento de aves, el apoyo a la innovación en fotovoltaica flotante podría generar impactos sociales y económicos positivos más allá de aquellos marcados en materia medioambiental. Se espera que atraiga el interés científico y tecnológico, y esto ayude a reavivar zonas rurales vaciadas o diversificar economías isleñas, como en el caso de La Palma.

Para acelerar la transición energética y llegar a los objetivos de emisiones cero, soluciones como las islas solares, que aprovechan espacios inutilizados y apuestan por la eficiencia y continuidad de los sistemas, serán clave para responder a los desafíos que se vayan planteando. Por supuesto, es necesario buscar la combinación óptima en cada entorno y adaptar las soluciones a las distintas condiciones, pero ya estamos viendo que esta tecnología es especialmente interesante en zonas con poca tierra como Países Bajos, o con mucha agua, como es el caso de España.

Biohidrógeno, ¿tan prometedor como dicen?

El biohidrógeno forma parte del universo del biogás y se posiciona como fuente de energía renovable capaz de acelerar la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, es una tecnología en desarrollo con retos económicos pendientes por resolver.


Científicos ambientales, ingenieros, físicos, meteorólogos… Todo tipo de expertos advierten que se debe reducir la dependencia de los combustibles fósiles y aumentar la adopción de fuentes de energía renovable. En este contexto, el hidrógeno se presenta como una prometedora fuente de energía para lograr la neutralidad climática en 2050, tal como reconoce la Estrategia del Hidrógeno 2020. Esto se debe a su alta eficiencia, a la capacidad de reciclaje, su baja contaminación y su baja toxicidad, entre otros. No obstante, uno de los principales retos a los que se enfrenta el sector del hidrógeno es la descarbonización de su producción. 

Más del 95% de la capacidad europea de producción de hidrógeno en 2020 procedía de combustibles fósiles, según la Asociación Europea de Biogás

Históricamente, la mayor parte del hidrógeno se ha producido a partir de combustibles fósiles; de hecho, más del 95% de la capacidad europea de producción de hidrógeno en 2020 procedía de combustibles fósiles, según la Asociación Europea de Biogás (EBA). Por ello, a pesar de que el hidrógeno pueda usarse sobre todo en transporte y generación de electricidad, se enfrenta a desafíos de viabilidad ecológica y económica.

Durante la última década, sin embargo, se ha estado llevando a cabo una producción de hidrógeno distinta, que requiere menos energía, puede ser realizada a temperatura y presión ambiente y que se obtiene por medio de procesos fotosintéticos y fermentativos por algas y bacterias: estamos hablando del biohidrógeno. Este consiste en aprovechar el gas hidrógeno que producen los microorganismos en sus procesos biológicos. En otras palabras, cuando estos organismos se alimentan, descomponen los compuestos orgánicos mediante unas enzimas, y a medida que esto ocurre, liberan gas hidrógeno como un subproducto metabólico. Este gas se recolecta y almacena, y es lo que se utiliza para producir energía.

A diferencia de las otras formas de hidrógeno, el biohidrógeno (o hidrógeno verde) puede ser cero o incluso «carbono negativo» si se obtiene a partir de materias primas como residuos y estiércol. Además, dependiendo de la tecnología que se utilice, su producción puede generar coproductos como dióxido de carbono biogénico puro, digestato o biocarbón, que pueden utilizarse como fertilizantes o pesticidas, algo que refuerza aún más su papel en la descarbonización de las industrias. Asimismo, mientras el 95% de hidrógeno «normal» procede de combustibles fósiles, la producción de biohidrógeno representa menos del 1%, y este puede ser usado directamente en motores de combustión interna o también pueden ser usados para pilas de combustibles para la producción de electricidad.

El biohidrógeno requiere menos energía que el hidrógeno tradicional

Entonces, si es tan prometedor, ¿por qué no se extiende en los sistemas de producción? Gran parte de los estudios hablan de las complicaciones en su uso, almacenamiento, distribución, transporte y elevados costes de producción. Por lo tanto, para que aumente la cantidad de biohidrógeno producido habría que mejorar los procesos de producción y contar con mucho tiempo. Según Giulia Cancian, secretaria general de la EBA, «la Unión Europea avanza hacia el establecimiento de un mercado único de energía, y se encuentra en un punto crítico en el desarrollo de leyes que regulen el futuro del biohidrógeno. Si bien es cierto que el biohidrógeno es un producto innovador, el marco regulador carece de impulsores para alcanzar la madurez comercial».

Ahora bien, la responsable técnica de la EBA, Marina Pasteris, es optimista y defiende que el biohidrógeno será clave para apoyar las estrategias europeas de mitigación del cambio climático «por su capacidad única de eliminar carbono de la atmósfera», y considera que «está bien situado para ayudar a sectores con opciones limitadas de descarbonización a alcanzar la neutralidad de carbono». Asimismo, el microbiólogo Tasios Melis, de la Universidad de California, apunta que otra promesa de esta fuente de energía es que se pueden cultivar algas donde los cultivos convencionales no tienen oportunidad. 

El hidrógeno verde podría ser una pieza fundamental —todavía por encajar— en el puzzle de la transición ecológica y en la lucha contra el cambio climático. Su versatilidad y bajo impacto ambiental lo posicionan como una alternativa prometedora a los combustibles fósiles. En última instancia, se necesitan tiempo y recursos para descubrir si el biohidrógeno es sinónimo de oportunidad para mitigar los impactos del cambio climático y construir un futuro más limpio para las generaciones venideras.

El bambú, un aliado sostenible para la eficiencia energética

La rápida tasa de crecimiento del bambú, así como su gran densidad y su capacidad de absorción de CO2 convierten a este vegetal en una alternativa efectiva y sostenible para la producción de biomasa y, por tanto, de energía limpia.


Aunque es un gran desconocido para el gran público, el bambú es una de las opciones actuales más potentes y eficientes para la producción de biomasa. Gracias a su rápido crecimiento, esta planta permite disponer cada poco tiempo de la materia necesaria para generar calor o electricidad.

Una hectárea de bambú puede absorber 21,41 toneladas anuales de CO2 y almacenar aproximadamente 150 toneladas durante los primeros siete años de vida

En comparación con la leña, el bambú tiene una tasa de crecimiento mucho más rápida. Esto significa que se puede producir en mayores cantidades y con la ventaja de necesitar menos tiempo y espacio para su plantación y cultivo. De hecho, algunas especies pueden crecer hasta un metro por día. Además, una hectárea de bambú tiene la capacidad de absorber 21,41 toneladas anuales de CO2 y de almacenar aproximadamente 150 toneladas en los primeros siete años de vida, según datos aportados por la International Bamboo and Rattan Organization.

Estas propiedades particulares han llevado a algunas empresas a centrar sus plantaciones y explotaciones agrícolas en el cultivo de esta planta, a centrar sus plantaciones y explotaciones agrícolas en el cultivo de esta planta, con el objetivo de que pueda servir como proveedor de energía limpia y como una alternativa sostenible a los combustibles fósiles.

El bambú tiene una mayor densidad que la mayoría de las especies de madera, lo que significa que tiene un mayor contenido de energía por unidad de volumen y proporciona grandes cantidades de biomasa sostenible para la producción de energía renovable

Además, el bambú tiene una mayor densidad que la mayoría de los tipos de madera, lo que significa que tiene un mayor contenido de energía por unidad de volumen. Asimismo, proporciona grandes cantidades de biomasa sostenible para la producción de energía renovable.

Países como China, India, Brasil o Filipinas son algunos de los que lideran su desarrollo debido al poder energético que tiene el bambú al entrar en combustión. En Europa existen varias plantas de biomasa alimentadas con bambú y en España, el primer bosque dedicado a la producción de bambú se plantó en el año 2012.

Como se ha visto, el rendimiento del bambú para biomasa es muy alto. Cada año es posible llegar a más de 35 toneladas por hectárea recolectadas para este fin. Los tipos de energía que se pueden generar a partir de la combustión del bambú son, principalmente, eléctrica, calórica, gas y carbón.

En el primero de los casos, el calor producido por la biomasa puede emplearse para alimentar generadores eléctricos, ya sea para autoconsumo o bien para verter a la red eléctrica en sistemas de gran escala. Por otro lado, el propio proceso de combustión del bambú y la producción de biomasa generan calor para utilizar en calefacciones o, incluso, agua caliente sanitaria. Por último, los procesos de combustión a pequeña escala generan gas e, incluso, carbón, que se pueden reaprovechar como combustibles.

Además de esta propiedad en la generación de diferentes tipos de energía, la rigidez y la cámara interior de aire con las que cuenta este vegetal permiten realizar construcciones, contrachapados y paneles con características altamente aislantes. También en relación con los campos de la arquitectura y la construcción, comparado con otros materiales como el hormigón o el acero, la producción del bambú requiere menos energía y tiene una baja huella ecológica, lo que ayuda a reducir las emisiones de dióxido de carbono y lograr viviendas mucho más sostenibles.

El futuro del empleo en manos de las renovables

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En poco más de una década el trabajo en el sector de las energías renovables está cerca de duplicarse, sobre todo gracias al impulso de la energía fotovoltaica, aunque las brechas geográficas y de género aún son una tarea pendiente. 


En un mundo laboral cada vez más dinámico, marcado por el paso de las nuevas tecnologías, las energías renovables llevan años alzándose como un motor de empleo. Desde 2012, han aumentado la cantidad de trabajadores en un 87,7%, hasta llegar a los 13,7 millones en todo el mundo. 

Un crecimiento exponencial que ejemplifica el interés por un mundo más ecológico y limpio, aunque con grandes diferencias según el tipo de industria. Así, la fotovoltaica es la más extendida, alcanzando casi 5 millones de empleos en todo el mundo, lo que supone 1 de cada 3 puestos en el sector. Le siguen de lejos el biofuel líquido (2,5 millones concentrados sobre todo en la cadena agrícola), y la hidráulica (2,5 millones). En último lugar se encuentra la energía marina con solo un millón. 

En una década, los empleos en energías renovables han aumentado un 87,7%, hasta llegar a los 13,7 millones en 2022

Según IRENA, la Agencia Internacional de Energías Renovables, que publica estos datos en su informe anual de 2023, la gran mayoría de estos puestos de trabajo se concentra en unos pocos países, lo que refleja la desigualdad geográfica en la fabricación de equipos e instalaciones de capacidad.

En esa carrera a varias velocidades, China es, con diferencia, el país que mejor se ha posicionado, con 5,5 millones de empleos en 2022, el 41% del total. Mientras tanto, en el resto de Asia pueden contarse casi dos millones de puestos de trabajo en estas energías. La Unión Europea contrata a 1,6 millones de personas, seguida de Brasil, con 1,4, y de Estados Unidos, que no llega al millón. 

Además de la geográfica, detrás de las energías renovables se esconde otra brecha: la de género. Las mujeres ocupan tan solo un tercio de los puestos de trabajo de la industria renovable (32%). Incluso en la energía solar, donde más pueden encontrarse (40%), puede apreciarse cómo el techo de cristal es palpable: ocupan tan solo un 17% de los puestos senior, mientras que representan el 58% de la administración. «Las competencias STEM son esenciales para muchas de las profesiones requeridas en las energías renovables, pero los prejuicios relativos a las capacidades de las mujeres hacen que su presencia en estos campos siga siendo limitada», explican desde IRENA. 

Las mujeres representan tan solo un tercio de los puestos en el sector, concentrados en las escalas laborales menos cualificadas

Las políticas hacia una transición ecológica y las tecnologías aplicadas a conseguir un planeta más limpio y verde hacen que las perspectivas de empleo sean optimistas, con una estimación de 39 millones de empleos directos en el sector renovable y 81 millones de empleos relacionados para 2050.

Para ello, Francesco La Camera, director general de IRENA, que aglutina al sector, apuesta por un enfoque holístico «que abarque no solo los avances tecnológicos, sino también los aspectos socioeconómicos». Esto requerirá de una comprensión de las transformaciones de gran alcance que se desarrollarán «a medida que el mundo pase de los combustibles fósiles a las energías renovables y a una mayor eficiencia energética».