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Acuerdos históricos que transformaron la acción climática global

Se empezó a hablar de cambio climático ya en el siglo XIX, pero tuvieron que llegar los tratados internacionales para impulsar una acción global. Desde el Protocolo de Kioto hasta el Pacto Verde Europeo, repasamos los acuerdos clave que han moldeado nuestra respuesta a esta crisis.


La advertencia sobre el cambio climático tiene sus raíces en el siglo XIX, cuando científicos como Eunice Foote y John Tyndall identificaron la relación entre ciertos gases atmosféricos, como el dióxido de carbono, y la temperatura de la Tierra. Estos descubrimientos sentaron las bases para comprender cómo el aumento de gases de efecto invernadero afecta al clima. Sin embargo, el verdadero avance en la lucha contra el calentamiento global llegó cuando los países comenzaron a coordinar esfuerzos a través de acuerdos internacionales, reconociendo la necesidad de una acción colectiva y sistemática para mitigar sus efectos. Aquí repasamos los más importantes.

El Protocolo de Kioto, firmado en 1997, fue pionero al establecer metas vinculantes de reducción de emisiones para los países desarrollados, marcando un antes y un después en la acción climática global. Sin embargo, su impacto se vio limitado por la exclusión de economías emergentes como China e India, así como por la no ratificación de Estados Unidos, uno de los mayores emisores de gases contaminantes. A pesar de haber logrado avances en algunos países, la retirada de Canadá en 2011 debilitó sus efectos a largo plazo.

El Protocolo de Kioto, firmado en 1997, fue pionero al establecer metas vinculantes de reducción de emisiones para los países desarrollados

Este vacío fue llenado por el Acuerdo de París en 2015, el pacto más inclusivo hasta la fecha. Aprobado por casi 200 países, su principal objetivo es limitar el aumento de la temperatura global a menos de 2°C, idealmente 1,5°C, sobre niveles preindustriales. Introdujo las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC), donde cada nación se compromete a reducir sus emisiones de acuerdo  con sus capacidades, permitiendo así un enfoque flexible pero ambicioso. Gracias a este acuerdo, la comunidad internacional ha puesto en marcha planes de acción que se revisan periódicamente, aunque su implantación efectiva sigue siendo un desafío en muchos países.

En Europa, el Pacto Verde Europeo, lanzado en 2019, busca convertir al continente en el primero climáticamente neutro para 2050. Además de la reducción de emisiones, aborda múltiples áreas clave, como la protección de la biodiversidad, la promoción de una economía circular y la transición hacia energías limpias. Este plan integral no solo busca frenar el cambio climático, sino también transformar la economía europea hacia un modelo más sostenible y resiliente. Con un sólido respaldo financiero, se posiciona como un ejemplo líder en la lucha climática global.

En Europa, el Pacto Verde Europeo, lanzado en 2019, busca convertir al continente en el primero climáticamente neutro para 2050

Un antecedente clave fue el Acuerdo de Montreal de 1987, cuyo objetivo principal era detener el agujero en la capa de ozono mediante la eliminación de los clorofluorocarbonos (CFC), responsables del agujero en la capa. Aunque no se centró directamente en el cambio climático, fue un éxito global en términos de cooperación internacional y restauración ambiental, y ayudó a sentar las bases para futuros acuerdos.

Estos tratados reflejan el poder de la cooperación global en la lucha contra el cambio climático. Cada uno de ellos ha tenido un impacto tangible, pero la urgencia de la crisis climática actual demanda una mayor ambición y un cumplimiento más estricto de los acuerdos. Como ciudadanos, nos corresponde seguir presionando para que estas metas se alcancen: el futuro del planeta está en juego.

Cinco obras de arte que conciencian sobre el cambio climático

Ice Watch, 2014 Bankside, outside Tate Modern, London, 2018 Photo: Charlie Forgham-Bailey

El arte contemporáneo invita a la reflexión sobre la acción climática uniendo belleza con reivindicación en obras de distinto tipo.


El arte contemporáneo funciona como forma de expresión, y a veces con un fin medioambiental o social. Desligar la obra de su contexto siempre ha sido tarea difícil, más en algunos artistas que han querido capturar la urgencia del cambio climático en sus obras y a la vez invitar al público a reflexionar sobre una acción conjunta para solucionar el problema. El «climate change art» o «arte del cambio climático» lleva ya varios años aunando arte y reivindicación. Estas son algunas de sus obras más destacadas.

  • Ice watch de Olafur Eliasson

En 2014, el danés Olafur Eliasson trajo a Europa varios bloques de hielo desde Groenlandia para crear una instalación temporal en varias ciudades emblemáticas (Copenhague, París y Londres). Los bloques fueron colocados de modo que simularan un reloj. ¿La reflexión? La cuenta atrás para la desaparición de los glaciares: la instalación se daba por terminada cuando los bloques de hielo se derretían por completo. 

Ice Watch, 2014
Bankside, outside Tate Modern, London, 2018
Photo: Charlie Forgham-Bailey
  • Rising de Marina Abramovic

En Rising (2018), la artista serbia aparece como protagonista de un videojuego de realidad virtual. En él, vemos cómo se ahoga poco a poco a medida que sube el nivel del mar. El espectador puede participar en la performance al elegir si salvar o dejar morir a Abramovic y, por tanto, simbólicamente, al planeta. Recientemente la artista también ha presentado Performance for the Oceans (2024), una acción en colaboración con Fundación Blue Marine en la que lanza su súplica por la supervivencia de la Tierra emulando el cuadro El caminante sobre un mar de nubes de Caspar David Friedrich.

Marina Abramović, still from
Rising. Courtesy of Acute Art
  • Crochet Coral Reef Project

Este proyecto colectivo, dirigido por Christine y Margaret Wertheim, pone la mirada sobre los arrecifes de coral y su destrucción. Más de 20.000 artistas han aportado su técnica para tejer un arrecife de coral de crochet gigante, una obra que, según sus creadoras, tiene mucho que ver con el tiempo: el que lleva tejer cada uno de los corales y el que se le está echando encima al planeta Tierra. 

  • I don’t believe in global warming de Banksy

Varios artistas como Pejac o Banksy han utilizado su arte para concienciar a los viandantes de decenas de ciudades del mundo. El arte urbano es una manera sencilla y visual de reflexionar sobre el trato que le estamos dando a nuestro planeta. Un ejemplo es la metáfora visual «I don’t believe in global warming», «no creo en el calentamiento global», que Banksy escribió en el Regent’s Canal de Londres para mostrar con ironía los efectos más visibles del problema.

Banksy is a climate change denier
21 de diciembre de 2009
Matt Brown
  • Ghost forest de Maya Lin

En 2021, el Madison Square Park de Nueva York se convirtió en el hogar de 49 cedros blancos muy particulares. Y es que los árboles fueron plantados ya muertos como parte de una instalación que pretende mostrar los resultados materiales del cambio climático.

Ghost Forest, 2021. 49 Atlantic white cedars.
Collection the artist, courtesy Pace Gallery. ©2020 Maya Lin.
Photograph by Rashmi Gill/Madison Square Park Conservancy.
The exhibition was organized by Madison Park Conservancy, New York, and is on view from May 10, 2021 to November 14, 2021.
Photo credit: Rashmi Gill

Las olas de calor, cada vez más duraderas y mortales

Los periodos de calor estival intenso alcanzan temperaturas más altas, duran más días y provocan más muertes que hace tan solo una década.


Cada verano, las olas de calor se convierten en protagonistas indiscutibles de las noticias, afectando directamente a las personas más vulnerables y condicionando el día a día de todas las demás. Lo que antes era una rareza, hoy parece ser un fenómeno cada vez más habitual, que aumenta en duración, intensidad y consecuencias sociales y sanitarias.

La Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) define las olas de calor como episodios de al menos tres días consecutivos en los que las temperaturas máximas superan las registradas en los meses de julio y agosto del periodo 1971-2000. Pero este fenómeno meteorológico, más allá de su definición, está dejando una huella más profunda de lo que pensamos: no solo impacta el clima, también tiene consecuencias directas sobre la salud y la vida de las personas.

En términos generales, según un estudio publicado recientemente en Environmental Sciences Europe, la duración de las olas de calor en España ha aumentado a un ritmo de 3,9 días por década desde 2009, con un aumento de la intensidad de 9,5 °C anuales. Es decir, si antes eran fenómenos puntuales, hoy el calor extremo se alarga cada vez más. Hasta 2015 lo más normal era que las olas de calor durasen en torno a 5 días, mientras que ahora es menos raro que se alarguen entre los 15 y 20 días, según datos de la AEMET.

 

Este verano, considerado ya como el más caluroso de la historia del planeta, las temperaturas de algunas ciudades españolas como Córdoba o Sevilla han superado los 44 °C en varios días consecutivos. Pero el calor extremo está cada vez más extendido por la geografía española. Así, en 2022 hubo una media de 39 provincias afectadas en todas las olas que tuvieron lugar ese año, el 78% del total, una cifra récord en el histórico de los datos de la AEMET, que arranca en 1975.

 

Las olas de calor se extienden por más tiempo y en más sitios, lo que no solo incrementa el malestar, sino que tiene efectos devastadores en la salud pública. Solo durante las tres primeras semanas de agosto de este año se produjeron en España 1.341 muertes atribuibles al calor, un 47% más que en el mismo periodo de 2023, cuando hubo 906 fallecimientos, según datos del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII). 

La mayoría de estas víctimas eran personas mayores, con problemas crónicos de salud o vulnerables, cuyas viviendas no estaban preparadas para soportar el calor extremo. De hecho, se producen más muertes por calor en zonas menos calurosas, menos preparadas para las temperaturas extremas. Por ejemplo, en León se estima que fallecieron 58 personas por cada 100.000 habitantes este verano, frente a 18 en Málaga, pese a tener esta última el doble de días de calor extremo. Además, está demostrado que las temperaturas extremas agravan enfermedades crónicas y aumentan los casos de infarto y problemas respiratorios.

 

 

El aumento de las olas de calor está íntimamente ligado al cambio climático. La ciencia es clara: a medida que las emisiones de gases de efecto invernadero siguen elevando la temperatura global, las olas de calor se volverán más frecuentes e intensas, con la reacción en cadena que conlleva, también para el desarrollo económico. El calor extremo afecta a la productividad laboral, especialmente en sectores como la agricultura y la construcción, donde trabajar al aire libre bajo el sol se convierte en una tarea peligrosa. Además, el aumento de las temperaturas incrementa la demanda de agua y energía. Se crea un círculo vicioso en el que las ciudades necesitan más recursos para combatir el calor, lo que a su vez genera más emisiones.