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Cuando el calentamiento global cambia el color del mundo

El color del mundo está cambiando. El aumento de las temperaturas provoca que el Ártico sea menos blanco, el océano más verde y el otoño cada vez más marrón. 


La superficie del mar está adquiriendo un tono cada vez más verde, según los datos de la NASA que analizan dos décadas de mediciones satelitales. 

Es una tendencia que ha sido identificada en distintas investigaciones de instituciones de todo el mundo. Desde el Centro Nacional de Oceanografía del Reino Unido, cuyos datos señalan que el 56% de la superficie marina mundial ha sufrido un cambio de color significativo en los últimos 20 años, hasta un estudio del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), que ha concluido que para el año 2100 el color de los océanos cambiará completamente de color. 

Esto se debe a los cambios en los tipos del fitoplancton cercano a la superficie del mar, que tiene la función de absorber y reflejar la luz solar, dándole al océano el color que percibe el ojo humano. 

El cambio de color en los océanos es una señal de transformaciones profundas en los ecosistemas marinos

Por su parte, la superficie terrestre también está viviendo sus propias variaciones. Un grupo de investigación de la Universidad de Clemson (Estados Unidos) ha concluido que las plantas cambian de color para protegerse de los cambios de temperatura. 

El equipo ha estudiado la evolución de miles de muestras de Australia, América del Norte y Europa y han detectado variaciones de color en flores de las 12 especies analizadas. Los autores atribuyen estos cambios a la variación climática que experimentaron, especialmente la relacionada con la temperatura y las sequías. 

Y las sequías también son las responsables de que los bosques sean más marrones y menos variados en otoño. Según una investigación de la Universidad de Vermont, para que podamos disfrutar de la paleta de colores que asociamos al otoño, las hojas de los árboles necesitan noches frías, algo cada vez menos habitual. 

Por su parte, el color verde va poco a poco invadiendo el blanco de la Antártida. Las universidades británicas de Exeter y Hertfordshiren han calculado que el avance de la vegetación se ha acelerado un 30% en los últimos años, de 2016 a 2021. 

Por qué es importante: no es solo el color lo que cambia 

Sin embargo, lo verdaderamente relevante de estos cambios que se están produciendo por el aumento de la temperatura no es solo el cambio de color. «El seguimiento de los cambios en el fitoplancton marino es importante, ya que constituye la base de la cadena alimentaria marina y es crucial en el ciclo del carbono», explica la investigación del MIT.  Es decir, la alteración del fitoplancton supone la alteración de todo el ciclo de la vida submarina. 

Las variaciones en el color de las plantas y los bosques reflejan la respuesta de la naturaleza al cambio climático

Además, la ecóloga de la Illinois State University, Catherine O'Reilly, autora de otro estudio sobre el cambio de color del agua, también advierte de que tratar esa agua para el consumo humano podría ser más caro en el futuro y que la pesca podrá verse afectada. 

En cuanto a las flores, el cambio en su color confunde a los agentes polinizadores, lo que tiene implicaciones en la reproducción de las plantas. Además, el hecho de que las hojas de los árboles vean afectado su ciclo de recuperación disminuye la capacidad para captar carbono de los árboles. 

También el avance de la vegetación en la Antártida tiene el potencial de transformar el entorno ecológico, puesto que juegan un importante papel de regulación del ciclo de carbono y de los nutrientes en la zona. 

Ciudades que luchan por no desaparecer

El cambio climático está acelerando un fenómeno alarmante en varias grandes urbes del mundo: el hundimiento del suelo combinado con la subida del nivel del mar. Factores como la extracción excesiva de agua subterránea, el peso de los edificios y el deshielo polar están acelerando este binomio letal que podría enterrar ciudades icónicas como Nueva York, Venecia o Yakarta. 


El suelo se hunde bajo nuestros pies. Se trata de un fenómeno conocido como subsidencia, que ocurre de manera natural, pero se ha visto acelerado durante las últimas décadas por la actividad humana. En muchas ciudades, la extracción excesiva de agua subterránea, petróleo o gas natural, la minería o las grandes excavaciones y voladuras están provocando el hundimiento del suelo. Cuando se extrae demasiada agua del subsuelo, por ejemplo, los acuíferos se vacían y el suelo se compacta, lo que provoca que la superficie de la ciudad descienda. Según los expertos, en 2040 aproximadamente el 19% de la población mundial podría verse afectada por el hundimiento de tierras.

Yakarta, la capital de Indonesia, es la ciudad que más rápido se está hundiendo del mundo, debido a la extracción de agua potable y al peso de sus grandes edificaciones. En algunas zonas del norte de la ciudad, el hundimiento supera los 25 centímetros anuales. De no tomarse medidas, partes de esta megalópolis podrían quedar completamente sumergidas para 2050. La situación es tan grave que el gobierno de Indonesia ha tomado la drástica decisión de trasladar la capital a una nueva ubicación en la isla de Borneo.

La subsidencia es el hundimiento paulatino del suelo, normalmente debido a causas naturales pero acelerado por la acción del hombre

Otro ejemplo extremo es Ciudad de México, que al estar construida sobre los sedimentos de un antiguo lago es particularmente vulnerable a la subsidencia. Según estudios recientes, algunas partes de la ciudad se hunden hasta 50 centímetros al año debido a la extracción de agua subterránea.

El suelo se hunde, pero no es ese el único problema al que se enfrentan estos territorios. El suelo baja y, además, el agua sube. El cambio climático está provocando un aumento del nivel del mar debido al derretimiento de los glaciares y a la expansión térmica del agua. Se estima que el nivel del mar podría aumentar entre 60 y 110 centímetros para finales del siglo XXI, lo que tendrá un impacto devastador, especialmente en las ciudades costeras.

Cada vez son más los titulares que alertan de que Venecia se está hundiendo en su propia laguna. Las “alta acqua”, o mareas altas, no son nuevas en la ciudad. Llevan siglos produciéndose cuando se juntan tres factores: la marea astronómica, el viento de siroco y la presión. Sin embargo, recientemente el fenómeno ha tomado por sorpresa hasta a los propios habitantes de la Signoria. Los expertos alertan de que para 2100 la ciudad podría quedar completamente sepultada bajo el mar. 

El hundimiento del suelo y la subida del nivel del mar se han incrementado por el cambio climático

Nueva York es otro claro ejemplo de metrópoli amenazada por la subida del nivel del mar. La ciudad ya vivió una situación extrema durante el huracán Sandy en 2012, cuando el aumento del nivel del mar intensificó las inundaciones, causando daños masivos. A pesar de las medidas de protección implementadas tras el desastre, como muros de contención y sistemas de drenaje mejorados, la amenaza sigue latente.

Enfrentando la amenaza

A nivel global, las ciudades más amenazadas han comenzado a adoptar medidas que van desde el uso de tecnologías innovadoras hasta infraestructuras sostenibles. En Ciudad de México se trabaja en reducir la extracción de agua subterránea mediante alternativas como la recolección de lluvia y el tratamiento de aguas residuales. Por su parte, en Yakarta se está construyendo un gran dique para frenar las inundaciones y en Nueva York se ha desarrollado el proyecto Big U, un sistema de diques y parques que busca proteger Manhattan y crear espacios resilientes frente al cambio climático.

Es fundamental que los gobiernos, las empresas y la sociedad civil trabajen juntos para desarrollar soluciones sostenibles que reduzcan las emisiones de gases de efecto invernadero, protejan los ecosistemas naturales y mejoren la resiliencia de las ciudades. La inversión en infraestructura verde, el uso responsable de los recursos y la planificación urbana adaptativa serán claves para evitar el hundimiento y la pérdida irreversible de nuestras urbes.

El cambio climático, el fantasma de las Navidades futuras

La típica estampa navideña podría cambiar con la emergencia climática: los abetos, la nieve, la iluminación callejera y hasta los alimentos que ingerimos en estas fechas podrían verse alterados por el aumento de las temperaturas.


Con la llegada de la Navidad, las luces en las calles hacen que todo parezca más alegre. Sin embargo, el cambio climático, ajeno al espíritu navideño, sigue su avance. ¿Hasta qué punto cambiará las Navidades en el futuro? ¿Tendremos abetos navideños? ¿Será más difícil conseguir algunos alimentos festivos? ¿Ya no habrá nieve?

Los árboles de Navidad son el símbolo más reconocible de este periodo del año. Pero la emergencia climática está afectando su producción. Las altas temperaturas han desplazado las nevadas masivas que normalmente experimentaban países como Nueva Escocia y Canadá en otoño. Sin heladas previas que endurezcan al abeto balsámico, difícilmente podrán conservar sus agujas mucho tiempo después de ser cortados. Además, el aumento de las plagas de insectos también afecta a esta producción, sobre todo en México. «Solo se puede actuar teniendo recursos humanos capacitados para contener las plagas», señala el director de Inspección de Vida Silvestre y Fitosanitaria en Puertos, Aeropuertos y Frontera de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente, Javier Navarrete

Los cambios de temperatura afectan la duración de la temporada de nieve y el volumen de nieve acumulada

En cuanto a la nieve, la modificación de la temperatura causada por el cambio climático impacta sobre las nevadas, la duración de la temporada de nieve y el volumen de nieve acumulada. En este sentido, existe consenso en la comunidad científica sobre que el calentamiento global está adelantando la fusión de la nieve. Algunos estudios han demostrado que el 78% de las zonas de montaña a escala global desde hace dos décadas están experimentando una disminución en la superficie nevada. 

Al respecto de la típica decoración estacional, el riesgo que supone el cambio climático sobre la seguridad energética podría llevar a replantear la iluminación navideña en las calles. Miles de millones de bombillas consumen una energía cada vez más valiosa y que no siempre procede de fuentes renovables. Según la Organización Meteorológica Mundial, el suministro de electricidad procedente de fuentes de energía limpia debe duplicarse en los próximos ocho años para limitar el aumento de la temperatura mundial y evitar socavar la seguridad energética e, incluso, poner en peligro el suministro de energías renovables. 

Los efectos del cambio climático afectan gravemente la producción de ciertos alimentos, como el trigo, la cebada, el cacao, el café y la miel

Por otro lado, es posible que, en apenas unas décadas, los alimentos de nuestros platos navideños cambien. Los efectos del cambio climático afectan gravemente a la producción de ciertos alimentos, como el trigo o la cebada, pero también el cacao, el café y la miel. Además, las regiones vinícolas como Sudáfrica, Chile, Australia, España e Italia ya se han visto golpeadas por el cambio climático. La Organización Internacional de la Viña y el Vino afirma que en 2023 la bebida alcanzó su nivel más bajo desde 1962. Según un informe de la entidad, esto se debe a las condiciones ambientales extremas, incluidas las sequías y los incendios. 

Estos datos nos invitan a reflexionar sobre cómo queremos que sean las Navidades futuras así como a plantearnos qué pasos son necesarios para conseguir que los árboles, las luces, las nieve y las comidas tradicionales no desaparezcan de la estampa navideña.

Solastalgia, ecocidio y otros términos que nos hablan de medio ambiente

El interés por el medio ambiente y la sostenibilidad no deja de crecer, y con él, aparecen nuevas palabras para explicar fenómenos que ahora entendemos con mayor claridad. En este artículo, exploramos algunos términos clave que reflejan los desafíos del cambio climático y nuestra relación con la naturaleza.


En los últimos años, el interés por el medioambiente y la sostenibilidad ha crecido enormemente, y con él también lo ha hecho nuestro vocabulario. Conceptos nuevos surgen para describir fenómenos complejos que antes no eran tan visibles o comprendidos. En este artículo, repasamos algunos de los términos más interesantes, necesarios y, en ocasiones, desconcertantes que nos ayudan a entender mejor los retos climáticos actuales.

Solastalgia

Imagina sentirte nostálgico por un lugar que no has dejado atrás, sino que ha cambiado radicalmente debido al impacto humano. Ese es el concepto detrás de la solastalgia, un término acuñado por el filósofo ambiental Glenn Albrecht en 2003. Describe la angustia emocional que experimentan las personas cuando su entorno natural se degrada. Por ejemplo, comunidades que ven cómo su región se convierte en desierto o cómo los bosques cercanos desaparecen debido a la deforestación. Según un estudio de The Lancet Planetary Health, este sentimiento afecta especialmente a quienes dependen directamente de su entorno para vivir, como es el caso de los agricultores o pescadores.

Ecocidio

Nos trasladamos al plano legal para hablar de ecocido, que se refiere a los daños graves y deliberados al medioambiente. Aunque no es aún un delito reconocido universalmente, organizaciones como Stop Ecocide trabajan para que se incluya en la Corte Penal Internacional, al igual que el genocidio o los crímenes de guerra. Algunos de los casos más sonados han sido el desastre de Doñana de 1998, cuando una presa minera vertió residuos tóxicos al río Guadiamar o el vertido del petrolero Prestige frente a las costas de Galicia. 

Si el ecocidio se reconociera como crimen, las empresas y gobiernos serían responsables penalmente por este tipo de acciones

Cambio climático

Aunque es un término ya conocido por muchos, no podía faltar en este glosario. El cambio climático se refiere al calentamiento global causado principalmente por las emisiones de gases de efecto invernadero, como el CO₂ y el metano. Una de las muchas cifras que respaldan su existencia es que, según la ONU, las temperaturas globales ya han subido 1,2 ºC respecto a la era preindustrial, lo que genera fenómenos extremos como huracanes más intensos, olas de calor prolongadas y el deshielo acelerado de los polos.

Huella ecológica

¿Sabías que cada uno de nosotros tiene una «huella» en el planeta? La huella ecológica mide el impacto que nuestras actividades tienen sobre los recursos naturales. Por ejemplo, el transporte que utilizamos, la energía que consumimos o los alimentos que compramos. La Global Footprint Network señala que en 2023, la humanidad consumió en solo ocho meses lo que el planeta puede regenerar en un año completo.

Entender estos términos no es solo cuestión de estar al día, sino también de conectar más profundamente con el entorno y los desafíos que enfrentamos

Antropoceno

Vivimos en el Antropoceno, una era geológica marcada por la influencia humana en la Tierra. Desde la industrialización, los seres humanos hemos alterado significativamente el clima, la biodiversidad y los ecosistemas. Aunque el término no es oficial, muchos científicos lo utilizan para destacar cómo la actividad humana está remodelando el planeta de forma irreversible.

Entender estos términos no es solo cuestión de estar al día en materia de sostenibilidad, sino también de conectar más profundamente con el entorno y los desafíos de nuestro siglo. Conocer el lenguaje del medio ambiente es dar un primer paso hacia tomar decisiones más conscientes porque nos invita a hacer una reflexión más profunda sobre nuestro impacto y nuestras posibilidades de actuar.

José Miguel Viñas: «El arte es una herramienta muy efectiva para acercar la ciencia»

©RTVE

José Miguel Viñas (@divulgameteo), físico y meteorólogo de Meteored, une ciencia y arte en su libro Los cielos retratados. Con más de 20 años de experiencia en medios como RNE y COPE, explora cómo los fenómenos meteorológicos se reflejan en la pintura y su impacto cultural.


¿Qué te inspiró a conectar la meteorología con la pintura y escribir Los cielos retratados?

Todo comenzó con mis intervenciones en No es un día cualquiera, de RNE. Tras completar las dos primeras temporadas del programa, entre 2004 y 2006, me di cuenta de que los temas transversales ligados al tiempo y al clima daban mucho juego. Entonces, comencé a visitar con asiduidad el Museo del Prado y el Thyssen-Bornemisza, poniendo mi foco de atención en los cielos de los paisajes. Se abrió ante mí un fascinante campo de estudio, en el que sigo embarcado, y que he podido divulgar a través de la radio, artículos y conferencias. Todo ese trabajo ha culminado en este libro.

¿Las pinturas captan cambios climáticos o meteorológicos significativos que ahora podemos analizar científicamente?  

Pintores –y artistas en general– no pueden desvincularse de sus vivencias atmosféricas y lo terminan reflejando, en mayor o menor medida, en sus obras. Los crudos inviernos que se vivieron entre los siglos XVI y XIX han quedado retratados fielmente en la pintura, ya que influyeron notablemente en las sociedades de esas épocas. Ahora, el calentamiento global es una circunstancia que también comienza a afectar a nuestras vidas. Esta nueva realidad no está siendo ajena a las distintas manifestaciones artísticas. Empezamos a ver que el cambio climático también capta la atención de artistas contemporáneos. 

¿Qué nubes suelen aparecer con más frecuencia en las pinturas? ¿Qué crees que simbolizan?

Al recorrer las salas de una pinacoteca, es fácil comprobar que las nubes que más abundan en los cuadros son las de tipo cúmulo: las típicas nubes de algodón, blancas y de contornos redondeados. Esto es así porque son las nubes que con mayor frecuencia hay en los cielos primaverales y de verano, que es cuando los pintores suelen salir al aire libre a abocetar o a pintar al natural, mientras que los meses invernales se dedican al trabajo en el taller. Esto ha sido una constante a lo largo de la historia, especialmente, en épocas más frías que la actual, cuando en el periodo invernal apenas se podía salir a pintar al exterior. Esto ha cambiado en la actualidad debido a que la suavidad térmica está presente muchos días de invierno.

¿Cómo se expresan fenómenos como el viento o las tormentas? ¿Existen patrones comunes en el arte?

El viento comenzó a pintarse a través de representaciones mitológicas, como dioses, diosas, ninfas o angelotes. Posteriormente, las obras muestran los efectos que provoca en los diferentes elementos del paisaje, como las ramas de los árboles o el humo. Este último aparece representado magistralmente en Juana la Loca, de Francisco Pradilla, que podemos admirar en el Museo del Prado. Las tormentas son un elemento clásico en la pintura para dar dramatismo a una escena. En cuadros de temática religiosa, suelen simbolizar el mal, el infierno o el pecado, frente a los cielos azules que representan lo contrario: el bien, el paraíso, el reino de Dios en el cristianismo.

¿Hay algún periodo artístico que tenga una conexión especial con fenómenos meteorológicos?

En el Romanticismo, tenemos ejemplos notables de cielos retratados. Aparte de las tormentas y los ambientes tempestuosos, también brillan con luz propia los cuadros de Caspar David Friedrich, en particular los que incluyen nieblas que pintó con reiteración, como su famoso Caminante sobre el mar de niebla. Para este pintor romántico alemán, la niebla tenía un carácter místico, al igual que la naturaleza, que le invitaba a reflexionar sobre nuestra propia existencia. Se juntan en este artista su visión profunda, espiritual, en torno al medio natural y una técnica pictórica sobresaliente.

¿Cómo influyen las erupciones volcánicas en los colores de ciertos cielos pintados?

Las grandes erupciones volcánicas lanzan a la alta atmósfera una enorme cantidad de aerosoles que, dispersados por los fuertes vientos, forman un velo que afecta al planeta de dos formas. Por un lado, al bloquear parte de la radiación solar, se produce un descenso transitorio de la temperatura y, por otro, esos aerosoles alteran la dispersión de la luz, lo que intensifica los colores de menores longitudes de onda, como los rojos, naranjas o amarillos. Este fenómeno provoca crepúsculos más intensos durante semanas, meses o, incluso, años, algo que no escapa a la atenta mirada de paisajistas. Lo vemos en pintores como Turner, que, sin duda, quedó impresionado por los cielos encendidos que se vieron en Europa y otras zonas del mundo tras la erupción del volcán Tambora, en 1815.

Las artistas siempre han tenido menos visibilidad que sus colegas hombres. En el contexto de la representación de los cielos, ¿qué pintora crees que debería ser más reconocida por su trabajo?

Sin duda, las mujeres en el mundo artístico no han gozado del reconocimiento que merecen y es difícil obtener información de su obra pictórica. Visibilizar su legado es una tarea pendiente, igual que el de otras tantas mujeres de otros ámbitos. En el caso de la pintura de paisajes, en donde aparecen cielos, me gustaría destacar a la pintora noruega Kitty Lange Kielland y a la pintora impresionista austriaca Tina Blau.

Como puente entre la ciencia y el público general, ¿cómo se puede fomentar un mayor interés por las ciencias atmosféricas? 

El tiempo y el clima tienen la ventaja de ser temas de conversación cotidiana, pero el tratamiento que suelen recibir no siempre es el adecuado. Existe una falta de cultura meteorológica, y aquí es donde la divulgación científica desempeña un papel clave. Personalmente, me gusta resaltar lo atractivo de este campo de estudio en todo lo que hago, porque sé que esto despierta la curiosidad del público.

¿Crees que el arte puede ser una herramienta efectiva en este sentido?

Sin duda. Cada vez hay más ejemplos de que esta fórmula funciona. En mi experiencia, cuando utilizo una pintura conocida para explicar un fenómeno meteorológico, noto cómo se despierta un mayor interés. Por ejemplo, los cuadros de Canaletto con vistas de Venecia son muy conocidos. Si cuento que, gracias a ellos, se puede obtener un indicador del cambio climático, la primera reacción es de sorpresa. Cuando, a continuación, explico que hace unos años unos científicos se dieron cuenta de que las marcas de las algas de las fachadas de los edificios están situadas, en promedio, unos 60 centímetros por debajo que las marcas en esos mismos edificios en la actualidad, crece su interés y quieren saber más. Objetivo cumplido.

A lo largo de tu carrera, ¿has notado un cambio en la percepción de las personas sobre el clima y la meteorología?

El interés por el clima siempre ha existido, pero ahora vivimos un bombardeo de información, especialmente ante grandes catástrofes meteorológicas. El cambio climático ya forma parte de nuestras vidas y esto es otra gran diferencia con respecto a lo que pasaba cuando comencé mi trayectoria profesional en los 90. Aunque ya se hablaba del tema, no se hacía como ahora, ni su magnitud era comparable. La mayoría de las personas son conscientes del proceso de cambio en el que estamos inmersos y de que cada vez nuestras vidas se verán más afectadas por él.

¿Hay algún fenómeno meteorológico que todavía te sorprenda o te fascine y que quisieras explorar en futuros proyectos?

A lo largo de mi vida, me he interesado por infinidad de fenómenos meteorológicos y he presenciado muchos, pero no todos los que me gustaría. Tengo pendiente un fenómeno mitad meteorológico, mitad astronómico: las auroras polares. No he tenido ocasión de contemplarlas desde latitudes altas, pero confío en poder hacerlo. Quizás surja la oportunidad en el marco de un proyecto científico en 2025. Ojalá que todo vaya para adelante y pueda ser partícipe de esa experiencia, no solo observacional sino de conocimiento científico.

¿Qué perderíamos si se extinguiera el pastoreo?

El aumento de la biodiversidad entre ecosistemas o la reducción del peligro de incendio son algunos beneficios que el pastoreo aporta al medio ambiente, aunque el número de ganaderos y de animales que se dedican a ello no deje de bajar en España.


La pérdida acuciante de ganaderos en España es una realidad que parece pasar desapercibida. En cambio, tras este fenómeno se encuentran consecuencias fatales para el medio ambiente y la propia naturaleza. A pesar de que mucha gente lo desconoce, la ganadería extensiva y el pastoreo son factores importantes a la hora de controlar los ecosistemas y no perder ese conocimiento sobre el monte que siempre ha existido.

Los sistemas ganaderos de bajo impacto en carbono, por ejemplo, permiten presentar balances de carbono neutros o positivos, sobre todo aquellos que favorecen la dispersión de excrementos y orina animales y su reincorporación, lo cual se suma al ciclo del carbono. Entre los impactos ambientales positivos del pastoreo también está la mejora de la biodiversidad gracias al ganado: la trashumancia favorece la dispersión de semillas y permite conectar áreas biodiversas situadas en distintas regiones.

La gestión de ecosistemas abiertos es otro de los aspectos en los que el pastoreo juega un papel determinante. En ecosistemas cambiantes con dinámicas complejas los animales son clave para regular la presencia de especies vegetales que puedan coexistir. 

Los animales pastando son una de las mejores formas de desbroce ecológico

Sin ir más lejos, un proyecto de Red Eléctrica y Enagás llevado a cabo en la montaña de León ha demostrado cómo las zonas pastoreadas registraron mayores tasas de biodiversidad y menos biomasa combustible. «Si se hacen bien las cosas, la simbiosis entre pastoreo y biodiversidad es positiva. Hay que tener cuidado de no sobreexplotar la zona, por eso también es importante retener el conocimiento de quien sí ha trabajado el monte tantos años», defiende Zuriñe Iglesias, pastora y bióloga.

Por otro lado, la ganadería extensiva es crucial a la hora de evitar incendios. «Antes, cuando todavía vivía mucha gente en lo rural y el monte se explotaba mucho más, se hacían quemas controladas. Ahora ya no. Por eso, la naturaleza sigue su curso y los matorrales se desarrollan», comenta esta experta. Ella conoce bien cómo los animales pastando son una de las mejores formas de desbroce ecológico. «Aprovechamos a los rumiantes para eliminar esa biomasa y producir proteína de calidad en carne, leche y derivados», añade.

Iglesias: «Si se hacen bien las cosas, la simbiosis entre pastoreo y biodiversidad es positiva»

Además, la denominada «conservación colaborativa» apuesta porque sea la población local la que también participe de la explotación del paisaje. Si se involucra a los ganaderos en la conservación colaborativa, los pastores podrán actuar como protectores de la naturaleza, revalorizando así los paisajes silvestres.

Iglesias todavía añadiría un impacto positivo más del pastoreo: «Cualquier persona que salga todos los días al monte con sus animales acaba conociéndolo casi a la perfección. Sabrá si ha cambiado el río, si se encuentran nuevos animales silvestres o deja de verlos… Los pastores y las pastoras no dejamos de ser observadores de la fauna y de los ecosistemas, lo que nos proporciona un conocimiento muy grande del medio que no se debería perder», concluye.

El coste de ser periodista ambiental

Informar sobre el deterioro ambiental y los intereses que lo alimentan se ha convertido en un acto de valentía. Un 70 % de los periodistas ambientales ha sufrido agresiones por su trabajo, según datos de la UNESCO. Estos reporteros encarnan hoy una lucha silenciosa por la verdad en un entorno cada vez más hostil. 


Ser periodista ambiental hoy significa, en muchos casos, ser una amenaza para muchos intereses económicos y de poder. La labor de exponer los daños ambientales y a quienes los perpetúan se ha convertido en un acto de resistencia, especialmente en zonas con conflictos de interés en materia de medio ambiente. En regiones de América Latina, el Sudeste Asiático y África, informar sobre la destrucción de los ecosistemas y los abusos de recursos naturales ha puesto a estos reporteros en el punto de mira de aquellos que tienen mucho que ganar y poco que perder con la explotación del entorno. Según datos de Global Witness, Brasil, México, Filipinas y Colombia destacan entre los países donde se denuncia un mayor número de amenazas y agresiones a activistas y periodistas ambientales.

La minería, la deforestación y las prácticas de agricultura intensiva son algunas de las principales causas de conflicto en estas zonas. Empresas multinacionales y sectores económicos poderosos, apoyados en ocasiones por los propios gobiernos, intentan acallar las investigaciones periodísticas a través de intimidaciones y acoso. Un informe de la UNESCO señala que, entre 2009 y 2023, al menos 204 periodistas y medios de comunicación especializados han sido objeto de acciones legales. Actores estatales han presentado denuncias penales contra 93 periodistas, y 39 de ellos han terminado en prisión, sobre todo en Asia y el Pacífico. 

Que la defensa de la preservación del medio ambiente es incómoda para el poder quedó patente con el caso de Dian Fossey, zoóloga y conservacionista estadounidense, conocida principalmente por su trabajo con los gorilas de montaña en Ruanda. Su oposición a los cazadores furtivos y hacia la explotación abusiva de los recursos naturales la pusieron en la diana y fue asesinada el 26 de diciembre de 1985 en su cabaña en Karisoke, Ruanda. 

Algunos gobiernos y empresas están en el punto de mira por intimidaciones y censura contra reporteros ambientales

Es también desgraciadamente paradigmático el caso de Berta Cáceres, la reconocida activista ambiental y defensora de los derechos humanos en Honduras, que fue asesinada el 2 de marzo de 2016. Cáceres era una líder indígena de la etnia lenca y cofundadora del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH). Su trabajo se centraba en la protección del medio ambiente y la defensa de los territorios indígenas frente a proyectos de explotación de recursos, como represas hidroeléctricas y minas, que amenazaban la vida y cultura de las comunidades locales.

Aún sin esclarecer sigue la muerte de Abisaí Pérez, estudiante de la Universidad Autónoma de Ciudad de México que realizó diversas denuncias en torno a las inundaciones en la Ciudad de Tula. El año pasado fue encontrado sin vida y su familia sigue clamando justicia. 

Los cargos por difamación también son comunes, con 63 casos documentados principalmente en Europa y América del Norte, en los que las demandas buscan desacreditar y silenciar a estos periodistas. La criminalización, las demandas y el acoso judicial son estrategias recurrentes para frenar la cobertura sobre temas ambientales. Las campañas de desprestigio y la desinformación buscan deslegitimar las informaciones y presentar a los reporteros como adversarios del desarrollo económico. 

Los ataques a periodistas ambientales revelan los altos riesgos de informar sobre temas ecológicos

Carolina Amaya, periodista ambiental salvadoreña denuncia tácticas intimidatorias contra ella y contra su familia. Desde su exilio voluntario en México, la periodista asegura que el acoso ha sido permanente desde que comenzó a investigar la situación opaca del lago de Coatepeque, un ecosistema que ha sido objeto de permisos de construcción opacos, 

«El 28 de febrero de 2023, publicamos una investigación sobre la construcción ilegal en Coatepeque y esa misma noche, mi papá fue detenido bajo el régimen de excepción», denuncia Amaya. 

El rol crucial del periodismo ambiental

A pesar de estos desafíos, el periodismo ambiental es esencial para que la sociedad comprenda la gravedad de la crisis climática y las prácticas que contribuyen a ella. Sin estas voces, el público perdería acceso a información vital sobre temas como la pérdida de biodiversidad, los abusos empresariales, el cambio climático y la contaminación. 

Fortalecer la seguridad de los periodistas ambientales es una prioridad urgente para cualquier sociedad que aspire a la transparencia y la sostenibilidad. Proteger su labor implica implementar leyes que sancionen a quienes los atacan, promover políticas que defiendan la libertad de prensa y reconocer su trabajo como un pilar en la defensa del medio ambiente.

Los incendios forestales en cifras

El cambio climático y la acción del hombre provocan que cada año miles de hectáreas sean arrasadas por las llamas, con efectos devastadores para especies animales, vegetales y vidas humanas.


Los incendios forestales, tanto los provocados por la acción humana como por los fenómenos naturales, se han convertido en una de las grandes amenazas para los ecosistemas a nivel mundial. En un contexto de cambio climático, las temperaturas más altas y los periodos de sequía prolongados están haciendo que estos eventos sean cada vez más destructivos y frecuentes. Y la península ibérica, con su clima mediterráneo, es una de las regiones más afectadas de Europa: cada verano, los incendios arrasan miles de hectáreas, destruyendo bosques, alterando hábitats y poniendo en peligro la vida de humanos y animales.

España, junto a Portugal, es uno de los países europeos más golpeados por los incendios forestales en las últimas décadas. Según datos del Centro de Coordinación de Información sobre Emergencias Forestales (EFFIS), el número de incendios en la península viene mostrando una tendencia preocupante. En 2022, España registró casi 500 grandes incendios forestales (se considera así a los que superan las 30 hectáreas) en uno de los peores que se recuerda en este aspecto. El observatorio estima que 306.555 hectáreas fueron devastadas solo durante ese periodo. Este dato supone un incremento considerable con respecto a los promedios históricos, con un 237% más de hectáreas arrasadas que el promedio anual de la última década, que no llega a 100.000 anuales. Además, según los datos más recientes del MITECO, en España ha habido un total de 17 grandes incendios (>500 hectáreas) en lo que va de año.

 

Si bien factores naturales como los rayos pueden provocar incendios, el 95% de los incendios en España tienen su origen en actividades humanas, según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). Ya sea por negligencia (quemas agrícolas descontroladas, hogueras mal apagadas…) o intencionadamente, la acción humana directa es un factor clave en la propagación de estos desastres.

Y si el ser humano es el encendedor, el cambio climático es el combustible. Las temperaturas más altas, las olas de calor más prolongadas y las sequías recurrentes crean un entorno propicio para la rápida propagación de incendios. Un informe reciente del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) advierte de que, si las emisiones de gases de efecto invernadero continúan aumentando, las condiciones extremas que facilitan los incendios serán aún más frecuentes en el sur de Europa.

 

 

Los incendios forestales no solo destruyen vastas áreas de bosques, sino que también alteran drásticamente los ecosistemas. Se estima que más de 4.400 especies terrestres y de agua dulce están amenazadas por la creciente frecuencia de incendios a nivel global, según el estudio Fire and biodiversity in the Anthropocene, publicado en la revista Science en 2020. Aunque no existen datos concretos sobre el general de la península ibérica, sí se sabe que casos como el del incendio de la Sierra de la Culebra, en Zamora en 2020, afectaron a unas 60 especies de vertebrados.

La erosión del suelo es otro efecto colateral grave de los incendios forestales que además genera un círculo vicioso. Los suelos que quedan expuestos tras los incendios pierden su capacidad de retener agua, lo que aumenta el riesgo de inundaciones y reduce la fertilidad del terreno, afectando así a la regeneración natural de los bosques y la agricultura local. Si durante los años 60 y 70 lo normal era que las zonas arboladas se viesen más afectadas por el fuego, a partir del siglo XXI suelen ser las hectáreas sin vegetación, más extendidas, las que se convierten en pasto de las llamas. 

 

 

Además de los daños ambientales, los incendios forestales tienen un impacto directo en la vida humana. En España, miles de personas son evacuadas cada año ante el avance del fuego. Por ejemplo, en el año 2022, los incendios obligaron a más de 30.000 personas a abandonar sus hogares, dejando pérdidas millonarias en infraestructura y propiedades, según los datos de Greenpeace.

Y aún hay más: el humo de los incendios también tiene consecuencias graves para la salud. Los incendios forestales generan grandes cantidades de partículas finas, que pueden viajar a largas distancias y aumentar la contaminación del aire en áreas urbanas y rurales. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la exposición prolongada a estas partículas está relacionada con enfermedades respiratorias y cardiovasculares –o incluso la demencia–, y se estima que la mala calidad del aire contribuye a que haya unas 4,5 millones de muertes prematuras al año en todo el mundo. 

Estas son solo algunas de las cifras que ilustran el daño que provocan los incendios, un fenómeno que va mucho más allá de unas hectáreas quemadas.