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¿Qué perderíamos si se extinguiera el pastoreo?

El aumento de la biodiversidad entre ecosistemas o la reducción del peligro de incendio son algunos beneficios que el pastoreo aporta al medio ambiente, aunque el número de ganaderos y de animales que se dedican a ello no deje de bajar en España.


La pérdida acuciante de ganaderos en España es una realidad que parece pasar desapercibida. En cambio, tras este fenómeno se encuentran consecuencias fatales para el medio ambiente y la propia naturaleza. A pesar de que mucha gente lo desconoce, la ganadería extensiva y el pastoreo son factores importantes a la hora de controlar los ecosistemas y no perder ese conocimiento sobre el monte que siempre ha existido.

Los sistemas ganaderos de bajo impacto en carbono, por ejemplo, permiten presentar balances de carbono neutros o positivos, sobre todo aquellos que favorecen la dispersión de excrementos y orina animales y su reincorporación, lo cual se suma al ciclo del carbono. Entre los impactos ambientales positivos del pastoreo también está la mejora de la biodiversidad gracias al ganado: la trashumancia favorece la dispersión de semillas y permite conectar áreas biodiversas situadas en distintas regiones.

La gestión de ecosistemas abiertos es otro de los aspectos en los que el pastoreo juega un papel determinante. En ecosistemas cambiantes con dinámicas complejas los animales son clave para regular la presencia de especies vegetales que puedan coexistir. 

Los animales pastando son una de las mejores formas de desbroce ecológico

Sin ir más lejos, un proyecto de Red Eléctrica y Enagás llevado a cabo en la montaña de León ha demostrado cómo las zonas pastoreadas registraron mayores tasas de biodiversidad y menos biomasa combustible. «Si se hacen bien las cosas, la simbiosis entre pastoreo y biodiversidad es positiva. Hay que tener cuidado de no sobreexplotar la zona, por eso también es importante retener el conocimiento de quien sí ha trabajado el monte tantos años», defiende Zuriñe Iglesias, pastora y bióloga.

Por otro lado, la ganadería extensiva es crucial a la hora de evitar incendios. «Antes, cuando todavía vivía mucha gente en lo rural y el monte se explotaba mucho más, se hacían quemas controladas. Ahora ya no. Por eso, la naturaleza sigue su curso y los matorrales se desarrollan», comenta esta experta. Ella conoce bien cómo los animales pastando son una de las mejores formas de desbroce ecológico. «Aprovechamos a los rumiantes para eliminar esa biomasa y producir proteína de calidad en carne, leche y derivados», añade.

Iglesias: «Si se hacen bien las cosas, la simbiosis entre pastoreo y biodiversidad es positiva»

Además, la denominada «conservación colaborativa» apuesta porque sea la población local la que también participe de la explotación del paisaje. Si se involucra a los ganaderos en la conservación colaborativa, los pastores podrán actuar como protectores de la naturaleza, revalorizando así los paisajes silvestres.

Iglesias todavía añadiría un impacto positivo más del pastoreo: «Cualquier persona que salga todos los días al monte con sus animales acaba conociéndolo casi a la perfección. Sabrá si ha cambiado el río, si se encuentran nuevos animales silvestres o deja de verlos… Los pastores y las pastoras no dejamos de ser observadores de la fauna y de los ecosistemas, lo que nos proporciona un conocimiento muy grande del medio que no se debería perder», concluye.

El coste de ser periodista ambiental

Informar sobre el deterioro ambiental y los intereses que lo alimentan se ha convertido en un acto de valentía. Un 70 % de los periodistas ambientales ha sufrido agresiones por su trabajo, según datos de la UNESCO. Estos reporteros encarnan hoy una lucha silenciosa por la verdad en un entorno cada vez más hostil. 


Ser periodista ambiental hoy significa, en muchos casos, ser una amenaza para muchos intereses económicos y de poder. La labor de exponer los daños ambientales y a quienes los perpetúan se ha convertido en un acto de resistencia, especialmente en zonas con conflictos de interés en materia de medio ambiente. En regiones de América Latina, el Sudeste Asiático y África, informar sobre la destrucción de los ecosistemas y los abusos de recursos naturales ha puesto a estos reporteros en el punto de mira de aquellos que tienen mucho que ganar y poco que perder con la explotación del entorno. Según datos de Global Witness, Brasil, México, Filipinas y Colombia destacan entre los países donde se denuncia un mayor número de amenazas y agresiones a activistas y periodistas ambientales.

La minería, la deforestación y las prácticas de agricultura intensiva son algunas de las principales causas de conflicto en estas zonas. Empresas multinacionales y sectores económicos poderosos, apoyados en ocasiones por los propios gobiernos, intentan acallar las investigaciones periodísticas a través de intimidaciones y acoso. Un informe de la UNESCO señala que, entre 2009 y 2023, al menos 204 periodistas y medios de comunicación especializados han sido objeto de acciones legales. Actores estatales han presentado denuncias penales contra 93 periodistas, y 39 de ellos han terminado en prisión, sobre todo en Asia y el Pacífico. 

Que la defensa de la preservación del medio ambiente es incómoda para el poder quedó patente con el caso de Dian Fossey, zoóloga y conservacionista estadounidense, conocida principalmente por su trabajo con los gorilas de montaña en Ruanda. Su oposición a los cazadores furtivos y hacia la explotación abusiva de los recursos naturales la pusieron en la diana y fue asesinada el 26 de diciembre de 1985 en su cabaña en Karisoke, Ruanda. 

Algunos gobiernos y empresas están en el punto de mira por intimidaciones y censura contra reporteros ambientales

Es también desgraciadamente paradigmático el caso de Berta Cáceres, la reconocida activista ambiental y defensora de los derechos humanos en Honduras, que fue asesinada el 2 de marzo de 2016. Cáceres era una líder indígena de la etnia lenca y cofundadora del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH). Su trabajo se centraba en la protección del medio ambiente y la defensa de los territorios indígenas frente a proyectos de explotación de recursos, como represas hidroeléctricas y minas, que amenazaban la vida y cultura de las comunidades locales.

Aún sin esclarecer sigue la muerte de Abisaí Pérez, estudiante de la Universidad Autónoma de Ciudad de México que realizó diversas denuncias en torno a las inundaciones en la Ciudad de Tula. El año pasado fue encontrado sin vida y su familia sigue clamando justicia. 

Los cargos por difamación también son comunes, con 63 casos documentados principalmente en Europa y América del Norte, en los que las demandas buscan desacreditar y silenciar a estos periodistas. La criminalización, las demandas y el acoso judicial son estrategias recurrentes para frenar la cobertura sobre temas ambientales. Las campañas de desprestigio y la desinformación buscan deslegitimar las informaciones y presentar a los reporteros como adversarios del desarrollo económico. 

Los ataques a periodistas ambientales revelan los altos riesgos de informar sobre temas ecológicos

Carolina Amaya, periodista ambiental salvadoreña denuncia tácticas intimidatorias contra ella y contra su familia. Desde su exilio voluntario en México, la periodista asegura que el acoso ha sido permanente desde que comenzó a investigar la situación opaca del lago de Coatepeque, un ecosistema que ha sido objeto de permisos de construcción opacos, 

«El 28 de febrero de 2023, publicamos una investigación sobre la construcción ilegal en Coatepeque y esa misma noche, mi papá fue detenido bajo el régimen de excepción», denuncia Amaya. 

El rol crucial del periodismo ambiental

A pesar de estos desafíos, el periodismo ambiental es esencial para que la sociedad comprenda la gravedad de la crisis climática y las prácticas que contribuyen a ella. Sin estas voces, el público perdería acceso a información vital sobre temas como la pérdida de biodiversidad, los abusos empresariales, el cambio climático y la contaminación. 

Fortalecer la seguridad de los periodistas ambientales es una prioridad urgente para cualquier sociedad que aspire a la transparencia y la sostenibilidad. Proteger su labor implica implementar leyes que sancionen a quienes los atacan, promover políticas que defiendan la libertad de prensa y reconocer su trabajo como un pilar en la defensa del medio ambiente.

Los incendios forestales en cifras

El cambio climático y la acción del hombre provocan que cada año miles de hectáreas sean arrasadas por las llamas, con efectos devastadores para especies animales, vegetales y vidas humanas.


Los incendios forestales, tanto los provocados por la acción humana como por los fenómenos naturales, se han convertido en una de las grandes amenazas para los ecosistemas a nivel mundial. En un contexto de cambio climático, las temperaturas más altas y los periodos de sequía prolongados están haciendo que estos eventos sean cada vez más destructivos y frecuentes. Y la península ibérica, con su clima mediterráneo, es una de las regiones más afectadas de Europa: cada verano, los incendios arrasan miles de hectáreas, destruyendo bosques, alterando hábitats y poniendo en peligro la vida de humanos y animales.

España, junto a Portugal, es uno de los países europeos más golpeados por los incendios forestales en las últimas décadas. Según datos del Centro de Coordinación de Información sobre Emergencias Forestales (EFFIS), el número de incendios en la península viene mostrando una tendencia preocupante. En 2022, España registró casi 500 grandes incendios forestales (se considera así a los que superan las 30 hectáreas) en uno de los peores que se recuerda en este aspecto. El observatorio estima que 306.555 hectáreas fueron devastadas solo durante ese periodo. Este dato supone un incremento considerable con respecto a los promedios históricos, con un 237% más de hectáreas arrasadas que el promedio anual de la última década, que no llega a 100.000 anuales. Además, según los datos más recientes del MITECO, en España ha habido un total de 17 grandes incendios (>500 hectáreas) en lo que va de año.

 

Si bien factores naturales como los rayos pueden provocar incendios, el 95% de los incendios en España tienen su origen en actividades humanas, según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). Ya sea por negligencia (quemas agrícolas descontroladas, hogueras mal apagadas…) o intencionadamente, la acción humana directa es un factor clave en la propagación de estos desastres.

Y si el ser humano es el encendedor, el cambio climático es el combustible. Las temperaturas más altas, las olas de calor más prolongadas y las sequías recurrentes crean un entorno propicio para la rápida propagación de incendios. Un informe reciente del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) advierte de que, si las emisiones de gases de efecto invernadero continúan aumentando, las condiciones extremas que facilitan los incendios serán aún más frecuentes en el sur de Europa.

 

 

Los incendios forestales no solo destruyen vastas áreas de bosques, sino que también alteran drásticamente los ecosistemas. Se estima que más de 4.400 especies terrestres y de agua dulce están amenazadas por la creciente frecuencia de incendios a nivel global, según el estudio Fire and biodiversity in the Anthropocene, publicado en la revista Science en 2020. Aunque no existen datos concretos sobre el general de la península ibérica, sí se sabe que casos como el del incendio de la Sierra de la Culebra, en Zamora en 2020, afectaron a unas 60 especies de vertebrados.

La erosión del suelo es otro efecto colateral grave de los incendios forestales que además genera un círculo vicioso. Los suelos que quedan expuestos tras los incendios pierden su capacidad de retener agua, lo que aumenta el riesgo de inundaciones y reduce la fertilidad del terreno, afectando así a la regeneración natural de los bosques y la agricultura local. Si durante los años 60 y 70 lo normal era que las zonas arboladas se viesen más afectadas por el fuego, a partir del siglo XXI suelen ser las hectáreas sin vegetación, más extendidas, las que se convierten en pasto de las llamas. 

 

 

Además de los daños ambientales, los incendios forestales tienen un impacto directo en la vida humana. En España, miles de personas son evacuadas cada año ante el avance del fuego. Por ejemplo, en el año 2022, los incendios obligaron a más de 30.000 personas a abandonar sus hogares, dejando pérdidas millonarias en infraestructura y propiedades, según los datos de Greenpeace.

Y aún hay más: el humo de los incendios también tiene consecuencias graves para la salud. Los incendios forestales generan grandes cantidades de partículas finas, que pueden viajar a largas distancias y aumentar la contaminación del aire en áreas urbanas y rurales. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la exposición prolongada a estas partículas está relacionada con enfermedades respiratorias y cardiovasculares –o incluso la demencia–, y se estima que la mala calidad del aire contribuye a que haya unas 4,5 millones de muertes prematuras al año en todo el mundo. 

Estas son solo algunas de las cifras que ilustran el daño que provocan los incendios, un fenómeno que va mucho más allá de unas hectáreas quemadas.

Acuerdos históricos que transformaron la acción climática global

Se empezó a hablar de cambio climático ya en el siglo XIX, pero tuvieron que llegar los tratados internacionales para impulsar una acción global. Desde el Protocolo de Kioto hasta el Pacto Verde Europeo, repasamos los acuerdos clave que han moldeado nuestra respuesta a esta crisis.


La advertencia sobre el cambio climático tiene sus raíces en el siglo XIX, cuando científicos como Eunice Foote y John Tyndall identificaron la relación entre ciertos gases atmosféricos, como el dióxido de carbono, y la temperatura de la Tierra. Estos descubrimientos sentaron las bases para comprender cómo el aumento de gases de efecto invernadero afecta al clima. Sin embargo, el verdadero avance en la lucha contra el calentamiento global llegó cuando los países comenzaron a coordinar esfuerzos a través de acuerdos internacionales, reconociendo la necesidad de una acción colectiva y sistemática para mitigar sus efectos. Aquí repasamos los más importantes.

El Protocolo de Kioto, firmado en 1997, fue pionero al establecer metas vinculantes de reducción de emisiones para los países desarrollados, marcando un antes y un después en la acción climática global. Sin embargo, su impacto se vio limitado por la exclusión de economías emergentes como China e India, así como por la no ratificación de Estados Unidos, uno de los mayores emisores de gases contaminantes. A pesar de haber logrado avances en algunos países, la retirada de Canadá en 2011 debilitó sus efectos a largo plazo.

El Protocolo de Kioto, firmado en 1997, fue pionero al establecer metas vinculantes de reducción de emisiones para los países desarrollados

Este vacío fue llenado por el Acuerdo de París en 2015, el pacto más inclusivo hasta la fecha. Aprobado por casi 200 países, su principal objetivo es limitar el aumento de la temperatura global a menos de 2°C, idealmente 1,5°C, sobre niveles preindustriales. Introdujo las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC), donde cada nación se compromete a reducir sus emisiones de acuerdo  con sus capacidades, permitiendo así un enfoque flexible pero ambicioso. Gracias a este acuerdo, la comunidad internacional ha puesto en marcha planes de acción que se revisan periódicamente, aunque su implantación efectiva sigue siendo un desafío en muchos países.

En Europa, el Pacto Verde Europeo, lanzado en 2019, busca convertir al continente en el primero climáticamente neutro para 2050. Además de la reducción de emisiones, aborda múltiples áreas clave, como la protección de la biodiversidad, la promoción de una economía circular y la transición hacia energías limpias. Este plan integral no solo busca frenar el cambio climático, sino también transformar la economía europea hacia un modelo más sostenible y resiliente. Con un sólido respaldo financiero, se posiciona como un ejemplo líder en la lucha climática global.

En Europa, el Pacto Verde Europeo, lanzado en 2019, busca convertir al continente en el primero climáticamente neutro para 2050

Un antecedente clave fue el Acuerdo de Montreal de 1987, cuyo objetivo principal era detener el agujero en la capa de ozono mediante la eliminación de los clorofluorocarbonos (CFC), responsables del agujero en la capa. Aunque no se centró directamente en el cambio climático, fue un éxito global en términos de cooperación internacional y restauración ambiental, y ayudó a sentar las bases para futuros acuerdos.

Estos tratados reflejan el poder de la cooperación global en la lucha contra el cambio climático. Cada uno de ellos ha tenido un impacto tangible, pero la urgencia de la crisis climática actual demanda una mayor ambición y un cumplimiento más estricto de los acuerdos. Como ciudadanos, nos corresponde seguir presionando para que estas metas se alcancen: el futuro del planeta está en juego.

Cinco obras de arte que conciencian sobre el cambio climático

Ice Watch, 2014 Bankside, outside Tate Modern, London, 2018 Photo: Charlie Forgham-Bailey

El arte contemporáneo invita a la reflexión sobre la acción climática uniendo belleza con reivindicación en obras de distinto tipo.


El arte contemporáneo funciona como forma de expresión, y a veces con un fin medioambiental o social. Desligar la obra de su contexto siempre ha sido tarea difícil, más en algunos artistas que han querido capturar la urgencia del cambio climático en sus obras y a la vez invitar al público a reflexionar sobre una acción conjunta para solucionar el problema. El «climate change art» o «arte del cambio climático» lleva ya varios años aunando arte y reivindicación. Estas son algunas de sus obras más destacadas.

  • Ice watch de Olafur Eliasson

En 2014, el danés Olafur Eliasson trajo a Europa varios bloques de hielo desde Groenlandia para crear una instalación temporal en varias ciudades emblemáticas (Copenhague, París y Londres). Los bloques fueron colocados de modo que simularan un reloj. ¿La reflexión? La cuenta atrás para la desaparición de los glaciares: la instalación se daba por terminada cuando los bloques de hielo se derretían por completo. 

Ice Watch, 2014
Bankside, outside Tate Modern, London, 2018
Photo: Charlie Forgham-Bailey
  • Rising de Marina Abramovic

En Rising (2018), la artista serbia aparece como protagonista de un videojuego de realidad virtual. En él, vemos cómo se ahoga poco a poco a medida que sube el nivel del mar. El espectador puede participar en la performance al elegir si salvar o dejar morir a Abramovic y, por tanto, simbólicamente, al planeta. Recientemente la artista también ha presentado Performance for the Oceans (2024), una acción en colaboración con Fundación Blue Marine en la que lanza su súplica por la supervivencia de la Tierra emulando el cuadro El caminante sobre un mar de nubes de Caspar David Friedrich.

Marina Abramović, still from
Rising. Courtesy of Acute Art
  • Crochet Coral Reef Project

Este proyecto colectivo, dirigido por Christine y Margaret Wertheim, pone la mirada sobre los arrecifes de coral y su destrucción. Más de 20.000 artistas han aportado su técnica para tejer un arrecife de coral de crochet gigante, una obra que, según sus creadoras, tiene mucho que ver con el tiempo: el que lleva tejer cada uno de los corales y el que se le está echando encima al planeta Tierra. 

  • I don’t believe in global warming de Banksy

Varios artistas como Pejac o Banksy han utilizado su arte para concienciar a los viandantes de decenas de ciudades del mundo. El arte urbano es una manera sencilla y visual de reflexionar sobre el trato que le estamos dando a nuestro planeta. Un ejemplo es la metáfora visual «I don’t believe in global warming», «no creo en el calentamiento global», que Banksy escribió en el Regent’s Canal de Londres para mostrar con ironía los efectos más visibles del problema.

Banksy is a climate change denier
21 de diciembre de 2009
Matt Brown
  • Ghost forest de Maya Lin

En 2021, el Madison Square Park de Nueva York se convirtió en el hogar de 49 cedros blancos muy particulares. Y es que los árboles fueron plantados ya muertos como parte de una instalación que pretende mostrar los resultados materiales del cambio climático.

Ghost Forest, 2021. 49 Atlantic white cedars.
Collection the artist, courtesy Pace Gallery. ©2020 Maya Lin.
Photograph by Rashmi Gill/Madison Square Park Conservancy.
The exhibition was organized by Madison Park Conservancy, New York, and is on view from May 10, 2021 to November 14, 2021.
Photo credit: Rashmi Gill

Las olas de calor, cada vez más duraderas y mortales

Los periodos de calor estival intenso alcanzan temperaturas más altas, duran más días y provocan más muertes que hace tan solo una década.


Cada verano, las olas de calor se convierten en protagonistas indiscutibles de las noticias, afectando directamente a las personas más vulnerables y condicionando el día a día de todas las demás. Lo que antes era una rareza, hoy parece ser un fenómeno cada vez más habitual, que aumenta en duración, intensidad y consecuencias sociales y sanitarias.

La Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) define las olas de calor como episodios de al menos tres días consecutivos en los que las temperaturas máximas superan las registradas en los meses de julio y agosto del periodo 1971-2000. Pero este fenómeno meteorológico, más allá de su definición, está dejando una huella más profunda de lo que pensamos: no solo impacta el clima, también tiene consecuencias directas sobre la salud y la vida de las personas.

En términos generales, según un estudio publicado recientemente en Environmental Sciences Europe, la duración de las olas de calor en España ha aumentado a un ritmo de 3,9 días por década desde 2009, con un aumento de la intensidad de 9,5 °C anuales. Es decir, si antes eran fenómenos puntuales, hoy el calor extremo se alarga cada vez más. Hasta 2015 lo más normal era que las olas de calor durasen en torno a 5 días, mientras que ahora es menos raro que se alarguen entre los 15 y 20 días, según datos de la AEMET.

 

Este verano, considerado ya como el más caluroso de la historia del planeta, las temperaturas de algunas ciudades españolas como Córdoba o Sevilla han superado los 44 °C en varios días consecutivos. Pero el calor extremo está cada vez más extendido por la geografía española. Así, en 2022 hubo una media de 39 provincias afectadas en todas las olas que tuvieron lugar ese año, el 78% del total, una cifra récord en el histórico de los datos de la AEMET, que arranca en 1975.

 

Las olas de calor se extienden por más tiempo y en más sitios, lo que no solo incrementa el malestar, sino que tiene efectos devastadores en la salud pública. Solo durante las tres primeras semanas de agosto de este año se produjeron en España 1.341 muertes atribuibles al calor, un 47% más que en el mismo periodo de 2023, cuando hubo 906 fallecimientos, según datos del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII). 

La mayoría de estas víctimas eran personas mayores, con problemas crónicos de salud o vulnerables, cuyas viviendas no estaban preparadas para soportar el calor extremo. De hecho, se producen más muertes por calor en zonas menos calurosas, menos preparadas para las temperaturas extremas. Por ejemplo, en León se estima que fallecieron 58 personas por cada 100.000 habitantes este verano, frente a 18 en Málaga, pese a tener esta última el doble de días de calor extremo. Además, está demostrado que las temperaturas extremas agravan enfermedades crónicas y aumentan los casos de infarto y problemas respiratorios.

 

 

El aumento de las olas de calor está íntimamente ligado al cambio climático. La ciencia es clara: a medida que las emisiones de gases de efecto invernadero siguen elevando la temperatura global, las olas de calor se volverán más frecuentes e intensas, con la reacción en cadena que conlleva, también para el desarrollo económico. El calor extremo afecta a la productividad laboral, especialmente en sectores como la agricultura y la construcción, donde trabajar al aire libre bajo el sol se convierte en una tarea peligrosa. Además, el aumento de las temperaturas incrementa la demanda de agua y energía. Se crea un círculo vicioso en el que las ciudades necesitan más recursos para combatir el calor, lo que a su vez genera más emisiones.

Deporte y cuidado del medio ambiente, binomio emergente (y urgente)

En el pasado, muchos eventos deportivos impactaron negativamente en el medio ambiente, pero hoy diversas iniciativas muestran que el deporte puede ser una herramienta plenamente eficaz para reducir la huella de carbono y proteger el planeta.


En las últimas décadas, muchos de los grandes eventos deportivos han supuesto graves efectos negativos sobre el medio ambiente. Por ejemplo, el Mundial de fútbol de 2014, en Brasil, emitió más de 2,7 millones de toneladas de CO2. Asimismo, la huella de carbono de los Juegos Olímpicos de Londres 2012 y Río 2016 fue de alrededor de 3,5 millones de toneladas. Afortunadamente, esto no sucedió en Tokio 2020 porque se celebró sin espectadores, y no ocurrió este verano en París porque se han tomado cartas en el asunto: se redujo a la mitad la huella de CO2.

Dado que la crisis medioambiental es una preocupación global, se requieren acciones coordinadas (y urgentes) para abordar sus consecuencias, y en este contexto, el deporte quiere demostrar que puede ser una herramienta poderosa para generar un impacto positivo, además de redimirse de sus errores del pasado. De este modo, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU reconocen el papel del deporte en la lucha por la sostenibilidad ambiental, pues contribuyen a la consecución del ODS 13 («adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático») y el ODS 15 («conservar la vida de ecosistemas terrestres»).

Hoy más que nunca, las organizaciones deportivas tienen la capacidad de educar a su comunidad y promover valores de desarrollo sostenible, que incluyen el uso eficiente de energías renovables, la reducción de residuos, la minimización del ruido, el fomento de productos ecológicos, la preservación del patrimonio cultural y la lucha contra la violencia deportiva.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU reconocen el papel del deporte en la lucha por la sostenibilidad ambiental, y contribuyen a la consecución del ODS 13 y el ODS 15

A nivel internacional, hay numerosas iniciativas que conciencian sobre el uso respetuoso del medio natural. Entre ellas, Earth Hour Run es una carrera organizada por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), cuyo objetivo es sensibilizar sobre la importancia de la conservación del medio ambiente. En este evento anual, los participantes salen a correr durante la Hora del Planeta, que es un apagón eléctrico voluntario.

Otro caso es el de PADI Aware, un movimiento de la Asociación Profesional de Instructores de Buceo (PADI) centrado en la conservación marina. La iniciativa incluye programas como Dive Against Debris, que moviliza a los buceadores y entusiastas del mar para recoger residuos bajo el agua.

Indudablemente, el abandono de residuos en entornos naturales es un problema que afecta gravemente a la conservación del medio ambiente, y en España también hay iniciativas que luchan contra ello. El proyecto LIBERA, de Ecoembes y SEO/BirdLife, en colaboración con la Asociación del Deporte Español (ADESP), trabaja para mantener los espacios naturales libres de residuos y sensibilizar a la ciudadanía sobre su impacto negativo. En su cometido, esta iniciativa forma a deportistas amateurs como «ecovoluntarios» para concienciar sobre el problema de la basuraleza en eventos deportivos. También quiere crear «ecoembajadores», deportistas de élite que difunden las acciones del proyecto a través de sus redes sociales.

Proyectos nacionales e internacionales, como Earth Hour Run, PADI Aware, LIBERA o Plogging Tour ilustran cómo practicar un deporte es compatible con la defensa del medio ambiente.

Por otro lado, el Plogging Tour España es otra iniciativa que combina el deporte con la acción medioambiental. El plogging es un concepto que combina jogging (correr) y plocka upp (recoger), y se refiere a la práctica de recoger basura mientras se corre. En muchas ciudades españolas se organizan eventos en los que los participantes se dedican a correr o caminar mientras recogen residuos del entorno. Estos eventos promueven tanto la actividad física como la limpieza de espacios naturales y urbanos.

En conclusión, durante los últimos años han surgido iniciativas que incorporan criterios ambientales en la gestión deportiva y organización de eventos, una demostración de que el deporte puede contribuir a la protección medioambiental. Ahora bien, si el objetivo es que el deporte no sea el estandarte de huellas de carbono de 3,5 millones de toneladas, se requiere el esfuerzo colectivo de todas las partes interesadas, gobiernos y ciudadanos, para adoptar prácticas respetuosas con el planeta y crear un futuro prometedor.

¿El cambio climático es una cuestión de género?

género

Según la Organización de Naciones Unidas, el 80% de las personas desplazadas por desastres relacionados con el clima son mujeres, quienes también enfrentan mayores riesgos y cargas debido al cambio climático. Adoptar una perspectiva de género puede transformar a las mujeres de víctimas a agentes de cambio, acelerando una transición no solo verde, sino también socialmente justa.


El cambio climático es una amenaza global, aunque no afecta a todos por igual: exacerba desigualdades estructurales preexistentes y afecta desproporcionadamente a los grupos más vulnerables. Según la Organización de Naciones Unidas (ONU), las mujeres, junto con los niños, tienen 14 veces más probabilidades de morir que los hombres cuando se dan desastres climáticos extremos. De las 230.000 personas que murieron en el tsunami del Océano Índico en 2004, el 70% eran mujeres. Además, la violencia de genero se agrava en el contexto del cambio climático, y la vulnerabilidad en aspectos de salud y seguridad impide a muchas mujeres escapar de situaciones adversas. El UNFPA descubrió que, por ejemplo, la trata sexual se disparó después de que ciclones y tifones azotaran la región de Asia y el Pacífico, y que la violencia de pareja aumentó durante la sequía en África oriental.

Las mujeres no solo sufren mayores riesgos, sino también más cargas para hacer frente a las consecuencias del cambio climático. Una de ellas, procede de los roles tradicionales que desempeñan, como la recolección de agua y alimentos. En el Sur Global desempeñan el 60% del trabajo agrícola, produciendo el 80% de los alimentos

Las mujeres trabajan en las tierras más pequeñas, menos productivas, sin ser propietarias de ellas y sin acceso a recursos esenciales para la agricultura

No obstante, las mujeres trabajan en las tierras más pequeñas y menos productivas, sin ser propietarias y sin acceso a recursos esenciales para la agricultura. Además, encargadas de ir a por agua en el 80% de los hogares donde hace falta, se enfrentan a los efectos de su escasez, con un 30% más de trabajo, caminando cada vez más lejos. Por otro lado, en situaciones desesperadas, pueden llegar a recurrir a la prostitución, para sobrevivir. Este círculo vicioso de exigencias contrapuestas y falta de acceso a recursos perpetúa su vulnerabilidad e impide el acceso a oportunidades que podrían mejorar su situación.

La adaptación al cambio climático requiere más que tecnología y medidas verdes. Las mujeres desempeñan roles cruciales en sus comunidades, como cuidadoras, gestionan recursos naturales y aseguran la supervivencia de sus familias frente a las adversidades. Como expertas productoras de alimentos poseen un conocimiento valioso que puede enriquecer las estrategias de adaptación y mitigación del cambio climático. Sin embargo, su conocimiento y experiencia suelen ser ignorados en las políticas y estrategias climáticas: solo 55 países tienen medidas específicas de adaptación que hacen referencia a la igualdad de género y únicamente 23 países reconocen a las mujeres como agentes de cambio para acelerar el progreso en los compromisos climáticos.

Tal y como declaró Nisreen Elsaim, presidenta del UN Secretary General’s Youth Advisory Group on Climate Change, se debe cambiar el discurso de «no dejar a nadie atrás» a «poner a las personas al frente». La participación femenina en el liderazgo climático y en la financiación es un agente de cambio crucial.

Enfocar la acción climática desde una perspectiva de género, lejos de limitar, amplía el alcance y la profundidad de las políticas climáticas

Tal y como remarca la organización She Changes Climate, las mujeres representan la mitad de la población mundial y, aun así, siguen estando infrarrepresentadas en las negociaciones dirigidas a combatir el cambio climático, enfrentándose a obstáculos como el techo de cristal o las barreras de financiación. De las 28 presidencias de la Conferencia de las Partes de Cambio Climático de la ONU (COP), solo 5 han sido mujeres, la participación femenina en delegaciones se ha mantenido alrededor 30% en los últimos 10 años, según WEDO, y el acceso a financiación climática se limita a un 1% de organizaciones lideradas por mujeres.

Enfocar la acción climática desde una perspectiva de género, lejos de limitar, amplía el alcance y la profundidad de las políticas climáticas.

Medidas como el sistema de cuotas o la copresidencia son a veces percibidas como inclusión artificial. Sin embargo, en el ámbito político, se ha demostrado que el liderazgo femenino está relacionado con medidas más efectivas contra el cambio climático

Por ejemplo, los países con mayorías parlamentarias de mujeres tienden a ratificar más tratados ambientales, crear áreas protegidas y adoptar políticas climáticas estrictas. La inclusión de mujeres en estos espacios no solo es justa, sino también estratégica para enfrentar el cambio climático de manera integral. Según la Guía Práctica: Igualdad de género e inclusión para una transición justa en la acción climática de la OMT, en 2021, por cada 100 hombres considerados como «talento verde» entre más de 800 millones de usuarios, solo había 62 mujeres. Mantener una posición neutral de género puede excluir a las mujeres de oportunidades económicas también en el futuro, en sectores emergentes, más estables y lucrativos, como la transición energética. 

Como el resto de formas de desigualdad social, el género y el cambio climático son cuestiones inseparables. Reconocer y abordar estas intersecciones, desde la evaluación de necesidades y el diseño de soluciones, hasta la medida de impacto, es fundamental para asegurar que las políticas climáticas beneficien a todos, especialmente a los más vulnerables. Al hacerlo, no solo se promueve la igualdad de género, sino que también se fortalece la capacidad global para enfrentar uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo, apostando por una acción climática verdaderamente efectiva y justa.