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El futuro de la sostenibilidad se esconde en el océano

Los mares son esponjas de dióxido de carbono. Su absorción es clave para la mitigación del cambio climático. Según datos de Naciones Unidas, los océanos capturan y secuestran alrededor de un tercio del CO2 producido por la actividad humana. Lo incorporan y almacenan para volverlo bicarbonato, en su reacción con el agua, o carbonato de calcio, presente en corales y moluscos. Pero también juegan un papel importante las algas, pues con su fotosíntesis ayudan a convertir el CO2 en carbono orgánico y paliar los efectos del cambio climático.

En los últimos años se ha comenzado a investigar e invertir en el potencial de las plantas marinas para el futuro de la sostenibilidad. Diversos proyectos, como el Bosque Marino de Red Eléctrica, están apostando, por ejemplo, por el cultivo y la reforestación de las praderas degradadas de posidonia oceánica, un agente natural del secuestro de carbono y de la preservación de los ecosistemas mediterráneos.

Revolución acuática

Varios expertos están trabajando en el cultivo de la Zostera marina, una planta acuática que, además de contribuir a retirar el carbono azul de la atmósfera, evita la erosión de los fondos marinos, beneficia las zonas de refugio y reproducción de la fauna oceánica y reduce la acidificación de los mares. Y también está siendo utilizada en gastronomía.

Los océanos ofrecen oportunidades doradas para el desarrollo de energías renovables y el fortalecimiento de la economía verde

Tras el descubrimiento del chef Ángel León, quien la bautizó el “cereal del mar”, se encontró que las propiedades nutritivas de esta planta, alta en proteínas, vitaminas y minerales, la convierten en un alimento revolucionario que no deja huella hídrica pues no requiere de riego ni abonos.

El biólogo José Lucas Pérez Llorens, quien desarrolla un proyecto de vivero en Cádiz financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación para repoblar parte del litoral, ha explicado que los beneficios de la Zostera marina van aún más lejos. Como dijo a la Agencia Sinc, “hace 14.000 años que las algas se utilizan como medicina, ya sea como cataplasmas para curar heridas o para tratar enfermedades”. Además, se están utilizando en la industria de la cosmecéutica, pues están compuestas de polifenoles, unas moléculas que evitan la oxidación celular.

Algas para la energía limpia

Las algas también se están alzando como material privilegiado para producir sustitutos del plástico y biocombustible, una solución revolucionaria para generar energía verde. A pesar de que su desarrollo es todavía incipiente, se espera que los biocombustibles de biomasa de algas puedan utilizarse de forma generalizada en el transporte, lo que reduce las emisiones de carbono y alivia la dependencia del petróleo. Incluso algunas compañías automotrices como Mazda y Honda han investigado en la materia, y hasta la petrolera Exxon invirtió hace unos años 350 millones de dólares en sus intentos de desarrollar biocarburante a base de algas.

Plantas acuáticas como el llamado "cereal del mar" se alzan como un alimento revolucionario con grandes propiedades y que no dejan huella hídrica

Toda esta innovación científica demuestra que los océanos guardan tesoros para la bioeconomía en sectores tan diversos como la farmacéutica o las energías renovables, y que invertir en la investigación de las algas puede ser la clave para la transición energética y luchar contra el hambre en el mundo. El océano no solo cubre tres cuartas partes del planeta sino que, además, desde ahora, y sobre todo en los próximos años, jugará un rol preponderante para combatir la crisis climática y contribuir al desarrollo social.

Eliminar microplásticos a velocidad de récord olímpico

Berlín, 2009. Usain Bolt bate la plusmarca mundial de los 100 metros lisos en la historia de los Juegos Olímpicos fijando el crono en 9.58. El mismo tiempo en el que una revolucionaria tecnología logró eliminar la práctica totalidad (99,9%) de microplásticos de una muestra de agua. En tan solo diez segundos, el devorador de micro contaminantes conocido como marco covalente de triazeno (CTF, por sus siglas en inglés) consiguió limpiar el agua utilizada por unos investigadores surcoreanos en su laboratorio.

Este grupo solo tuvo que hacer una pequeña modificación de esta sustancia que ya resulta muy efectiva en el sector industrial. Su acción es conocida por depurar las aguas de los tintes orgánicos que generan determinadas actividades. Por tanto, lo único que tenía que hacer el equipo liderado por Park Chi-Young, autor del estudio publicado en la revista Advanced Materials, era realizar los ajustes pertinentes en las moléculas de CTF para que pudiese filtrar más agua.

El material conocido como marco covalente de triazeno (CTF) permite filtrar microplásticos y compuestos orgánicos volátiles

Acto seguido, se aplicó una oxidación suave al material mediante luz solar (lo que permite un mejor flujo hídrico y consigue que los microplásticos se aglutinen en el filtro) y se probó el objeto, con los excelentes resultados mencionados. Por lo visto, aseguran en la publicación, esta herramienta «puede regenerarse varias veces sin pérdida de rendimiento» .

El motivo que ha llevado a este grupo de científicos de Corea del Sur a buscar soluciones a la crisis medioambiental es evidente: «La escasez de agua dulce se está convirtiendo en uno de los retos mundiales más críticos debido a la grave contaminación del agua causada por los microcontaminantes y los compuestos orgánicos volátiles (COV)».

Para hacer frente a los segundos, micropartículas que pueden dañar gravemente el medioambiente y perjudicar nuestra salud (como el benceno o el cloruro de vinilo), otro diseño específico de CTF también funciona: acabó con el 98% de los COV en agua con ayuda de la irradiación solar. Con esto, los investigadores aunaron las dos membranas fabricadas (la que engulle microplásticos y COV) en un prototipo que logró purificar el 99,9% de ambos contaminantes del agua, que en este caso fueron derivados del fenol (presente en multitud de materiales, como el nailon o los detergentes).

2.200 “torres Eiffeles”

Ante la magnitud del problema de los plásticos, que Naciones Unidas estima entre 19 y 23 millones de toneladas de desechos arrojadas cada año al medioambiente (degradándose en mares y océanos hasta convertirse en microplásticos) y que equivaldría, indican, a unas «2.200 torres Eiffeles juntas», hay en marcha otras líneas de investigación para dar con soluciones eficaces y rápidas.

Entre ellas, está la del irlandés Fionn Ferreira, que consiste en atrapar y extraer los microplásticos del agua mediante una tecnología de imanes. Al jovencísimo inventor (22 años) se le ocurrió que una mezcla de ferrofluido (un líquido magnético) podría adherirse a las micropartículas contaminantes para, después, eliminarlas mediante imanes.

Otras iniciativas prueban el uso de ferrofluidos para imantar los contaminantes y extraerlos del agua, o buscan recrear el sistema digestivo de algunos peces por su eficacia al capturar micropartículas

Como resultado, consiguió atrapar en torno al 85% de microplásticos de una sola vez. Además, este material inocuo y sin huella medioambiental es reutilizable, por lo que podría ser un potencial candidato a depurar las aguas potables. Por el momento, Ferreira ha sumado a su causa a otros ecologistas convencidos como el actor Robert Downey Jr. (el Iron Man de Marvel) y, mientras sigue con las pruebas de su experimento, acudirá a Valencia para ser, quizá, el próximo mejor joven inventor europeo del año.

Es en la capital del Turia donde un equipo multidisciplinar de expertos trabaja, a través de un consorcio público-privado, en recrear el aparato digestivo de especies marinas como el pez mantarraya, «con una elevada eficiencia de captura de microplancton», para aplicarlo en la eliminación de microplásticos en sistemas de tratamiento de aguas residuales, según se explica en su página web.

¿Azúcar como alternativa a la gasolina?

Científicos de todo el mundo llevan décadas estudiando la viabilidad de los biocombustibles como alternativa para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. A finales de 2021, investigadores de las universidades de Buffalo y Berkeley (Estados Unidos) lograron desarrollar un método que permite transformar la glucosa en olefinas, un tipo de hidrocarburo que se encuentra entre los componentes esenciales de la gasolina. Suena a ciencia ficción, pero la posibilidad de que el azúcar pueda proporcionar movilidad a nuestros vehículos ya es real.

La citada investigación estuvo dirigida por las bioquímicas Zhen Q. Wang, de la Universidad de Buffalo, y Michelle C. Y. Yang, de la Universidad de Berkeley, cuyos hallazgos compartieron en un artículo publicado en la revista Nature Chemistry.

La bacteria Escherichia colli ha sido modificada para producir moléculas esenciales de la gasolina

Los equipos dirigidos por ambas científicas lograron, a través de la biología y la química, un gran avance en la búsqueda de biocombustibles sostenibles al convertir la glucosa en olefinas. Además de ser moléculas esenciales de la gasolina, son empleadas como lubricantes industriales y en la fabricación de plásticos, por lo que el logro de esta investigación podría ser importante no solo para hacer más sostenible la industria del automóvil.

Toda la investigación ha girado alrededor de la bacteria Escherichia coli, habitual habitante del tracto intestinal de muchos animales, incluido el ser humano, para cuyo proceso digestivo es esencial. Este organismo, dada su alta velocidad de crecimiento y sus bajos requerimientos nutricionales, es habitualmente utilizado en los laboratorios. Lo que los equipos de Wang y Yang han descubierto es la debilidad que dichos microbios tienen por la glucosa. De esta manera, alimentaron con azúcar diversas cepas de Escherichia coli, modificaron su genética y transformaron su glucosa en ácidos grasos que, tras un proceso químico de refinado, dan lugar a las olefinas.

Hasta ahora, no son pocas las voces que se han alzado contra diversos biocombustibles cuya producción aumenta el agotamiento de nuestros recursos hídricos y el uso de fertilizantes y plaguicidas altamente contaminantes. El descubrimiento que nos ocupa logra solventar estos problemas, al ser la glucosa un recurso renovable.

Como explica Wang, «la glucosa es producida por las plantas a través de la fotosíntesis, que convierte el CO2 y el agua en oxígeno y azúcar». De esta manera, el carbono que habita en la glucosa que posteriormente puede convertirse en olefinas procede del CO2 extraído de la atmósfera. En este aspecto, la sostenibilidad está asegurada.

Este nuevo proceso de producción de biocombustible podría mejorar la sostenibilidad tanto la industria del automóvil como la de otros sectores

No es la primera vez que la Universidad de Berkeley se embarca en estudios similares. Ya en 2018, ingenieros químicos de dicha institución resucitaron el uso de la fermentación bacteriana descubierta hace casi un siglo por el israelí Chaim Weizmann para convertir el almidón en explosivos. En aquella ocasión, lo que se utilizó fue azúcar de maíz y caña que, fermentados, producían hidrocarburos de los que contiene el diésel. El problema radicaba en el enorme coste de producción y el consumo energético del proceso.

El nuevo descubrimiento se enfrenta al mismo problema. Para lograr que este revolucionario proceso de producción de biocombustible sea efectivamente sostenible y respetuoso con el medio ambiente hay que profundizar en los análisis para comprobar si la energía que precisará se implementa a escala industrial.

Los estudios continuarán para asegurar la ansiada viabilidad y lograr que, tal vez, en un futuro cercano, los motores de nuestros vehículos se alimenten, como nosotros mismos, de azúcar.

Las cápsulas de café caminan hacia la sostenibilidad

Siete de cada diez hogares españoles recurren a las monodosis para levantarse por la mañana: son fáciles de usar, rápidas y, sobre todo, permiten acceder a una enorme variedad de cafés. Las hay de todos los sabores y colores. Sin embargo, siguen levantando dudas acerca de su sostenibilidad ya que, al estar fabricadas de plástico y aluminio, resultan muy difíciles de reciclar. Como alternativa, en los últimos años han surgido novedosas propuestas para evitar que este gran placer constituya un ataque directo contra el planeta.

Clic. Empieza el rugido metálico. El olor a tostado invade la estancia. Ristretto, caramel machiatto, un cappuccino. En cuestión de segundos, ese manjar de la mañana —de los campos de Colombia o cultivado en el interior de Italia— está listo para consumir. Visto así, es casi como teletransportarse: ya no hace falta salir de casa (o de la oficina) para disfrutar del café perfecto. La comodidad y el lujo para los más cafeteros concentrados en una cápsula de café, ese pequeño envase que revolucionó nuestro país en el 2000, si bien ya en 1976 se comercializaban los prototipos que ahora consumen a diario siete de cada diez hogares, según datos del Ministerio de Agricultura.

Pero no es oro todo lo que reluce. A medida que ha crecido la conciencia medioambiental de la población también lo ha hecho la preocupación por este formato de consumo que concentra más del 50% de los ingresos totales de venta de café al año. Por múltiples razonas, la primera, y más fundamental, porque estas cápsulas están compuestas de plástico y aluminio, dos materiales que complican su reciclado —el café se queda impregnado de tal forma en el envase que no puede ir ni al contenedor verde ni al amarillo— y que producen, en palabras de Scientific Reports, «un desperdicio insuperable en los vertederos».

De hecho, se desechan tantas monodosis al día a nivel global que con ellas se podría dar la vuelta al mundo 14 veces durante un siglo, que es justamente el tiempo que las cápsulas de café mal gestionadas se mantienen en el entorno. La envergadura del problema ha traído tantos dolores de cabeza que, en 2017, el padre del invento, John Sylvan, llegó a confesar arrepentirse de haberlo creado. 

Se desechan tantas monodosis al día que con ellas se podría dar la vuelta al mundo 14 veces durante un siglo, el tiempo que tardan en desaparecer del entorno

Ante esta situación no han sido pocas las propias empresas de café y otras organizaciones las que han habilitado puntos de recogida de cápsulas en diferentes lugares del mundo para acabar con la realidad de que el 70% de las cápsulas —4900 millones— acaba, en el mejor de los casos, en los vertederos. También quieren evitar su prohibición —la Ley de Residuos española casi las incluye en la lista de plásticos de un solo uso que se eliminarán—. Sin embargo, desde que la Agenda 2030 cobró protagonismo, las organizaciones internacionales han dedicado todos sus esfuerzos en insistir en la importancia de que pensar en verde es fundamental en toda la cadena de producción, de principio a fin. 

De nada sirve habilitar puntos de recogida para las cápsulas si no se ha tenido en cuenta el impacto de su fabricación: el proceso de extracción del café y la producción de las monodosis necesitan grandes cantidades de agua y energía, además de emitir toneladas de gases de efecto invernadero.

La situación se agrava si tenemos en cuenta que la materia prima para fabricarlos se extrae de puntos concretos en países de América Latina o África, y la conflictividad aumenta en aquellas zonas donde habitan comunidades indígenas. La factura social y medioambiental exige una respuesta más ambiciosa que sitúe a la economía circular en el centro, lo que exige dar con diseños que minimicen el impacto.

Si la cápsula es el problema, ¿podríamos eliminarlas? Así lo demuestran unas nuevas esferas de café sin envase producidas recientemente en Suiza. Su corteza exterior está fabricada de granos de café comprimidos, que proporcionan una resistencia similar al plástico y mantienen a salvo el café molido de su interior sin producir un solo residuo (más allá de los posos de café, que pueden utilizarse como compostaje). Otra propuesta interesante son los envases de materiales y tintas biodegradables que desaparecen y reducen el tiempo de descomposición de tres a seis meses aproximadamente: las islas Baleares han sido pioneras en el asunto, regulando en su ley de plásticos de un solo uso que «las cápsulas de café estén fabricadas con materiales compostables o bien fácilmente reciclables, orgánica o mecánicamente». 

Algunas compañías ya han desarrollado envases fabricados con polímeros que se descomponen en compost a los seis meses de haberse utilizado

Aunque hay una diferencia muy sutil entre biodegradable y compostable: la primera implica que el producto desaparece en la naturaleza, mientras que la segunda significa que este se convierte en abono cuando se deja en espacios con residuos orgánicos. Algunas marcas de café ya están apostando por esta segunda opción y desarrollado un tipo de polímero que se transforma en compost a los seis meses de haberse utilizado y que puede mezclarse con el resto de basura orgánica.

Y para quienes no acaben de confiar en este tipo de monodosis, ya se venden decenas de tipos de cápsulas reutilizables (fabricadas con acero inoxidable) compatibles con las principales marcas, una buena opción en lugares donde el desecho de cápsulas se multiplica, como las oficinas y otros puestos de trabajo, para evitar que el placer de beber café se convierta en un ataque directo contra el planeta.

Playas de arena verde para proteger el planeta

El olivino, un material de origen volcánico y color verdoso, se revela como un elemento fundamental a la hora de capturar carbono y evitar que este continúe yendo hacia la atmósfera.

Cuando uno se imagina una playa ideal, a su cabeza acuden imágenes de una arena clara bañada por agua cristalina; una combinación de colores relajante a la par que estimulante habitualmente asociada a latitudes tropicales. Al mismo tiempo, habrá quien al pensar en playas viaje directamente a zonas de origen volcánico donde los tonos blanquecinos de la arena son sustituidos por colores más oscuros, producto de la solidificación de la lava al entrar en contacto con el agua. Lo que se puede afirmar con casi total seguridad es que nadie pensaría en un lugar de arena verde. Y, sin embargo, puede que este concepto resulte absolutamente definitorio a la hora de detener, o al menos reducir, la degradación del planeta.

Capturar carbono consiste en utilizar tecnologías y acciones que atrapan el dióxido de carbono del aire y lo vuelven a encerrar de forma similar a como estaba antes de que se quemase en forma de combustible fósil

Así lo consideran diferentes científicos centrados en estudiar las propiedades del olivino, un mineral de origen volcánico y tonalidad verdosa que, sometido a una serie de condicionantes, sería capaz de capturar millones de toneladas de dióxido de carbono, en concreto, de “secuestrarlas”, esto es, atrapar el dióxido de carbono del aire y devolverlo de forma similar a como estaba antes de que se quemase en forma de combustible fósil. En este sentido,  a raíz de la erupción del volcán de La Palma, el olivino se ha convertido en uno de los principales materiales de la isla, siendo este uno de los principales lugares donde se puede hallar en España.

El proyecto Vesta plantea esparcir el mineral verde sobre las playas a modo de arena, de tal manera que su interacción con las olas logre extraer carbono del aire. Este proceso viene dado por una reacción química que saca el gas de efecto invernadero del ambiente y lo encierra en las conchas y esqueletos de los moluscos y corales. De hecho, según los primeros estudios, y tal y como figura en un artículo publicado en la revista del Instituto de Tecnología de Massachusetts, el proceso podría ayudar a almacenar cientos de trillones de toneladas de dióxido de carbono, una cantidad que podría suponer más dióxido de carbono del que se ha emitido desde la Revolución Industrial.

El proyecto Vesta plantea esparcir olivino sobre las playas a modo de arena de tal manera que su interacción con las olas extraiga carbono del aire

Si bien este método se sabe que funciona, puesto que la meteorización de los minerales es uno de los principales mecanismos que el planeta utiliza para reciclar el dióxido de carbono, lo que se pretende dimensionar a través de Vesta son las posibilidades de implantación de este sistema en las playas. Una puesta en marcha que, según los investigadores a cargo del proyecto, tan solo tendría un coste de 10 dólares por cada tonelada de dióxido de carbono absorbida y que ya se ha materializado en una playa del Caribe.

Esta iniciativa, que de prosperar generaría un nuevo concepto de playa con el verde como color principal, es una más de las propuestas que en los últimos años se han desarrollado de cara a reducir los índices de contaminación del planeta y revertir así una situación realmente urgente. Iniciativas que parten del propio medio ambiente como foco principal de soluciones.

Esconder el carbono de forma definitiva

¿Quién no ha pensado alguna vez en coger algo malo y poder encerrarlo para siempre donde no vuelva a suponer un problema? Aunque tentador, desafortunadamente no es una opción que sea siempre posible. La mayoría de las veces resulta inevitable aprender a convivir junto a ciertas cuestiones negativas del día a día. Sin embargo, hay un aspecto, quizá el más relevante en lo que al ser humano refiere, donde esta solución más parecida a un truco de magia podría resultar no solo posible, sino efectiva: el calentamiento global causado por la acumulación de carbono.

La cuestión pasa por replantear de forma eficaz los recursos y actividades disponibles

Atrapar carbono puede parecer un concepto alejado de la realidad, pero encerrar algo tan complejo como un gas, evitando que este continúe agrupándose en la atmósfera, se ha revelado como una de las grandes claves a la hora de frenar el desgaste del planeta. La pregunta es: ¿cómo y por qué? En el fondo, capturar carbono supone un proceso mucho más lógico de lo que puede parecer a simple vista. De hecho, parte de una técnica que trata de replicar la función que hacen los recursos naturales como los bosques, que funcionan como sumideros de carbono naturales. Por medio de la fotosíntesis, los árboles y el resto de la vegetación captan dióxido de carbono de la atmósfera o disuelto en agua y, con la ayuda de la luz solar, se sirven de ello a la hora de elaborar compuestos orgánicos necesarios para su crecimiento. Teniendo muy presente este principio, la eliminación de CO2 de la atmósfera de forma artificial engloba necesariamente al conjunto de actividades humanas que extraen este gas para almacenarlo de forma duradera en reservorios geológicos, terrestres u oceánicos.

Llegados a este punto, el primer aspecto sobre el que recae la atención cuando se habla de capturar carbono son sus principales fuentes emisoras. En este sentido, la industria que depende de los grandes procesos de combustión supone el 8,5% del total de emisiones generadas. Para poner en marcha este proceso, el Servicio Geológico Británico, uno de los grandes impulsores de esta técnica, habla de varias estrategias, como la poscombustión, la precombustión y la oxicombustión, a través de las cuales sería realmente sencillo agrupar el carbono generado de cara a poder transportarlo a los sumideros naturales, evitando así su difusión hacia la atmósfera. Una vez agrupado y transportado, principalmente a través de su bombeo por tuberías, el carbono puede quedar almacenado de distintas maneras, siendo las formaciones geológicas los lugares con más posibilidades, donde el CO2 se convertiría en un compuesto líquido y se inyectaría directamente en las rocas sedimentarias más profundas.

Desde el organismo británico apuntan a zonas como el mar del Norte y la costa del Golfo de Estados Unidos como espacios de gran disponibilidad. De hecho, algunos de estos lugares podrían aislar el carbono de la atmósfera de forma permanente, con el beneficio que ello conllevaría para el planeta.

Una vez capturado, el CO2 se convertiría en un compuesto líquido y se inyectaría directamente en las rocas sedimentarios más profundas

De esta manera, la captura de carbono supone un avance evidente a la hora de paliar el desgaste derivado de la actividad humana. Una estrategia que, tal y como advierten desde el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), debe ir acompañada de forma complementaria por la evidente necesidad de reducir emisiones, una prioridad absoluta e inamovible para los próximos años. Si algo queda evidenciado gracias a esta nueva fórmula es que la naturaleza siempre ofrece soluciones: solo hay que estar dispuesto a encontrarlas.

Sostenibilidad que se huele y se toca en las ciudades

Cuando alguien piensa en su ciudad de origen, su cabeza visualiza espacios, pero también rememora el olor de la pastelería de la esquina, el sonido de unas campanas dando la hora en una iglesia o el aroma de los naranjos en un parque. Ocurre a veces que, al volver a un lugar concreto, aspectos como el aroma o las texturas sirven también para retrotraerse a momentos específicos. En las urbes actuales, donde todo parece diseñado para la vista, con edificaciones cada vez más sugerentes y constantes replanteamientos de espacios, sentidos como el olfato o el tacto también pueden ayudar a hacer ciudad y escribir historias. Es lo que se conoce como el valor intangible de las ciudades, aspectos que crean la identidad de un entorno de una forma intrínseca a las emociones y que pueden ser de gran ayuda a la hora de crear espacios más amables para el ser humano.

A ello es a lo que ha dedicado su carrera el investigador David Howes, quien dirige el Centro de Estudios Sensoriales de la Universidad de Concordia y quien está considerado como el primer impulsor del marco teórico desarrollado en torno a un aspecto que él mismo denominó urbanismo sensorial: la información no visual que define el carácter de una ciudad y afecta a su habitabilidad.

Los investigadores de ‘GoGreen Routes’ analizan cómo la naturaleza se puede integrar en los espacios humanos de una manera que mejore la salud humana y la ambiental

En la línea de las investigaciones de Howes, han sido muchos los expertos que en los últimos años han comenzado a indagar sobre estas cuestiones y desarrollar proyectos en torno a ellas, conscientes de la relevancia que esto puede tener en materia de sostenibilidad. Es el caso de GoGreen Routes, un proyecto financiado a través de fondos europeos y que utiliza dispositivos portátiles para rastrear datos biométricos como la variabilidad del ritmo cardíaco a modo de indicador de las respuestas emocionales a diferentes experiencias sensoriales. De esta manera, con el estudio de estos datos, los investigadores analizan cómo la naturaleza se puede integrar en los espacios humanos de una manera que mejore la salud humana y la ambiental.

En este sentido, Beau Beza, profesor de arquitectura de la Universidad de Deakin, en Australia, lidera un equipo que introduce sonidos, olores y texturas en entornos de realidad virtual que las autoridades municipales pueden utilizar a la hora de presentar proyectos de planificación. A través de estos avances, las propuestas de urbanismo van un punto más allá y generan un mayor conocimiento de su posible impacto en la vida de las personas.

El urbanismo sensorial también puede tener impacto en la mejora de la igualdad

Esta mejoría a la que abre la puerta el urbanismo sensorial no solo está relacionada con aspectos de salud, sino que también puede tener impacto en cuestiones de igualdad. Convencida de ello trabaja Mónica Montserrat Degen, socióloga cultural urbana de la Universidad de Brunel, en Londres, y cuyas investigaciones son utilizadas por ayuntamientos como el londinense o el de Barcelona. Lo que ofrecen los datos recabados por Degen es entender las percepciones del espacio público y cómo las jerarquías sensoriales excluyen, en muchas ocasiones, a ciertos grupos de personas. Una información que puede resultar clave a la hora de atajar esas diferencias.

A través de estos proyectos y muchos otros que actualmente se están desarrollando en todo el mundo, el urbanismo sensorial ha ido ganando peso en la agenda de las administraciones públicas. Un tipo de urbanismo que se sale de los desarrollos clásicos y que se revela como una de las claves de cara a alcanzar la tan ansiada sostenibilidad en urbes y otros núcleos poblacionales.

Bancos de semillas para asegurar nuestro futuro alimentario

El cambio climático, los desastres naturales, los conflictos bélicos y la deficiente gestión de recursos son solo algunos de los eventos en que se encuentra el origen del Banco Mundial de Semillas de Svalbard. Se trata de un almacén subterráneo, ubicado en una isla del archipiélago ártico de Svalbard (Noruega), que abrió sus puertas en 2008 para acoger lo que hoy es el mayor muestrario de semillas de plantas de cultivo mundial. En sus remotas infraestructuras se preservan más de un millón de semillas pertenecientes a más de 5.000 especies diferentes, un amplio porcentaje de la biodiversidad agrícola global.

Las semillas de plantas de cultivo conforman lo que denominamos recursos fitogéneticos que, si bien menos conocidos que otros bienes naturales como el agua, los minerales y la atmósfera, son imprescindibles para el ser humano al constituirse como su base alimentaria. La importancia de conservarlos para hacer frente, así, a los desafíos que puedan plantear el cambio climático y otras amenazas globales, puso en marcha este proyecto que ya es conocido como el arca de Noé vegetal. El proyecto se lanzó bajo el auspicio de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Global Crop Diversity Trust (CROP Trust), la Fundación Bill y Melinda Gates y el Gobierno de Noruega.

En el banco de semillas de Svalbard, las semillas son deshidratadas hasta el 5% de humedad y posteriormente congeladas a -18º centígrados

La ubicación de este banco de semillas no es aleatoria. Las instalaciones en que se almacenan las mismas se encuentran a 100 metros bajo estratos de subsuelo que contienen espesas capas de permafrost, permanentemente congeladas. Esto garantiza una temperatura estable de entre -3º y -4º centígrados a la que se añaden sistemas de enfriamiento para lograr que las semillas permanezcan, en el interior de recipientes herméticamente sellados, a -18º centígrados.

Para conservar las semillas, previamente se someten a pruebas de germinación para garantizar su viabilidad, se clasifican y se deshidratan hasta el 5% de humedad. Además de preservar semillas para poder reintroducirlas en caso de necesidad, Svaldard y otros bancos similares realizan diversos trabajos de investigación fitogenética que permiten mejorar los cultivos existentes.

La importancia del trabajo desarrollado en Svalbard para preservar nuestros recursos fitogenéticos pudo comprobarse cuando, en 2015, transfirió miles de semillas al Centro Internacional de Investigación Agrícola (ICARDA). Con esta transferencia se pudo restituir un banco de semillas que el ICARDA gestionaba en Alepo y que fue destruido por la guerra siria.

En España, el Centro de Recursos Fitogenéticos y Agricultura Sostenible (CRF) es el encargado de conservar, estudiar y documentar las distintas colecciones de semillas ubicadas en nuestra geografía. En sus instalaciones de Alcalá de Henares mantienen un banco, cámaras de desecación y germinación y laboratorios de investigación. Hace tan solo unos meses, un equipo de investigadores del CRF seleccionó 1.080 variedades autóctonas que pasarán a formar parte, también, del Banco de Semillas de Svalbard.

Los bancos de semillas son imprescindibles para hacer frente a las posibles crisis alimentarias que puede provocar el cambio climático

Son numerosas las instituciones que conforman la red de bancos de semillas en nuestro país. Algunos, como el desarrollado por el Real Jardín Botánico Juan Carlos I de la Universidad de Alcalá, centran sus esfuerzos en la recolección, análisis y conservación de semillas de especies protegidas o en seria amenaza de desaparición. Otros, como el del Instituto Murciano de Investigación y Desarrollo Agrario y Medioambiental, orientan su labor a la conservación y posterior reproducción de especies agrícolas destinadas a mejorar la situación de nuestros campos, así como a fines educativos y de investigación.

Pero existen también organizaciones que, además de preocuparse por el cuidado de la biodiversidad agrícola, implican a la ciudadanía generando redes sociales de intercambio y una importante labor de concienciación ecológica. Son los bancos de semillas comunitarios. El que gestiona la Red de Semillas de Segovia ha implicado en su cuidado a grupos de campesinos de la zona y ha logrado que la población “apadrine” semillas de variedades tradicionales locales que corrían el riesgo de desaparecer.

Los bancos de semillas son las copias de seguridad en el disco duro de nuestra biodiversidad agrícola, y aunque sería deseable no tener que utilizarlos, de su mantenimiento puede depender nuestro futuro alimentario.

El futuro de la energía solar, ¿está en el espacio exterior?

Cada hora llega a la Tierra más energía del Sol de la que usamos todos los humanos en un año entero. ¿Cómo es posible, entonces, que haya una crisis energética cuando deberíamos tener recursos prácticamente infinitos? Lo cierto es que no todo es tan sencillo como parece: el 30% de los rayos solares vuelven al espacio a causa del reflejo provocado por la atmósfera; además, elementos como las nubes, la noche y las tormentas dificultan la labor diaria de las plantas fotovoltaicas.

La energía solar sigue ganando popularidad y se sitúa entre las favoritas a la hora de alimentar las sociedades del futuro. Según el Avance del informe del sistema eléctrico español 2021, la potencia instalada de solar fotovoltaica creció en 2021 casi un 30%, incorporando más de 3.300 MW al parque de generación nacional. Esto permitió que su producción experimentase un aumento cercano al 37%.

Este proyecto formaría parte del Net Zero Innovation Portfolio con el que se prevé alcanzar las cero emisiones netas para 2050

Ahora, el Gobierno de Reino Unido quiere dar un paso más allá, literalmente, contribuyendo a la construcción de una estación de energía solar en el espacio. Esta tendría un coste estimado de 16.000 millones de libras, y aunque el ministro británico de Ciencia, George Freeman, dijo que está dispuesto a apoyar económicamente la nueva estación, matiza que el Gobierno no «escribirá un cheque» para su construcción íntegra.

Esta idea futurista formaría parte del Net Zero Innovation Portfolio, un plan de financiación nacional dedicado a tecnologías que contribuyen a alcanzar las cero emisiones para el 2050. Lamentablemente, el presupuesto total del portfolio es de 1.000 millones de libras, por lo que si queremos ver el macroproyecto espacial hecho realidad, los 15.000 millones restantes se tendrán que financiar por otros medios.

¿Cómo funciona esta estación solar espacial?

Básicamente, consiste en poner en órbita una nave espacial gigante cubierta de paneles solares. De este modo, estos capturarían la energía ininterrumpidamente, ya que no se encontrarían con interferencias como las nubes o la entrada de la noche. Esta energía capturada se transmitiría a la Tierra de forma inalámbrica, concretamente mediante ondas de radio de alta frecuencia. Una vez en la superficie, una antena especial llamada rectenna –o antena rectificadora– convertía las ondas de radio en electricidad, enviándose entonces directamente a la red eléctrica. Gracias a este sistema nos beneficiaríamos del Sol las 24 horas del día, logrando reducir una buena parte de nuestras emisiones de carbono.

El plan consiste en poner en órbita una nave espacial gigante cubierta de paneles solares que capturarían la energía ininterrumpidamente

Sin embargo, aún hay muchos desafíos que superar antes de enviar definitivamente una planta fotovoltaica gigante al espacio. Uno de ellos pone en cuestión la base misma del proyecto: para que un objeto atravesase la atmósfera habría que lanzarlo a gran potencia, lo que, aparte de ser muy caro, está asociado a un alto nivel de contaminación. Un avance esencial en este sentido sería descubrir cómo reutilizar los sistemas de lanzamiento espacial. Por otra parte, existen contratiempos en la transmisión inalámbrica de energía: llevar energía solar de un punto a otro tan lejano es complicado e ineficiente. Actualmente, con la tecnología que disponemos solo lograríamos traer a la Tierra una pequeña fracción de todo lo absorbido en el cosmos.

De momento, los sistemas de energía solar basados en el espacio son solamente una primera aproximación a nuevas fuentes de suministro mundial. Aún no sabemos si llegaremos a tener naves espaciales que absorban rayos solares, pero sí sabemos que estamos más cerca de hallar una solución para descarbonizar el planeta antes de 2050.

Agua reciclada, la solución frente a la escasez hídrica

El cambio climático está poniendo en serio riesgo los recursos hídricos de que disponemos. La carencia de agua agrava las sequías, potencia la inseguridad alimentaria y aumenta las probabilidades de nuevas pandemias.

En su nueva estrategia sobre adaptación al cambio climático, la Unión Europea (UE) pone de manifiesto cómo la falta de agua está afectando seriamente a actividades económicas como la agricultura o el turismo, y también a la salud y bienestar de los ciudadanos. Ya en su Directiva Marco del Agua (DMA) aprobada a finales del año 2000, establecía unos objetivos medioambientales para asegurar el mantenimiento de las masas de agua en buen estado para 2027. Sin embargo, en un reciente informe de seguimiento de la Comisión Europea que ha analizado la evolución entre 2015 y 2021 indica que solo un limitado número de estas masas de agua han mejorado su estado con respecto al anterior ciclo de estudio (2009-2015).

El cambio climático nos trae carencia de agua y puede originar nuevas pandemias

En nuestro país, a inicios de marzo y según información proporcionada por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, las reservas de agua estaban por debajo del 44%. Perdemos, por tanto, nuestros recursos hídricos a marchas forzadas, y afrontamos un futuro realmente incierto si no ponemos remedio urgente. Muchas de las soluciones planteadas hasta ahora, desde la construcción de embalses hasta el establecimiento de comunicaciones entre diferentes cuencas hidrográficas, se revelan insuficientes. Frente a ello, la tecnología avanza en el perfeccionamiento y aplicación de una solución que podría ser vital para evitar que nuestro planeta colapse por carencia de agua: la utilización de agua reciclada.

Desde hace décadas, la utilización de agua reciclada se ha limitado a actividades primordialmente industriales y agrícolas. Pero la tecnología ya permite que el reciclado de aguas residuales atraviese los procesos necesarios para convertirlas en aptas para el consumo humano. Los beneficios, a nivel medioambiental, son indudables y, además, la inversión en el reciclaje de aguas para su posterior uso es mucho menor que la necesaria para cualquier otro de los métodos utilizados tradicionalmente para combatir el estrés hídrico.

En EEUU, diversas técnicas de reciclaje de agua para consumo humano se desarrollaron hace ya décadas. En el californiano condado de Orange entró en funcionamiento, en 2008, el que se considera sistema de purificación de aguas residuales para consumo humano más grande del mundo. Esta instalación provee, en la actualidad, cerca de 500 millones de litros de agua potable al día a casi un millón de personas y ha servido como modelo a nuevas instalaciones similares en Los Ángeles, San Diego o Singapur.

Cuando no hay agua potable

Los países desarrollados continúan mejorando la tecnología que les permita hacer uso del agua reciclada. Pero ¿podría aplicarse dicha tecnología en países cuyo acceso al agua es tan deficitario como sus propias economías?

La tecnología permite que las aguas residuales puedan purificarse para el consumo humano sin riesgo alguno para la salud

Eritrea, Uganda, Somalia y Etiopía son solo algunos de los países en los que ni siquiera el 50% de la población tiene acceso al agua potable. La compañía Deka Research and Development, fundada por el inventor Dean Kamen, ha tenido que contar con inversión privada para proveer a poblaciones del África subsahariana aquejadas de carencia acuífera de su Slingshot, un sistema de destilación por compresión de vapor que purifica cualquier tipo de agua contaminada mediante un proceso de condensación.

Es solo una opción, de entre otras muchas existentes, para que estos países tengan acceso al agua potable. Lograrlo depende de que los proyectos de saneamiento financiados por los países desarrollados incluyan el enfoque del reciclaje de agua en su formulación.

La ciencia y la tecnología proporcionan herramientas para atajar el grave riesgo de estrés hídrico que sufre la población mundial. Establecer alianzas trasnacionales a nivel legislativo y económico permitiría convertirlas en medios de lucha global contra la sequía.