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Mónica Rodríguez: «Se debe producir solamente lo que se vaya a vender»

Mónica Rodríguez ha encontrado la forma de reciclar y reutilizar textiles para mantener viva una de las industrias más atractivas, y a la vez más contaminantes, del planeta.


La industria textil es una de las más contaminantes del planeta. El fast fashion y el ultra fast fashion han disparado la producción textil en los últimos años a cifras inimaginables y esto está provocando unas nefastas consecuencias. Según datos del Foro Económico Mundial, la industria de la moda es responsable del 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). El desperdicio de ropa que se genera con este tipo de producción desmedida se refleja en que un 85% de todos los textiles acaban en el vertedero cada año y cada segundo se quema o deposita en un vertedero el equivalente a un camión de basura lleno de ropa, según esta misma fuente.

En este contexto, ha despertado y prosperado todo un mundo paralelo de moda de segunda mano, upcycling, circularidad y slow fashion, con el fin de evitar que la ropa de la moda rápida tenga la vida demasiado corta y acabe contaminando el planeta. A raíz de esto, tras una larga carrera dentro de una de las gigantes de la moda, Mónica Rodríguez tuvo una idea novedosa: rescatar desechos textiles y venderlos a distintos proveedores. Bajo esta premisa nació la start up, Recovo, de la que hoy ella es CEO, que transforma los desechos de unos en materia prima para otros.

Cada segundo se quema o deposita en un vertedero el equivalente a un camión de basura lleno de ropa

«Contribuimos a la circularidad textil recuperando materiales sobrantes como hilaturas, tejidos o fornituras a los que les hacemos fotos y los escaneamos en 3D para luego ponerlos a disposición de compra de todo tipo de marcas a nivel global. Gracias a esto prolongamos la vida útil de estos materiales», explica la emprendedora. Apoyándose en la digitalización y la tecnología, la empresa es capaz de recuperar información y datos de cada tejido para poder medir el ahorro por tejido utilizado. Sus clientes ven claramente la información de impacto del producto que compran, como por ejemplo su trazabilidad por metro. En ese sentido, la start up ha logrado ahorrar 22 millones de litros de agua, 98.000 kg de CO₂ y 1.400.000 m de residuos textiles.

«Mediante nuestra metodología de trabajo conseguimos que stocks dormidos y parados cobren de nuevo sentido en colecciones nuevas con el valor añadido de que reutilizar en lugar de producir nuevos tejidos ahorra recursos naturales como el agua y, además, con esta fórmula las empresas se ahorran la energía de tener que producirlos por sus propios medios».

Recovo ha logrado ahorrar 22 millones de l de agua, 98.000 kg de CO₂ y 1.400.000 m de residuos textiles

No obstante, para Rodríguez, el sector de la moda todavía necesita avanzar mucho más en cuanto a sostenibilidad y el fast fashion parece el antónimo de ese concepto. «Todo es una cuestión de las prioridades de las grandes corporaciones», explica. Para la experta, el sector de la moda debe limitar su producción, es decir, no sobreproducir. «Se debe producir solamente lo que se vaya a vender; esto es posible saberlo gracias a modelos predictivos, datos, etc. Por otro lado, debemos utilizar solamente materiales amigables con el medio ambiente, así como integrar la circularidad en las operaciones de la empresa para que los residuos que se generen puedan ser reciclados infinitas veces».

Reciclaje químico, un paso más hacia la economía circular

Esta nueva técnica aborda el problema que conlleva la gran acumulación de plásticos en los vertederos y surge como alternativa complementaria al método tradicional para la continua circulación de residuos.


Las emisiones de carbono se presentan como el mayor reto medioambiental para gobiernos y empresas en los próximos años. El camino hacia la neutralidad climática marcado como objetivo para 2050 obliga, además de a un compromiso global, a la investigación y desarrollo de técnicas que ayuden a alcanzarlo. 

El reciclaje tiene un gran protagonismo dentro de esta lucha contra el cambio climático, al posicionarse como una manera de dar una segunda oportunidad a los residuos y descartes y reducir así la contaminación desmedida. Su desarrollo en el tiempo ha abierto las puertas de la innovación logrando versiones aún más completas de la misma. Es lo que sucede con el reciclaje químico, un innovador procedimiento que puede marcar la diferencia.

Según los datos del informe La economía circular de los plásticos - Una visión europea, elaborado por Plastics Europe, se estima que para 2030 se producirán 3,4 millones de toneladas de plásticos mediante reciclaje químico. Este volumen llevará consigo aparejados unos 7.200 millones de euros de inversión.

El tratamiento incluye diferentes procesos químicos regulados para controlar su impacto al medio ambiente

En el reciclaje tradicional (conocido como mecánico), los residuos plásticos son triturados, lavados, extruidos y paletizados. Una vez completado el ciclo se pueden reutilizar varias veces, aunque sufren una pérdida progresiva de sus propiedades. Sin embargo, hay desechos cuya composición impide su reciclaje a través de este método y acaban apilados en vertederos o son incinerados con un inevitable impacto negativo en el medio ambiente. 

Por eso el desarrollo del reciclaje químico se antoja tan relevante. Los plásticos se componen de distintos monómeros que constituyen y producen la materia prima. Mediante la despolimerización, el residuo separa sus elementos originales, lo que permite la producción de plástico reciclado pero, en esta ocasión, con características idénticas al fabricado originalmente.

Para 2030 se estima una producción de plásticos mediante reciclaje químico de 3,4 millones de toneladas a nivel europeo

No obstante, existe la creencia extendida de que es una técnica perjudicial para el medio ambiente, algo que la Federación Empresarial de la Industria Química en España (FEIQUE) desmiente en su análisis sobre el reciclado químico. Ni se espera que sustituya al reciclaje tradicional ni emite sustancias tóxicas. Se trata de un proceso regulado a nivel nacional y europeo para controlar su impacto al medio ambiente. De hecho, España se ha convertido en el primer país de la Unión Europea en incluir el reciclado químico en el marco legislativo y en aprobar una proposición no de ley para promover el uso de productos creados con esta técnica.

Mediante el reciclaje químico, la actividad de reciclar cobra un nuevo color y protagonismo dentro de la revolución verde. Esta técnica alternativa se posiciona como clave en la reutilización de desechos y, en consecuencia, en la reducción de emisiones de carbono a la atmósfera.

¿Qué es el agroecofeminismo?

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En la actualidad, uno de los mayores retos a nivel mundial es el alimentario. Inmersa en este contexto, la corriente de pensamiento del agroecofeminismo apuesta por una alimentación agroecológica que combine la visibilización y puesta en valor del trabajo de las mujeres con el desarrollo de una industria de productos agroalimentarios sostenible. 

La energía verde también es azul

El desarrollo de la eólica marina supone un reto a medio-largo plazo, por tratarse de una energía ilimitada, limpia y renovable. Aunque este ámbito aún no ha tenido apenas recorrido en España, bebe de la trayectoria generada en otras zonas del planeta y se convierte en un motor fundamental para lograr la sostenibilidad.


A día de hoy parece claro que el planeta no dispone de un almacén de recursos infinito y que es preciso buscar otras vías para generar energía. La industria continúa explorando nuevos horizontes más sostenibles, ambiental y socialmente, y los caminos son diversos. En este contexto, el desarrollo de la eólica marina se alza como una oportunidad óptima, poco explorada en la práctica, aunque plasmada desde hace años en acuerdos de desarrollo. La Estrategia de Crecimiento Azul adoptada por la Comisión Europea en 2012 —afianzada en la Estrategia Europa 2020— ya reconocía la importancia de los mares y océanos como motores de la economía europea. Esta estrategia considera la energía de origen marino, o «Energía Azul», como uno de los ámbitos prioritarios para proporcionar un crecimiento sostenible. Y es que su propia esencia se vuelve esperanzadora: se trata de una fuente de energía ilimitada, limpia y renovable que se presenta como una alternativa para contribuir al cumplimiento de los objetivos de descarbonización.

Farran: «En el mar lo podemos hacer mejor, porque empezamos de cero, por eso es importante el desarrollo de la eólica marina flotante»

Este ámbito fue uno de los que se abordaron en las Jornadas de Sostenibilidad de Redeia, celebradas recientemente en Madrid. «Nos están llegando muchos ejemplos desde el Mar del Norte y el Mar Báltico. Estamos delante de una gran oportunidad. En el mar lo podemos hacer mejor, porque empezamos de cero, por eso es importante el desarrollo de la eólica marina flotante», explicó Assumpta Farran, directora general de Energía de la Generalitat de Catalunya. «España está muy bien situada, hay quince prototipos de distintas potencias, y la diferencia está en esas bases flotantes. Hay que probar las plataformas de ensayo; en este momento tenemos aprobado en presupuesto 80 millones de euros para una plataforma que tiene conexión en red para 80 megavatios (MW)», añadía.

Y es que en este ámbito la cooperación se vuelve clave, tal y como expresó Javier Herrador, director de Navantia Seanergies. «Es necesario un marco colaborativo. Nuestros programas de éxito lo son porque un socio nos complementa. En las energías verdes lo tenemos aún más interiorizado, porque vemos que es la única manera de atender las cifras de negocio». Herrador reconoció que en la eólica marina existen varias barreras que sortear, como la tecnológica, la regulatoria, la relacionada con las infraestructuras y la cadena de suministros. «Los diseños que van a coexistir son los que tengan más facilidad para industrializarse, eso hará que los proyectos sean financiables», añadió.

Sectores interdependientes

El reto pasa por la convivencia de las distintas industrias asociadas al mar, donde el desarrollo sostenible tendría que aparecer junto al resto de los trabajos que tienen en el mundo marítimo en su campo de actuación. La «Economía Azul» abarca todas las actividades económicas que dependen del mar. Los diferentes sectores que componen este entramado son interdependientes —pesca, biotecnología acuícola y marina, turismo, navegación o transporte marítimo, entre otros—, ya que se basan en competencias comunes y en infraestructuras compartidas —puertos, redes de logística y distribución eléctrica— y en la utilización sostenible de los recursos marinos. Desde el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPAMA) se apuesta por el llamado «Crecimiento azul», una estrategia de apoyo a largo plazo al crecimiento sostenible de los sectores marino y marítimo. Su eje se sitúa en la importancia de los mares y océanos como motores de la economía europea por su gran potencial para la innovación y el crecimiento.

Desde el Mapama se apuesta por el llamado «Crecimiento azul», una estrategia de apoyo a largo plazo al crecimiento sostenible de los sectores marino y marítimo

En Francia también trabajan en esta línea llevando a cabo, entre otras acciones, una recopilación de contenido útil sobre el entorno en el que están iniciándose. «El Gobierno ha firmado un acuerdo con la Asociación del Mar. No tenemos mucha experiencia en energía flotante, así que vamos a trabajar por obtener más. Tenemos más de veinte conexiones con asociaciones, universidades y otros agentes, para conocer lo que pasa en el mar, queremos tener más información sobre todo esto», aseguró Dominique Millan, director general de Inelfe. Actualmente, disponen de 37 interconectores en funcionamiento, incluidos dos submarinos.

El futuro y la sostenibilidad caminan juntos. Apostar por itinerarios que contemplen un horizonte socioambiental, y no solo económico, resulta indispensable a nivel local y transnacional. Un horizonte donde el desarrollo de las energías renovables se convierta en una realidad, y donde el océano tenga un papel destacado. Lograr interactuar con la naturaleza sin perjudicarla y velando por su preservación. El mar es una fuente de fuerza natural que puede contribuir a ello. Y es que la energía verde también es de color azul.

El futuro de la sostenibilidad se esconde en el océano

Los mares son esponjas de dióxido de carbono. Su absorción es clave para la mitigación del cambio climático. Según datos de Naciones Unidas, los océanos capturan y secuestran alrededor de un tercio del CO2 producido por la actividad humana. Lo incorporan y almacenan para volverlo bicarbonato, en su reacción con el agua, o carbonato de calcio, presente en corales y moluscos. Pero también juegan un papel importante las algas, pues con su fotosíntesis ayudan a convertir el CO2 en carbono orgánico y paliar los efectos del cambio climático.

En los últimos años se ha comenzado a investigar e invertir en el potencial de las plantas marinas para el futuro de la sostenibilidad. Diversos proyectos, como el Bosque Marino de Red Eléctrica, están apostando, por ejemplo, por el cultivo y la reforestación de las praderas degradadas de posidonia oceánica, un agente natural del secuestro de carbono y de la preservación de los ecosistemas mediterráneos.

Revolución acuática

Varios expertos están trabajando en el cultivo de la Zostera marina, una planta acuática que, además de contribuir a retirar el carbono azul de la atmósfera, evita la erosión de los fondos marinos, beneficia las zonas de refugio y reproducción de la fauna oceánica y reduce la acidificación de los mares. Y también está siendo utilizada en gastronomía.

Los océanos ofrecen oportunidades doradas para el desarrollo de energías renovables y el fortalecimiento de la economía verde

Tras el descubrimiento del chef Ángel León, quien la bautizó el “cereal del mar”, se encontró que las propiedades nutritivas de esta planta, alta en proteínas, vitaminas y minerales, la convierten en un alimento revolucionario que no deja huella hídrica pues no requiere de riego ni abonos.

El biólogo José Lucas Pérez Llorens, quien desarrolla un proyecto de vivero en Cádiz financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación para repoblar parte del litoral, ha explicado que los beneficios de la Zostera marina van aún más lejos. Como dijo a la Agencia Sinc, “hace 14.000 años que las algas se utilizan como medicina, ya sea como cataplasmas para curar heridas o para tratar enfermedades”. Además, se están utilizando en la industria de la cosmecéutica, pues están compuestas de polifenoles, unas moléculas que evitan la oxidación celular.

Algas para la energía limpia

Las algas también se están alzando como material privilegiado para producir sustitutos del plástico y biocombustible, una solución revolucionaria para generar energía verde. A pesar de que su desarrollo es todavía incipiente, se espera que los biocombustibles de biomasa de algas puedan utilizarse de forma generalizada en el transporte, lo que reduce las emisiones de carbono y alivia la dependencia del petróleo. Incluso algunas compañías automotrices como Mazda y Honda han investigado en la materia, y hasta la petrolera Exxon invirtió hace unos años 350 millones de dólares en sus intentos de desarrollar biocarburante a base de algas.

Plantas acuáticas como el llamado "cereal del mar" se alzan como un alimento revolucionario con grandes propiedades y que no dejan huella hídrica

Toda esta innovación científica demuestra que los océanos guardan tesoros para la bioeconomía en sectores tan diversos como la farmacéutica o las energías renovables, y que invertir en la investigación de las algas puede ser la clave para la transición energética y luchar contra el hambre en el mundo. El océano no solo cubre tres cuartas partes del planeta sino que, además, desde ahora, y sobre todo en los próximos años, jugará un rol preponderante para combatir la crisis climática y contribuir al desarrollo social.

Eliminar microplásticos a velocidad de récord olímpico

Berlín, 2009. Usain Bolt bate la plusmarca mundial de los 100 metros lisos en la historia de los Juegos Olímpicos fijando el crono en 9.58. El mismo tiempo en el que una revolucionaria tecnología logró eliminar la práctica totalidad (99,9%) de microplásticos de una muestra de agua. En tan solo diez segundos, el devorador de micro contaminantes conocido como marco covalente de triazeno (CTF, por sus siglas en inglés) consiguió limpiar el agua utilizada por unos investigadores surcoreanos en su laboratorio.

Este grupo solo tuvo que hacer una pequeña modificación de esta sustancia que ya resulta muy efectiva en el sector industrial. Su acción es conocida por depurar las aguas de los tintes orgánicos que generan determinadas actividades. Por tanto, lo único que tenía que hacer el equipo liderado por Park Chi-Young, autor del estudio publicado en la revista Advanced Materials, era realizar los ajustes pertinentes en las moléculas de CTF para que pudiese filtrar más agua.

El material conocido como marco covalente de triazeno (CTF) permite filtrar microplásticos y compuestos orgánicos volátiles

Acto seguido, se aplicó una oxidación suave al material mediante luz solar (lo que permite un mejor flujo hídrico y consigue que los microplásticos se aglutinen en el filtro) y se probó el objeto, con los excelentes resultados mencionados. Por lo visto, aseguran en la publicación, esta herramienta «puede regenerarse varias veces sin pérdida de rendimiento» .

El motivo que ha llevado a este grupo de científicos de Corea del Sur a buscar soluciones a la crisis medioambiental es evidente: «La escasez de agua dulce se está convirtiendo en uno de los retos mundiales más críticos debido a la grave contaminación del agua causada por los microcontaminantes y los compuestos orgánicos volátiles (COV)».

Para hacer frente a los segundos, micropartículas que pueden dañar gravemente el medioambiente y perjudicar nuestra salud (como el benceno o el cloruro de vinilo), otro diseño específico de CTF también funciona: acabó con el 98% de los COV en agua con ayuda de la irradiación solar. Con esto, los investigadores aunaron las dos membranas fabricadas (la que engulle microplásticos y COV) en un prototipo que logró purificar el 99,9% de ambos contaminantes del agua, que en este caso fueron derivados del fenol (presente en multitud de materiales, como el nailon o los detergentes).

2.200 “torres Eiffeles”

Ante la magnitud del problema de los plásticos, que Naciones Unidas estima entre 19 y 23 millones de toneladas de desechos arrojadas cada año al medioambiente (degradándose en mares y océanos hasta convertirse en microplásticos) y que equivaldría, indican, a unas «2.200 torres Eiffeles juntas», hay en marcha otras líneas de investigación para dar con soluciones eficaces y rápidas.

Entre ellas, está la del irlandés Fionn Ferreira, que consiste en atrapar y extraer los microplásticos del agua mediante una tecnología de imanes. Al jovencísimo inventor (22 años) se le ocurrió que una mezcla de ferrofluido (un líquido magnético) podría adherirse a las micropartículas contaminantes para, después, eliminarlas mediante imanes.

Otras iniciativas prueban el uso de ferrofluidos para imantar los contaminantes y extraerlos del agua, o buscan recrear el sistema digestivo de algunos peces por su eficacia al capturar micropartículas

Como resultado, consiguió atrapar en torno al 85% de microplásticos de una sola vez. Además, este material inocuo y sin huella medioambiental es reutilizable, por lo que podría ser un potencial candidato a depurar las aguas potables. Por el momento, Ferreira ha sumado a su causa a otros ecologistas convencidos como el actor Robert Downey Jr. (el Iron Man de Marvel) y, mientras sigue con las pruebas de su experimento, acudirá a Valencia para ser, quizá, el próximo mejor joven inventor europeo del año.

Es en la capital del Turia donde un equipo multidisciplinar de expertos trabaja, a través de un consorcio público-privado, en recrear el aparato digestivo de especies marinas como el pez mantarraya, «con una elevada eficiencia de captura de microplancton», para aplicarlo en la eliminación de microplásticos en sistemas de tratamiento de aguas residuales, según se explica en su página web.

¿Azúcar como alternativa a la gasolina?

Científicos de todo el mundo llevan décadas estudiando la viabilidad de los biocombustibles como alternativa para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. A finales de 2021, investigadores de las universidades de Buffalo y Berkeley (Estados Unidos) lograron desarrollar un método que permite transformar la glucosa en olefinas, un tipo de hidrocarburo que se encuentra entre los componentes esenciales de la gasolina. Suena a ciencia ficción, pero la posibilidad de que el azúcar pueda proporcionar movilidad a nuestros vehículos ya es real.

La citada investigación estuvo dirigida por las bioquímicas Zhen Q. Wang, de la Universidad de Buffalo, y Michelle C. Y. Yang, de la Universidad de Berkeley, cuyos hallazgos compartieron en un artículo publicado en la revista Nature Chemistry.

La bacteria Escherichia colli ha sido modificada para producir moléculas esenciales de la gasolina

Los equipos dirigidos por ambas científicas lograron, a través de la biología y la química, un gran avance en la búsqueda de biocombustibles sostenibles al convertir la glucosa en olefinas. Además de ser moléculas esenciales de la gasolina, son empleadas como lubricantes industriales y en la fabricación de plásticos, por lo que el logro de esta investigación podría ser importante no solo para hacer más sostenible la industria del automóvil.

Toda la investigación ha girado alrededor de la bacteria Escherichia coli, habitual habitante del tracto intestinal de muchos animales, incluido el ser humano, para cuyo proceso digestivo es esencial. Este organismo, dada su alta velocidad de crecimiento y sus bajos requerimientos nutricionales, es habitualmente utilizado en los laboratorios. Lo que los equipos de Wang y Yang han descubierto es la debilidad que dichos microbios tienen por la glucosa. De esta manera, alimentaron con azúcar diversas cepas de Escherichia coli, modificaron su genética y transformaron su glucosa en ácidos grasos que, tras un proceso químico de refinado, dan lugar a las olefinas.

Hasta ahora, no son pocas las voces que se han alzado contra diversos biocombustibles cuya producción aumenta el agotamiento de nuestros recursos hídricos y el uso de fertilizantes y plaguicidas altamente contaminantes. El descubrimiento que nos ocupa logra solventar estos problemas, al ser la glucosa un recurso renovable.

Como explica Wang, «la glucosa es producida por las plantas a través de la fotosíntesis, que convierte el CO2 y el agua en oxígeno y azúcar». De esta manera, el carbono que habita en la glucosa que posteriormente puede convertirse en olefinas procede del CO2 extraído de la atmósfera. En este aspecto, la sostenibilidad está asegurada.

Este nuevo proceso de producción de biocombustible podría mejorar la sostenibilidad tanto la industria del automóvil como la de otros sectores

No es la primera vez que la Universidad de Berkeley se embarca en estudios similares. Ya en 2018, ingenieros químicos de dicha institución resucitaron el uso de la fermentación bacteriana descubierta hace casi un siglo por el israelí Chaim Weizmann para convertir el almidón en explosivos. En aquella ocasión, lo que se utilizó fue azúcar de maíz y caña que, fermentados, producían hidrocarburos de los que contiene el diésel. El problema radicaba en el enorme coste de producción y el consumo energético del proceso.

El nuevo descubrimiento se enfrenta al mismo problema. Para lograr que este revolucionario proceso de producción de biocombustible sea efectivamente sostenible y respetuoso con el medio ambiente hay que profundizar en los análisis para comprobar si la energía que precisará se implementa a escala industrial.

Los estudios continuarán para asegurar la ansiada viabilidad y lograr que, tal vez, en un futuro cercano, los motores de nuestros vehículos se alimenten, como nosotros mismos, de azúcar.

Las cápsulas de café caminan hacia la sostenibilidad

Siete de cada diez hogares españoles recurren a las monodosis para levantarse por la mañana: son fáciles de usar, rápidas y, sobre todo, permiten acceder a una enorme variedad de cafés. Las hay de todos los sabores y colores. Sin embargo, siguen levantando dudas acerca de su sostenibilidad ya que, al estar fabricadas de plástico y aluminio, resultan muy difíciles de reciclar. Como alternativa, en los últimos años han surgido novedosas propuestas para evitar que este gran placer constituya un ataque directo contra el planeta.

Clic. Empieza el rugido metálico. El olor a tostado invade la estancia. Ristretto, caramel machiatto, un cappuccino. En cuestión de segundos, ese manjar de la mañana —de los campos de Colombia o cultivado en el interior de Italia— está listo para consumir. Visto así, es casi como teletransportarse: ya no hace falta salir de casa (o de la oficina) para disfrutar del café perfecto. La comodidad y el lujo para los más cafeteros concentrados en una cápsula de café, ese pequeño envase que revolucionó nuestro país en el 2000, si bien ya en 1976 se comercializaban los prototipos que ahora consumen a diario siete de cada diez hogares, según datos del Ministerio de Agricultura.

Pero no es oro todo lo que reluce. A medida que ha crecido la conciencia medioambiental de la población también lo ha hecho la preocupación por este formato de consumo que concentra más del 50% de los ingresos totales de venta de café al año. Por múltiples razonas, la primera, y más fundamental, porque estas cápsulas están compuestas de plástico y aluminio, dos materiales que complican su reciclado —el café se queda impregnado de tal forma en el envase que no puede ir ni al contenedor verde ni al amarillo— y que producen, en palabras de Scientific Reports, «un desperdicio insuperable en los vertederos».

De hecho, se desechan tantas monodosis al día a nivel global que con ellas se podría dar la vuelta al mundo 14 veces durante un siglo, que es justamente el tiempo que las cápsulas de café mal gestionadas se mantienen en el entorno. La envergadura del problema ha traído tantos dolores de cabeza que, en 2017, el padre del invento, John Sylvan, llegó a confesar arrepentirse de haberlo creado. 

Se desechan tantas monodosis al día que con ellas se podría dar la vuelta al mundo 14 veces durante un siglo, el tiempo que tardan en desaparecer del entorno

Ante esta situación no han sido pocas las propias empresas de café y otras organizaciones las que han habilitado puntos de recogida de cápsulas en diferentes lugares del mundo para acabar con la realidad de que el 70% de las cápsulas —4900 millones— acaba, en el mejor de los casos, en los vertederos. También quieren evitar su prohibición —la Ley de Residuos española casi las incluye en la lista de plásticos de un solo uso que se eliminarán—. Sin embargo, desde que la Agenda 2030 cobró protagonismo, las organizaciones internacionales han dedicado todos sus esfuerzos en insistir en la importancia de que pensar en verde es fundamental en toda la cadena de producción, de principio a fin. 

De nada sirve habilitar puntos de recogida para las cápsulas si no se ha tenido en cuenta el impacto de su fabricación: el proceso de extracción del café y la producción de las monodosis necesitan grandes cantidades de agua y energía, además de emitir toneladas de gases de efecto invernadero.

La situación se agrava si tenemos en cuenta que la materia prima para fabricarlos se extrae de puntos concretos en países de América Latina o África, y la conflictividad aumenta en aquellas zonas donde habitan comunidades indígenas. La factura social y medioambiental exige una respuesta más ambiciosa que sitúe a la economía circular en el centro, lo que exige dar con diseños que minimicen el impacto.

Si la cápsula es el problema, ¿podríamos eliminarlas? Así lo demuestran unas nuevas esferas de café sin envase producidas recientemente en Suiza. Su corteza exterior está fabricada de granos de café comprimidos, que proporcionan una resistencia similar al plástico y mantienen a salvo el café molido de su interior sin producir un solo residuo (más allá de los posos de café, que pueden utilizarse como compostaje). Otra propuesta interesante son los envases de materiales y tintas biodegradables que desaparecen y reducen el tiempo de descomposición de tres a seis meses aproximadamente: las islas Baleares han sido pioneras en el asunto, regulando en su ley de plásticos de un solo uso que «las cápsulas de café estén fabricadas con materiales compostables o bien fácilmente reciclables, orgánica o mecánicamente». 

Algunas compañías ya han desarrollado envases fabricados con polímeros que se descomponen en compost a los seis meses de haberse utilizado

Aunque hay una diferencia muy sutil entre biodegradable y compostable: la primera implica que el producto desaparece en la naturaleza, mientras que la segunda significa que este se convierte en abono cuando se deja en espacios con residuos orgánicos. Algunas marcas de café ya están apostando por esta segunda opción y desarrollado un tipo de polímero que se transforma en compost a los seis meses de haberse utilizado y que puede mezclarse con el resto de basura orgánica.

Y para quienes no acaben de confiar en este tipo de monodosis, ya se venden decenas de tipos de cápsulas reutilizables (fabricadas con acero inoxidable) compatibles con las principales marcas, una buena opción en lugares donde el desecho de cápsulas se multiplica, como las oficinas y otros puestos de trabajo, para evitar que el placer de beber café se convierta en un ataque directo contra el planeta.

Playas de arena verde para proteger el planeta

El olivino, un material de origen volcánico y color verdoso, se revela como un elemento fundamental a la hora de capturar carbono y evitar que este continúe yendo hacia la atmósfera.

Cuando uno se imagina una playa ideal, a su cabeza acuden imágenes de una arena clara bañada por agua cristalina; una combinación de colores relajante a la par que estimulante habitualmente asociada a latitudes tropicales. Al mismo tiempo, habrá quien al pensar en playas viaje directamente a zonas de origen volcánico donde los tonos blanquecinos de la arena son sustituidos por colores más oscuros, producto de la solidificación de la lava al entrar en contacto con el agua. Lo que se puede afirmar con casi total seguridad es que nadie pensaría en un lugar de arena verde. Y, sin embargo, puede que este concepto resulte absolutamente definitorio a la hora de detener, o al menos reducir, la degradación del planeta.

Capturar carbono consiste en utilizar tecnologías y acciones que atrapan el dióxido de carbono del aire y lo vuelven a encerrar de forma similar a como estaba antes de que se quemase en forma de combustible fósil

Así lo consideran diferentes científicos centrados en estudiar las propiedades del olivino, un mineral de origen volcánico y tonalidad verdosa que, sometido a una serie de condicionantes, sería capaz de capturar millones de toneladas de dióxido de carbono, en concreto, de “secuestrarlas”, esto es, atrapar el dióxido de carbono del aire y devolverlo de forma similar a como estaba antes de que se quemase en forma de combustible fósil. En este sentido,  a raíz de la erupción del volcán de La Palma, el olivino se ha convertido en uno de los principales materiales de la isla, siendo este uno de los principales lugares donde se puede hallar en España.

El proyecto Vesta plantea esparcir el mineral verde sobre las playas a modo de arena, de tal manera que su interacción con las olas logre extraer carbono del aire. Este proceso viene dado por una reacción química que saca el gas de efecto invernadero del ambiente y lo encierra en las conchas y esqueletos de los moluscos y corales. De hecho, según los primeros estudios, y tal y como figura en un artículo publicado en la revista del Instituto de Tecnología de Massachusetts, el proceso podría ayudar a almacenar cientos de trillones de toneladas de dióxido de carbono, una cantidad que podría suponer más dióxido de carbono del que se ha emitido desde la Revolución Industrial.

El proyecto Vesta plantea esparcir olivino sobre las playas a modo de arena de tal manera que su interacción con las olas extraiga carbono del aire

Si bien este método se sabe que funciona, puesto que la meteorización de los minerales es uno de los principales mecanismos que el planeta utiliza para reciclar el dióxido de carbono, lo que se pretende dimensionar a través de Vesta son las posibilidades de implantación de este sistema en las playas. Una puesta en marcha que, según los investigadores a cargo del proyecto, tan solo tendría un coste de 10 dólares por cada tonelada de dióxido de carbono absorbida y que ya se ha materializado en una playa del Caribe.

Esta iniciativa, que de prosperar generaría un nuevo concepto de playa con el verde como color principal, es una más de las propuestas que en los últimos años se han desarrollado de cara a reducir los índices de contaminación del planeta y revertir así una situación realmente urgente. Iniciativas que parten del propio medio ambiente como foco principal de soluciones.

Esconder el carbono de forma definitiva

¿Quién no ha pensado alguna vez en coger algo malo y poder encerrarlo para siempre donde no vuelva a suponer un problema? Aunque tentador, desafortunadamente no es una opción que sea siempre posible. La mayoría de las veces resulta inevitable aprender a convivir junto a ciertas cuestiones negativas del día a día. Sin embargo, hay un aspecto, quizá el más relevante en lo que al ser humano refiere, donde esta solución más parecida a un truco de magia podría resultar no solo posible, sino efectiva: el calentamiento global causado por la acumulación de carbono.

La cuestión pasa por replantear de forma eficaz los recursos y actividades disponibles

Atrapar carbono puede parecer un concepto alejado de la realidad, pero encerrar algo tan complejo como un gas, evitando que este continúe agrupándose en la atmósfera, se ha revelado como una de las grandes claves a la hora de frenar el desgaste del planeta. La pregunta es: ¿cómo y por qué? En el fondo, capturar carbono supone un proceso mucho más lógico de lo que puede parecer a simple vista. De hecho, parte de una técnica que trata de replicar la función que hacen los recursos naturales como los bosques, que funcionan como sumideros de carbono naturales. Por medio de la fotosíntesis, los árboles y el resto de la vegetación captan dióxido de carbono de la atmósfera o disuelto en agua y, con la ayuda de la luz solar, se sirven de ello a la hora de elaborar compuestos orgánicos necesarios para su crecimiento. Teniendo muy presente este principio, la eliminación de CO2 de la atmósfera de forma artificial engloba necesariamente al conjunto de actividades humanas que extraen este gas para almacenarlo de forma duradera en reservorios geológicos, terrestres u oceánicos.

Llegados a este punto, el primer aspecto sobre el que recae la atención cuando se habla de capturar carbono son sus principales fuentes emisoras. En este sentido, la industria que depende de los grandes procesos de combustión supone el 8,5% del total de emisiones generadas. Para poner en marcha este proceso, el Servicio Geológico Británico, uno de los grandes impulsores de esta técnica, habla de varias estrategias, como la poscombustión, la precombustión y la oxicombustión, a través de las cuales sería realmente sencillo agrupar el carbono generado de cara a poder transportarlo a los sumideros naturales, evitando así su difusión hacia la atmósfera. Una vez agrupado y transportado, principalmente a través de su bombeo por tuberías, el carbono puede quedar almacenado de distintas maneras, siendo las formaciones geológicas los lugares con más posibilidades, donde el CO2 se convertiría en un compuesto líquido y se inyectaría directamente en las rocas sedimentarias más profundas.

Desde el organismo británico apuntan a zonas como el mar del Norte y la costa del Golfo de Estados Unidos como espacios de gran disponibilidad. De hecho, algunos de estos lugares podrían aislar el carbono de la atmósfera de forma permanente, con el beneficio que ello conllevaría para el planeta.

Una vez capturado, el CO2 se convertiría en un compuesto líquido y se inyectaría directamente en las rocas sedimentarios más profundas

De esta manera, la captura de carbono supone un avance evidente a la hora de paliar el desgaste derivado de la actividad humana. Una estrategia que, tal y como advierten desde el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), debe ir acompañada de forma complementaria por la evidente necesidad de reducir emisiones, una prioridad absoluta e inamovible para los próximos años. Si algo queda evidenciado gracias a esta nueva fórmula es que la naturaleza siempre ofrece soluciones: solo hay que estar dispuesto a encontrarlas.