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Las maravillas del mundo y el cuidado medioambiental

Las siete maravillas del mundo son ejemplo paradigmático de la pericia arquitectónica desarrollada por el ser humano a lo largo de la historia. Pero ¿pueden tales maravillas de la ingeniería serlo también en el aspecto medioambiental?


Filón de Bizancio (280 a.C.-220 a.C.) fue un ingeniero y escritor griego. A él atribuye el primer listado de las siete maravillas del mundo antiguo, en el que destacó lo que él consideraba los mayores logros arquitectónicos del ser humano. El historiador griego Diodoro (siglo I a.C.) nos legó, en su Biblioteca histórica, el listado definitivo, sustituyendo las murallas de Babilonia por el Faro de Alejandría. Que dichas maravillas fueran siete responde a que los antiguos griegos consideraban que este número representa la perfección. 

Las siete maravillas del mundo antiguo como las del mundo moderno, seleccionadas en 2007 mediante votación popular a nivel global, muestran las impresionantes capacidades de diseño e ingeniería que ha desarrollado el ser humano a lo largo de la historia. Además, algunas de estas maravillas combinaban o combinan la belleza arquitectónica con la sostenibilidad medioambiental.

El listado definitivo de las siete maravillas del mundo antiguo lo plasmó el historiador griego Diodoro (siglo I a.C.) en su Biblioteca histórica

Entre las del mundo antiguo, la más revolucionaria en este aspecto es, lamentablemente, la única de cuya existencia aún se duda. Supuestamente, los Jardines de Babilonia conformaban una inmensa estructura piramidal compuesta por terrazas abovedadas alzadas unas sobre otras, y habrían sido construidos durante el reinado de Nabucodonosor II (642 a.C.-562 a.C.). Dichas terrazas serían huecas y estarían rellenas de tierra. En ellas se plantaban, supuestamente, numerosos árboles y plantas que eran irrigados por un enorme depósito de agua situado en la cúspide. Aunque aún se sigue investigando para probar su existencia, de ser real, este sería el primer ejemplo de bioconstrucción de la humanidad.

La Gran Pirámide de Guiza, única de las siete maravillas del mundo antiguo que aún queda en pie, no se erigió con propósitos medioambientales. Sin embargo, en la actualidad su magnificencia impide que la ciudad de El Cairo, en cuyas afueras se sitúa, continúe expandiéndose y ampliando los efectos nocivos de la polución. 

Sin destacar por su arquitectura bioclimática, pero henchidas de grandeza, quedan en la memoria el Templo de Artemisa, la Estatua de Zeus, el Mausoleo de Halicarnaso, el Coloso de Rodas y el Faro de Alejandría, que sí pudo utilizar su estructura para que los marinos sorteasen las tempestades.

Por otro lado, y si nos vamos ya a las siete maravillas del mundo moderno, la majestuosa ciudad inca de Machu Picchu es la única que cuenta, desde 2021, con la certificación Destino Carbono Neutral que otorga Green Initiative, líder en certificación climática para el sector del turismo. El monumento ha obtenido este reconocimiento gracias a las prácticas sostenibles de gestión de residuos sólidos allí implementadas.

Otra de las siete maravillas actuales, la Gran Muralla China, también es un ejemplo de sostenibilidad que la naturaleza ha obrado por sí misma. Un estudio publicado a finales de 2023 revelaba que las partes de la Gran Muralla construidas comprimiendo materiales naturales con tierra están cubiertas por un conglomerado de musgos y otros microorganismos, conocido como biocostra, que reduce la erosión, la hace más resistente y favorece la biodiversidad en los alrededores.

El sistema hidráulico de abastecimiento de la ciudad de Petra la convirtió en un oasis imprescindible en las rutas comerciales que atravesaban el desierto

El Coliseo romano se convirtió durante una temporada en receptáculo de una exuberante biodiversidad. En 1850, su estado de abandono lo había convertido en una especie de selva urbana. El botánico inglés Richard Deakin descubrió que, durante los dieciocho siglos que habían pasado desde su construcción, habían crecido en su interior casi 100 especies diferentes de vegetales. Animales y gladiadores llegados desde lugares remotos habrían traído consigo semillas entremezcladas con el pelaje o la ropa, y el Coliseo, gracias a un microclima propio, facilitaba su crecimiento.

Pero el ejemplo más paradigmático de cómo una maravilla arquitectónica puede ser también una maravilla medioambiental es el de la ciudad de Petra. Habitada desde el siglo VII a.C. hasta el año 1985, en que fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, esta impresionante ciudad que los nabateos, árabes nómadas, construyeron en una zona desértica del sur de Jordania contaba con unas canalizaciones de agua verdaderamente sorprendentes. Las obras hidráulicas de abastecimiento que realizaron allí lograban transportar una media de 40 millones de litros de agua anuales. Este agua se utilizaba tanto para fines domésticos como para regadío, y convirtió Petra en un espectacular oasis inserto en las rutas comerciales que, por aquellos tiempos, atravesaban el desierto de Wadi Rum. 

Chichén Itza, en Yucatán, a pesar de su majestuosidad, no es ejemplo de arquitectura bioclimática, pero algún sentido tendrá que en sus cercanías eclosione la grandeza de diversidad biológica de los cenotes. El Cristo Redentor de Río de Janeiro contempla, majestuoso, los cielos, y el Taj Mahal no abandona en ningún momento su magnífico romanticismo de mármol. 

Sin dejar de admirar la apabullante belleza de las maravillas del mundo, conseguidas gracias a la pericia arquitectónica de nuestros antepasados, es importante que reflexionemos acerca de cómo puede la estética unirse con el cuidado del medio ambiente.

Electrónica biodegradable, el compromiso de la tecnología con el reciclaje

Con la introducción de la obsolescencia programada la tecnología se convirtió en un obstáculo para la sostenibilidad. Sin embargo, hoy en día se están desarrollando soluciones para hacer que la industria electrónica sea compatible con el medio ambiente.


En el parque de bomberos de Livermore de California (Estados Unidos), se encuentra la bombilla más antigua y famosa del mundo. La conocida como Centennial Light lleva encendida ininterrumpidamente desde que se instaló en 1901, por lo que supera de largo el centenar de años alumbrando el mismo rincón del enclave californiano. Así se fabricaban antes los objetos eléctricos o electrónicos: utilizando los materiales más fiables con el objetivo de proporcionar la mayor durabilidad posible. Con la llegada de la obsolescencia programada, todo cambió, y algunas compañías empezaron a trabajar para limitar la vida útil de sus productos. La obsolescencia programada funciona de manera simple pero efectiva: transcurrido un tiempo predeterminado, los dispositivos dejan de funcionar o quedan obsoletos, lo que obliga a los usuarios a comprar la versión actualizada con el consiguiente impacto medioambiental. 

Crear teléfonos que se descompongan tras su vida útil de manera natural reduciría el impacto climático significativamente

Desde que dispositivos como el ordenador portátil, la tablet o el teléfono móvil conquistaron nuestro día a día hasta convertirse en imprescindibles, el reto se ha multiplicado. La mayoría de los componentes y piezas, incluidas las baterías, resultan complicados de reciclar una vez el dispositivo deja de ser funcional. Alcanzar ese equilibrio es el reto al que se enfrentan los grandes fabricantes de productos electrónicos. Y si la demanda de productos electrónicos no hace sino aumentar, ¿sería posible crearlos con materiales biodegradables?

Bajo la premisa de que el aparato electrónico pueda descomponerse de manera natural después de su uso, minimizando así su impacto ambiental, nace esta alianza entre tecnología y reciclaje. Se basa en el empleo de materiales sostenibles como los bioplásticos, fabricados a partir de materiales orgánicos como el maíz, la caña de azúcar o la patata en lugar del petróleo, y ya se ha utilizado con éxito en el campo médico, con dispositivos que se disuelven en el cuerpo eliminando la necesidad de una segunda cirugía para retirarlos. En el campo medioambiental también se están desarrollando tecnologías similares, como sensores que se descomponen tras recopilar los datos necesarios. 

Una investigación del CSIC ha logrado desarrollar un método que usa únicamente metales que se pueden degradar de forma inocua en la naturaleza

Un estudio del Instituto de Ciencias de Madrid, dependiente del CSIC y liderado por la investigadora María del Puerto Morales, ha conseguido sintetizar nanopartículas de metales para su uso en las nanotintas conductoras que se emplean en la electrónica impresa: «Nuestro proyecto busca hacer electrónica con productos que se descomponen de forma natural sin dejar residuos tóxicos, como sucede con el hierro y el níquel. Usamos estos elementos y sus aleaciones porque son metales biodegradables que están presentes en la naturaleza: desde nuestra propia sangre a la tierra o los alimentos que comemos».

Igualmente, el uso de materiales biodegradables puede marcar un punto de inflexión para los fabricantes a nivel europeo. Y es que la Directiva de Residuos de Aparatos Eléctricos y Electrónicos (RAEE) de la Unión Europea ofrece incentivos económicos para las compañías que utilicen materiales más fáciles de reciclar. Lo mismo sucede con todos los Estados miembros, que anualmente deben cumplir unos objetivos de reciclaje. Así, el impulso para servirse de materiales que se degraden en el medio ambiente de manera inocua se antoja como un pilar fundamental a corto plazo para los países europeos. 

No obstante, el desafío global radica en encontrar la fórmula para manufacturar dispositivos sostenibles a gran escala ofreciendo un precio similar para el consumidor. Aaunque estas iniciativas transitan en la dirección correcta, aún queda mucho camino por recorrer para que tecnología y sostenibilidad formen un binomio consolidado.

¿Cómo generar energía desde casa?

Desde tejas y ventanas solares hasta microgeneradores en grifos y tuberías o sistemas que producen energía a partir de residuos orgánicos y plásticos: estos son los inventos que van a revolucionar el autoconsumo energético en nuestros hogares. 


En España ya hay 410.000 tejados solares residenciales. Según la Asociación de Empresas de Energías Renovables (APPA), solo en 2023 se pusieron en marcha 111.795 nuevas instalaciones fotovoltaicas en las cubiertas de viviendas particulares, muy lejos de las 424 de 2016. 

Los avances en la eficiencia de estos sistemas y la reducción de su coste han hecho que esta opción esté al alcance y en la mente de cada vez más personas. Pero ¿y si no fuera la única forma de generar energía desde casa? 

Científicos y empresas de todo el mundo buscan, de manera incansable, alternativas que permitan aprovechar el potencial del sol, el viento, el agua o incluso los residuos domésticos para impulsar el autoconsumo y la sostenibilidad de nuestros hogares. 

Soluciones como las tejas solares y las ventanas fotovoltaicas permiten apostar por la sostenibilidad sin renunciar ni al diseño ni a la funcionalidad

Uno de los grandes retos con los que se han topado las instalaciones fotovoltaicas tradicionales ha sido su integración en el entorno urbano. Muchos propietarios y arquitectos deseaban utilizar esta fuente renovable sin sacrificar el diseño y la estética. Por eso, se empezaron a buscar fórmulas para integrar células fotovoltaicas en materiales tradicionales de construcción. 

En respuesta a esta necesidad, nacieron en el año 2000 los primeros prototipos de tejas solares, a las que se unirían, en 2014, los paneles solares transparentes. Estos últimos, inventados por la Universidad Estatal de Michigan, sentaron las bases de las actuales ventanas solares o fotovoltaicas que ya se ven en edificios de Estados Unidos, Japón y Alemania. Gracias a esta tecnología, las ventanas siguen cumpliendo su función habitual mientras transforman la luz solar en energía, utilizando técnicas que van desde la integración de células fotovoltaicas en el propio vidrio hasta el uso de materiales que absorben y redirigen la luz a los bordes de la ventana, donde se produce la conversión. 

Por otro lado, cuando pensamos en el agua como fuente de energía, es normal que se nos vengan a la cabeza las grandes instalaciones hidroeléctricas. Sin embargo, esto podría empezar a cambiar. 

Microgeneradores instalados en las tuberías y los grifos nos permitirán convertir la energía mecánica del agua en movimiento en electricidad

En Francia o Israel ya hay empresas que han desarrollado microgeneradores que, instalados en las tuberías, convierten la energía mecánica del agua en movimiento en electricidad. De momento, solo pueden alimentar pequeños dispositivos de monitoreo de la presión, el caudal o la calidad del agua, pero hay quienes, como el grupo de investigación Barcelona Fluids & Energy Lab (IFLUIDS) y el Centro de Innovación Tecnológica en Convertidores Estáticos y Accionamientos, siguen intentando mejorar estos sistemas para brindar nuevas oportunidades a hogares y ciudades.

Otra iniciativa que pretende estar en el mercado en 2025 es un dispositivo de una startup francesa que se conectará a los grifos de cualquier casa para generar entre 5 y 7 kW de electricidad al día aprovechando el flujo y la presión del agua corriente. ¿Y quién dice que algún día no podremos convertir en electricidad la energía que producen las gotas de lluvia al impactar sobre las paredes o las ventanas de nuestras casas?  

Por último, al alcance de nuestras manos puede estar también producir energía a través de la basura doméstica.  

Hay soluciones para convertir los desechos de alimentos y otros restos orgánicos en biogás que puede usarse para la calefacción o la cocina que ya se usan en más de 90 países. Al mismo tiempo, otras empresas centran sus esfuerzos en transformar en electricidad un residuo tan problemático como las botellas y las bolsas de plástico.

'Smart tourism', tecnología al servicio del turismo sostenible

Con el análisis de datos y la Inteligencia Artificial como pilares, los usuarios pueden consultar información en tiempo real y ser partícipes de la preservación del entorno.


Evitar aglomeraciones se convierte, a veces, en un reto dependiendo del destino turístico elegido. Principalmente en verano, ir a la playa se convierte en sinónimo de madrugar para evitar la multitud. No son pocos los municipios que han prohibido aquella vieja tradición de plantar la sombrilla al amanecer para reservar esa parcela de arena que se ocupaba sobre el mediodía. 

Ahora es posible consultar con antelación, en tiempo real y desde el salón de casa, qué escenario se va a encontrar el turista en el lugar a visitar. Con el foco puesto en la sostenibilidad, iniciativas como la Red de Destinos Turísticos Inteligentes abogan por la digitalización y el uso de tecnologías avanzadas para acompañar en la transformación y modernización del sector.

Dentro de esa meta de turismo y ciudades inteligentes, las smart beaches suponen uno de los elementos clave.  Diferentes ideas centradas en mejorar la preservación y la seguridad de las playas mediante aplicaciones móviles que informan sobre todos los aspectos claves en una jornada playera: ocupación, temperatura y calidad del agua y puestos de vigilancia.

El control del agua permite mantener su limpieza, detectando cualquier punto de contaminación

Precisamente el control del agua permite mantener su limpieza y detectar cualquier punto de contaminación. En las playas que cuentan con aparcamiento, la monitorización de plazas libres disponibles ayuda a reducir las emisiones de carbono y contribuye a un entorno más sostenible. Del mismo modo, una menor cantidad de turistas genera menos residuos y se reduce, además, el gasto de agua en las duchas habilitadas.

Conocer con antelación el estado del agua y la ocupación de la playa

Entre las iniciativas más innovadoras destaca Infomedusa, una aplicación gratuita desarrollada por el Aula del Mar de Málaga que, además de utilizar sensores, recopila datos de los propios usuarios para predecir la presencia de medusas. Detalles como cantidad, variedad y peligrosidad de las especies avistadas ofrecen una información detallada cuya precisión aumenta gracias a la participación colectiva. Características similares presenta Medusapp, una iniciativa en la que colaboraron conjuntamente la Universidad de Alicante y la Universitat Politécnica de Valencia.

Infomedusa, además de utilizar sensores, recopila datos de los propios usuarios para predecir la presencia de medusas

En Las Palmas de Gran Canaria, LPA Beach vigila el estado de las playas de Las Canteras, Las Alcaravaneras y La Laja. Una estación videométrica de 10 metros de altura con tres cámaras, que se alimenta de energía solar y está diseñada para resistir la corrosión del mar, analiza las condiciones del agua en términos de mareas, corrientes, zonas de riesgo, arena disponible y ocupación. La recopilación de datos posibilita, igualmente, el seguimiento de la morfología y la hidrodinámica del litoral, la línea de costa y los sedimentos.

A los puestos de socorrismo, algunas ciudades como Sagunto (Valencia) han añadido el uso de drones para garantizar la seguridad. Los aparatos, que cuentan con altavoz y chalecos salvavidas, permiten un tiempo de respuesta mucho más rápido en caso de rescate y ejercen labores de vigilancia y prevención a lo largo del litoral del municipio. 

Otros países como Australia, Estados Unidos, Italia o Portugal también impulsan el desarrollo de esta tecnología para encontrar el anhelado equilibrio entre turismo de masas y protección medioambiental. 

El trayecto hacia un futuro verde se hace con combustibles sostenibles

La revolución del transporte sostenible es un viaje hacia la innovación en combustibles alternativos, del petróleo al plasma.


El sector del transporte se encuentra en una encrucijada decisiva en su camino hacia un futuro más verde. Tanto en la Unión Europea como en España el transporte es el sector con mayor consumo energético. Según el Observatorio del Transporte y la Logística, en España el transporte consume aproximadamente un 39% de la energía final, y la mayor parte de esta energía procede del petróleo. Representando una quinta parte de las emisiones de CO2 de la UE, la industria del transporte está bajo presión para reinventarse.

La búsqueda de alternativas a los combustibles fósiles ha desencadenado una ola de innovación que promete transformar la manera en que nos movemos. Más allá de la electrificación, que ha dominado el discurso de la movilidad sostenible en los últimos años, una nueva generación de combustibles alternativos está emergiendo. Desde el agua de mar hasta el plasma, pasando por la biomasa y los e–fuels, la industria está explorando territorios antes inimaginables.

Representando una quinta parte de las emisiones de CO2 de la UE, la industria del transporte está bajo presión para reinventarse

La empresa Nanoflowcell, con sede en Liechtenstein, ha desarrollado un sistema que utiliza líquidos iónicos derivados del agua de mar, prometiendo una autonomía de hasta 1000 kilómetros con un solo tanque. 

Los combustibles sintéticos o e–fuels, que combinan CO2 capturado e hidrógeno, se presentan como una solución para aprovechar la infraestructura existente de vehículos de combustión interna. Mientras tanto, el hidrógeno verde, producido mediante electrólisis del agua con energía renovable, promete ser una alternativa limpia para el transporte pesado y de larga distancia, difícil de electrificar.

La diversidad de soluciones en combustibles sostenibles refleja la complejidad del desafío de la descarbonización en el transporte. La transición hacia estos combustibles alternativos no está exenta de retos: la necesidad de desarrollar nuevas infraestructuras, enfrentada con la posibilidad de aprovechar las existentes, puede resultar en el retraso de la transición hacia energías verdaderamente limpias. Asimismo, la industria enfrenta el reto de equilibrar los costes de producción para los fabricantes y los costes de propiedad para los usuarios, todo ello mientras navega un panorama regulatorio en constante evolución.

La diversidad de soluciones en combustibles sostenibles refleja la complejidad del desafío de la descarbonización en el transporte

El Reglamento sobre la infraestructura para los combustibles alternativos (AFIR), parte del paquete de medidas «Objetivo 55» presentado por la Comisión Europea el 14 de julio de 2021, marca el comienzo de una nueva era en la política de transporte de la UE. Su objetivo es permitir a la UE reducir sus emisiones netas de gases de efecto invernadero en al menos un 55% de aquí a 2030, en comparación con los valores de 1990, y lograr la neutralidad climática en 2050. Aunque existe cierta ambigüedad en la legislación, el mensaje es claro: el futuro de la movilidad será diverso, sostenible y adaptado a las necesidades específicas de cada modo de transporte y región geográfica.

En definitiva, el trayecto hacia un futuro verde en el transporte se está construyendo sobre una base de innovación, colaboración y adaptabilidad. Los combustibles sostenibles, en sus múltiples formas, jugarán un papel crucial en esta transformación, que no consiste únicamente en la reducción de emisiones. Un futuro verde también deberá tener en cuenta, a la hora de innovar, factores como la calidad del aire o la democratización del acceso a recursos como la energía o materiales raros necesarios para la transición, manteniendo el bienestar de las comunidades en el centro de toda iniciativa.

El edificio del futuro: de la sostenibilidad al confort

Aprovechar el entorno y las condiciones naturales para que la eficiencia de un edificio llegue a su punto más álgido es el objetivo de la arquitectura bioclimática, un aspecto de la edificación ya presente en todas las nuevas construcciones.


La arquitectura bioclimática está pensada para ser sostenible tanto con el medio ambiente como con las personas y demás seres vivos del planeta. Esta condición la acompaña desde el momento del diseño y la construcción hasta el posterior uso del edificio por los moradores del inmueble, llegando incluso a tener presente la posibilidad del derribo en un futuro mediante las técnicas menos contaminantes.

«Lo primero que hacemos es utilizar los recursos naturales del entorno de manera controlada, intentando disminuir todo lo posible la demanda energética del edificio», apunta Eugenia del Río, secretaria de la Junta de Gobierno del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (COAM). Además, la poca energía que necesite la edificación será renovable siempre y cuando sea posible, a lo que se sumarán otras medidas como el ahorro de agua, un sistema de reciclaje y el control de los residuos generados.

Los arquitectos adoptan todas las medidas necesarias para conseguir un consumo mínimo de energía que, por otra parte, vendrá de fuentes renovables

De esta forma, los arquitectos intentan adoptar todas las medidas pasivas necesarias para poder conseguir ese consumo mínimo de energía. Ejemplo de ello es la orientación del edificio para aprovechar la luz solar o potenciar la ventilación cruzada, dónde ubicar voladizos para producir sombra o dónde plantar masa arbórea de hoja caduca que proteja los cristales en verano de la radiación solar pero que permita el paso de la luz en invierno.

La energía para hacer funcionar el inmueble de forma confortable vendrá de la energía fotovoltaica o de las máquinas de aerotermia y geotermia. «Siempre tenemos en cuenta todo el ciclo del edificio, por eso lo levantamos con materiales de proximidad certificados con sellos medioambientales», enfatiza Del Río.

La arquitectura bioclimática también tiene presente el uso controlado del agua. Por ello, su estructura, además de dejar un espacio suficiente para poder guardar los contenedores de basuras necesarios para un correcto reciclaje, está pensada para poder reutilizar las aguas de la lluvia para riego o las aguas grises para las cisternas, por ejemplo. Además, la arquitecta  señala que «los materiales con los que está construido el edificio deben ser fácilmente reciclables para contaminar lo menos posible una vez llegado el caso de su desmontaje o demolición».

«Siempre tenemos en cuenta todo el ciclo del edificio, por eso lo levantamos con materiales de proximidad certificados con sellos medioambientales»

Ejemplo de ello es la Academia de las Ciencias de California, en San Francisco (Estados Unidos). Tras tener que ser reconstruido después de diversos terremotos que sacudieron el edificio, el arquitecto Renzo Piano se decantó por la arquitectura bioclimática para volverlo a erigir. De esta forma, se convirtió en uno de los primeros museos que más respetan el medio ambiente del mundo. De hecho, desde 2008 está certificado por Green Building Council, un standard como el de FSC para bosques y productos de papel, pero para edificios.

En cuanto a las viviendas, la demanda ha cambiado tanto como la forma de construirlas. «Ya no piden casas lujosas o grandes, sino espacios sostenibles. Es algo que ha cambiado en la sociedad», afirma la Del Río.

A nivel legislativo también se han dado algunos avances en España. Aprobada en 2021, la Ley de Cambio Climático, junto con el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima, recoge un plan de Rehabilitación de viviendas y de descarbonización de las edificaciones a 2050. La Unión Europea no se queda atrás: el Plan de Recuperación y Resiliencia para mejorar la eficiencia de los hogares prevé alcanzar 1,2 millones de viviendas en 2030, lo que demuestra la importancia de las administraciones públicas en el impulso a esta cuestión.

Esta realidad entronca directamente con varios de los objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) marcados en la agenda de la ONU para 2030. Por ejemplo, con el noveno, referido a la industria, innovación e infraestructura, mediante el que se potencia la construcción de espacios resilientes, se promueve la industrialización inclusiva y sostenible y se fomenta la innovación, teniendo como fin impulsar el desarrollo económico.

El ODS 11 también está íntimamente relacionado con esta cuestión. Enfocado en hacer que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles, busca mejorar el acceso a viviendas seguras y asequibles, desarrollar el transporte sostenible, proteger el patrimonio cultural y reducir el impacto ambiental en áreas urbanas. «Y eso, cada vez más, es a lo que nos dedicamos los arquitectos», concluye la integrante del COAM.

Tres inventos que ya mejoran la producción y el consumo de energía en las ciudades

ciudades

Cada vez son más las ciudades de todo el mundo que buscan soluciones para ser más sostenibles, ya sea mediante el desarrollo de nuevas fórmulas para generar energía limpia o invirtiendo en sistemas que permiten minimizar su consumo e incluso absorber las emisiones de CO2 que se derivan del mismo.


Ocupan solo un 3% de la superficie de la Tierra y, sin embargo, son ya responsables de entre un 60 y un 80% del consumo de energía y tres cuartas partes de las emisiones globales de gases contaminantes a la atmósfera. En palabras de Naciones Unidas, las ciudades se han convertido en «una de las principales causas del cambio climático», pero también podrían ser un aliado fundamental para combatir sus efectos. 

Por eso, más allá de la adaptación de soluciones ya existentes –como los paneles solares o los aerogeneradores– al contexto urbano, empresas y administraciones de todo el mundo trabajan, desde hace años, para desarrollar soluciones innovadoras que permitan mejorar la producción y el consumo de energía en las ciudades.

La energía que hay en una pisada

Una de esas soluciones son los pavimentos cinéticos y piezoeléctricos. Aunque basados en tecnologías diferentes, ambos generan energía a partir de los desplazamientos de personas y vehículos sobre ellos

El primero utiliza un mecanismo de resortes y palancas por el que cada paso produce una pequeña cantidad de electricidad. La empresa británica Pavegen lleva años instalándolo en lugares como el estadio olímpico de Londres o el aeropuerto de Heathrow. El segundo, por su parte, aprovecha la capacidad de ciertos materiales –como algunos cristales y cerámicas– para generar corrientes eléctricas cuando son sometidos a presión mecánica. Esta tecnología se utiliza en carreteras de Tel Aviv y en las escaleras de la estación de metro de Odenplan de Estocolmo.

Los sistemas de bioluminiscencia permiten iluminar las ciudades sin necesidad de conectarse a la red eléctrica

Iluminar las ciudades sin electricidad 

Buena parte de la electricidad que generan esos nuevos pavimentos va destinada a alimentar sistemas de iluminación, como farolas o señales de tráfico. Sin embargo, existen alternativas para iluminar las ciudades sin necesidad de conectarse a la red eléctrica, como la bioluminiscencia.

La francesa Glowee fue una de las primeras en conseguir iluminar escaparates, pasos de peatones y mobiliario urbano en pueblos como Rambouillet y la propia París copiando un proceso que puede observarse en seres vivos como las luciérnagas y muchos animales marinos. Desarrolló lámparas e instalaciones que reproducen las condiciones que la bacteria Aliivibrio fischeri necesita para «brillar» –y nunca mejor dicho– en toda su plenitud. 

Aun así, no hace falta trasladarse al país galo para encontrar soluciones de este tipo. Aquí, en nuestro país, Bioo ya integra hongos bioluminiscentes naturales en entornos urbanos y experimenta, además, con la obtención de energía de las mismas plantas, como ya hizo en su momento la empresa belga Plant-e. Este modelo aprovecha la corriente eléctrica que generan los microorganismos presentes en la tierra al descomponer el material orgánico. 

Ya hay baldosas que pueden generar energía con nuestras pisadas o absorber el exceso de CO2 del aire de las ciudades

Baldosas que capturan CO2

Pero no se trata solo de buscar nuevas fuentes de energía o de intentar reducir su consumo, también existen soluciones para minimizar el impacto de las emisiones de gases contaminantes que puedan derivarse de la actividad de las ciudades. 

Bilbao se convirtió hace unos años en la primera ciudad española en instalar las baldosas ecológicas de la empresa zamorana Trenza Metal. Estas losetas, muy similares en apariencia a las que solemos encontrar en las aceras de otros tantos núcleos urbanos, contienen en su composición un activo adicional: hidróxido de carbono. Cada metro cuadrado de este pavimento tiene capacidad para absorber el exceso de CO2 contenido en 5.000 metros cúbicos de aire. 

Estas tres iniciativas son algunos ejemplos de soluciones que ayudan a las ciudades no solo a cumplir sus objetivos de sostenibilidad medioambiental, sino también a mejorar la calidad de vida y el bienestar de sus vecinos, de forma que la innovación queda al servicio de las personas.

¿Cuáles son las ciudades más sostenibles del mundo?

Madrid ha perdido cuatro posiciones en el último año en el Índice de Ciudades Sostenibles de Corporate Knights, que evalúa 70 capitales de todo el mundo en función de criterios de sostenibilidad, como las emisiones de CO2 per cápita, la gestión de los residuos o la calidad del aire. La capital española se sitúa en el puesto número 13 y destaca principalmente en la categoría de movilidad sostenible, en una puntuación que la equipara a Hong Kong o Singapur.


Se calcula que casi el 70% de la población mundial, más de dos tercios del total, vivirá en ciudades en 2050. Y esa es también la fecha que Naciones Unidas ha puesto para el objetivo de emisiones cero, esto es, para conseguir eliminar las emisiones de gases de efecto invernadero. Hoy no vamos por buen camino para lograrlo, por eso, las ciudades (donde se producen la mayor parte de las emisiones) son un actor clave del cambio de mentalidad.

Las primeras ciudades de la clasificación muestran altos niveles de emisiones per cápita contrarrestados por medidas gubernamentales y buena gestión de los residuos y la movilidad

Un informe elaborado por Corporate Knights, empresa líder de comunicación en investigación en economía sostenible, ha analizado y clasificado las ciudades del mundo según su sostenibilidad. Este particular ranking se basa en criterios como la calidad del aire, el acceso al agua potable, la gestión de residuos, la densidad del tráfico, el sistema de transporte y la dependencia del vehículo privado, los espacios públicos abiertos, las emisiones, la resiliencia y las políticas medioambientales de la ciudad.

Encabezan el ranking cuatro ciudades escandinavas: Estocolmo, Oslo, Copenhague y Lahti. Con más de un millón y medio de habitantes, Estocolmo ha conseguido reducir al máximo sus emisiones gracias a un sistema de transporte público reforzado que reduce la dependencia del coche y a dar importancia a las energías renovables. En el puesto de cola se sitúa Karachi, en Pakistán.

En general, los resultados de las primeras ciudades de la clasificación muestran altos niveles de emisiones per cápita contrarrestados por medidas gubernamentales y una buena gestión de los residuos y la movilidad. Es el caso de Sydney, en el puesto 7, o de Berlín, en el 8. La tendencia a mostrar emisiones altas pero fuertes medidas climáticas como el transporte público, la electrificación o la gestión de residuos es propia de ciudades con niveles socioeconómicos altos. Sin embargo, algunos resultados sorprenden: Ámsterdam, símbolo del transporte sostenible, ocupa el puesto 25 debido a su falta de políticas sobre energías renovables.

Por otro lado, las megaciudades tienen más dificultades para mantener políticas sostenibles debido a su tamaño, pero no es imposible: así lo demuestran Londres, con casi 9 millones de habitantes, ocupando el puesto 5, o Tokio, que, con 14 millones de ciudadanos, se mantiene en el puesto 12.

En el caso de España, la capital se sitúa en el puesto 13, cuatro lugares por debajo de su posición del año pasado. En su caso, Madrid destaca especialmente por aspectos relacionados con la movilidad, ya que su población depende menos del transporte personal y más del público, con menos de 0,5 vehículos por hogar, a la par que ciudades como Hong Kong y Singapur.

Al final del ranking encontramos núcleos urbanos con bajos niveles socioeconómicos y mucha población

Al final del ranking encontramos núcleos urbanos con bajos niveles socioeconómicos y mucha población, que afrontan retos adicionales a la acción climática. São Paulo, por ejemplo, con 12 millones de habitantes, ocupa el puesto 55, pues, aunque las emisiones per cápita son relativamente reducidas, la capacidad de resiliencia ante el cambio climático es mucho más baja debido a la pobreza de las infraestructuras y a la falta básica de recursos. Karachi, en Pakistán, por su parte, ocupa el último lugar por su falta de acceso a agua potable y sus nulas políticas contra el cambio climático.

En mejorar las condiciones socioeconómicas y las medidas gubernamentales es donde están los verdaderos retos para el cambio, ya que estas son el primer paso para eliminar o, al menos, reducir la gestión nociva de los recursos.

La basura espacial: contaminación más allá de la Tierra

Ingentes cantidades de basura espacial orbitan alrededor de la Tierra, resultado de décadas de exploración y actividades satelitales. El riesgo que representan para las operaciones espaciales se ha vuelto una preocupación internacional.


Cada día somos más conscientes del problema que suponen, en nuestro entorno medioambiental, los residuos que generamos. Afortunadamente, conocemos las soluciones y tanto la sociedad como las instituciones comenzamos a incorporarlas a nuestro proceder diario. Pero, ¿somos conscientes de cómo otro tipo de residuos deterioran el espacio exterior que rodea nuestro planeta?

Desde que contamos con la capacidad tecnológica suficiente, hemos lanzado al espacio infinitos satélites que nos han ayudado a conocer mejor nuestro planeta y lo que le rodea, e incluso a mejorar nuestras comunicaciones. Pero a día de hoy, cerca de 10.000 de estos satélites, junto a miles de naves espaciales desaparecidas, cuerpos de cohetes abandonados y millones de piezas de todos estos ingenios orbitan descontrolados alrededor de nuestro planeta. Lógicamente, muchas de estas piezas orbitales acaban colisionando entre sí  multiplicando la basura espacial.

Cerca de 10.000 satélites, miles de naves espaciales, cuerpos de cohetes abandonados y millones de piezas de todos estos ingenios orbitan descontrolados alrededor de nuestro planeta.

Las consecuencias que puede provocar esta basura espacial van desde inutilizar nuestros actuales sistemas de comunicación a sufrir en la superficie terrestre el impacto de piezas de estos despojos envueltas en llamas, pasando por poner en riesgo el futuro de los vuelos espaciales. A primeros de año, una nave de la NASA encargada de estudiar la radiación solar en la atmósfera superior evitó por muy poco la colisión con un satélite desaparecido hace más de 30 años. Las consecuencias hubiesen sido dramáticas.

Como explica Jan Wörner, director general de la Agencia Europea del Espacio (ESA), realizar vuelos espaciales será «tan peligroso como lo sería navegar por alta mar si todos los barcos que se han perdido, a lo largo de la historia, siguieran a la deriva». 

La propia ESA advierte de que el lanzamiento de nuevos satélites corre un serio peligro, ya que calcula que 1 millón de objetos de más de un centímetro y cientos de miles de millones de fragmentos de más de un milímetro ocupan el espacio exterior. Por ello, desde 2019 trabaja en la misión Clear Space-1, que pretende sacar de su órbita un adaptador de carga de 113 kg, procedente de otra de sus misiones espaciales, que quedó varado a unos 600 kilómetros de la superficie terrestre.

Más acciones de este tipo, orientadas a eliminar la basura existente están en marcha. En febrero de este mismo año la misión ADRAS-J, de Astroscale Japan, arrancó con el objetivo de sacar de su órbita el cuerpo de un cohete que da vueltas alrededor de nuestro planeta desde hace 15 años.

En la actualidad, las misiones espaciales son tan peligrosas como lo sería navegar por alta mar si todos los barcos perdidos desde que se inició la navegación siguieran a la deriva.

Pero, además de limpiar la basura ya existente, es imprescindible aplicar con urgencia una estrategia de sostenibilidad que impida la generación de nuevos residuos espaciales. Un ejemplo son las normas que, en 2022, impuso la Comisión Federal de Comunicaciones de los Estados Unidos (FCC) a las empresas de telecomunicaciones para obligarlas a deshacerse de sus viejas naves espaciales para que no pasen a formar parte de la basura espacial que orbita alrededor del planeta.

La sostenibilidad espacial ya está en la agenda de la ESA y se ha convertido en prioritaria para la Agencia Espacial del Reino Unido. También forma parte de una campaña de sensibilización que desarrolla Japón junto a la Organización de Naciones Unidas (ONU) y ha logrado que la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA), generadora de gran parte de los actuales residuos espaciales, haga pública una ambiciosa Estrategia de Sostenibilidad Espacial.

Sin duda, los esfuerzos por lograr una sostenibilidad medioambiental en nuestro planeta han de servir de ejemplo para acometer también la sostenibilidad fuera de él.

Así es la nueva energía que se utilizará en las misiones interplanetarias

La mayoría de naves espaciales utilizan paneles solares para generar la electricidad que les permita funcionar. Pero los ambientes más extremos invalidan su eficacia. Las células termorradiativas evitan este problema uniendo energía solar y nuclear.


¿Podría una misión espacial llegar hasta Urano, el séptimo planeta de nuestro sistema solar? ¿Sería posible generar la energía necesaria para propulsar un satélite hasta un planeta que es puro hielo y se encuentra a 2.721 millones de kilómetros del nuestro? Esto es lo que se ha propuesto el programa de la NASA Innovative Advanced Concepts (NIAC).

Cada año, el NIAC subvenciona proyectos tecnológicos innovadores que permitan a la NASA seguir avanzando en sus investigaciones lejos de la atmósfera terrestre. Y este mismo año, uno de los proyectos subvencionados ha sido el desarrollado por un equipo de científicos del Rochester Institute of Technology del estado de Nueva York (EE.UU.). Se trata de una nueva fuente de propulsión generada por una combinación de energía solar y energía nuclear que podría enviar pequeñas naves espaciales hasta los mismos límites del sistema solar.

Los paneles solares que alimentan las naves espaciales carecen de eficacia alrededor de los -218ºC que llega a alcanzar el planeta Urano

La posibilidad de que, gracias a esta nueva fuente de propulsión que recibe el nombre de células termorradiativas (TRC), pequeñas naves espaciales puedan alcanzar Urano es absolutamente revolucionaria porque, hasta ahora, la energía que utilizan es generada por paneles solares. Urano, como decíamos al inicio, es un planeta tan frío que se conoce como el «gigante de hielo», y alcanza temperaturas de -218ºC. Evidentemente, los paneles solares que producen la energía de la gran mayoría de naves espaciales que, en la actualidad, surcan el espacio, no servirían para producir energía en ambientes tan gélidos y a los que la luz del sol apenas roza.

Con las TRC, los científicos pretenden lograr unos propulsores más potentes y resistentes a las temperaturas extremas que rodean los planetas más alejados del nuestro. La primera fase de su estudio, dejó patente la efectividad de este sistema cuyo funcionamiento es el contrario al de una célula solar: en vez de producir calor, convierte el calor producido por un radioisótopo (combustible nuclear) en luz infrarroja que, enviada al espacio, genera electricidad durante su recorrido. Lo que permite este sistema es crear unos motores más pequeños, sin piezas móviles que provoquen fallos mecánicos, y con una potencia significativamente mayor que la de los actuales paneles solares, de cuya energía se alimentan las naves espaciales. Además, debido al máximo aprovechamiento que hacen de la energía solar, se convierten en un tipo de motores altamente sostenibles.

Las células termorradiativas convierten el calor producido por combustibles nucleares en luz infrarroja que, enviada al espacio, genera energía en su recorrido

El proyecto se encuentra ya en su segunda fase, y los científicos quieren lograr que los motores de TRC puedan reducirse aún más en peso y tamaño y, sobre todo, minimizar al máximo su consumo de energía. También, se están realizando diversos experimentos que posibiliten crear motores TRC capaces de soportar temperaturas aún más extremas.

El programa NIAC, mientras tanto, seguro del éxito de las investigaciones, ha definido ya el tipo de nave espacial que, con los TRC, quieren hacer llegar hasta Urano. Se trata de los «CubeSats», un satélite cúbico en miniatura creado en 2002 por investigadores de la Universidad de Stanford.

La hoja de ruta ya está marcada, y si las investigaciones siguen el mismo curso que hasta ahora, pronto podremos comprobar cómo un CubeSat impulsado por TRC alcance los confines del sistema solar.