El presidente de la Red Española de Desarrollo Rural (REDR), Secundino Caso, siempre ha afirmado con rotundidad que la pandemia ha sido una de las mayores oportunidades para dinamizar el desarrollo económico de la España vacía. Habla desde su experiencia pero también desde la de los vecinos de Peñarrubia, el pequeño pueblo cántabro de 318 habitantes del que lleva dos décadas siendo alcalde: en los últimos meses, tres nuevas familias se han mudado al municipio para teletrabajar o crear nuevos negocios desde esa tranquilidad que solo puede dar el campo. Una señal irrefutable, apunta Caso, de que algo está cambiando en el mundo rural. Aunque, para que la transformación eclosione definitivamente, aún quedan algunas asignaturas pendientes por resolver.
Usted defiende que la pandemia ha resignificado la vida en el entorno rural. Sin duda, el trabajo telemático ha marcado un antes y un después en la España vacía. Pero ¿de qué forma el coronavirus ha cambiado nuestra concepción de los pueblos de España en cuanto a oportunidades laborales?
La influencia de la pandemia en la resignificación del entorno rural es una realidad. Gracias a ella, la sociedad –ya no solo la rural, también la urbana– ha empezado a valorar de verdad el tener una casa con acceso a la naturaleza, vivir en un pueblo, disfrutar del aire libre. En la práctica, muchos pueblos están viendo este efecto ahora mismo: hay mucha gente que compró una casa en un municipio rural como segunda residencia durante la pandemia y que, ahora, se está mudando para vivir en ella definitivamente. También en el ámbito más económico se está dando un cambio grande, ya que por primera vez estamos viendo cómo hay gente que apuesta por invertir en los pueblos sin ninguna subvención o ayuda. Esto dignifica. Que venga gente de las ciudades, con un poder adquisitivo mayor, a quedarse en la España rural es un motivo de orgullo para los vecinos. Algunos todavía incluso se sorprenden, porque se preguntan cómo puede una persona decidir abandonar la ciudad y venirse al campo. La respuesta es sencilla: está donde quiere estar, y es en el pueblo. No obstante, que la migración a la inversa –de pueblo a ciudad– ocurra depende de numerosos factores. El más importante de todos es la conexión. Ya existen pueblos de primera y pueblos de segunda según si tienen fibra óptica o no. En resumidas cuentas, es importante ver que lo que necesita un pueblo para ser atractivo no es que esté cerca de una gran ciudad, sino que esté conectado y cuente con los servicios suficientes para proporcionar un estado de bienestar a sus vecinos y a los nuevos moradores.
«Los pueblos necesitan trabajadores, pero para ello tienen que garantizar un bienestar»
No obstante, la edad media en el entorno rural ronda los 55 años y, según la Fundación Adecco, los mayores de 50 años representan el 14% del paro en España. ¿Cómo se puede garantizar el acceso al emprendimiento rural en una horquilla de edad que suele tenerlo muy complicado para conseguir empleo?
No creo que sea un problema. De hecho, mucha de la gente que está viniendo a emprender a los pueblos ahora no baja de los 60 años. El mundo rural ofrece muchas oportunidades y necesita gente que trabaje. Por ejemplo, a Peñarrubia acaba de mudarse un matrimonio –él es arquitecto; ella diseñadora– que supera los 50 años de edad, y también una mujer que decidió abandonar Barcelona y montar su negocio online de velas artesanas desde aquí.
Además, ahora mismo contamos con muchos programas que permiten acercar a emprendedores y grupos de desarrollo para que trabajen coordinados. Vuelvo al ejemplo de Peñarrubia: en nuestro pueblo hay muchísimo turismo, pero todavía falta hostelería. Quien quiera venirse y montar un restaurante, podrá vivir muy bien.
Pero también es cierto que el territorio rural, si bien abarca el 80% de la superficie española, cuenta con una densidad media de 17,8 habitantes por kilómetro cuadrado. En un escenario como este, ¿de dónde se parte y hacia dónde se tiene que ir para una red laboral resistente que facilite el emprendimiento rural?
Esa es una de las asignaturas pendientes. Tenemos que aprender a coordinarnos mejor. No es una cuestión de cantidad, sino de forma de trabajar. En el mundo rural hay decenas de entidades como fundaciones, planes de empleo o asociaciones que luchan por el desarrollo del emprendimiento en los pueblos. Es más, si en España hay 250 comarcas, en cada una de ellas vive un grupo de acción local que puede orientar a cualquier interesado en emprender sobre los sectores que necesitan más trabajadores o qué empleo fortalece el territorio. Lo único que falta, como digo, es trabajar todos sobre la misma página.
Usted lleva más de veinte años siendo el alcalde de Peñarrubia. Ha sido testigo directo de la evolución de la España vacía. ¿Cómo ha afectado la despoblación al bienestar económico y social del pueblo? ¿Se está recuperando de alguna forma? ¿Qué pierde España cuando en los pueblos se deja de emprender?
En primer lugar, cuando yo llegué al consistorio, había registrados 200 habitantes. Ahora hay casi 400. Recientemente, he visto a tres familias venir a vivir aquí. El matrimonio del arquitecto y la diseñadora se dedica a comprar casas en Madrid, rehabilitarlas y venderlas. Es decir, que pueden vender un piso en la Castellana desde un municipio de la España rural. También, justo enfrente de ellos, están construyendo una casa un hombre alemán y una mujer chilena. Él tiene una empresa digital de gestión de depuradoras para gobiernos de todo el mundo e, igualmente, lo resuelve desde el ordenador en Peñarrubia. Todo lo que necesitan es el internet que les proporcionamos. Mi pueblo necesita trabajadores. Ahora mismo hay muchas empresas turísticas –posadas, hoteles, albergues y un balneario de lujo– que necesitan gente. Esto demuestra que hemos conseguido poner sobre la mesa que esa idea de que en los pueblos no hay nada de lo que vivir es un mito. Cuando yo empecé, no existía nada más que el sector primario y, a lo largo de estas décadas, hemos asentado proyectos que han dinamizado la economía.
La pregunta ahora es: ¿y por qué, aun así, no conseguimos que se quede toda la gente que queremos? Porque la vivienda, al menos en el caso de Peñarrubia, es un gran problema. Ahora mismo, si una pareja joven se viene a vivir aquí, tendrá que gastar mucho dinero en una casa que es una verdadera ruina. Eso es algo de lo que también hay que hablar: no es tan sencillo como darles trabajo y ya, sino que se necesitan servicios adecuados, como un sistema de viviendas rehabilitado, un médico, una guardería… Ahora mismo estamos viendo cómo mucha gente viene al pueblo a trabajar por el día y luego se va a la cabecera de comarca para descansar, porque allí es donde está su casa. Eso no tiene sentido. La gente no se da cuenta de que ese estado de bienestar en el que viven en las ciudades es muy potente, y que eso no siempre lo encontramos en los pueblos. Tenemos que conseguirlo. No obstante, el reto está en que, si bien no hay dos pueblos iguales, tampoco hay dos soluciones iguales.
¿Qué sectores lo tienen más complicado (y qué sectores lo tendrán en el futuro próximo) para crecer en la España vacía?
No es una cuestión de sectores, sino de que la gente tenga todo lo que necesita para vivir bien. Es muy importante cambiar esa mirada. Hace 50 años, del mundo rural se marchó todo aquel que pudo y se quedó solo el que no tuvo oportunidad de irse. Es decir, los trabajadores de la agricultura y la ganadería. Esos sectores ahora mismo están pasando por auténticas dificultades económicas, y no es porque se hayan quedado en el pueblo, sino porque el estado de bienestar les garantiza más bien poco. Cuando te mudas a un pueblo con 20 años y estás soltero, el estado del sistema educativo, la sanidad o las residencias de mayores te puede dar un poco más igual. Pero si te acabas de casar y tienes dos niños pequeños, da igual el sector en el que trabajes, que mientras no haya una guardería o un médico disponible te va a dar igual. El estado de bienestar en el mundo rural es un espacio aún por conquistar.
«Llevamos 50 años legislando para las ciudades, y ahora nos encontramos con un traje que no viene a medida para los pueblos»
En este sentido, son cada vez más las iniciativas del sector privado centradas en generar un impacto positivo en la economía de los pueblos. Pensando en algunos ejemplos, nos encontramos con Holapueblo, que apoya a personas interesadas en instalarse en el mundo rural e implantar su idea de emprendimiento, o Ruralizable, que impulsa el emprendimiento tecnológico a favor del mundo rural. ¿Qué opina de esta implicación de las empresas para favorecer el desarrollo sostenible de los pueblos? ¿Hasta qué punto el sector público y el privado pueden trabajar en alianza?
La alianza público-privada es fundamental. Tiene que existir sí o sí. Puede que haya gente a la que le cueste entenderlo, pero yo, que soy presidente de un grupo local y de la Red Española de Desarrollo Rural –donde la mitad del componente es público y la otra mitad privado desde hace 30 años– lo tengo claro. Lo que sí es cierto es que, hasta hace poco, hemos estado dando la espalda al mundo rural. Antes no se le tenía en cuenta porque componía muy pocos votos, y eso no interesaba. Se ha tardado mucho en ser consciente de la importancia del mundo rural que, más allá de la pandemia, es una pieza clave a la hora de luchar contra los principales retos que nos conciernen: el cambio climático, la producción de alimentos, la captura de dióxido de carbono, el terreno para instalar las energías limpias… Con la transición energética sí que vemos el potencial de los pueblos, pues permiten un modelo barato y más sostenible. Pero, por supuesto, tal y como ha avanzado la historia, hay reticencias de ciertos habitantes. Con esto quiero decir que, si ahora contamos con el mundo rural, la única forma de hacerlo es teniendo en cuenta a los vecinos. Por eso la alianza entre lo privado y la figura civil es tan importante: hay que llegar a consensos con los habitantes y encontrar soluciones adaptadas a ellos y su entorno.
Concretamente, Red Eléctrica es un actor fundamental porque combina esa rentabilidad energética y sostenible con la involucración de la gente que vive en los pueblos. Es la única manera de hacerlo, en realidad, porque necesitamos un equilibrio, que ciudades y pueblos trabajen para que ese estado de bienestar llegue sin dejar a nadie marginado. De lo contrario, fallaremos y daremos margen a la demagogia.
Sobre dar la espalda al mundo rural, ha denunciado en numerosas ocasiones que las leyes, muchas veces, tampoco piensan en los pueblos. ¿Qué hace falta cambiar en la legislación para darle un mayor empujón al tejido laboral de los pueblos?
Esa es la clave. Nos vemos frente a una legislación que, en los últimos 50 años, se ha diseñado para una España urbana. Y ahora, cuando queremos legislar para los pueblos, se convierte en un traje que no nos viene a medida. No podemos aplicar esta legislación al mundo rural porque lo único que hemos hecho ha sido ponerle capas de protección, no dinamizarlo. Y la protección, muchas veces, genera cuellos de botella.
De esto hay cientos de ejemplos. Sin ir más lejos, el acceso a las farmacias. En una ciudad, una farmacia sale muy rentable tan solo vendiendo medicamentos mientras que, en un pueblo, para que salga a cuenta, el farmacéutico tiene también que asesorar, llevar medicamentos a domicilio, hacer preparados específicos para los vecinos, etcétera. Y, sin embargo, la ley no permite que las farmacias de los pueblos cuenten con un psicólogo. Y no solo eso: la legislación marca que en un pueblo de menos de 500 habitantes no puede haber una farmacia, sino un botiquín. Esto minimiza los servicios y reduce el horario de atención al cliente, puesto que un botiquín no puede abrir todos los días.
Este fenómeno también lo observamos en la ley de transporte escolar. Es lógico que para una ciudad se legisle, por pura seguridad, que los menores de edad no puedan viajar en el mismo transporte que adultos completamente desconocidos. Pero en un pueblo, donde hay una gran red familiar, no tiene sentido alguno. ¿Qué hace entonces un niño pequeño cuando tiene que viajar en un autobús casi vacío para ir a la escuela en otro pueblo y no puede acompañarle su abuelo? Tenemos que volver a aplicar la lupa para hacer leyes destinadas al mundo rural. Inglaterra y Francia, por ejemplo, ya llevan tiempo trabajando en una legislación adaptada. Incluso existen observatorios rurales que, cada vez que sale una nueva ley, ponen en marcha un mecanismo de garantías que analiza cada párrafo para evitar que pueda perjudicar a los pueblos. No para beneficiarlos, sino para ahorrarle daño. Yo mismo me conformo ya con eso: que la legislación no sea una losa sobre nuestras cabezas.
Más allá de los servicios, también muchos de los emprendedores que quieren invertir en los pueblos lamentan las trabas burocráticas a la hora de encaminar su negocio.
Claro, es que no puede ser que alguien tenga que esperar durante dos o tres años a que la Administración le diga si puede emprender o no. Yo lo veo todos los días: muchísima gente que quiere emprender deja de intentarlo porque no se ve capaz de seguir adelante con tanta burocracia. Eso hay que agilizarlo. Tendríamos que ponerle una alfombra roja a cada persona que quiera emprender, garantizar que puede resolverlo en un tiempo razonable, tanto si es un proyecto viable como si no.
«Necesitamos construir un relato atractivo para que los jóvenes vengan a los pueblos»
Desde su punto de vista, ¿el Plan de Recuperación de la Unión Europea, que destina más de 8.000 millones al desarrollo rural, puede ser ese as bajo la manga que la España vacía lleva tiempo buscando?
En cuanto a las ayudas europeas tengo el corazón partido. Es verdad que son una gran inversión, pero hay que tener en cuenta que con la migración el mundo rural quedó desprotegido de talento y, ahora mismo, no tiene capacidad de personal para absorber ese dinero. Hay que recordar un dato fundamental: el 60% de los ayuntamientos españoles están en municipios por debajo de los 1.000 habitantes. ¿Qué significa esto? Que no hay manos suficientes: no hay técnicos para preparar los proyectos y no hay asesores que ayuden a decidir a qué destinar el dinero. Precisamente la semana pasada lo denunciamos ante el Ministerio de Economía. No hay organismos suficientes para presentar proyectos al mundo rural en la medida de lo que debería ser. Sí que algunas comunidades autónomas han puesto técnicos para abordarlo, pero deberíamos tener un gran pacto, una agenda rural que garantice que estos fondos llegan adecuadamente porque el Plan de Recuperación es un tren que no podemos perder.
Ante este escenario, ¿podemos esperar entonces una revolución rural que transforme el panorama laboral de España y reequilibre el mapa poblacional?
Estamos en un momento clave. No solo en España, sino en toda Europa. No se trata de vivir del mundo rural, sino de vivir en el mundo rural. Y de nuevo, la digitalización y la robotización del campo juegan un papel fundamental para dar un paso más. Eso sí, siempre que lo hagamos con unas gafas que miren de verdad al mundo rural (sin paternalismos) y lleven a generar ambientes de confianza y empatía, un relato atractivo para la gente joven y el emprendimiento. Los jóvenes tienen que ser los protagonistas de nuestro futuro.