Según la primera definición de la RAE, la felicidad es «un estado de grata satisfacción espiritual y física». A partir de una acepción tan rematadamente metafísica (y, por tanto, etérea), cuesta comprender que un concepto voluble y subjetivo pueda traducirse en datos estadísticos, gráficas y rankings.
Este fue el reto que se marcó hace una década la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible (SDSN, por sus siglas en inglés), una iniciativa de Naciones Unidas que moviliza la experiencia científica y tecnológica mundial para promover soluciones prácticas que encaminen a la implementación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y el Acuerdo Climático de París. Básicamente, pretendían determinar cómo (o mejor dicho, cuánto) de felices eran los 150 países consultados. Desde entonces, la SDSN trata de dar una respuesta aproximada, puntualmente cada 20 de marzo, en su Informe Mundial de la Felicidad (World Happiness Report), para el cual se basan en unos cuantos parámetros como el nivel de ingresos per cápita, la esperanza de vida al nacer, la libertad para tomar decisiones en la vida, la generosidad o las percepciones de corrupción.
«Las variables se eligieron originalmente como las mejores medidas disponibles de los factores establecidos en los datos experimentales y de encuestas por tener vínculos significativos con el bienestar subjetivo, y especialmente con las evaluaciones de la vida; el poder explicativo del modelo ha aumentado gradualmente a medida que agregamos más años a la muestra», justifican los responsables del estudio.
El primer puesto del último Informe Mundial de la Felicidad lo ocupa Finlandia por sexto año consecutivo mientras que España está en el puesto 32
Para llevar adelante tamaña empresa, que implica cientos de miles de consultas, el informe cuenta con el respaldo de Fondazione Ernesto Illy, illycaffè, Davines Group, Unilever, Wall's, The Blue Chip Foundation, The William, Jeff and Jennifer Gross Family Foundation, The Happier Way Foundation y The Regeneration Society Foundation. Y ese maremagno de información es después reordenado y convenientemente redactado por un grupo de expertos independientes.
El primer puesto del último Informe Mundial de la Felicidad lo ocupa Finlandia por sexto año consecutivo, con una puntuación significativamente superior a la del resto de países. Dinamarca permanece en el segundo lugar y en el top 5 le siguen Islandia, Israel y Países Bajos. «Sigue existiendo una gran brecha: los países de arriba están más estrechamente agrupados que los de abajo», advierten los redactores del estudio en sus conclusiones.
España queda en el puesto 32, por detrás de Rumanía, Eslovenia o Estonia. Sin embargo, la puntuación es más positiva si nos atenemos a partes concretas del estudio, como la relación entre bienestar subjetivo y generosidad, donde escalamos hasta el puesto 23, por delante de Suecia, Reino Unido o Estados Unidos. Y en cuanto a las brechas de felicidad entre las mitades superior e inferior de la población de cada país, España ocupa el puesto 17, lo que significa que hay menos desigualdad en términos de felicidad que en países como Australia, Reino Unido o Canadá, por ejemplo.
«Cuando evaluamos una sociedad no debemos mirar solo su felicidad, sino especialmente su escala de miseria, y para prevenirla los Gobiernos deberían considerar los ODS en sus políticas»
Tanto el informe (presentado el Día internacional de la Felicidad) como los Objetivos de Desarrollo Sostenible están impulsados por Naciones Unidas, y si bien la organización nunca ha establecido una correlación directa, su vinculación es más que tácita. «Cuando evaluamos una sociedad no debemos mirar solo su felicidad, sino especialmente su escala de miseria, y para prevenirla los Gobiernos y las organizaciones internacionales deberían considerar los ODS en sus políticas ambientales y de bienestar para garantizar la felicidad de las generaciones futuras», expresan los responsables del informe en su introducción. «Estos objetivos son herramientas esenciales para aumentar la felicidad humana y reducir la miseria ahora y en el futuro».
Los 17 ODS persiguen el fin de la pobreza, la erradicación del hambre, la salud y bienestar, la educación de calidad, la energía asequible y no contaminante, el trabajo decente y el crecimiento económico, la reducción de las desigualdades, y la acción por el clima, entre otros.
Hoy en día, es imposible concebir un mundo sostenible desde el punto de vista ambiental, económico y social si quienes lo habitan no tienen una percepción de justicia generalizada, y eso es precisamente lo que evalúa el Informe Mundial de la Felicidad. Valores irrenunciables como un nivel de renta para una vida digna, unos gobernantes éticos, una libertad individual y colectiva y una salud global deben ser el punto de partida para la consecución de los ODS.
Ha pasado más de una década desde que se publicó el primer Informe Mundial de la Felicidad. Y hace exactamente diez años que la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Resolución 66/281 que proclamó el 20 de marzo como Día Internacional de la Felicidad. «Desde entonces, cada vez más personas han llegado a creer que el éxito como país debe ser juzgado por la felicidad de su gente, y este consenso significa que la felicidad nacional puede convertirse ahora en un objetivo prioritario para los Gobiernos», reza el informe. Sin duda, sería el perfecto «Objetivo 18», aglutinador de los otros 17 de Desarrollo Sostenible.