Se necesitan cerca de 2.000 litros de agua para producir una camiseta de algodón, más de 4.000 para unas zapatillas y 10.000 para unos pantalones. Los cálculos de la Water Footprint Network solo ratifican los datos repetidos una y otra vez por Naciones Unidas que indican que la industria textil es el segundo sector más contaminante del mundo, solo superado por el petrolífero. Consciente de la gran huella ecológica que supone su desarrollo, el sector de la moda ha comenzado a movilizarse para cumplir con la Agenda 2030 y garantizar así la supervivencia del planeta.
A día de hoy, Prada se ha convertido en el baluarte de la moda sostenible. Hace apenas unos días, la firma italiana anunciaba que había suscrito un préstamo a cinco años por valor de 50 millones de euros con la entidad bancaria francesa Crédit Agricole Group. En él se definen los intereses y las cláusulas en base a factores de sostenibilidad. Es decir, a medida que la empresa alcance objetivos vinculados con la innovación y el desarrollo sostenible verá reducida su tasa de interés.
Con este pacto, la marca que lidera Miuccia Prada se ha convertido en la primera del sector de lujo en comprometerse con el medio ambiente a través de un acuerdo económico vinculante. Lejos de ser un salto radical, la empresa llevaba ya años transitando hacia un modelo de negocio más sostenible. Hace unos meses anunció que emplearía materiales reciclados y dejaría de utilizar pieles de animales de cara a 2020. Se trata de una decisión que en los últimos años cada vez más compañías han ido abrazando para adaptarse a las exigencias del sector y, también, de los clientes. La toma de conciencia de la necesidad de una industria más sostenible se refleja en las decisiones de compra de personalidades tan influyentes como la monarca británica Isabel II, que ha decidido poner fin a la tradición de usar pieles. No obstante, los esfuerzos realizados hasta ahora por el mundo de la moda no han sido suficientes.
Por eso, el pasado agosto, grandes marcas de lujo como Saint Laurent, Gucci, Balenciaga o Salvatore Ferragamo se comprometieron durante la cumbre del G7, celebrada en Biarritz, a impulsar el cambio hacia un modelo más sostenible. Este pacto verde se ha convertido en un punto de inflexión para un sector que representa el 10% de las emisiones globales de CO2 y el 20% de los vertidos tóxicos en las aguas. Sin embargo, para frenar el calentamiento global y evitar que los efectos del cambio climático sean irreversibles, se necesita no solo un cambio radical en el sistema de producción, sino también en los hábitos de consumo.
Según un estudio de la Fundación Ellen MacArthur, institución enfocada a acelerar la transición hacia una economía circular, la industria mundial de ropa ha pasado de producir 50.000 millones de prendas en el año 2000 a 100.000 millones en 2015. En esos quince años, el consumidor medio ha pasado a comprar un 60% de prendas más y a utilizarlas la mitad de tiempo.
Afortunadamente, frente a la cultura del usar y tirar, cada vez más jóvenes se lanzan a la reutilización y el intercambio de prendas, una práctica que podría hacer tambalear los cimientos del sector y acelerar su transformación. El auge de las compras de ropa de segunda mano y las apps de compra-venta son un buen indicio de ello.
El último informe elaborado por ThreUp señala que en los últimos años ha aumentado hasta 21 veces más rápido la adquisición de artículos de ocasión que en los últimos cinco años. Pero el estudio va más allá: con la progresiva toma de conciencia de los jóvenes sobre el cambio climático –que suponen el mayor grueso de compradores– se espera que esta tendencia llegue a superar la moda rápida (o fast fashion) en 2028 a menos que esta cambie de rumbo hacia un modelo más sostenible.