«Asombrosas islas de verduras que se mueven como balsas sobre el agua». Al historiador William Prescott, que basó gran parte de sus relatos en el imperio azteca, el paisaje de la zona le dejó perplejo: donde debía estar el lago Xochimilco, se vislumbraban aquellas llamativas chinampas, abundantes cosechas de verduras y flores que flotaban impasibles en balsas acuáticas, formando islas que parecían levitar en el aire. Parecía magia. ¿Cómo era posible que esos cultivos no necesitaran del suelo para salir adelante?
Si viajamos aún más atrás en la historia, encontraremos jeroglíficos egipcios que describían procesos de cultivo acuáticos a lo largo del Nilo. Eran los orígenes de lo que ahora conocemos como la hidroponía, que reemplaza un sustrato inerte por disoluciones minerales en agua, una técnica innovadora y mucho más sostenible que la agricultura tradicional, responsable del consumo del 70% del agua a escala global.
Ahora la agricultura ha dado un paso más y ya mira al suelo desde las alturas. Es la aeroponía, una técnica de cultivo vertical que solo necesita una décima parte del agua respecto a los cultivos tradicionales y que resuelve algunos de los problemas que el incipiente reto de alimentar al planeta trae consigo: alteraciones del suelo, desertificación, sequía y falta de espacio. Y es que el tiempo corre en nuestra contra: de seguir con el modelo extensivo de agricultura, advierte la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), «el sistema reducirá la disponibilidad de calorías en 2050, especialmente en los países en vías de desarrollo, a los niveles alcanzados en el año 2000».
Aprender a prescindir del suelo para seguir subsistiendo es una necesidad, y la aeroponía recoge ese guante como una técnica que no solo es más sostenible sino también más barata: esta técnica, desarrollada en 1920 por el doctor Franco Massantini y mejorada por la NASA en 1990, consiste en cultivar verduras en paredes o columnas, con las raíces al aire y escondidas dentro de una cámara que las protege de la luz permitiéndoles, a la vez, absorber el oxígeno que necesitan. Al tener un mayor acceso al oxígeno, los nutrientes son absorbidos directamente del ambiente una vez son pulverizados en forma de disolución, lo que les requiere menos energía para llevar a cabo la fotosíntesis.
Gracias a esta independencia del sustrato, la aeroponía se presenta como una técnica especialmente productiva en interior, lo que, a su vez, evita múltiples problemas típicos de la agricultura tradicional. Como los cultivos no están expuestos a plagas, no es necesario aplicarles pesticidas; y tampoco se ven afectados por heladas ni climas extremos.Al no requerir grandes atenciones en comparación con otras técnicas, el proceso se simplifica considerablemente, lo que minimiza, por un lado, el uso de agua y nutrientes y, por otro, la energía, reduciendo así la huella de carbono agrícola.
Una posible solución a las ciudades hambrientas
La industria alimentaria moderna da forma a nuestros territorios y afecta a las ciudades. En ellas, el acceso a frutas y verduras de calidad suele ir normalmente acompañado de una extensa huella de carbono ya que, dada la falta de espacio para instalar cultivos, las ciudades se abastecen de frutas y verduras provenientes de lugares lejanos, con las emisiones que ese transporte conlleva. La urbanista Carolyn Steel lo explica con el concepto del «triple golpe»: «La mayoría de los ciudadanos no sabe de dónde viene su comida (primer golpe) y se han acostumbrado a alimentos baratos (segundo golpe), mientras que los líderes políticos tienen escaso control sobre el sistema alimentario frente a la industria (tercer golpe)», explicaba en una entrevista recientemente.
Según el Ministerio de Agricultura, los cereales, las legumbres y las frutas recorren de media 2.954 y 5.466 kilómetros, respectivamente, hasta llegar a los hogares. Es precisamente aquí donde la aeroponía juega un papel clave: al distribuirse verticalmente, facilita la siembra de una alta densidad de plantas en espacios muy reducidos, fomentando la producción de ‘kilómetro cero’ (alimentos cultivados a menos de 100 km del punto de consumo) y resolviendo posibles situaciones de desabastecimiento como las que vivimos durante el estado de alarma..
Pero ¿puede hablarse ya de una revolución vertical? En Estados Unidos, por ejemplo, la aeroponía ya se ha hecho un hueco. La empresa Aerofarms, ubicada en Newark (New Jersey), abastece a instituciones, restaurantes y supermercados locales con 1.000 toneladas de verduras al año, cultivadas en 16 días (en la agricultura tradicional, el tiempo es el doble) en siete pisos de estanterías gigantes sin llegar a ocupar ni siquiera una hectárea de suelo. En Francia, por otro lado, una azotea parisina alberga el mayor huerto urbano de tomates, fresas y plantas aromáticas en Europa y basa su cultivo, sobre 14.000 metros cuadrados, en la aeroponía y la hidroponía.
En lo que a España concierne, los avances aún son tímidos. A pesar de sus múltiples ventajas, lo cierto es que un sistema aeropónico es una instalación relativamente costosa, ya que necesita, entre otros materiales, una serie de equipos electrónicos para vigilar el estado de los cultivos. Por eso, los pasos son pequeños, aunque decididos: en Ibiza, una pareja compró hace varios años una finca para dar vida a Ibiza Farm, el primer huerto aeropónico de exteriores de Europa donde, además de producir frutas y verduras para donarlas a escuelas locales, sus dueños desarrollan talleres de educación ambiental para los más pequeños.
En este ámbito también han surgido start-ups como Nextfood, mitad danesa y mitad española, que proporciona infraestructuras de aeroponía a granjeros locales de todo el mundo para crear una red descentralizada de granjas verticales conectadas y vigiladas a distancia por un equipo de científicos para garantizar su eficiencia. Porque, como ya apostilló el CEO de la compañía, Rasmus Bjengaard, «en los próximos 40 años la humanidad debe producir tanta comida como lo hizo en los últimos 10.000 años. El problema es obtener suficiente, no reemplazar a otros». Y en el caso de la agricultura vertical, solo el cielo es el límite.