El verano es una estación endulzada por las promesas que suelen encerrar las vacaciones: evadirnos del estrés, relativizar ciertos problemas y descubrir rincones hasta entonces completamente desconocidos. Este verano, los alojamientos rurales de España ya alcanzan una ocupación media del 50% y se prevé que las cifras finales superen el 52% registrado en 2019, según datos del portal EscapadaRural.
El turismo de vías verdes permite aprovechar 2.700 kilómetros de antiguas infraestructuras ferroviarias abandonadas
Es un hecho que el turismo rural satisface a sus fieles: el 96% de los turistas rurales declararon este año haber practicado esta clase de turismo con anterioridad, frente a un 98% que lo hizo el año pasado. De hecho, según datos del Observatorio de Turismo Rural, más de la mitad de los turistas (52%) reconoce haber cambiado el sol y la playa por el medio rural. Se trata de un modelo disruptivo en este sentido, ya que se busca el contacto con la naturaleza y con un entorno al que normalmente muchos no tienen acceso. Los mismos datos así lo demuestran: la abundancia de opciones al aire libre (70%) es la motivación que más crece respecto a años anteriores, junto con la posibilidad de visitar un entorno cultural (49%) y la riqueza gastronómica (45%). Asturias, Andalucía y Aragón son los destinos predilectos para satisfacer estas necesidades.
Mucho más que turismo
El turismo rural tiende a ser más que una mera actividad económica, llegando a dinamizar zonas que de otro modo podrían quedar abandonadas. A esto ayudan alternativas como el ecoturismo, una forma de viajar de manera responsable por su bajo impacto ambiental, con actividades imposibles de encontrar en los entornos urbanos o masificados: interpretación del medio natural, observación de fauna y flora, rutas culturales o fotografía de naturaleza, entre otras.
Otra de las alternativas más destacadas es la de las vías verdes (o cicloturismo), cada vez es más popular. Aprovechando los 2.700 kilómetros –de un total de 8.000– de las antiguas infraestructuras ferroviarias españolas abandonadas, esta forma de viajar permite no solo observar algunos de los paisajes nacionales más espectaculares, sino dinamizar áreas en declive.
Luces… y también sombras
No obstante, no es oro todo lo que reluce: el turismo rural también puede contribuir, paradójicamente, a la degradación de nuestros pueblos. Una mala gestión puede llevar, más allá de la posible gentrificación –y la construcción derivada de la misma, a veces no asimilable por el entorno–, a consecuencias notablemente profundas. Así, la contaminación, una insuficiente depuración de aguas residuales o gestión de residuos, el agotamiento de los recursos, la erosión del suelo por el impacto de los visitantes o el deterioro y la destrucción de la fauna y flora local pueden convertirse en algunas de estas posibles consecuencias, tal como indican desde CEUPE.
La abundancia de opciones al aire libre (70%) es la motivación que más crece en el turismo rural respecto a años pasados
Además, una gestión negativa de este tipo, según defienden desde la Asociación Española de Expertos Científicos en Turismo (AECIT), puede favorecer la erosión de los comercios tradicionales, la especulación por el uso del suelo e incluso una suerte de monocultivo económico. La comunidad que en un principio se beneficiaba, de este modo, podría acabar sumida en un laberinto con una única salida. En última instancia, las consecuencias de una actividad mal implementada puede impulsar una despoblación de la misma zona que pretendía dinamizar.
Así, el creciente turismo rural tiene el potencial de transformar los ecosistemas, economías y sociedades de la España vaciada. De la forma de gestionar e implementar tal actividad, así como del compromiso de los turistas y establecimientos, dependerá que este cambio conduzca al rural hacia un escenario más sostenible.