En el bosque del Guangdedendron, ubicado en la provincia china de Guangde, los árboles no superaban los siete metros de altura. Crecían poco a poco, como si les avergonzara que la luz del sol mostrara sus hojas al mundo. Pocos serían los testigos de este tesoro natural. Ni siquiera los dinosaurios paseaban por él, porque no existían. Hablamos del bosque más antiguo jamás registrado en Asia y probablemente uno de los primeros de la historia de la Tierra. Con una superficie de 250 metros cuadrados y 365 millones de años de antigüedad, Guangdedendron ha desvelado información sobre cómo se desarrollaron los sistemas de raíces de los bosques modernos hasta configurar los 4.000 millones de hectáreas forestales que en la actualidad cubren un 30% de la superficie terrestre.
De su existencia no hemos sabido hasta ahora, cuando un grupo de investigadores descubrió varios fósiles de este tipo de árbol ya extinto que da nombre al bosque. Era alto, delgado, verde, sin flor, con ramas curvas que caían hacia el suelo y con megaesporas que le permitían reproducirse. Junto a él crecieron otras especies, de las que el único antepasado que conservamos es el Archaeopteris. Todas y cada una de ellas dieron forma a los árboles que proporcionan nuestro oxígeno hoy.
Antes de los primeros bosques, la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera era de 2.000 ppm; hoy es de 413 ppm
Si bien el de Guangdedendron es el descubrimiento más reciente, a la hora de hablar de los primeros bosques también se deben mencionar el bosque de Cairo (en Nueva York), del que la Universidad de Cardiff encontró hace más de 10 años fósiles de plantas extintas hace más de 300 millones de años, y el de Gilboa (también en Nueva York), considerado hasta ahora la muestra de árboles fosilizados más antigua del mundo, a la que se le calculan 385 millones de años.
¿Por qué son tan importantes estos hallazgos? Conocer el origen de estas zonas siempre ha sido un trabajo arduo para la comunidad científica. Es difícil seguir el rastro de especies vegetales que han vivido incluso más que los propios dinosaurios, de los que ya es de por sí complicado recabar información. Pero merecen el esfuerzo. Sin esos bosques, la vida no hubiese existido en la Tierra –o, al menos, no tal y como la conocemos–: su función termorreguladora, resultado de la captación de carbono, fue la responsable de llenar la atmósfera de oxígeno, reduciendo la presencia de dióxido de carbono, suavizando las temperaturas de las superficies terrestres y marinas (al igual que los fenómenos meteorológicos) y estabilizando el ciclo natural del agua. Conviene conocer su historia para saber cómo protegerlos.
Antes de los primeros bosques existieron también los helechos y otros tipos de arbustos más pequeños que contribuyeron, de cierta forma, a rebajar la temperatura del planeta. A medida que evolucionaron por la propia ley de la naturaleza, se convirtieron en árboles cada vez más altos, marcando el ritmo del descenso de la temperatura del planeta y motivando, así, la aparición de más especies vegetales que contribuyeron, a su vez, a este cometido.
La deforestación ha acabado ya con más de 178 millones de hectáreas de bosque desde 1990
Hay un dato que ilustra a la perfección el papel clave que jugaron los primeros árboles de la historia: antes de su aparición, la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera era de casi 2.000 ppm (partes por millón). En el presente es de solo 413 ppm. En otras palabras, los árboles cambiaron el curso de la historia de la vida refrescando el planeta y propiciando la aparición de los glaciares y el hielo de los polos, fundamentales también para continuar manteniendo la temperatura del globo a raya.
En los últimos años, la comunidad científica ha aludido reiteradamente al origen de los bosques para concienciar sobre la importancia de protegerlos de la deforestación, que ha acabado ya con más de 178 millones de hectáreas de bosque desde 1990, como calculan las Naciones Unidas. Actualmente, África tiene la mayor pérdida neta de bosques de la última década (3,9 millones de hectáreas) seguida de América del Sur (2,6 millones de hectáreas), con Brasil, Bolivia y Paraguay entre los diez principales países que más árboles han visto desaparecer desde entonces.
Si bien es cierto que hace dos años se registró una reducción en la tala de árboles y un aumento de las zonas protegidas, el experto de la ONU Anssi Pekkarinen ha advertido que «necesitamos fortalecer nuestros esfuerzos para hacer más en menos tiempo. Ahora mismo, tardaremos 25 años más en acabar con la deforestación, cuando nos habíamos propuesto hacerlo para 2020».Mientras tanto, la historia de los bosques ha añadido una nueva página. Otro grupo de investigadores, esta vez del Servicio Geológico de China, ha descubierto algo nuevo en un sumidero a 192 metros de profundidad. Y tiene vida: es un bosque subterráneo que alberga árboles antiguos de 40 metros de altura y malezas de la altura de una persona que podría contener especies vegetales y animales desconocidas para la ciencia. Lo han bautizado con un nombre mandarín, tiankeng. El pozo celestial.