Las imágenes legadas por la contaminación son fácilmente reconocibles. Pocos desconocen que las vistas de la ciudad de Madrid se asemejan, desde las afueras, a las texturas de un viejo cuadro: dibujada a través de sus tejados, la ciudad queda envuelta en una niebla que tan solo permite intuir el final del horizonte de hormigón. Es la llamada «boina tóxica»: surge cuando la atmósfera impide que la contaminación causada por la quema de combustibles fósiles se disipe. A pesar de que su documentación se cuenta por años, aún hoy es el máximo exponente de la polución urbana a gran escala.
La mala calidad del aire afecta directamente a nuestra salud. Según un estudio de El País en colaboración con Lobelia Air, más de 190.000 niños y niñas menores de 12 años acuden por la mañana a un colegio de Madrid o Barcelona con excesivos niveles de contaminación. El alumnado del 46% de los centros de educación infantil y primaria sufren actualmente una media anual de dióxido de nitrógeno (NO₂) que supera los 40 microgramos por metro cúbico, es decir, los niveles recomendados por las instituciones internacionales.
El alumnado del 46% de los centros de educación infantil y primaria sufren una media anual de dióxido de nitrógeno que supera los niveles recomendados
El año pasado, Madrid fue la única urbe española que incumplió los niveles marcados por la Unión Europea. La importancia de reducir su impacto es evidente: este gas tóxico, asociado principalmente al tráfico de los vehículos, es el responsable de miles de muertes prematuras a lo largo de todo el continente, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
En este contexto, nuestros hijos son las principales víctimas. Tal como señala la OMS, el 93% de los niños y niñas menores de 15 años alrededor mundo (1.800 millones aproximadamente) respiran diariamente aire tan contaminado que pone en grave riesgo su salud y desarrollo. La organización estima que en 2016 un total de 600.000 menores murieron a causa de infecciones agudas de las vías respiratorias inferiores causadas por el aire contaminado.
Una de las razones por las que la infancia sufre más los efectos de esta contaminación es, en realidad, sorprendentemente sencilla: viven más cerca del suelo, donde algunos contaminantes alcanzan concentraciones máximas, y se da, además, en un momento en que su cuerpo y su cerebro aún se están desarrollando. A ello se suma que al respirar más rápido con unas vías respiratorias más estrechas que las de los adultos, los niños y niñas absorben más contaminantes.
Según ha explicado María Neira, directora del departamento de Salud Pública, Medio Ambiente y Determinantes Sociales de la Salud de la OMS, «la contaminación del aire impide que el niño se desarrolle normalmente y tiene más efectos en su salud que los que sospechábamos». Efectos que incluyen el estado previo a la vida: el 1,35% de los partos prematuros que se produjeron en España entre 2001 y 2009 se atribuyen a la contaminación del aire.
Un problema europeo
Aunque tanto Madrid como Barcelona aún tienen por delante un largo camino que recorrer, lo cierto es que el problema no es exclusivo de ambas. A lo largo del continente europeo, los niveles de dióxido de nitrógeno se mantienen relativamente similares entre las distintas ciudades. De este modo, mientras el área metropolitana madrileña marca una media anual de 39,2 miligramos, la de París se sitúa por encima, rondando los límites recomendados por la OMS. Hasta dos ciudades más superan a la capital española. En el caso de Turín, el núcleo italiano supera los 40,8 miligramos, rebasando la cifra recomendada. Aunque parezca pequeña, una mínima reducción de estas emisiones podría salvar centenares de vidas, ya que los gases como el NO₂ también se pueden colar en las viviendas a través de las ventanas.
Más de 190.000 niños y niñas menores de 12 años acuden por la mañana a un colegio de Madrid o Barcelona con excesivos niveles de contaminación
Las medidas para lograr una menor contaminación son relativamente sencillas. Así lo demostró el periodo del confinamiento: la reducción drástica del tráfico durante los primeros meses de la pandemia logró a su vez reducir la cantidad de dióxido de nitrógeno en más de un 70% en algunas ciudades, como ocurrió con Palma de Mallorca. Madrid y Barcelona también forman parte de esta ecuación: ambas redujeron la presencia de este gas tóxico durante el confinamiento en un 52% y un 58% respectivamente.
Parte de la solución, por tanto, pasa por una restricción del tráfico. Según el estudio realizado en 2021 por la Universidad Complutense de Madrid, algunas de las medidas tomadas para restringir el tráfico en el centro de la ciudad ya podrían causar una fuerte mejora en la calidad del aire, llegando a alcanzar incluso una disminución de 10 microgramos por metro cúbico. De hecho, estas restricciones no redistribuyeron el tráfico hacia otras partes de la ciudad, sino que condujeron al aumento en el uso de otro tipo de transportes más sostenibles, como el autobús o las bicicletas. Esto refuerza, a su vez, una de las medidas más reivindicadas por parte de los expertos: la necesidad de reforzar y ampliar el sistema de transporte público, capaz de transportar grandes masas de gente con menos emisiones.