Con la introducción de la obsolescencia programada la tecnología se convirtió en un obstáculo para la sostenibilidad. Sin embargo, hoy en día se están desarrollando soluciones para hacer que la industria electrónica sea compatible con el medio ambiente.
En el parque de bomberos de Livermore de California (Estados Unidos), se encuentra la bombilla más antigua y famosa del mundo. La conocida como Centennial Light lleva encendida ininterrumpidamente desde que se instaló en 1901, por lo que supera de largo el centenar de años alumbrando el mismo rincón del enclave californiano. Así se fabricaban antes los objetos eléctricos o electrónicos: utilizando los materiales más fiables con el objetivo de proporcionar la mayor durabilidad posible. Con la llegada de la obsolescencia programada, todo cambió, y algunas compañías empezaron a trabajar para limitar la vida útil de sus productos. La obsolescencia programada funciona de manera simple pero efectiva: transcurrido un tiempo predeterminado, los dispositivos dejan de funcionar o quedan obsoletos, lo que obliga a los usuarios a comprar la versión actualizada con el consiguiente impacto medioambiental.
Crear teléfonos que se descompongan tras su vida útil de manera natural reduciría el impacto climático significativamente
Desde que dispositivos como el ordenador portátil, la tablet o el teléfono móvil conquistaron nuestro día a día hasta convertirse en imprescindibles, el reto se ha multiplicado. La mayoría de los componentes y piezas, incluidas las baterías, resultan complicados de reciclar una vez el dispositivo deja de ser funcional. Alcanzar ese equilibrio es el reto al que se enfrentan los grandes fabricantes de productos electrónicos. Y si la demanda de productos electrónicos no hace sino aumentar, ¿sería posible crearlos con materiales biodegradables?
Bajo la premisa de que el aparato electrónico pueda descomponerse de manera natural después de su uso, minimizando así su impacto ambiental, nace esta alianza entre tecnología y reciclaje. Se basa en el empleo de materiales sostenibles como los bioplásticos, fabricados a partir de materiales orgánicos como el maíz, la caña de azúcar o la patata en lugar del petróleo, y ya se ha utilizado con éxito en el campo médico, con dispositivos que se disuelven en el cuerpo eliminando la necesidad de una segunda cirugía para retirarlos. En el campo medioambiental también se están desarrollando tecnologías similares, como sensores que se descomponen tras recopilar los datos necesarios.
Una investigación del CSIC ha logrado desarrollar un método que usa únicamente metales que se pueden degradar de forma inocua en la naturaleza
Un estudio del Instituto de Ciencias de Madrid, dependiente del CSIC y liderado por la investigadora María del Puerto Morales, ha conseguido sintetizar nanopartículas de metales para su uso en las nanotintas conductoras que se emplean en la electrónica impresa: «Nuestro proyecto busca hacer electrónica con productos que se descomponen de forma natural sin dejar residuos tóxicos, como sucede con el hierro y el níquel. Usamos estos elementos y sus aleaciones porque son metales biodegradables que están presentes en la naturaleza: desde nuestra propia sangre a la tierra o los alimentos que comemos».
Igualmente, el uso de materiales biodegradables puede marcar un punto de inflexión para los fabricantes a nivel europeo. Y es que la Directiva de Residuos de Aparatos Eléctricos y Electrónicos (RAEE) de la Unión Europea ofrece incentivos económicos para las compañías que utilicen materiales más fáciles de reciclar. Lo mismo sucede con todos los Estados miembros, que anualmente deben cumplir unos objetivos de reciclaje. Así, el impulso para servirse de materiales que se degraden en el medio ambiente de manera inocua se antoja como un pilar fundamental a corto plazo para los países europeos.
No obstante, el desafío global radica en encontrar la fórmula para manufacturar dispositivos sostenibles a gran escala ofreciendo un precio similar para el consumidor. Aaunque estas iniciativas transitan en la dirección correcta, aún queda mucho camino por recorrer para que tecnología y sostenibilidad formen un binomio consolidado.