Un reciente estudio del Museo Nacional de Ciencias Naturales y el CSIC confirma la teoría de que, al estudiar las redes alimenticias, podremos predecir el nivel de impacto de la actividad humana en los ecosistemas.
La presencia humana afecta, indudablemente, cualquier ecosistema en el que se hace presente. Somos transformadores (para bien o para mal) de territorios, y eso afecta directamente a las redes propias de cada entorno. Hemos construido templos, acueductos y ciudades donde no había más que tierra o hielo, y nos hemos interconectado presencial y digitalmente de formas que durante siglos fueron inimaginables. Y, como especie, hemos cambiado los rumbos de la naturaleza, pero eso solo es el lado obvio de un fenómeno muy complejo que nos obliga a preguntarnos: ¿cuánto afecta la actividad humana a las estructuras básicas de un ecosistema y, sobre todo, ¿cómo estos cambios pueden hacernos ver el impacto que tendrán nuestras acciones en un entorno específico?
Una investigación española demuestra que las perturbaciones en los ecosistemas influyen de forma predecible en la estructura de las redes alimenticias
Al respecto, un reciente estudio del Museo Nacional de Ciencias Naturales en colaboración con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (MNCN-CSIC) se ha encargado precisamente de reformular la interrogante anterior en una conclusión. Es decir, la investigación corrobora empíricamente la teoría de que el tipo de perturbaciones que sufren las redes (ya sea en un entorno natural acuático o terrestre) influirá en su arquitectura, y que esta se volverá más aleatoria. Ahora bien: ¿arquitectura?, ¿perturbaciones?, ¿aleatoria? A simple vista estos términos tan generales dejan la idea central en algo muy rebuscado; sin embargo, no lo es tanto. Para digerirlo un poco más, Miguel Bastos Araújo, director de la investigación y autor del revelador artículo sobre ese tema en la revista Ecology Letters, sostiene lo siguiente: “Las redes en las que se organizan los sistemas complejos tienen una arquitectura, que se repite. La regularidad de los patrones de este diseño, así como sus excepciones, es un tema de gran interés porque, si entendemos cómo se autoorganizan sistemas complejos como los ecosistemas, estaremos mejor posicionados para prever el impacto de las actividades humanas en su estructura y funcionamiento”. En pocas palabras, los ecosistemas en los que ha influido más la mano del hombre se vuelven más aleatorios (menos predecibles).
Una cuestión de redes, su estudio y su impacto
Ahora bien, las redes se manifiestan de incontables maneras. Una de ellas es la red centralizada, donde todos los elementos se interconectan entre sí vía una principal. Otra de ellas, más compleja aún, es donde los elementos no están centralizados y sus conexiones son lo más aleatorios posible. ¿Qué tiene qué ver esto con el tema en cuestión? Pues que para entender cómo afecta la actividad humana en la arquitectura de un ecosistema es obligatorio comprender que los sistemas de interconexión entre sus elementos vitales no son estáticos ni únicos. Para ejemplificar esto, el caso de los ríos funciona muy bien. Si una población cerca del río Nilo (Egipto) contamina la vía fluvial de agua, el impacto en todos los afluentes será altísimo, pero si la contaminación solo es en un afluente, el impacto en el resto del río (tanto la vía central como en los otros afluentes) será mucho menor.
Miguel Bastos Araújo: “Cuando la presencia humana es menor, las redes organizadas en función de la ley de poder son prevalentes y, cuando el impacto humano es mayor, las redes más comunes son las que se organizan de modo aleatorio”
La presente investigación fue realizada mediante el estudio de 351 redes tróficas (trófico significa el conjunto de cadenas alimentarias de un ecosistema, interconectadas entre ellas mediante relaciones de alimentación. Los animales —carnívoros y herbívoros— forman ese tipo de redes), submarinas y terrestres, y, ante eso, Araújo explica lo siguiente: “Anticipamos que los ecosistemas que sufren mayor presión humana están asociados a perturbaciones o ataques dirigidos a nodos concretos, por ejemplo, especies con tamaños más grandes, más longevas o más especializadas, mientras que aquellos que sufren menor presión humana están expuestas a las perturbaciones normales en la dinámica de los ecosistemas, que son más fortuitas. Por lo tanto, cuando la presencia humana es menor, las redes organizadas en función de la ley de poder son prevalentes y, cuando el impacto humano es mayor, las redes más comunes son las que se organizan de modo aleatorio”.
Cabe destacar, de igual manera, que este trabajo es la confirmación empírica de la teoría que defendió en 2020 la investigadora rumano-húngara Réka Albert, de la universidad estatal de Pennsylvania, en un artículo publicado en la prestigiosa revista Nature, en la que sostenía que la arquitectura de las redes determina su resiliencia a los ataques externos. Solo que el estudio que dirigió Araújo no se dio mediante redes simuladas (como el trabajo de Albert), sino que es el resultado del análisis de 351 redes tróficas de distintos entornos.