El cambio climático y la acción del hombre provocan que cada año miles de hectáreas sean arrasadas por las llamas, con efectos devastadores para especies animales, vegetales y vidas humanas.
Los incendios forestales, tanto los provocados por la acción humana como por los fenómenos naturales, se han convertido en una de las grandes amenazas para los ecosistemas a nivel mundial. En un contexto de cambio climático, las temperaturas más altas y los periodos de sequía prolongados están haciendo que estos eventos sean cada vez más destructivos y frecuentes. Y la península ibérica, con su clima mediterráneo, es una de las regiones más afectadas de Europa: cada verano, los incendios arrasan miles de hectáreas, destruyendo bosques, alterando hábitats y poniendo en peligro la vida de humanos y animales.
España, junto a Portugal, es uno de los países europeos más golpeados por los incendios forestales en las últimas décadas. Según datos del Centro de Coordinación de Información sobre Emergencias Forestales (EFFIS), el número de incendios en la península viene mostrando una tendencia preocupante. En 2022, España registró casi 500 grandes incendios forestales (se considera así a los que superan las 30 hectáreas) en uno de los peores que se recuerda en este aspecto. El observatorio estima que 306.555 hectáreas fueron devastadas solo durante ese periodo. Este dato supone un incremento considerable con respecto a los promedios históricos, con un 237% más de hectáreas arrasadas que el promedio anual de la última década, que no llega a 100.000 anuales. Además, según los datos más recientes del MITECO, en España ha habido un total de 17 grandes incendios (>500 hectáreas) en lo que va de año.
Si bien factores naturales como los rayos pueden provocar incendios, el 95% de los incendios en España tienen su origen en actividades humanas, según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). Ya sea por negligencia (quemas agrícolas descontroladas, hogueras mal apagadas…) o intencionadamente, la acción humana directa es un factor clave en la propagación de estos desastres.
Y si el ser humano es el encendedor, el cambio climático es el combustible. Las temperaturas más altas, las olas de calor más prolongadas y las sequías recurrentes crean un entorno propicio para la rápida propagación de incendios. Un informe reciente del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) advierte de que, si las emisiones de gases de efecto invernadero continúan aumentando, las condiciones extremas que facilitan los incendios serán aún más frecuentes en el sur de Europa.
Los incendios forestales no solo destruyen vastas áreas de bosques, sino que también alteran drásticamente los ecosistemas. Se estima que más de 4.400 especies terrestres y de agua dulce están amenazadas por la creciente frecuencia de incendios a nivel global, según el estudio Fire and biodiversity in the Anthropocene, publicado en la revista Science en 2020. Aunque no existen datos concretos sobre el general de la península ibérica, sí se sabe que casos como el del incendio de la Sierra de la Culebra, en Zamora en 2020, afectaron a unas 60 especies de vertebrados.
La erosión del suelo es otro efecto colateral grave de los incendios forestales que además genera un círculo vicioso. Los suelos que quedan expuestos tras los incendios pierden su capacidad de retener agua, lo que aumenta el riesgo de inundaciones y reduce la fertilidad del terreno, afectando así a la regeneración natural de los bosques y la agricultura local. Si durante los años 60 y 70 lo normal era que las zonas arboladas se viesen más afectadas por el fuego, a partir del siglo XXI suelen ser las hectáreas sin vegetación, más extendidas, las que se convierten en pasto de las llamas.
Además de los daños ambientales, los incendios forestales tienen un impacto directo en la vida humana. En España, miles de personas son evacuadas cada año ante el avance del fuego. Por ejemplo, en el año 2022, los incendios obligaron a más de 30.000 personas a abandonar sus hogares, dejando pérdidas millonarias en infraestructura y propiedades, según los datos de Greenpeace.
Y aún hay más: el humo de los incendios también tiene consecuencias graves para la salud. Los incendios forestales generan grandes cantidades de partículas finas, que pueden viajar a largas distancias y aumentar la contaminación del aire en áreas urbanas y rurales. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la exposición prolongada a estas partículas está relacionada con enfermedades respiratorias y cardiovasculares –o incluso la demencia–, y se estima que la mala calidad del aire contribuye a que haya unas 4,5 millones de muertes prematuras al año en todo el mundo.
Estas son solo algunas de las cifras que ilustran el daño que provocan los incendios, un fenómeno que va mucho más allá de unas hectáreas quemadas.