Cuando alguien piensa en su ciudad de origen, su cabeza visualiza espacios, pero también rememora el olor de la pastelería de la esquina, el sonido de unas campanas dando la hora en una iglesia o el aroma de los naranjos en un parque. Ocurre a veces que, al volver a un lugar concreto, aspectos como el aroma o las texturas sirven también para retrotraerse a momentos específicos. En las urbes actuales, donde todo parece diseñado para la vista, con edificaciones cada vez más sugerentes y constantes replanteamientos de espacios, sentidos como el olfato o el tacto también pueden ayudar a hacer ciudad y escribir historias. Es lo que se conoce como el valor intangible de las ciudades, aspectos que crean la identidad de un entorno de una forma intrínseca a las emociones y que pueden ser de gran ayuda a la hora de crear espacios más amables para el ser humano.
A ello es a lo que ha dedicado su carrera el investigador David Howes, quien dirige el Centro de Estudios Sensoriales de la Universidad de Concordia y quien está considerado como el primer impulsor del marco teórico desarrollado en torno a un aspecto que él mismo denominó urbanismo sensorial: la información no visual que define el carácter de una ciudad y afecta a su habitabilidad.
Los investigadores de ‘GoGreen Routes’ analizan cómo la naturaleza se puede integrar en los espacios humanos de una manera que mejore la salud humana y la ambiental
En la línea de las investigaciones de Howes, han sido muchos los expertos que en los últimos años han comenzado a indagar sobre estas cuestiones y desarrollar proyectos en torno a ellas, conscientes de la relevancia que esto puede tener en materia de sostenibilidad. Es el caso de GoGreen Routes, un proyecto financiado a través de fondos europeos y que utiliza dispositivos portátiles para rastrear datos biométricos como la variabilidad del ritmo cardíaco a modo de indicador de las respuestas emocionales a diferentes experiencias sensoriales. De esta manera, con el estudio de estos datos, los investigadores analizan cómo la naturaleza se puede integrar en los espacios humanos de una manera que mejore la salud humana y la ambiental.
En este sentido, Beau Beza, profesor de arquitectura de la Universidad de Deakin, en Australia, lidera un equipo que introduce sonidos, olores y texturas en entornos de realidad virtual que las autoridades municipales pueden utilizar a la hora de presentar proyectos de planificación. A través de estos avances, las propuestas de urbanismo van un punto más allá y generan un mayor conocimiento de su posible impacto en la vida de las personas.
El urbanismo sensorial también puede tener impacto en la mejora de la igualdad
Esta mejoría a la que abre la puerta el urbanismo sensorial no solo está relacionada con aspectos de salud, sino que también puede tener impacto en cuestiones de igualdad. Convencida de ello trabaja Mónica Montserrat Degen, socióloga cultural urbana de la Universidad de Brunel, en Londres, y cuyas investigaciones son utilizadas por ayuntamientos como el londinense o el de Barcelona. Lo que ofrecen los datos recabados por Degen es entender las percepciones del espacio público y cómo las jerarquías sensoriales excluyen, en muchas ocasiones, a ciertos grupos de personas. Una información que puede resultar clave a la hora de atajar esas diferencias.
A través de estos proyectos y muchos otros que actualmente se están desarrollando en todo el mundo, el urbanismo sensorial ha ido ganando peso en la agenda de las administraciones públicas. Un tipo de urbanismo que se sale de los desarrollos clásicos y que se revela como una de las claves de cara a alcanzar la tan ansiada sostenibilidad en urbes y otros núcleos poblacionales.