Australia ardió durante meses entre junio del 2019 y mayo del 2020. La temporada de huracanes del pasado año (entre mayo y noviembre) se cebó con la región del Atlántico hasta tal punto que la Organización Meteorológica Mundial (OMM) tuvo que tirar de letras del alfabeto griego para denominar a los ciclones, tras quedarse sin nombres en la lista (fue el año en el que más huracanes se formaron desde que se tienen registros). En ese mismo año, China e India sufrieron intensas inundaciones durante la temporada de monzones por las ingentes cantidades de lluvia… La lista podría continuar, pero con esto queda suficientemente claro que las catástrofes climáticas son cada vez más fuertes y frecuentes, y ninguna zona del planeta parece librarse de ellas.
En los últimos 30 años este tipo de fenómenos naturales se ha triplicado, según los datos de Oxfam. Uno de los grandes culpables de esto es el cambio climático. La presión a la que los seres humanos hemos sometido al planeta afecta a la temperatura global y altera los patrones de precipitación. Estos cambios tienen consecuencias, que se traducen en tormentas, ciclones, huracanes, incendios, inundaciones, sequías, … Su frecuencia e intensidad son cada vez mayores y los expertos vaticinan un aumento de este tipo de desastres naturales.
Según las previsiones del Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS, por sus siglas en inglés), las distintas regiones del mundo pueden sufrir diferentes cambios climáticos. Por ejemplo, en América del Norte, es posible que disminuya la capa de nieve en las montañas occidentales; en África, que aumente la sequía; Asia puede experimentar más inundaciones; lo mismo en las zonas costeras de Europa (por el aumento del nivel del mar), además existir un riesgo de mayor erosión por tormentas.
El Mediterráneo, zona roja
Aunque ningún lugar del planeta se salva, el Mediterráneo es, según un reciente estudio realizado por Jorge Olcina de la Universidad de Alicante, una de las regiones donde estos problemas se harán cada vez más evidentes. Sobre todo, en el litoral. “Los extremos atmosféricos del clima de esta zona suponen un reto para la ordenación territorial y, en particular, para la planificación del ciclo urbano del agua. Las ciudades mediterráneas deben estar preparadas para soportar meses de escasa precipitación y, en sentido contrario, para aguantar lluvias torrenciales que originan anegamientos e inundaciones”, rezan las conclusiones del trabajo. Desastres climáticos que, a diferencia de otras épocas, no se pueden esperar en un periodo determinado del año, es decir, pueden ocurrir en cualquier momento.
Por ello, el autor del estudio considera necesaria una eficaz planificación urbana en la que serán necesarias la construcción de colectores de agua pluvial de gran capacidad, la adecuación de los sistemas tradicionales de alcantarillado a lluvias intensas, la creación de espacios públicos —como parques o explanadas— que sean indudables, y un sistema efectivo de alerta a las poblaciones que vivan en zonas con riesgo a inundaciones.
“Las soluciones a esta cuestión deben plantearse y desarrollarse sin dilación para minimizar los impactos actuales de eventos de lluvia abundante y de intensidad horaria. Pero, además, estas condiciones tenderán a agravarse si se cumplen las previsiones de los modelos de cambio climático para el ámbito Mediterráneo, al prever un incremento en los episodios de precipitación intensa. Un aspecto que ya se manifiesta en los últimos años y que está originando elevados daños económicos y víctimas humanas en este sector peninsular”, concluye el estudio.