Aunque la degradación de los hábitats y la sobreexplotación son las principales amenazas para la biodiversidad, las investigaciones científicas ya advierten de que, en las próximas décadas, el cambio climático será responsable de hasta un 8% de las desapariciones de especies actuales. De hecho, algunas ya están alterando su tamaño y transformando sus patrones para adaptarse a los cambios de temperatura. Explicamos con datos el papel clave que la crisis ambiental está jugando (y jugará) en los biomas del planeta.
En la leyenda japonesa del hilo rojo, dos personas se encuentran unidas por esta cuerda eternamente. No importa lo mucho que se alejen o el camino que recorran; ese hilo invisible siempre les mantendrá unidas, para lo bueno y para lo malo. Ocurre exactamente lo mismo con la relación que nosotros, los humanos, guardamos con la naturaleza: nuestra forma de vida moldea la de la flora y la fauna que nos rodea, de la misma forma que la naturaleza se tomará la misma licencia cuando lo necesite. En otras palabras, y como ya se ha encargado de demostrar la ciencia, cualquier impacto negativo que generemos sobre la vida en el planeta desembocará irremediablemente en el propio bienestar de nuestras sociedades. Incluido el cambio climático.
En el último medio siglo, la población de mamíferos, aves, peces, reptiles y anfibios se ha desplomado un 68%
«La Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad ha sido muy clara este año: a no ser que abordemos conjuntamente la crisis de la biodiversidad y la crisis climática, nos arriesgamos a numerosos problemas», insistió David Howell, responsable de Clima en SEO/Birdlife en las Jornadas de Sostenibilidad 2022 organizadas por Redeia, que reunieron el 18 de octubre a varios expertos para analizar cómo se conecta la salud de los ecosistemas a la salud de nuestro clima.
El horizonte, por el momento, no se vislumbra con optimismo. En el último medio siglo, la población de mamíferos, aves, peces, reptiles y anfibios se ha desplomado un 68%. Estas son las cifras que maneja el Living Planet Report elaborado por WWF, principal referencia a la hora de valorar el estado de salud de nuestro planeta y que sitúa a América del Sur y África como los continentes más afectados por el daño que la actividad humana ha generado a la flora y fauna, con una caída del 94% y el 65% respectivamente.
La pregunta es: ¿hasta qué punto el cambio climático es responsable en la actualidad de la degradación de la biodiversidad? Un primer vistazo a los datos demuestra que aún no es el principal actor en la desaparición de especies en el planeta. De hecho, en todos los continentes, según el Living Planet Index, al menos el 40% de las amenazas a los ecosistemas provienen de la propia degradación de los hábitats, mientras que el cambio climático no llega a representar más del 15% frente a otras grandes amenazas como la sobreexplotación o las especies invasoras.
Pero las cifras no son nada desdeñables si se tiene en cuenta que, en las próximas décadas, las temperaturas anómalas y los fenómenos meteorológicos extremos serán los responsables de la desaparición de casi un 8% de las especies actuales, tal y como declaró recientemente un estudio publicado en la revista Science. Hay otras amenazas prioritarias, pero el cambio climático espera latente y hará acto de presencia. Ya hay pruebas de ello: si observamos cómo han variado las poblaciones de seres vivos desde 1970 y, a la vez, nos fijamos en las temperaturas anómalas que se han venido registrando desde 1880, veremos que el daño a la biodiversidad crece de la misma forma que lo hacen las temperaturas anómalas.
«La diferencia es que nosotros, como especie humana, tenemos capacidad de adaptación a las altas temperaturas gracias a la construcción de infraestructuras. Pero el resto de las especies que habitan el planeta no pueden reaccionar a la misma escala, por lo que la biodiversidad acaba seriamente afectada», explicó también en este encuentro Ricardo García, consejero de Redeia. De esta forma, cuando las condiciones meteorológicas son desfavorables, los animales ven alterados todos sus ciclos. Por ejemplo, las especies diurnas pasan a tener una actividad nocturna porque se sienten más cómodas durante la noche, cuando los termómetros bajan; otras, como las aves, transforman sus patrones de migración y se desplazan a zonas más frías, trasladando con ellos infecciones y enfermedades nuevas en sus hábitats de destino.
Un estudio de la Universidad de Granada ya ha demostrado que algunas especies de peces y anfibios, cuya temperatura corporal depende directamente de la temperatura ambiental, están reduciendo su tamaño como consecuencia del calentamiento global. Y los insectos son los que salen peor parados: en las tierras de cultivo sometidas a estrés climático ya hay un 25% menos de especies que en las zonas de hábitat natural. Esto se traduce en 5,5 millones de especies de insectos, por lo que la situación es seria –en algunas zonas, el descenso ha sido del 63%–.
Sin embargo, la desaparición de numerosas especies es tan solo el problema más superficial. «Destruyendo la biodiversidad solo conseguimos incentivar el cambio climático», advirtió Miguel Delibes de Castro, de la Estación Biológica de Doñana en el CSIC. Así, en el frágil equilibrio de la naturaleza, cada ser vivo juega un papel clave para garantizar el estado de salud de los biomas –el conjunto de ecosistemas característicos de una zona– por lo que cuando desaparece, como ocurre con una torre de naipes, todo se tambalea.
En palabras de Delibes: «La biosfera es una maquinaria maravillosa porque nos proporciona recursos y nos permite depurar residuos, pero pasando por encima de ella solo conseguiremos destruir el metabolismo de los ecosistemas, y por tanto, del planeta». En la actualidad, tal y como demuestra el Living Planet Index, tan solo cuatro países conservan aún ecosistemas que no han sido afectados por la mano humana –Brasil, Rusia, Canadá y Australia– mientras que más de la mitad del planeta se encuentra inmerso en una actividad intensa que incluye la explotación de cultivos, tala de árboles, caza y otras acciones sobre los recursos naturales, además de la influencia de los eventos meteorológicos extremos provocados por el cambio climático.
Biomas terrestres según el grado de influencia de la acción humana. El rojo representa una actividad humana intensa; el verde claro, una actividad ligera y el verde oscuro refleja los biomas que se consideran "vírgenes". Fuente: Living Planet Index
Corales, los termómetros que miden el cambio climático
Cuando hablamos de la relación entre el calentamiento global, el cambio climático y el impacto de las temperaturas extremas sobre la biodiversidad, los corales siempre forman parte de la conversación. Y es que, para la comunidad científica, estas especies son la vara perfecta para medir la situación de la naturaleza. Al ser extremadamente sensibles a las alteraciones de su medio, la mayor parte tienden a decolorar cuando detectan cambios abruptos en la temperatura del agua –algunos logran sobrevivir, pero muchos mueren–, por lo que una mayor frecuencia de decoloración es sinónimo claro de la influencia del cambio climático.
Desde 1980, los fenómenos de decoloración de estas especies marinas no solo se han multiplicado a medida, sino que también se han hecho más severas. Si hace más de tres décadas tan solo se registraban cinco decoloraciones (no muy graves), en 1998 la cifra se disparó hasta las 73, de las que más de la mitad fueron graves. Desde entonces, el ritmo ha seguido al alza, llegando a alcanzar las 43 decoloraciones severas en 2016. «Normalmente se daban casos de decoloración en los años en los que arreciaba El Niño e incrementaban las temperaturas de forma natural, pero ahora están ocurriendo incluso durante La Niña –suele traer temperaturas más frías–, que se acompaña de cada vez más ciclones», explican desde Our World in Data, organización que se ha encargado de recoger estos datos.
En conclusión, a pesar de que el cambio climático no sea el peligro prioritario desde el punto de vista de la naturaleza, sí es el que más daños a largo plazo puede causar. En realidad, como insistió Delibes, «es una relación tan íntima que no se puede separar». Ya no podemos hablar de una moneda donde una cara es la del calentamiento global y otra la de los ecosistemas, «estamos hablando de un prisma ambiental donde también se ven implicados la fertilidad del planeta, la capa de ozono, la extinción de las especies, la sequía, las lluvias torrenciales y todas las posibles consecuencias de la alteración del clima».
¿Qué podemos hacer para intentar frenar esta degradación? Tanto sociedades como Gobiernos y empresas están de acuerdo en que, para conservar la biodiversidad del planeta, tiene que llegar un cambio lo suficientemente fuerte como para hacerse definitivo. Sin embargo, el mayor reto al que nos enfrentamos es el de la gobernanza, articular en este trabajo a todos los territorios de forma que ninguno salga mal parado. «Tenemos la mayor tasa de endemicidad en España. Por eso, antes de restaurar hay que evitar en todo lo posible destruir aún más ecosistemas», propuso María Begoña García del Instituto Pirenaico de Ecología. «El futuro de la biodiversidad ya no está en manos de los científicos, sino en la de todos los sectores de la sociedad, incluida la ciudadanía».
Miguel Delibes de Castro (CSIC): «La relación entre cambio climático y biodiversidad es un prisma ambiental donde también se ven implicados la fertilidad del planeta, la capa de ozono, la extinción de las especies, la sequía, las lluvias torrenciales y todas las consecuencias de la alteración del clima»
De forma muy resumida, una de las principales salidas es compatibilizar el sistema energético, puesto que la transición verde es una gran oportunidad para poner un freno definitivo al cambio climático, y por tanto, para recuperar la salud de la biodiversidad. Pero, como advirtieron los expertos, esto tiene que hacerse con un trabajo centrado en la misma naturaleza a fin evitar que las infraestructuras renovables causen un mayor impacto negativo. «Hay que trabajar en equipo la conciliación de la biodiversidad y la transformación verde. Es necesario plantear las infraestructuras eólicas y fotovoltaicas con el paisaje», explicó Delibes, antes de proponer instalar este tipo de infraestructuras en áreas ya transformadas, como polígonos industriales o ciudades, para no añadir más impacto humano a los ecosistemas.
El cambio también debe llegar de la mano de la sociedad, pero antes debemos plantearnos qué entendemos como bienestar. «Escaparnos a la República Dominicana dos veces al año generando una gran cantidad de emisiones no es bienestar, poder disfrutar de alimentos más sabrosos, más sostenibles, sí es bienestar», aclaró Delibes. En conclusión, es fundamental mirar a través del prisma que componen el cambio climático y la biodiversidad para poder transformarnos desde la complejidad y mantener la vida, simplemente, viva.