Vivimos en la época del Antropoceno, un concepto acuñado por el nobel de Química Paul Crutzen, y que viene a recordarnos que el impacto del ser humano en el planeta es cada vez más evidente. De ello no hay duda: la actividad humana está transformando la Tierra hasta el punto de alterar el clima. Antes de que la COVID-19 nos confinara en nuestros hogares, la emergencia climática movilizaba a millones de jóvenes de todo el mundo en manifestaciones multitudinarias. Ahora, el ciberactivismo sigue en marcha, denunciando que la crisis climática y la sanitaria no son dos realidades independientes: la salud de la Tierra y la del ser humano no son ajenas la una a la otra, como tampoco lo es nuestra salud mental.
“La crisis climática podría precipitar nuevas condiciones psicológicas y empeorar las enfermedades mentales existentes entre los jóvenes que experimentan ansiedad climática, pero las omnipresentes brechas de datos impiden nuestra capacidad de actuar”, explican varios investigadores canadienses en el artículo Climate Anxiety in Young People: a Call to Action (Ansiedad climática en la gente joven: una llamada a la acción) publicado en The Lancet a principios de septiembre. Aún no somos plenamente conscientes de cómo el cambio climático puede afectar a la salud mental de las personas, sobre aquellas a las que el calentamiento global ha impactado directamente –a través de fenómenos meteorológicos extremos, hambrunas o inseguridad alimentaria, sequías…– y sobre aquellas altamente concienciadas que se sienten paralizadas ante un futuro incierto. Con respecto a este segundo caso, en la última década, los psicólogos han constatado que cada vez hay más personas que padecen un nuevo tipo de ansiedad vinculada a la crisis del clima, ansiedad que se presenta ante la impotencia de ver cómo el planeta se deteriora sin que nada de lo que hagamos sirva para frenarlo: la ecoansiedad o ansiedad climática.
Para la Asociación Estadounidense de Psicología, la ecoansiedad podría definirse como un miedo extremo a la incertidumbre que supone para el planeta y el ser humano el cambio climático. El problema llega cuando este miedo empieza a impedir que las personas desarrollen su vida con normalidad: dificultades para respirar, pesadillas, depresión, insomnio, incapacidad para tomar decisiones… Cada vez más profesionales de la psicología s alertan de la importancia de prestar atención a estos síntomas relacionados con la crisis climática y que aparecen de manera más frecuente en edades más jóvenes, incluso en niños y niñas.
Contra la ecoansiedad: activismo
Desde el Climate Reality Project –el movimiento de sensibilización sobre la emergencia climática, creado por el nobel y ex vicepresidente de Estados Unidos Al Gore– advierten del peligro a largo plazo de ese pánico al enfrentarse a las consecuencias del calentamiento global. Por eso, desde la plataforma, siguiendo pautas de diferentes asociaciones profesionales de la psicología, proponen tomarse muy en serio la ecoansiedad. Esta puede poner en jaque el futuro de la salud mental de quienes la padecen, aunque aún no se haya catalogado como enfermedad.
La ansiedad climática es paralizante, pero hay una cosa que puede ayudar a nuestro cerebro a encontrar sosiego: el activismo. El Climate Reality Project y la Asociación Estadounidense de Psicología recuerdan que el primer paso para enfrentarse a cualquier enfermedad mental es reconocer los miedos y hablar de ellos. “Una buena manera para empezar a luchar contra la ecoansiedad es admitir que el mundo está cambiando y hablar de ello con tu círculo más cercano. La crisis climática no se puede resolver de manera individual y, por ello, lo mejor es unirse a algún grupo de activistas con quienes compartir miedos”, recomienda la organización de Al Gore. Muchas veces, darse cuenta de que no se está solo ayuda a gestionar el estrés.
Del activismo a la acción
Compartir miedos con otras personas activistas nos lleva hacia un camino casi inevitable para quienes realmente quieren cambiar las cosas: la acción. “Conviértete en el cambio que quieres para el planeta”, repiten una y otra vez las consignas de la lucha medioambiental. Pero ¿cómo pasar a la acción? Para aplacar la sensación de ansiedad climática lo mejor es sentirse útil y ser consciente de que nuestra vida no empeora la situación del planeta. La clave está en aprender a vivir de manera más sostenible: reducir residuos, apostar por energías renovables, optar por un consumo responsable y de cercanía, y respaldar a marcas sostenibles y de impacto social positivo.
En definitiva, la acción se basa en apoyar la transición ecológica y ser ejemplo de ella. Porque los cambios individuales llevan a otros colectivos y, como explican desde el Climate Reality Project, “si quieres luchar contra esos sentimientos de angustia que aparecen cada vez que lees noticias sobre la crisis climática, los pequeños cambios pueden marcar la diferencia en la salud mental y la del medio ambiente”.
La importancia de la formación
La formación es esencial para entender lo que le está ocurriendo al planeta, qué cambios en nuestras vidas se pueden llevar a cabo y comprender de verdad lo que significan los titulares apocalípticos que pueden encontrarse a diario. Ante la emergencia climática, la comunidad científica asegura que existen soluciones y que aún estamos a tiempo de revertir los efectos. Hay esperanza para nuestro planeta. Por eso, la educación es fundamental para empoderar a la ciudadanía, y no solo a la población joven. Para educarse y formarse, además, es imprescindible acudir a fuentes fiables como el programa de cambio climático de la NASA, el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) o las Naciones Unidas.
Si a pesar de tomar consciencia de la problemática e involucrarse en su solución, los síntomas relacionados con la ecoansiedad siguen impidiendo el desarrollo de una vida normal, lo más importante es acudir a un especialista. Y, sobre todo, no juzgar a las personas que nos confían sus miedos, ansiedades y preocupaciones. La salud mental, al igual que la del planeta, no es un juego.