La crisis del coronavirus golpea con la misma fuerza sin tener en cuenta fronteras pero sus efectos no son los mismos en todos los puntos del planeta. Basta observar, por ejemplo, la diferencia entre los países de Europa o Estados Unidos y los países más empobrecidos. Sus experiencias son netamente diferentes desde el punto de vista del impacto generado tanto a nivel sanitario, social como, por supuesto, económico. Y eso a pesar de que en muchos casos, su mayor aislamiento ha propiciado que la pandemia llegase más tarde. Pero, ¿cómo hacer frente a los estragos sufridos por la pandemia con menos recursos?
Expertos de la Universidad de California en Berkeley y el Banco Mundial, entre otros, realizaron un estudio en el que entrevistaron a 30.000 hogares de países en vías de desarrollo sobre cómo ha sido la COVID-19 para ellos. Las conclusiones, publicadas en la revista Science Advance, son desoladoras. Las repercusiones más inmediatas incluyen, desde la caída de los ingresos hasta la privación de alimentos. Y es que, según el informe, una media del 70% de los hogares sufrió una caída en sus ingresos y un 45% de las familias se vieron obligadas a omitir o reducir las comidas.
Según la investigación, los efectos económicos son —y serán, durante largo tiempo— absolutamente devastadores. Algunas conclusiones arrojan luz, por ejemplo, sobre el desempleo, cuyo aumento se sitúa en una media del 30%. Evidentemente, esto también se halla estrechamente relacionado con la reducción en las rentas individuales, que ha afectado al 70% de la población. Esta repentina crisis restringe también el acceso al mercado y, por tanto, a un mayor nivel de vida. “Descubrimos que el impacto económico en estos países, donde la mayoría de la gente depende del trabajo eventual para ganar lo suficiente para alimentar a sus familias, conduce a privaciones que probablemente generarán un exceso de morbilidad, mortalidad y otras consecuencias adversas en el futuro”, concluye el informe.
La peor crisis en 30 años
La ayuda humanitaria no se ha hecho esperar, sin embargo, según cifras del informe tan solo el 11% de las familias pudo acceder a ella. Organizaciones como la Asociación Internacional de Fomento del Banco Mundial, ha redoblado sus esfuerzos, llegando a repartir la mitad de sus recursos—aproximadamente 41 mil millones de euros— entre algunos de los países más afectados. No obstante, tal como afirma la propia institución, los esfuerzos “se están quedando cortos debido a la continua presión de los efectos de la COVID-19”. Los cálculos para aliviar la situación en los países menos desarrollados se sitúan en una cifra de 67 mil millones de euros adicionales en comparación con las medias históricas de los últimos años, y es que en 2020 el aumento de la pobreza ha creado alrededor de 120 millones de nuevos pobres. No es de extrañar, por tanto que la ONU afirme que los países empobrecidos se enfrentan a su peor crisis en 30 años. El billón de personas que vive en estos territorios verá definida aún más su vida en función de la pobreza, una pandemia que nunca parece erradicarse por completo.
El caso de Honduras es paradigmático por la continua pobreza y tragedia que sufre el país. La corrupción endémica, la pobreza extrema y el crimen ahogaban a un país que, tras el paso del coronavirus, parece cerca del derrumbe. El colapso del sistema sanitario a causa de la pandemia, no obstante, no fue el final del impacto: la llegada de dos ciclones tropicales empeoró la situación con 100.000 nuevas personas sin hogar. Meses después, más de 200.000 personas tenían problemas con la electricidad, mientras múltiples barrios seguían cubiertos en barro (cuyas condiciones sanitarias, además, sientan las bases para enfermedades relacionadas con los mosquitos, como el dengue). El resultado de todo esto fue la pérdida de empleo de una décima parte de la población, lo que seguramente no habría pasado en un país rico con las redes de protección social adecuadas.
Algunas de las consecuencias económicas derivadas del coronavirus no afectan directamente al sustento vital de los individuos, pero sí a su futuro más inmediato. Según la UNESCO, dos tercios de los países más sumidos en la pobreza han reducido sus presupuestos en educación, ejecutando recortes cuyo resultado lastrará incluso las expectativas más básicas de sus habitantes. Como es lógico, estos presupuestos ya eran inferiores con anterioridad a la pandemia: mientras los países más empobrecidos invertían alrededor de 50 euros por adulto, los países ricos invertían 8.500 euros. Según señalan los expertos de la Universidad de California y Banco Mundial, el cierre de escuelas, el largo período de escasa nutrición y el limitado acceso a una sanidad de calidad es algo que dañará especialmente a los niños de los hogares con menos recursos.