No existe una sola economía que tenga capacidad para salvarse del impacto del cambio climático. Tanto si es rica como si se encuentra en vías de desarrollo, los efectos de la crisis climática, como las altas temperaturas, los fenómenos climáticos extremos o la alteración de la biodiversidad no solo le pasarán factura al bienestar, sino que también alcanzarán los bolsillos de los ciudadanos. Esta es la conclusión a la que llega el Long-term macroeconomic effects of climate change del Institute for New Economic Thinking, asegurando que, de no cumplir con el Acuerdo de París, en 2100 el aumento de la temperatura global (0,04 grados por año) habrá hecho menguar en un 7,22% el PIB per cápita mundial. Este es el PIB conjunto de Australia, Bélgica, Canadá, Alemania y Sudáfrica.
Además, como indica una encuesta realizada por el Foro Económico Mundial, los ciudadanos ya no creen que sus Gobiernos puedan cambiar este futuro –el 53% opina que las instituciones públicas no están haciendo lo suficiente– y, por ello, miran hacia las empresas, que consideran han hecho mucho más de lo que debían para avanzar en los Objetivos de Desarrollo Sostenible y reducir grandes problemas como el cambio climático, la desigualdad y la hambruna. En este nuevo escenario de confianza se celebró la Cumbre Anual de Impacto en el Desarrollo Sostenible, a fin de dar con soluciones empresariales para trabajar en la ‘ecologización’ de las economías y poner freno a los riesgos ecosociales de la crisis ambiental.
Más allá del evidente cumplimiento de los ODS, el centenar de líderes empresariales, políticos, gobiernos y agentes sociales convocados en el Foro Económico Mundial en septiembre llegaron a la conclusión de que la colaboración público-privada debe ser inmediata. Así, el ‘business as usual’ –traducido como la tendencia tradicional de las empresas a buscar el mayor beneficio sin tener en cuenta otras consecuencias no económicas– debería desaparecer por completo. Invertir en prevención resulta esencial para reducir los impactos financieros del cambio climático y trabajar de la mano del sector público en la predicción y el conocimiento de riesgos es el camino a seguir.
El cambio climático provocará en 2100 una merma del 7% del PIB mundial si no se frena a tiempo
«Tenemos muchos más posibles daños a largo plazo que hace 20 años, por lo que necesitamos un modelo global accesible para todas las regiones», aseguró John Haley, CEO de Willis Towers Watson. Lo ejemplificó con el proceso de predecir un terremoto. «Tras la ola de terremotos de los 90, los estados construyeron un modelo de predicción global donde todo el mundo podía acordar cuáles eran los mayores riesgos e identificar cómo minimizar el impacto. Era algo con consistencia, transparente, y eso es precisamente lo que necesitamos en nuestra economía».
En este sentido, otra de las ideas auspiciadas por el economista Paul Donovan derivaron en el concepto de la ‘desglobalización’, un salto que consistiría en un modelo de producción local más eficiente y, por tanto, menos contaminante. Aunque con matices. «A pesar de que es una alternativa mucho más sostenible tenemos que tener en cuenta que, debe existir una estrategia paralela para poder lidiar con las posibles consecuencias que esto provoque en la economía».
Comprometerse a las ‘emisiones cero’ es, quizá, una de las propuestas más evidentes y necesarias, pero no por ello menos complicada para el sector empresarial –y para la economía, en general–. «Alcanzar la neutralidad es muy caro», avanzaba en el encuentro Rich Lesser, de Boston Consulting Group. Resulta fundamental, según él, la colaboración, primero, entre los eslabones de la cadena de producción y, posteriormente, entre los distintos sectores que componen la economía. «Para muchos países, la neutralidad climática no sale a cuenta. Por eso necesitamos dar un paso adelante y crear mejores sinergias, más allá de nuestras fronteras, para fomentar la transición desde la microeconomía y la macroeconomía», aseguraba.
¿Qué implica esto? Asumir, primeramente, que el 80% de la inversión en esta transformación debe nacer del sector privado. «Adaptarnos a estos impactos no es solo tomar parte de nuestra responsabilidad, también proporcionar trabajos y competitividad que cambiará el mundo», aseguraba Feike Sybesma, de Royal Phillips. Y en segundo lugar, ser conscientes del reto que supone abandonar la financiación asociada a las emisiones: según el estudio The Time To Green Finance, solo un 25% de las entidades analizadas hacían un seguimiento de las emisiones derivadas de sus actividades. «Necesitamos apostar por ser transparentes y coordinarnos con el resto de sectores para apostar por una transición transparente y eso lo haces con una metodología aceptada, donde todos hablemos el mismo lenguaje», defendía Alison Martin, del Zurich Insurance Group.
Atención a las economías emergentes
Frente a la vorágine de pandemias, crisis climática e inestabilidad económica, el foco se sitúa de manera decisiva sobre el papel que juegan las empresas en las transformaciones sociales. Los criterios ambientales, sociales y de gobernanza (ESG) son por ello fundamentales para que las entidades desarrollen estrategias que maximicen sus impactos positivos tanto en el desarrollo ambiental como en el económico, ya que ambos van de la mano. Y aquí las economías emergentes –aquellas que no se incluyen en la categoría de países subdesarrollados, pero tampoco cumplen como potencias mundiales– pueden jugar un papel fundamental, según las conclusiones de la Cumbre.
En una crisis de confianza con las instituciones públicas, el sector privado se percibe con la capacidad suficiente para dar con soluciones a los retos globales
Tradicionalmente, estos países han sido interpretados como inversiones arriesgadas, especialmente cuando se tratan de criterios ESG. Una visión que, en la actualidad, el Foro Económico Mundial describe como «una barrera que limita las oportunidades para favorecer la recuperación pospandemia». «Si vives en un país rico, tan solo te afecta el ODS del clima. Y centramos nuestra inversión y nuestro valor en ese. Sin embargo, la pobreza, el hambre, la inseguridad sanitaria y la injusticia afecta al resto», reflexionaba Majid Jafar, de Crescent Petroleum. ¿Cómo es posible garantizar una transición económica justa y sostenible si sus criterios no prestan atención al resto de territorios?
En resumen, el puente hacia la recuperación sostenible se cimenta en cuatro pilares, según concluye la Cumbre. El primero, los principios de gobernanza que sitúan el propósito frente al beneficio en las actividades económicas; el segundo, la ambición por proteger el planeta a través del consumo responsable y el uso sostenible de los recursos; en tercer lugar, acabar con la pobreza y la hambruna para asegurar que todos los habitantes jueguen en el mismo lado de la igualdad y, por último y más importante, la apuesta por la prosperidad. Una prosperidad que asegure una vida decente a todo ser humano, pero también un progreso económico, social y tecnológico en consonancia con la naturaleza.