José Miguel Viñas (@divulgameteo), físico y meteorólogo de Meteored, une ciencia y arte en su libro Los cielos retratados. Con más de 20 años de experiencia en medios como RNE y COPE, explora cómo los fenómenos meteorológicos se reflejan en la pintura y su impacto cultural.
¿Qué te inspiró a conectar la meteorología con la pintura y escribir Los cielos retratados?
Todo comenzó con mis intervenciones en No es un día cualquiera, de RNE. Tras completar las dos primeras temporadas del programa, entre 2004 y 2006, me di cuenta de que los temas transversales ligados al tiempo y al clima daban mucho juego. Entonces, comencé a visitar con asiduidad el Museo del Prado y el Thyssen-Bornemisza, poniendo mi foco de atención en los cielos de los paisajes. Se abrió ante mí un fascinante campo de estudio, en el que sigo embarcado, y que he podido divulgar a través de la radio, artículos y conferencias. Todo ese trabajo ha culminado en este libro.
¿Las pinturas captan cambios climáticos o meteorológicos significativos que ahora podemos analizar científicamente?
Pintores –y artistas en general– no pueden desvincularse de sus vivencias atmosféricas y lo terminan reflejando, en mayor o menor medida, en sus obras. Los crudos inviernos que se vivieron entre los siglos XVI y XIX han quedado retratados fielmente en la pintura, ya que influyeron notablemente en las sociedades de esas épocas. Ahora, el calentamiento global es una circunstancia que también comienza a afectar a nuestras vidas. Esta nueva realidad no está siendo ajena a las distintas manifestaciones artísticas. Empezamos a ver que el cambio climático también capta la atención de artistas contemporáneos.
¿Qué nubes suelen aparecer con más frecuencia en las pinturas? ¿Qué crees que simbolizan?
Al recorrer las salas de una pinacoteca, es fácil comprobar que las nubes que más abundan en los cuadros son las de tipo cúmulo: las típicas nubes de algodón, blancas y de contornos redondeados. Esto es así porque son las nubes que con mayor frecuencia hay en los cielos primaverales y de verano, que es cuando los pintores suelen salir al aire libre a abocetar o a pintar al natural, mientras que los meses invernales se dedican al trabajo en el taller. Esto ha sido una constante a lo largo de la historia, especialmente, en épocas más frías que la actual, cuando en el periodo invernal apenas se podía salir a pintar al exterior. Esto ha cambiado en la actualidad debido a que la suavidad térmica está presente muchos días de invierno.
¿Cómo se expresan fenómenos como el viento o las tormentas? ¿Existen patrones comunes en el arte?
El viento comenzó a pintarse a través de representaciones mitológicas, como dioses, diosas, ninfas o angelotes. Posteriormente, las obras muestran los efectos que provoca en los diferentes elementos del paisaje, como las ramas de los árboles o el humo. Este último aparece representado magistralmente en Juana la Loca, de Francisco Pradilla, que podemos admirar en el Museo del Prado. Las tormentas son un elemento clásico en la pintura para dar dramatismo a una escena. En cuadros de temática religiosa, suelen simbolizar el mal, el infierno o el pecado, frente a los cielos azules que representan lo contrario: el bien, el paraíso, el reino de Dios en el cristianismo.
¿Hay algún periodo artístico que tenga una conexión especial con fenómenos meteorológicos?
En el Romanticismo, tenemos ejemplos notables de cielos retratados. Aparte de las tormentas y los ambientes tempestuosos, también brillan con luz propia los cuadros de Caspar David Friedrich, en particular los que incluyen nieblas que pintó con reiteración, como su famoso Caminante sobre el mar de niebla. Para este pintor romántico alemán, la niebla tenía un carácter místico, al igual que la naturaleza, que le invitaba a reflexionar sobre nuestra propia existencia. Se juntan en este artista su visión profunda, espiritual, en torno al medio natural y una técnica pictórica sobresaliente.
¿Cómo influyen las erupciones volcánicas en los colores de ciertos cielos pintados?
Las grandes erupciones volcánicas lanzan a la alta atmósfera una enorme cantidad de aerosoles que, dispersados por los fuertes vientos, forman un velo que afecta al planeta de dos formas. Por un lado, al bloquear parte de la radiación solar, se produce un descenso transitorio de la temperatura y, por otro, esos aerosoles alteran la dispersión de la luz, lo que intensifica los colores de menores longitudes de onda, como los rojos, naranjas o amarillos. Este fenómeno provoca crepúsculos más intensos durante semanas, meses o, incluso, años, algo que no escapa a la atenta mirada de paisajistas. Lo vemos en pintores como Turner, que, sin duda, quedó impresionado por los cielos encendidos que se vieron en Europa y otras zonas del mundo tras la erupción del volcán Tambora, en 1815.
Las artistas siempre han tenido menos visibilidad que sus colegas hombres. En el contexto de la representación de los cielos, ¿qué pintora crees que debería ser más reconocida por su trabajo?
Sin duda, las mujeres en el mundo artístico no han gozado del reconocimiento que merecen y es difícil obtener información de su obra pictórica. Visibilizar su legado es una tarea pendiente, igual que el de otras tantas mujeres de otros ámbitos. En el caso de la pintura de paisajes, en donde aparecen cielos, me gustaría destacar a la pintora noruega Kitty Lange Kielland y a la pintora impresionista austriaca Tina Blau.
Como puente entre la ciencia y el público general, ¿cómo se puede fomentar un mayor interés por las ciencias atmosféricas?
El tiempo y el clima tienen la ventaja de ser temas de conversación cotidiana, pero el tratamiento que suelen recibir no siempre es el adecuado. Existe una falta de cultura meteorológica, y aquí es donde la divulgación científica desempeña un papel clave. Personalmente, me gusta resaltar lo atractivo de este campo de estudio en todo lo que hago, porque sé que esto despierta la curiosidad del público.
¿Crees que el arte puede ser una herramienta efectiva en este sentido?
Sin duda. Cada vez hay más ejemplos de que esta fórmula funciona. En mi experiencia, cuando utilizo una pintura conocida para explicar un fenómeno meteorológico, noto cómo se despierta un mayor interés. Por ejemplo, los cuadros de Canaletto con vistas de Venecia son muy conocidos. Si cuento que, gracias a ellos, se puede obtener un indicador del cambio climático, la primera reacción es de sorpresa. Cuando, a continuación, explico que hace unos años unos científicos se dieron cuenta de que las marcas de las algas de las fachadas de los edificios están situadas, en promedio, unos 60 centímetros por debajo que las marcas en esos mismos edificios en la actualidad, crece su interés y quieren saber más. Objetivo cumplido.
A lo largo de tu carrera, ¿has notado un cambio en la percepción de las personas sobre el clima y la meteorología?
El interés por el clima siempre ha existido, pero ahora vivimos un bombardeo de información, especialmente ante grandes catástrofes meteorológicas. El cambio climático ya forma parte de nuestras vidas y esto es otra gran diferencia con respecto a lo que pasaba cuando comencé mi trayectoria profesional en los 90. Aunque ya se hablaba del tema, no se hacía como ahora, ni su magnitud era comparable. La mayoría de las personas son conscientes del proceso de cambio en el que estamos inmersos y de que cada vez nuestras vidas se verán más afectadas por él.
¿Hay algún fenómeno meteorológico que todavía te sorprenda o te fascine y que quisieras explorar en futuros proyectos?
A lo largo de mi vida, me he interesado por infinidad de fenómenos meteorológicos y he presenciado muchos, pero no todos los que me gustaría. Tengo pendiente un fenómeno mitad meteorológico, mitad astronómico: las auroras polares. No he tenido ocasión de contemplarlas desde latitudes altas, pero confío en poder hacerlo. Quizás surja la oportunidad en el marco de un proyecto científico en 2025. Ojalá que todo vaya para adelante y pueda ser partícipe de esa experiencia, no solo observacional sino de conocimiento científico.