Entre los retos que surgen en las aulas de nuestras escuelas hay uno cada vez más evidente: mientras educamos a nuestros hijos e hijas para su futuro, el horizonte del planeta se desdibuja. ¿Cómo habitar –y educar– en un mundo obligado a cambiar? Necesitamos transformar nuestros hábitos si queremos evitar el colapso del planeta: atrás empieza a quedar la contaminación urbana, la movilidad no-sostenible y el aislamiento absoluto de lo rural tras las moles de hormigón de la ciudad. La educación ambiental es la pieza clave en este sentido, a través de la cual se intentan implantar las nuevas perspectivas verdes; estableciendo los cambios necesarios para un futuro descarbonizado. La educación, al fin y al cabo, funciona igual que un pequeño árbol: se trata de plantar –y estimular– la semilla adecuada hasta que esta dé lugar a nuevos frutos.
Según explica el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, la educación ambiental debe «ser completa y transversal, involucrando a todos los agentes de la sociedad, desde los más jóvenes a los adultos». Los temas que aporta al debate social son evidentes: la transición energética, la calidad del aire, la salud –y el rol– del océano y la biodiversidad.
A partir de ahora, la educación ambiental será transversal a todos los contenidos curriculares
La educación ambiental, no obstante, va más allá de la mera teoría dada en el aula. Es una herramienta diseñada para comprender los retos y los obstáculos que depara el futuro mediante un pensamiento ecológico firme y rotundo. Por ello, esta requiere de un contacto estrecho con la naturaleza y las nuevas formas de enfrentar el día a día: realizar actividades en relación con el medio ambiente, separar los residuos en clase o visitar granjas o viveros para conocer las formas de vida que nos rodean.
Un ejemplo evidente es el del consumo –y gestión– del agua. Casi el 98% del agua que hay actualmente en el planeta es agua salada. ¿Cómo solucionar, entonces, un problema que parece acecharnos cada vez desde más cerca? A través de los conceptos de sostenibilidad, reutilización o consumo responsable es posible enseñar cómo se debe cuidar –y cómo deben cuidar los demás agentes de la sociedad– un recurso tan preciado.
Una ciudadanía comprometida
Para el próximo lustro, tanto el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico como el Ministerio de Educación pretenden seguir las pautas establecidas por el Plan de Acción de Educación Ambiental para la Sostenibilidad (PAEAS). Este documento establece los objetivos y las líneas de acción en materia de educación ambiental: la emergencia climática, la economía circular, los conflictos ambientales o los aspectos relacionados con la energía dejarán de ser tratados como contenidos adicionales; ahora, los contenidos curriculares serán presididos por la transversalidad inherente a la educación ambiental.
A través de los conceptos de sostenibilidad, reutilización o consumo responsable es posible enseñar cómo debemos cuidar un recurso tan preciado como el agua
El PAEAS, además, prevé la creación de redes interescolares, de tal modo que los centros de distintos municipios y regiones puedan desarrollar el contenido curricular de forma cooperativa: los espacios de trabajo y los foros de encuentro solo pueden ser verdes si son comunes. En este sentido, y para garantizar una acción adecuada y armónica a través de los distintos organismos e instituciones, se han desarrollado las Buenas Prácticas de Educación para el Desarrollo Sostenible: una vía a través de la cual conocer la mejor forma con la que difundir las acciones y proyectos vinculados con la educación ambiental. En la medida de lo posible, por tanto, la educación ambiental debe ser similar, evitando grandes diferencias y divisiones entre un centro escolar y otro.
Para implementar un plan de tal calibre también se prevé la formación del profesorado, eslabón clave en la transmisión del conocimiento, más allá del hogar. Es en la escuela donde se empieza a descubrir el planeta y donde se aprende la relevancia del reciclaje y la gestión de unos recursos que son finitos, entre otros hábitos. Al fin y al cabo, solo cuando comencemos a cambiar nuestros gestos diarios seremos capaces de proteger el planeta.