Mujeres en la universidad: una brecha cada vez más reducida

No fue hasta 1910 cuando las mujeres pudieron estudiar oficialmente una carrera universitaria en España, lo cual no significó que la presencia femenina en la educación superior fuese aceptada socialmente. Dos siglos después, la historia es distinta: aunque aún quedan desigualdades por resolver, las mujeres representan más de la mitad de la población universitaria.

Dolors Aleu i Riera se llegó a acostumbrar a las miradas extrañadas de sus compañeros en los pasillos de la Universidad de Barcelona. Corría el año 1879 cuando decidió matricularse en la Facultad de Medicina, una oportunidad de oro en aquella época ya que, a pesar de que el sufragismo crecía como la pólvora en Estados Unidos y en algunas partes de Europa las mujeres adquirían por primera vez el derecho a asistir a la universidad, eran pocas las que ocupaban las aulas de los centros españoles. Pero Aleu se topó con la suerte de pertenecer a una familia burguesa y consiguió los permisos especiales que se requerían para poder disfrutar de la enseñanza superior siendo mujer. Se convirtió, así, en la primera licenciada de España.

En el curso 1919-1920, solo 345 mujeres estaban matriculadas en la universidad, frente a las 753.749 que lo hicieron en 2021

El de Dolors, que ejerció de ginecóloga y pediatra, era el perfil común en los albores de la presencia femenina universitaria: mujeres de clase media-alta pertenecientes a grandes ciudades que sacaron provecho de su condición para luchar contra los estrechos roles de género que su tiempo había impuesto. Sin embargo, no fue hasta bien entrado el siglo XX cuando estas cifras crecieron, aunque de manera testimonial: en el curso académico 1919-1920 solo se registraron 345 alumnas. Una fotografía que contrasta sobremanera con la actual, donde el 56,3% del alumnado universitario está compuesto por mujeres —es decir, un total de 754.749—, porcentaje que no ha dejado de crecer en los últimos años frente al alumnado masculino, con una tendencia a la baja (del 45,6% en 2015 al 43,7% en 2021-2022). No cabe duda de que la presencia femenina en la educación superior ha sido testigo de una gran evolución. 

Y si la primera mujer ginecóloga logró licenciarse en España, fue gracias a otra: María Elena Maseras, la primera mujer española en matricularse en una universidad. Lo hizo en el siglo XIX en la Facultad de Medicina, también en la Universidad de Barcelona. Sin embargo, Elena no ejerció de médica (no hay constancia de que se doctorase), sino que se dedicó a la enseñanza tras estudiar Magisterio, por lo que dejó abierta la puerta a otras mujeres tan destacadas como María de Maeztu Whitney, María Vicenta Amalia y la más que conocida María Zambrano, quienes se dedicaron a la filosofía y las letras —una de las carreras más feminizadas en los años veinte—. Aunque también hubo quienes optaron por una vertiente más científica, como la farmacia, que en el curso de 1929-1930 registraba a 777 mujeres, frente a las 199 matriculadas en medicina o las 222 que optaban por ciencias. 

En aquellos tiempos, los estudios de farmacia se consideraban apropiados para la mujer, puesto que regentar una oficina de dispensa de medicamentos estaba visto como una extensión de sus tareas domésticas habituales. A pesar de lo encorsetado de la elección, lo cierto es que la farmacia, así como la medicina, supusieron una gran oportunidad para que muchas mujeres desarrollaran posteriores carreras científicas de renombre. Contribuyó también a incrementar la presencia femenina en la conocida Residencia de Señoritas en 1915, impulsada por la política María de Maetzu con el objetivo de crear un espacio donde pudieran convivir las mujeres que acudían a la universidad. El espacio no tardó en convertirse, al igual que la madrileña Residencia de Estudiantes donde convivieron García Lorca y Dalí, en el epicentro de la intelectualidad y el intercambio de conocimientos, lo que fue atrayendo a más mujeres y cerrando la brecha. Al menos en el plano educativo, pues socialmente tuvieron que pasar varias décadas hasta que comenzaron a ser respetadas por priorizar su desarrollo intelectual frente a lo que se esperaba de ellas.

Mucho ha cambiado desde entonces. De hecho, aquellas carreras que menos aceptaban la presencia femenina en las aulas —química, medicina o biología, por ejemplo— cuentan con mayoría de alumnas, pero la actualidad todavía sigue dejando entrever algunas desigualdades. En primer lugar, respecto a las carreras STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics): según los datos recogidos por la Unesco, solamente el 28% de los investigadores científicos de todo el mundo son mujeres. La ausencia femenina -fruto de estereotipos y falta de referentes- en las ingenierías, las matemáticas y la tecnología todavía resulta preocupante, pues, en nuestro país, solo una de cada cuatro mujeres son ingenieras, cifra que alcanza el 31,4% en el cómputo global de las STEM. En cambio, la administración de empresas, el derecho, la psicología y las enseñanzas de infantil y primaria son los grados más solicitados por ellas.

A pesar de que la presencia femenina es mayoría en las universidades, todavía quedan algunas brechas por cerrar en el acceso a las carreras STEM, donde solo hay un tercio de mujeres

Y si miramos un poco más allá, nos encontramos con la otra gran brecha de la evolución laboral en la investigación. Como indican las cifras globales de las Naciones Unidas, las mujeres llegan mucho más alto en cualificación en comparación con los hombres, pero, cuanto más se avanza en titulación, menor proporción de mujeres se postulan: la paridad se mantiene hasta la presentación de tesis doctorales, pero luego el número de investigadoras desciende sin parar hasta tal punto que, en el mayor rango de titulación, solo dos de cada diez miembros son mujeres. 

Por suerte, a medida que pasan las hojas del calendario, las sociedades son cada vez más conscientes del trabajo que aún queda por hacer para garantizar la igualdad e incrementar la presencia de las mujeres en los sectores científicos, que, a fin de cuentas, debido a la contribución que hacen a la sociedad, deberían representar también la realidad de la otra mitad de la población. Cada año surgen historias de mujeres pioneras en campos masculinizados que marcan un antes y un después en nuestra historia y que minimizan, poco a poco, la brecha de la desigualdad de la misma forma que lo hicieron aquellas que decidieron cambiar el rumbo de la historia y acabar con los obstáculos para las mujeres de las generaciones posteriores. Ese era su sueño: que la educación superior se convirtiera en un lugar donde poder desarrollarse intelectualmente sin que el género definiese el destino.