En la cumbre del clima de Nueva York de 2019, Greta Thumberg, una adolescente de 16 años, dejó perplejo al mundo con sus palabras a los líderes y altos cargos de decenas de países: “Todavía no son suficientemente maduros como para decir las cosas como son”. Nunca se sabrá el impacto real de ese discurso en las mentes de los gobernantes mundiales, pero ese momento hizo creer que, a veces, los grandes cambios también pueden ser impulsados por actores pequeños. Tristan da Cunha, una pequeña isla en mitad del océano Atlántico Sur y territorio británico de ultramar, con tan solo 246 habitantes, ha anunciado que creará la cuarta área marítima protegida más grande de la Tierra. ¿Cómo una población tan diminuta puede lograr semejante hito?
Este enclave es la isla habitada más remota del planeta, ya que se encuentra a 2.400 kilómetros de tierra firme. Para ponerlo en perspectiva, la extensión de este enclave es una décima parte de la ciudad de Londres. Sin embargo, con sus 740.000 kilómetros cuadrados de zona marítima, ocupa más de tres veces la superficie de todo el Reino Unido. Ahora, el 90% de este vasto territorio oceánico pasa a convertirse en zona protegida.
“Tristan da Cunha es un lugar como ningún otro. Las aguas que rodean este remoto territorio de ultramar del Reino Unido son algunas de las más ricas del mundo”, asevera Beccy Speight, la directora de RSPB, la ONG internacional para la protección de la vida salvaje que lleva trabajando más de 20 años con las autoridades isleñas y británicas, National Geographic y la Blue Marine Foundation para hacer realidad este hito medioambiental. Unas palabras ponen de manifiesto la realidad: la zona del archipiélago que componen la isla principal y sus satélites –declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco–, alberga el 90% de la población global de pingüinos de penacho amarillo norteños y el 80% de los lobos marinos subantárticos. Ambas especies están en peligro de extinción, al igual que las ballenas francas australes y otras aves endémicas que solo existen en la zona, como el petrel de anteojos.
Con la creación de este área, las actividades extractivas como la pesca de arrastre de fondo o la minería en alta mar quedan prohibidas, protegiendo así el sustrato biológico del fondo oceánico, el primer y más importante eslabón para la cadena trófica marina y la supervivencia de la vida marina. Sin embargo, ¿qué pasa con la economía de la isla, que depende prácticamente en su totalidad de la pesca?
Un modelo económico sostenible
“El mar es un recurso vital para nuestra economía y nuestra supervivencia a largo plazo”, explica James Glass, el Gobernador de la Isla, entendiendo que, para preservar su modo de vida en el tiempo, es prioritario proteger la biodiversidad de la zona. “Nuestra vida en Tristan da Cunha siempre se ha basado en nuestra relación con el mar, y eso continúa hoy. La comunidad de Tristan está profundamente comprometida con la conservación”, añade.
De hecho, el compromiso de esta aislada comunidad no solo se limita a las aguas, sino que, de la pequeña porción de tierra que compone la isla, más del 50% ya ha sido declarado zona protegida. Con este escenario, la protección medioambiental complica la supervivencia económica. Según explica Glass, el salario medio en la comunidad, una vez se extraen los impuestos, ronda las 275 libras al mes, a lo que se debe añadir la desventaja de su difícil accesibilidad, que implica un sobrecoste en la importación de bienes de entre un 75% y un 90% con respecto a Londres. Para hacernos una idea de lo aislada que está esta pequeña población,un dato: tan solo viajan a Tristan da Cunha ocho barcos al año con un máximo de 12 pasajeros, trayectos que a partir de ahora serán todavía más reducidos debido a las restricciones.
Por este motivo, se ha decidido que una porción de su territorio marino se destinará a la pesca de la langosta de roca de Tristan (Jasus tristani), una actividad que supone el 80% de los ingresos de la comunidad y que cuenta con el certificado de pesca sostenible de la organización para la protección de los mares Marine Stewardship Council (MSC).
Un ejemplo a seguir
Este aplaudido hito medioambiental podría suponer el principal punto de inflexión en la construcción del Cinturón Azul o Blue Belt, un ambicioso proyecto con el que el Reino Unido pretende construir cuatro millones de kilómetros cuadrados de áreas protegidas a través de sus territorios de ultramar. De esta forma, Londres pretende alcanzar el objetivo de proteger el 30% de los océanos para 2030, una iniciativa a la que esperan se sumen otras potencias en línea con las metas descritas por los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
“Nuestro bienestar, futuro económico y supervivencia, dependen de las decisiones que tomemos ahora sobre el mundo natural. Necesitamos políticos que emulen el liderazgo de esta pequeña comunidad para ayudarnos a construir el mundo en el que todos queremos vivir”, reivindica Speight. Tristan da Cunha ha conseguido crear la cuarta área marina protegida más grande de la Tierra, recuperando la idea de que, a veces, son los más pequeños quienes abren los grandes caminos.