La recuperación de la capa de ozono

En 1985, el meteorólogo Jonathan Shamklin publicó, junto a otros dos colegas, un estudio que revelaba la pérdida de un tercio del espesor de la capa de ozono, que ya contaba con un enorme agujero sobre el Polo Sur. El análisis relacionaba este detrimento con el uso en aerosoles y sistemas de refrigeración por parte del ser humano, los compuestos químicos llamados clorofluorocarbonos (CFC).

La capa de ozono, que había pasado inadvertida para el común de los mortales hasta entonces, es una parte delgada de la atmósfera que absorbe las radiaciones ultravioletas del sol. Se crea en la atmósfera superior y su desaparición pondría en juego la vida en nuestro planeta.

En aquel entonces saltaron todas las alarmas. Científicos, Gobiernos e instituciones comenzaron en ese momento una tenaz batalla para frenar el deterioro de esa fina capa que nos separa de la extinción. Una inversión en investigación sin precedentes hasta la fecha y la acción política internacional favorecieron que se comenzase a prestar la debida atención a tan grave problema.

La desaparición del uso de clorofluorocarbonos en aerosoles ha logrado que la capa de ozono comience a recuperarse

En 1987 se firmó el Protocolo de Montreal con el único objetivo de proteger la capa de ozono de los productos químicos que la estaban mermando, y a día de hoy, es considerado uno de los mayores éxitos de la cooperación medioambiental internacional. Firmado por todos los países, impulsó la prohibición de los CFC como medida imprescindible para frenar el daño que sufría la capa de ozono. Pasados los años, comenzamos a ver los frutos de este histórico hito.

Cada cuatro años, el Grupo de Evaluación Científica del Protocolo de Montreal publica un informe que especifica la evolución en la eliminación de las 96 sustancias químicas usadas en aerosoles que provocaron el agujero en la capa de ozono. El último de estos informes no puede ser más esperanzador.

En dicho documento, presentado a primeros de año en la reunión anual de la Sociedad Meteorológica de Estados Unidos, se concluye que, de mantenerse las políticas actuales, la capa de ozono podría recuperar, en 2040, los valores con que contaba en 1980. No obstante, tendríamos que esperar a 2045 para su recuperación total en el Ártico y a 2066 para que sea efectiva en la Antártida.

El informe viene avalado por exigentes investigaciones desarrolladas por grupos científicos y expertos de ámbito internacional pertenecientes al Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA), la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA) y la Comisión Europea.

Los avances en la lucha contra los gases de efecto invernadero, podrían lograr que en 2066 haya desaparecido el agujero de la capa de ozono en la Antártida

No son únicamente las emisiones de CFC las responsables del deterioro de la capa de ozono, también el calentamiento global es un actor importante. El daño que sufre en la Antártida es más persistente justamente por la subida de temperaturas, provocada en gran medida por la emisión de gases de efecto invernadero. Entre estos se encuentran los hidrofluorocarbonos (HFC), que vinieron a sustituir a los CFC. Estos gases fueron los protagonistas de la Enmienda de Kigali al Protocolo de Montreal. Este acuerdo adicional, que entró en vigor en 2019, pone el punto de mira en los HFC y exige su progresiva desaparición.

Sin duda, el Protocolo de Montreal es un ejemplo de éxito de la cooperación internacional, y un indicio de lo que acuerdos similares pueden y deben llevarse a cabo para seguir avanzando en la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. Es urgente acometer acuerdos para emprender la tarea pendiente de abandonar los combustibles fósiles y seguir enfrentando la urgencia climática. Los logros en la lucha contra la desaparición de la capa de ozono demuestran que es posible.