Los ODS más olvidados: consumo responsable, clima y biodiversidad

A la hora de comprar, lo más adecuado es adquirir lo que realmente necesitas. Huir de lo superfluo y ya de paso que, por muy doméstico y aparentemente inofensivo y pequeño que sea el objeto (por ejemplo, una toallita multiusos), no contribuya a destruir los ecosistemas. Suena lógico, ¿verdad? Pues no: todavía compramos más de lo que necesitamos, en ocasiones por encima de nuestras posibilidades y, en la mayoría de los casos, por encima de las posibilidades del planeta.

El Gobierno de Suecia señala que el consumo sostenible es transversal a muchos ODS, como la educación

Esta conclusión tan cotidiana tiene que ver con otra mucho más amplia y cenital, una suerte de panóptico que abarca a un continente, reflejada en el último Informe Europeo de Desarrollo Sostenible (ESDR por sus siglas en inglés). Todavía consumimos en contra de lo que pide la lucha contra el cambio climático, o (seamos benévolos) sin la conciencia que requiere el reto más grande y necesario de este siglo. En definitiva, los Objetivos de Desarrollo Sostenible son un cuórum internacional para resolver muchas injusticias, tanto medioambientales como sociales, y marcan una agenda que no estamos cumpliendo del todo.

La Red Española para el Desarrollo Sostenible, organización sin ánimo de lucro adscrita al ESDR, alerta de que en el balance de 2022 algunos de esos objetivos se están dejando de lado, entre ellos el número 12, que persigue «garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles», pero no es el único: el 13 -«Acción por el clima»- y el 15 -«Proteger la biodiversidad, las tierras y los bosques»- también están preocupantemente rezagados.

En el caso concreto de España, «experimenta una mejora en los indicadores relacionados con los ODS de salud y bienestar, así como en la reducción de las desigualdades, pero empeora en los relativos a biodiversidad». En cualquier caso, aún queda mucho margen para pisar el acelerador: nos mantenemos en el puesto 22 en cuanto a avances en la consecución de los objetivos de la Agenda 2030, a la cola de los Estados miembros.

El informe atribuye razones coyunturales a este estancamiento: «En medio de múltiples crisis sanitarias, de seguridad, climáticas y financieras, los ODS siguen siendo el futuro que Europa y el mundo quiere, pero estas crisis representan grandes retrocesos para su consecución y el desarrollo humano a nivel mundial».

Esto no significa que antes de la pandemia fuéramos a velocidad de crucero: «El progreso hacia los ODS ya era demasiado lento y desigual, tanto en el mundo como en Europa, y desde 2020 se ha estancado», refleja el informe, y advierte de que «es muy probable que las ramificaciones globales de la guerra contra Ucrania incluso deshagan el progreso logrado hasta ahora».

Y hace de la necesidad virtud: «En un contexto de crecientes rivalidades geopolíticas y multilateralismo fragmentado, los ODS siguen siendo la única visión integral y universal para la prosperidad socioeconómica y la sostenibilidad ambiental adoptada por todos los estados miembros de la ONU. Si no se implementan los principios básicos de los ODS de inclusión social, energía limpia, consumo responsable y acceso universal a los servicios públicos, se producirán más crisis».

La transversalidad de los ODS 

Algo tan simple como un carro de la compra (o, más bien, la manera en que lo llenamos) puede marcar la diferencia. El caso de Suecia es ilustrativo: desde el principio ha estado entre los tres primeros puestos del Índice de los ODS, no solo respecto a Europa, también a nivel mundial. Sin embargo, como recuerda la organización internacional Social Watch, el país escandinavo flaquea en el objetivo 12 sobre consumo sostenible: está en el puesto 138.

El Gobierno sueco ha publicado en su web la importancia de reaccionar en este sentido y pone en valor su impacto: «no solo significa beneficios ambientales, sino también sociales y económicos, como mayor competitividad, desarrollo del sector empresarial en un mercado global, mayor empleo y mejor salud y, en consecuencia, reducción de la pobreza». El informe gubernamental alude a la transversalidad: «El consumo y la producción sostenibles complementan otros objetivos,  ya que esa transición requiere una gama de herramientas y medidas en varios niveles que deben ser implementadas por varios actores. A través de la educación, por ejemplo, las personas pueden adquirir los valores, conocimientos y habilidades que les permitan tomar decisiones responsables y sostenibles de productos y servicios».

El clima, la (eterna) asignatura pendiente

El ODS número 13 es el más urgente, puesto que de él depende el futuro del planeta. Eso no ha impedido que sea otro de los objetivos atascados en el pelotón por más que, como señala el Pacto de Mundial de Naciones Unidas, deba ser «una cuestión primordial en las políticas, estrategias y planes de países, empresas y sociedad civil, mejorando la respuesta a los problemas que genera, e impulsando la educación y sensibilización de toda la población en relación al fenómeno».

Sería injusto decir que no se están tomando medidas en este sentido, pero deben ser más decisivas. En la última COP27 se siguió mareando la perdiz con un asunto vital para la mitad de la población mundial y el entorno donde vive, como es la contribución económica a los países en desarrollo y pequeños Estados insulares para mejorar su capacidad de gestión del cambio climático. Abundan las buenas intenciones, no tanto los compromisos firmes.

La biodiversidad sigue en serio peligro: cada minuto desaparece un área de bosque equivalente a 27 campos de fútbol

La biodiversidad es un capítulo fuertemente ligado al clima, e igualmente subestimado. El objetivo número 15 deja clara la necesidad de «proteger y restaurar los ecosistemas terrestres, gestionar los bosques de forma sostenible, luchar contra la desertificación y poner freno a la pérdida de la diversidad biológica». Pero la sociedad sigue haciendo oídos sordos a esta emergencia, como demuestra el último Informe Planeta Vivo de WWF: «El planeta se enfrenta a la sexta extinción masiva de especies, en los últimos 50 años, las poblaciones de especies de vertebrados han disminuido un 68%». Un ritmo alarmante que no ha decrecido en los últimos años: «Cada minuto desaparece un área de bosque equivalente a 27 campos de fútbol, ya se ha perdido la mitad de los arrecifes de coral del mundo y medio millón de especies de insectos están en peligro de extinción».

Estos datos no deben llevar al derrotismo, sino todo lo contrario. Como demuestran los avances que sí se han logrado en la carrera hacia la Agenda 2030, poseemos los medios y la tecnología para hacerla posible. Hace falta un cambio de mentalidad y mayor decisión. No se trata solo de proteger el planeta y a los sectores más vulnerables, sino de vivir mejor: los ODS no suponen un freno a la prosperidad en medio de estos tiempos convulsos, sino la perfecta receta anticrisis, como recuerda el Informe Europeo de Desarrollo Sostenible: «En un contexto de crecientes rivalidades geopolíticas y multilateralismo fragmentado, los ODS siguen siendo la única visión integral y universal para la prosperidad socioeconómica y la sostenibilidad ambiental». Y zanja con un aviso a navegantes: «En el punto medio de la implementación de la Agenda 2030, ahora es el momento de que la UE esté a la altura de las circunstancias e invierta 'lo que sea necesario' (diplomáticamente, financieramente y mediante la cooperación y la coherencia) en el bien común mundial».