Eleanor Roosevelt, «la primera dama del mundo»

Eleanor Roosevelt

Ilustración de Valeria Cafagna

Eleanor Roosevelt fue mucho más que la esposa del presidente de Estados Unidos: tenía el compromiso y la convicción de mejorar la vida de las personas y su trabajo fue clave en la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.


Aventurera, curiosa y trabajadora, Anna Eleanor Roosevelt supo aprovechar al máximo su vida. Nació en Nueva York en 1884 en una familia rica e influyente. Cuando se casó no se cambió el apellido, ella ya era una Roosevelt: su padre era el hermano de Theodore Roosevelt. Sin embargo, no tuvo una infancia fácil. Se quedó huérfana y vivió con su abuela desde los 7 años. Cuenta en su libro Lo que aprendí viviendo que fue una niña tímida, insegura y necesitada de afecto, pero con muchas ganas de aprender y experimentar. Muy pronto entendió que, si quería tener una vida plena, tenía que plantar cara a sus miedos. Y así lo hizo. 

Con 15 años, se fue a estudiar a un internado de Londres, donde sintió por primera vez una gran libertad y entró en contacto con profesoras como Marie Souvestre que le ayudaron a desarrollar su pensamiento crítico. Cuando regresó a Estados Unidos, Eleanor conoció a un primo lejano que se convertiría en su marido y padre de sus 6 hijos: Franklin Delano Roosevelt. 

Cuando se casó no necesitó cambiarse el apellido: su padre era el hermano de Theodore Roosevelt

Era un joven que parecía tener una carrera prometedora. Ascendió rápidamente en el Partido Demócrata, pero cuando enfermó de polio pensó en abandonar la política influenciado por su madre. Eleanor Roosevelt fue quien lo convenció para que no dejara de lado sus aspiraciones y se convirtió en un apoyo clave en su campaña. Franklin D. Roosevelt ganó por primera vez las elecciones en 1933 y se convirtió en el presidente que consiguió sacar a Estados Unidos de la Gran Depresión con el New Deal.

A pesar de que en el terreno político funcionaron muy bien, su relación fue complicada. Cuando Eleanor se enteró de las infidelidades de su marido, estuvieron a punto de divorciarse, pero llegaron a un acuerdo. Seguirían juntos, pero ella dejaría para siempre el tradicional perfil de primera dama en el que nunca había encajado y pasaría a tener una agenda política propia. 

Durante los doce años que Franklin D. Roosevelt fue presidente, Eleanor Roosevelt trabajó intensamente en las políticas del Gobierno, defendió los derechos civiles y demostró un interés real por los problemas de la gente. Estaba convencida de que no bastaba con saber que había personas que tenían necesidades: era preciso conocerlas y ponerse en su lugar. Por eso, visitaba a la gente en sus casas, en sus lugares de trabajo y le gustaba moverse en entornos distintos al suyo. Siempre mostró sus opiniones, aunque le pudieran crear algún conflicto diplomático y más de una polémica.  

Su empeño por alcanzar un compromiso internacional la convirtió, en palabras del presidente Harry S. Truman, en «la primera dama del mundo»

Cuando su esposo murió en 1945, Eleanor no dejó su activismo. Se convirtió en delegada de la Asamblea de las Naciones Unidas y fue elegida presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU por unanimidad. Su trabajo y su capacidad para consensuar y confrontarse con otras personas fueron esenciales en la redacción y aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas en 1948. 

En un contexto cargado de incertidumbre tras la Segunda Guerra Mundial, su empeño por alcanzar un compromiso internacional la convirtió, en palabras del presidente Harry S. Truman, no solo en la primera dama de Franklin D. Roosevelt, sino en «la primera dama del mundo». Defendió en múltiples ocasiones la participación de las mujeres en asuntos internacionales y reclamó la adopción de la Convención sobre los Derechos Políticos de la Mujer. También presionó al presidente John F. Kennedy para que incluyera a más mujeres en puestos de poder y presidió la primera Comisión Presidencial del Estatus de la Mujer de Estados Unidos.

Convencida de que el proceso de aprendizaje y de crecimiento debe continuar a lo largo de toda la vida, Eleanor Roosevelt aprovechó sus días hasta el final y siempre supo mirar al mundo con curiosidad. Falleció a los 78 años tras una vida dedicada a promover la justicia social.