Siete de cada diez hogares españoles recurren a las monodosis para levantarse por la mañana: son fáciles de usar, rápidas y, sobre todo, permiten acceder a una enorme variedad de cafés. Las hay de todos los sabores y colores. Sin embargo, siguen levantando dudas acerca de su sostenibilidad ya que, al estar fabricadas de plástico y aluminio, resultan muy difíciles de reciclar. Como alternativa, en los últimos años han surgido novedosas propuestas para evitar que este gran placer constituya un ataque directo contra el planeta.
Clic. Empieza el rugido metálico. El olor a tostado invade la estancia. Ristretto, caramel machiatto, un cappuccino. En cuestión de segundos, ese manjar de la mañana —de los campos de Colombia o cultivado en el interior de Italia— está listo para consumir. Visto así, es casi como teletransportarse: ya no hace falta salir de casa (o de la oficina) para disfrutar del café perfecto. La comodidad y el lujo para los más cafeteros concentrados en una cápsula de café, ese pequeño envase que revolucionó nuestro país en el 2000, si bien ya en 1976 se comercializaban los prototipos que ahora consumen a diario siete de cada diez hogares, según datos del Ministerio de Agricultura.
Pero no es oro todo lo que reluce. A medida que ha crecido la conciencia medioambiental de la población también lo ha hecho la preocupación por este formato de consumo que concentra más del 50% de los ingresos totales de venta de café al año. Por múltiples razonas, la primera, y más fundamental, porque estas cápsulas están compuestas de plástico y aluminio, dos materiales que complican su reciclado —el café se queda impregnado de tal forma en el envase que no puede ir ni al contenedor verde ni al amarillo— y que producen, en palabras de Scientific Reports, «un desperdicio insuperable en los vertederos».
De hecho, se desechan tantas monodosis al día a nivel global que con ellas se podría dar la vuelta al mundo 14 veces durante un siglo, que es justamente el tiempo que las cápsulas de café mal gestionadas se mantienen en el entorno. La envergadura del problema ha traído tantos dolores de cabeza que, en 2017, el padre del invento, John Sylvan, llegó a confesar arrepentirse de haberlo creado.
Se desechan tantas monodosis al día que con ellas se podría dar la vuelta al mundo 14 veces durante un siglo, el tiempo que tardan en desaparecer del entorno
Ante esta situación no han sido pocas las propias empresas de café y otras organizaciones las que han habilitado puntos de recogida de cápsulas en diferentes lugares del mundo para acabar con la realidad de que el 70% de las cápsulas —4900 millones— acaba, en el mejor de los casos, en los vertederos. También quieren evitar su prohibición —la Ley de Residuos española casi las incluye en la lista de plásticos de un solo uso que se eliminarán—. Sin embargo, desde que la Agenda 2030 cobró protagonismo, las organizaciones internacionales han dedicado todos sus esfuerzos en insistir en la importancia de que pensar en verde es fundamental en toda la cadena de producción, de principio a fin.
De nada sirve habilitar puntos de recogida para las cápsulas si no se ha tenido en cuenta el impacto de su fabricación: el proceso de extracción del café y la producción de las monodosis necesitan grandes cantidades de agua y energía, además de emitir toneladas de gases de efecto invernadero.
La situación se agrava si tenemos en cuenta que la materia prima para fabricarlos se extrae de puntos concretos en países de América Latina o África, y la conflictividad aumenta en aquellas zonas donde habitan comunidades indígenas. La factura social y medioambiental exige una respuesta más ambiciosa que sitúe a la economía circular en el centro, lo que exige dar con diseños que minimicen el impacto.
Si la cápsula es el problema, ¿podríamos eliminarlas? Así lo demuestran unas nuevas esferas de café sin envase producidas recientemente en Suiza. Su corteza exterior está fabricada de granos de café comprimidos, que proporcionan una resistencia similar al plástico y mantienen a salvo el café molido de su interior sin producir un solo residuo (más allá de los posos de café, que pueden utilizarse como compostaje). Otra propuesta interesante son los envases de materiales y tintas biodegradables que desaparecen y reducen el tiempo de descomposición de tres a seis meses aproximadamente: las islas Baleares han sido pioneras en el asunto, regulando en su ley de plásticos de un solo uso que «las cápsulas de café estén fabricadas con materiales compostables o bien fácilmente reciclables, orgánica o mecánicamente».
Algunas compañías ya han desarrollado envases fabricados con polímeros que se descomponen en compost a los seis meses de haberse utilizado
Aunque hay una diferencia muy sutil entre biodegradable y compostable: la primera implica que el producto desaparece en la naturaleza, mientras que la segunda significa que este se convierte en abono cuando se deja en espacios con residuos orgánicos. Algunas marcas de café ya están apostando por esta segunda opción y desarrollado un tipo de polímero que se transforma en compost a los seis meses de haberse utilizado y que puede mezclarse con el resto de basura orgánica.
Y para quienes no acaben de confiar en este tipo de monodosis, ya se venden decenas de tipos de cápsulas reutilizables (fabricadas con acero inoxidable) compatibles con las principales marcas, una buena opción en lugares donde el desecho de cápsulas se multiplica, como las oficinas y otros puestos de trabajo, para evitar que el placer de beber café se convierta en un ataque directo contra el planeta.