Las políticas contra el cambio climático ponen a prueba el frágil equilibrio del planeta

¿Puede el remedio ser peor que la propia enfermedad? En el caso del esfuerzo por proteger nuestro planeta de la crisis climática, probablemente no llegue a tal extremo. Pero sí que es posible que éste también cause perjuicios negativos: así, al menos, lo indica parte de la comunidad científica en relación al cambio climático. De este modo, algunas de las políticas implementadas para frenar la degradación ambiental tienen potentes efectos colaterales –y riesgos propios– que hemos de comenzar a supervisar.

Entre las medidas potencialmente dañinas se encuentran acciones tan comunes como las plantaciones masivas de árboles –para atrapar el exceso emitido de dióxido de carbono– o la expansión de los biocarburantes. Tal como señala el primer informe realizado conjuntamente por el IPBES y el IPCC –organizaciones científicas internacionales asociadas a las Naciones Unidas–, «las medidas basadas en la tecnología que son eficaces para la mitigación del cambio climático pueden plantear graves amenazas a la diversidad biológica». Y se entra entonces en un círculo vicioso. «El cambio climático, con origen en las actividades humanas, amenaza cada vez más a la naturaleza y las contribuciones que ésta hace a la sociedad. Los cambios en la biodiversidad afectan al clima, especialmente mediante los impactos en los ciclos de nitrógeno, carbono y agua», rezan las líneas del documento.

Según los cálculos realizados por el IPBES y el IPCC, las áreas naturales protegidas deberían ascender hasta el 30% o el 50%

Uno de los ejemplos más evidentes de actuaciones que pueden resultar aparentemente benignas es el uso de metales vinculado a las baterías y las tecnologías renovables: si bien su uso final está destinado a la lucha contra la crisis climática, el resto del proceso vinculado a su aprovechamiento –como la extracción– puede ser profundamente nocivo para el medio ambiente, especialmente cuando aún el reciclaje de esta clase de tecnología es muy escaso.

La forma de proceder debería ser, en realidad, mucho más sencilla. El informe recomienda que cualquier medida enfocada estrecha y directamente a mitigar la subida de temperatura del planeta sea evaluada en términos de riesgos y beneficios; y lo mismo ocurriría con medidas de adaptación, tales como la construcción de presas y muros marinos. Esto no solo sugiere la necesidad de un enfoque holístico, sino que también demuestra la fragilidad sobre la que actualmente se asienta nuestro hábitat, en un estadio relativamente avanzado del proceso de cambio climático.

Comenzar a analizar (para poder solucionar)

Algunas de las soluciones más efectivas para frenar la crisis climática parecen ser, en realidad, algunas de las más sencillas. Es el caso de la restauración de ecosistemas –una de las alternativas más rápidas basada en la propia naturaleza– y de la agricultura sostenible. Todas las propuestas mencionadas, no obstante, se caracterizan por el respeto a la naturaleza no solo mirando hacia a su futuro, sino también hacia su pasado. ¿Qué había antes del impacto humano y cuán posible es recuperarlo? Es por esto, en parte, por lo que la reforestación masiva puede ser dañina: si el ecosistema en cuestión no contaba con la presencia histórica de bosques, su implantación puede dañar no solo la biodiversidad, sino otros elementos que recaen posteriormente en manos humanas, como en el caso de la producción alimentaria o el desplazamiento de parte de la población a causa de la competición por la posesión de terreno.

Actividades como la reforestación masiva, a pesar de ser aparentemente positivas, pueden conllevar la degradación de algunos ecosistemas

Y es que en el centro del origen del cambio climático se halla la concepción de la naturaleza por parte de la humanidad como una fuente de recursos ilimitados. Es por ello por lo que dentro de estas nuevas soluciones se encuentran acciones que buscan cambiar nuestra actitud, como la eliminación de los subsidios otorgados a actividades empresariales que puedan incurrir  en daños  a la biodiversidad, es decir, a aquellas en las que aún persiste la concepción de la naturaleza como algo infinito al servicio del ser humano. A ello se sumarían otras prácticas, como la agricultura sostenible o la adaptación planificada para climas susceptibles a los cambios.  Solo así conseguirmeos evitar, por ejemplo,  la deforestación y la sobrefertilización en la agricultura intensiva o los excesos relacionados con la pesca.

Según los cálculos realizados por ambas asociaciones científicas, las áreas naturales protegidas en nuestro planeta deberían ascender a cifras situadas entre el 30% y el 50%–actualmente se hallan al 15% y el 7,5% en zonas terrestres y oceánicas respectivamente–. La preservación, en esta lucha, se torna clave: no salvaremos el planeta si no salvamos la naturaleza.