En verano, el mapa de España es musical. Se mire donde se mire, los festivales brotan en cualquier hábitat: en plena costa valenciana, en las profundidades de los bosques gallegos o incluso dentro de los propios entornos urbanos. Con más de 890 espectáculos al aire libre y 1.800.000 asistentes anuales, nuestro país se corona como el primer destino turístico de festivales de Europa.
No es solo por la música. Disfrutar de varios días corriendo de escenario a escenario tiene detrás todo un contexto social en un ambiente festivo marcado por la gastronomía, el sol y los reencuentros. Una demostración de que la cultura impacta de manera transversal en la economía, pero también –y, sobre todo– en el bienestar social ya que, a través de ella, se incrementan los sentimientos de experiencias colectivas y se consiguen sociedades más cohesionadas. ¿O acaso es posible imaginar un verano sin bailes, sin teatros, sin arte y desprovisto de melodías?
España es el primer destino de festivales en Europa: cada año acoge más de 800 eventos y más de un millón de asistentes
Precisamente prestando atención a este factor dinamizador de la cultura, a lo largo de la última década organizaciones como la Red Española para el Desarrollo Sostenible (REDS) o la Asociación de Festivales de Música (FMA) han centrado sus esfuerzos en reivindicarla como un agente fundamental para la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Defienden que la cultura contribuye a los ODS desde todos los ángulos ya que, además de tener un retorno económico a nivel europeo, nacional y local, también fomenta el derecho a la participación en la vida cultural y, sobre todo, genera sociedades más igualitarias.
Así contribuyen los festivales a la Agenda 2030
«La cultura, como foco estratégico de concienciación social, debe estar alineada con las estrategias de desarrollo sostenible», insiste la FMA en su plan de acción Festivales de Música y Agenda 2030. «En este contexto, los festivales de música son lugares de encuentro, ocio y trabajo que tienen un impacto social, ambiental y económico en la región donde se generan».
Esta es una idea que sitúa a los festivales cara a cara con una realidad: la industria de la música es una de las más contaminantes de la actualidad –estos macroconciertos pueden llegar a superar los 25 kilos de CO2 emitidos por asistente–. Por ello, incluirlos como agentes esenciales en la consecución de la Agenda 2030 no solo beneficia a las sociedades de forma intangible, sino que además invita a los propios eventos a ser más respetuosos con el planeta, lo que conciencia a sus asistentes sobre las metas sostenibles a alcanzar. Es el círculo perfecto.
Pero ¿por qué entonces la cultura no tiene un ODS propio dentro de la Agenda 2030 si juega un papel tan relevante? La FMA lo achaca a que, tradicionalmente, el sector se ha centrado más en el beneficio económico que en el social, llegando a imponer modelos que no dialogan directamente con las realidades sociales. «El concepto de la sostenibilidad no ha tenido un buen nivel de conceptualización en el sector cultural porque se ha orientado más a una mirada hacia el pasado y la tradición», aclaran los expertos. Sin embargo, esa idea está empezando a diluirse. Y es precisamente esa transversalidad del sector la que puede hacer que la cultura pase de ser una ausente en la Agenda 2030 a dirigir cada paso hacia las metas.
En realidad, el marco de los ODS es una triple oportunidad para el sector cultural, en general, y los festivales en concreto. En primer lugar, adhiriéndose a ellos, estos pueden repensar su relación con las audiencias e identificar nuevos públicos que les lleven a desarrollar políticas más inclusivas, contribuyendo a objetivos como la igualdad de género, la diversidad o la reducción de pobreza.
Por otro lado, esta alineación permite también alimentar la innovación de estos eventos, creando infraestructuras más inclusivas y contribuyendo a comunidades más sostenibles –ejemplo de ello es el Festival Cruïlla, en Barcelona, que ha aprovechado para lanzar una convocatoria de start-ups dispuestas a aportar soluciones de ecodiseño y medidores de huellas ambientales–. También empujan a crear sinergias entre el ámbito público y privado, alimentando esas alianzas necesarias para lograr los objetivos sostenibles.
Una aportación clave de estos eventos es la conservación del patrimonio cultural material e inmaterial, con medidas que reducen el impacto ecológico e impulsan la memoria colectiva
Otra aportación clave de los festivales es la conservación del patrimonio cultural material e inmaterial, con medidas que reducen el impacto ecológico e impulsan la conservación y la memoria colectiva. Ejemplo de ello son el Tomavistas (Madrid), que desde 2019 está adherido al plan de PYMEs y Objetivos de Desarrollo Sostenible, participando con entidades como la ONG Reforesta para recuperar espacios verdes en Madrid, y el Festival Sinsal, celebrado en la ría de Vigo, que busca reducir su impacto trabajando en seis líneas distintas: la igualdad, la circularidad, la diversidad, la localidad, la eliminación de plásticos y la reducción de las emisiones de carbono.
La igualdad de género también es una meta que se beneficia de los festivales adheridos a la Agenda 2030 gracias a la capacidad que tiene la música para concienciar. Incluso pueden contribuir desde el otro lado del escenario, en la organización, incluyendo a más mujeres en puestos fundamentales para su desarrollo, como montadoras, programadoras o directoras.
Otro buen ejemplo de ello es la iniciativa Keychange promovida por la PRS Foundation, un manifiesto firmado por distintos agentes europeos de la industria musical que propone medidas para alcanzar un equilibrio de género en la industria –dedicar más fondos públicos a garantizar la equidad, elaborar un análisis independiente para conocer datos concretos sobre la brecha laboral, proporcionar más referentes femeninos en los carteles, etcétera–.
Y, sin duda, los festivales también dejan lugar a la consecución de los objetivos relacionados con el medio ambiente y los ecosistemas, ya que pueden concienciar de la forma más práctica posible a la audiencia; por ejemplo, instalando fuentes de agua gratuitas, prohibiendo botellas de plástico, reciclando aguas residuales, instalando carpas para concienciar sobre los principales retos del cambio climático y permitiendo a los cantantes utilizar su música para multiplicar el mensaje. En este sentido, Billie Eilish, a lo largo de todas sus actuaciones, ha instalado el Billie Eilish Eco Village, una zona a la que el público puede acudir para aprender sobre el cambio climático.
Resulta evidente que el alcance de la música a la hora de resolver los principales retos de la Agenda 2030 es tan universal como sus melodías, tal y como indica la FMA, que en su informe desarrolla una hoja de ruta que reformula hasta el más mínimo detalle de estos eventos para que cumplan con los ODS en todos los sentidos. Por el momento, España es un país en el que los festivales cada vez abogan más por la sostenibilidad ambiental y social. Pero todo apunta a que la música seguirá haciendo su labor más pura: hacer llegar el mensaje de los ODS a todos los rincones del mundo.