Cuando hablamos de energías renovables, la solar es una de las primeras opciones que nos vienen a la mente. De hecho, la solar fotovoltaica (la que aprovecha la luz del Sol) y la solar térmica (que aprovecha el calor) están entre las renovables más utilizadas y entre las que más se ha invertido en el mundo durante los últimos diez años.
Estados Unidos, China y Alemania son los países con mayores avances y atractivo de inversión para este tipo de energía, de acuerdo con el índice Renewable Energy Country Attractiveness Index (RECAI), uno de los más importantes en ese campo. Si ponemos el foco en España, este ranking nos sitúa en octava posición, un puesto más arriba que hace dos años.
Pero todo eso corresponde a la actualidad. La idea de ciudades calentadas con placas y paneles parece de este siglo, pero no es así. La creadora de esa tecnología fue María Telkes (Budapest, 1900-1995), una científica húngara (posteriormente nacionalizada estadounidense), que está considerada como un icono en la historia de la ciencia y de los avances tecnológicos hacia la sostenibilidad. No en vano es recordada como ‘la reina del Sol’.
Cuando Telkes (la mayor de ocho hermanos) nació, las grandes ciudades luchaban contra los fríos más inclementes con carbón, y se alumbraban, en el mejor de los casos, con lámparas de gas, y, posteriormente, con electricidad. Eran tiempos en los que los feroces inviernos hicieron que episodios históricos como la Primera Guerra Mundial o la Revolución rusa fueran más cruentos aún. La idea de que una placa que absorbiera la energía solar, y que gracias a ella ese calor se pudiera transmitir a una casa o a un edificio, parecía una locura. Sin embargo, para esta joven nacida en el antiguo Imperio austrohúngaro, eso resultaba algo completamente lógico y capaz de materializarse. Claro que, ella, durante su adolescencia, ya había leído acerca de las inmensas posibilidades que existían en el mundo para crear nuevas fuentes de energía, un tema que no dejaría de ser una preocupación durante todo el siglo pasado, en el que los avances tecnológicos y científicos crecieron como nunca antes en la historia.
Después de terminar el doctorado en Fisicoquímica en la Universidad de Budapest, María Telkes emigró a Estados Unidos. Y fue precisamente en el prestigioso Massachusets Institute of Technology (MIT) donde desarrolló la mayor parte de su carrera. Años antes de ese titánico salto profesional, sus primeros pasos en la gran potencia americana ya los había dado en la ciudad de Cleveland, donde creó un dispositivo fotoeléctrico que registraba las ondas cerebrales. Aquel invento le valió la atención de la comunidad científica, y gracias a sus investigaciones acerca del enorme potencial de la energía solar, nueve años más tarde, en 1934, llegaría su primer gran reconocimiento: de acuerdo a una publicación de The New York Times, entró en la lista de las 11 mujeres más relevantes de Estados Unidos.
No mucho más tarde, ya en 1940 e instalada en el MIT, estuvo a cargo de un proyecto de investigación de conversión de energía solar. Desafortunadamente, el trabajo quedó paralizado con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. No obstante, su creatividad no dejó de rendir frutos: pese al difícil contexto, su ingenio y talento quedaron al servicio de las fuerzas militares, para las que inventó un kit portátil de desalinización de agua. Su creación fue patentada y formó parte del equipo de supervivencia para los soldados estadounidenses durante años.
La primera casa con energía solar
Para Telkes no pasó inadvertido el hecho de que las guerras y las crisis económicas tenían un impacto directo en la forma de calentarse de millones de hogares. Y fue gracias a eso que esta brillante mujer logró, en 1948, el hito científico por el que es recordada y reconocida hasta nuestros días: la primera casa con calefacción solar.
Se trataba de una vivienda con dos dormitorios, ubicada en la localidad de Dover, no muy lejos de Boston. El invento de Telkes consistía básicamente en una serie de ventanas con paneles de vidrio y metal que captaban la energía del sol y que estaban conectados con unos recipientes ubicados en las paredes y aislados con sales fundidas (otra de sus principales investigaciones) que almacenaban el calor. Aquella tecnología no tiene nada que ver con los paneles solares de hoy en día, pero ‘la casa solar de Dover’ fue el primer paso para entender que las energías renovables pueden cambiar la forma de calentarnos.
Ese no fue el único invento en el que Telkes aprovechó las bondades del sol. Un año antes, en 1947, ya había creado un generador termoeléctrico y una cocina solar con un diseño que, salvo algunos cambios y adaptaciones, sigue vigente en nuestros días. También el primer refrigerador termoeléctrico, de 1953, engrosa su lista de creaciones.
Una científica excepcional
No es nada sencillo cambiar la historia de la humanidad, y mucho menos hacerlo desde la ciencia. Pero María Telkes fue de esas personas: vio en el Sol una fuente energética inagotable capaz de solucionar tantos problemas en la sociedad. Y esa visión, puesta al servicio de su creatividad científica, le mereció incontables distinciones, una de las más importantes el primer premio de la Society of Women Engineers Achievement Award, en 1952.
Un par de décadas más tarde, en los setenta, cambió su residencia a Texas, donde se dedicó a asesorar a varias empresas interesadas en potenciar la energía solar en incontables sistemas tecnológicos.
María Telkes vivió prácticamente toda su vida profesional en Estados Unidos y volvió a su Budapest natal solo una vez, en 1995, y justo diez días antes de cumplir los 95 años, allí mismo falleció.
La luz y la energía de ‘la reina del Sol’ siguen más vivas que nunca, ya que sus inventos e investigaciones hoy nos permiten tener a la energía fotovoltaica como una de las opciones más fuertes en la lucha contra el cambio climático.