¿Sabías que solo el 3% de los ecosistemas terrestres sigue intacto? Así lo señala el último estudio sobre la situación de la biodiversidad de la Tierra, publicado por la organización Frontiers in Forests and Global Change. Un informe que afirma que este pequeño porcentaje es todo lo que queda “ecológicamente intacto” y donde todavía se pueden encontrar comunidades vivas de flora y fauna original. O lo que es lo mismo, aquellos lugares cuyo hábitat no ha sido alterado por la acción de los seres humanos y los efectos del cambio climático. Estas zonas inalteradas se concentran en las selvas tropicales del Amazonas y el Congo, la parte más este de la planicie helada de Siberia, los bosques y tundra del norte de Canadá y el desierto del Sáhara. Pero, ¿de verdad solo queda íntegra esta ínfima parte de nuestro planeta? ¿Qué pasa entonces con esas imágenes áreas que tantas veces vemos de frondosos follajes selváticos, extensos mantos blancos de permafrost o espléndidas dunas desérticas? ¿En serio no cubren más del 3%? Ahí está la clave. Según los investigadores de este documento, lo que estas fotografías no muestran es la desaparición de un buen número de especies vitales para el correcto funcionamiento y desarrollo de los diferentes ecosistemas.
A partir de un estudio de la interacción de la fauna con la superficie terrestre global, la investigación ha evaluado cuántas regiones conservan aún zonas que puedan considerarse Áreas Clave de Biodiversidad, basándose en el concepto de “integridad ecológica”; es decir, la capacidad de un ecosistema para funcionar saludablemente y mantener su biodiversidad debido a que su hábitat, fauna y funcionalidad están intactos. Sobre este escenario, además, han incluido la pérdida de especies por zonas y el resultado ha sido un mapa que muestra el estado de la biodiversidad en toda la Tierra. Un trabajo que hace pensar en la urgencia de recuperar nuestro entorno. Para ello, una de las soluciones más efectivas sería reintroducir especies animales que han desaparecido. Si aplicásemos medidas como esta, “sería posible aumentar las áreas ecológicas intactas hasta un 20% en zonas donde la actividad humana sea relativamente baja”, señala Andrew Plumptre, uno de los autores del estudio que ha liderado la investigación.
La reintroducción paulatina y específica como forma de recuperación de la biodiversidad es una práctica por la que abogan muchos expertos, como David Attenborough, presentador e historiador de la naturaleza, que en su último documental y libro (Una vida en nuestro planeta) explica el caso de los lobos del Parque Nacional de Yellowstone (California, Estados Unidos), que también resaltan Plumptre y su equipo en su investigación. A finales de los años 80, el lobo desapareció de Yellowstone, lo que llevó a que hordas de ciervos campasen a sus anchas a lo largo de los numerosos valles fluviales y desfiladeros del parque, rumiando y arrasando con arbustos y matorrales de todo tipo. Viendo peligrar la continuidad de la biodiversidad del parque, las autoridades reintrodujeron el lobo en 1995, lo que obligó a los ciervos a modificar su rutina, que empezaron a pasar más tiempo entre los bosques en vez de pastando tranquilamente en zonas abiertas. Así, seis años después y de forma natural, Yellowstone recuperó buena parte de sus árboles y plantas, que florecieron y dieron frutos de nuevo, los pájaros y aves volvieron a sus ramas y hasta creció el número de castores y bisontes. Todo un acontecimiento que puso de manifiesto el poder de la naturaleza y su capacidad de regeneración cuando las circunstancias son favorables.
Además de la reintroducción de especies, frenar, revertir y restaurar los ecosistemas es de vital importancia para recuperar la biodiversidad de la Tierra. Según estimaciones de Naciones Unidas, entre 2021 y 2030 la restauración de 350 millones de hectáreas degradadas -tanto terrestres como acuáticas- podría eliminar hasta 26 gigatones de gases de efecto invernadero y generar hasta 9 trillones de dólares en servicios de ecosistemas.
Entre las claves para alcanzar los objetivos de restauración y recuperación del entorno pasa por involucrar a las comunidades locales en el proceso. Según señala el citado estudio de Frontiers in Forests and Global Change, la mayoría de los espacios intactos aún vigentes se encuentran en territorios gestionados por comunidades locales. Y de nuevo, Attenborough lo resalta en su libro: “un cambio positivo solo durará en el tiempo si las comunidades locales están totalmente implicadas en el desarrollo de los planes y se benefician directamente de un aumento de la biodiversidad”. Porque, al final, proteger el planeta y restaurar los ecosistemas es una tarea de todos.