El quetognato Aidanosagitta alvarinoae se conoce popularmente como gusano flecha, y es un minúsculo depredador marino. La hidromedusa Lizzia alvarinoae es igualmente diminuta (apenas medio centímetro de diámetro) lo que, en su condición carnívora, no le impide comerse a peces pequeños. Ambas especies tienen algo en común, aparte de su voracidad y de estar desperdigadas por océanos de todo el mundo: el final de su denominación. El término ‘alvarinoae’ hace referencia a la mujer que descubrió estas especies: Ángeles Alvariño, una de nuestras científicas más ilustres.
Además de descubrir 22 especies nuevas, publicó más de 100 trabajos científicos de primer nivel en revistas y libros de distribución internacional
Oceanógrafa de profesión y vocación, vivió mucho (nació en Serantes, en el municipio de Ferrol, en 1916 y falleció a los 89 años) y lo aprovechó muy bien. Varios científicos han usado su apellido para bautizar nuevas especies, y ella también ha descubierto unas cuantas: nada menos que 22, todas planctónicas. Podría haber sido, como su madre, una excelsa pianista (a los tres años aprendió a tocar el instrumento y a leer solfeo), pero el fondo marino enseguida le pareció mucho más apasionante que el terrenal. Cuando acabó el bachillerato en 1934 viajó a Madrid a estudiar Ciencias Naturales, y cuando la Guerra Civil la obligó a interrumpir su formación y volver a Galicia, aprovechó el ínterin para aprender francés e inglés antes de licenciarse en 1941, lo que le permitió saltar al extranjero desenvuelta y continuar allí su carrera científica. Esa estancia inesperada cerca de la playa de Doñinos despertó, además, su interés definitivo por el litoral gallego, lo que fue decisivo en la manera en que dirigió su vida a partir de entonces.
Tras impartir clases de biología unos años en varios colegios de Ferrol, obtuvo una beca en el Instituto Español de Oceanografía (IEO) de Madrid, donde estaba destinado su marido, marino de la Armada. De allí saltó al IEO de Vigo donde trabajó como bióloga. Se doctoró y en 1953 recibió una beca para investigar los microorganismos en Inglaterra, donde cumplió su primer hito: ser la primera mujer científica en subirse a un buque oceanográfico británico, el Sarsia.
Después de aquella experiencia obtuvo una de las becas de estudios más prestigiosas del mundo, la Fulbright, que la llevó a seguir sus investigaciones en Estados Unidos, donde acaparó la atención de otra pionera, Mary Sears, comandante en la Reserva Naval y oceanógrafa en la Institución Oceanográfica Woods Hole. Abrumada ante el talento y el entusiasmo de Alvariño, Sears la recomendó para un puesto en el Instituto Scripps de Oceanografía, en California, donde la española se dedicó a analizar miles de muestras de plancton de todo el mundo hasta 1969.
Fue una pionera en el análisis biológico de los ecosistemas marinos
Alvariño se jubiló en 1987, pero eso no le impidió seguir investigando durante seis años más. Su legado es innegable: además de descubrir 22 especies nuevas, publicó más de 100 trabajos científicos de primer nivel en revistas y libros de distribución internacional. Su contribución a la defensa del medio ambiente fue notable, ya que sus investigaciones más relevantes se centraron en el estudio de los quetognatos, y demostró que pueden emplearse como indicadores fiables de condiciones oceanográficas determinadas, por lo que fue una pionera en el análisis biológico de los ecosistemas marinos.
Hoy, uno de los buques de investigación operado por el Instituto Español de Oceanografía lleva su nombre, y ya cuenta con su propia biografía publicada, ‘Ángeles Alvariño González, investigadora marina de relevancia mundial’. Su autor, Alberto González-Garcés Santiso, exdirector del Centro Oceanográfico de Vigo, la describió en una entrevista a la publicación científica SINC como «fuerte, arrogante y luchadora» y al mismo tiempo «cercana y maravillosa».
Su carácter la llevó a reclamar sus derechos cuando se sintió desplazada por la comunidad científica por el hecho de ser mujer. Haber recalado en una organización de tanto prestigio internacional como el Instituto Scripps de Oceanografía no la amilanó para escribir a la entonces ministra de Comercio de Estados Unidos (supervisaba este y otros centros de investigación) para denunciar discriminación de género al ver que solo ascendían a sus colegas de sexo masculino.
En 2018, con motivo de la inauguración de una estatua en homenaje a Ángeles Alvariño junto a la Casa de las Ciencias de A Coruña, su hija Ángeles Leira -una reputada arquitecta en Estados Unidos- dijo que este gesto la habría conmovido, y que incluso habría llorado un poco, «como buena gallega». También aprovechó para desvelar que su madre, además de su dedicación a la ciencia, era una apasionada de la música, de la literatura, de la historia de la Expedición Malaspina e incluso sacaba tiempo para diseñar y crear su propia ropa. No exageraba su hija cuando la definió como «una mujer del Renacimiento».