Autor: Luis Meyer

Frenar el cambio climático (todavía) es posible

“Pisar el acelerador”. Es, una vez más, el diagnóstico del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), que ahora refrenda en su último informe, si queremos evitar que la temperatura global suba más de 1,5 grados centígrados este siglo. Y abre una puerta al optimismo: la transición hacia una sociedad descarbonizada, además de necesaria, es perfectamente posible si tomamos las medidas necesarias.

La transición a las fuentes renovables es uno de los pilares ineludibles de esta transformación en una sociedad con cero emisiones netas. Su presencia en el mix energético es cada vez mayor, al tiempo que decrecen sus costes, como demuestra un estudio de la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA), según el cual, de las que entraron en funcionamiento en 2020, casi dos tercios (62 %) eran más baratas que sus equivalentes de combustibles fósiles.

«El precio de las tecnologías renovables como la eólica y la solar está cayendo significativamente, lo que está impulsando su auge como la fuente de energía más barata del mundo»

La Agencia Internacional de la Energía (AIE), por su parte, prevé que las fuentes no contaminantes alternativas al carbón representen casi el 95 % del aumento de la capacidad energética mundial hasta 2026, y solo la solar fotovoltaica supondrá más de la mitad de este incremento. La cantidad de capacidad renovable agregada entre 2021 y 2026 será un 50% más alta que entre 2015 y 2020.

A largo plazo, los costes podrían ser incluso más bajos que los niveles de 2020, en función de las innovaciones en las tecnologías de energía, el diseño de la red y la capacidad para gestionar los problemas de flexibilidad. En el Foro Económico Mundial señalan que «el precio de las tecnologías renovables como la eólica y la solar está cayendo significativamente, lo que está impulsando su auge como la fuente de energía más barata del mundo», y aportan datos: «El coste de los proyectos solares a gran escala se ha desplomado un 85% en una década, y retirar las costosas plantas de carbón sería un ahorro a medio plazo y reduciría alrededor de tres gigatoneladas de CO2 al año».

Otra de las claves de esta transformación es la implantación definitiva de la movilidad eléctrica: el transporte, aún hoy dominado por los combustibles fósiles, aporta más de una cuarta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero, según advierte la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA). Con todo, no vamos por el mal camino. Un estudio de Delotitte señala que en España deberían circular, al menos, 300.000 coches eléctricos para cumplir con los objetivos de reducción de emisiones marcados por la Unión Europea. En 2022, según datos de Carwow, ya había unos 200.000 automóviles de este tipo matriculados. Vamos algo retrasados y para 2030 se deberían alcanzar los seis millones, pero lo cierto es que la venta de coches eléctricos aumenta cada año exponencialmente.

«Se necesitan transiciones rápidas y de gran alcance en todos los sectores y sistemas para lograr reducciones de emisiones profundas y sostenidas y asegurar un futuro habitable y sostenible para todos»

Los motivos son claros: si bien hasta hace no demasiado la compra de un coche eléctrico suponía un desembolso elevado reservado a unos pocos, la ciudadanía cada vez tiene una percepción mayor del ahorro que puede suponer a medio plazo. Según una encuesta realizada por el Gobierno de Estados Unidos, la razón principal para considerar comprar un coche es proteger el medio ambiente, pero la segunda motivación es económica: «Además del menor precio de la electricidad frente al combustible, el mantenimiento durante la vida útil del vehículo puede suponer un ahorro de en torno a 10.000 dólares (unos 9.200 euros)».

Acelerar la acción por el clima es necesario y factible, y debe basarse en tres pilares, según el estudio: son las finanzas, la tecnología y la cooperación, e insiste en que «hay suficiente capital para cerrar las brechas de inversión global». En esto es clave la pronta adopción generalizada de tecnologías y prácticas para que alcancen cuanto antes economías de escala, al tiempo que se mejora la cooperación internacional.

Desde el IPPC alertan de que «se necesitan transiciones rápidas y de gran alcance en todos los sectores y sistemas para lograr reducciones de emisiones profundas y sostenidas y asegurar un futuro habitable y sostenible para todos», y añaden que ya existe un amplio abanico de opciones de mitigación y adaptación que son «factibles, efectivas y de bajo coste» aunque, eso sí, «con diferencias todavía amplias entre regiones».

En este sentido, el informe destaca que en este proceso transformador se debe «priorizar la equidad, la justicia climática y social, la inclusión y los procesos de transición justa que permitan acciones de adaptación y mitigación ambiciosas y un desarrollo resiliente al clima». Para ello, se deben destinar más recursos a las regiones más vulnerables a los peligros climáticos. Y concluye: «Hay muchas opciones disponibles para reducir el consumo intensivo de emisiones, incluso a través de cambios de comportamiento y estilo de vida, con beneficios colaterales para el bienestar social, y también para la economía a largo plazo».

Felicidad y ODS, un tándem que va (cada vez más) de la mano

Según la primera definición de la RAE, la felicidad es «un estado de grata satisfacción espiritual y física». A partir de una acepción tan rematadamente metafísica (y, por tanto, etérea), cuesta comprender que un concepto voluble y subjetivo pueda traducirse en datos estadísticos, gráficas y rankings.

Este fue el reto que se marcó hace una década la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible (SDSN, por sus siglas en inglés), una iniciativa de Naciones Unidas que moviliza la experiencia científica y tecnológica mundial para promover soluciones prácticas que encaminen a la implementación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y el Acuerdo Climático de París. Básicamente, pretendían determinar cómo (o mejor dicho, cuánto) de felices eran los 150 países consultados. Desde entonces, la SDSN trata de dar una respuesta aproximada, puntualmente cada 20 de marzo, en su Informe Mundial de la Felicidad (World Happiness Report), para el cual se basan en unos cuantos parámetros como el nivel de ingresos per cápita, la esperanza de vida al nacer, la libertad para tomar decisiones en la vida, la generosidad o las percepciones de corrupción.

«Las variables se eligieron originalmente como las mejores medidas disponibles de los factores establecidos en los datos experimentales y de encuestas por tener vínculos significativos con el bienestar subjetivo, y especialmente con las evaluaciones de la vida; el poder explicativo del modelo ha aumentado gradualmente a medida que agregamos más años a la muestra», justifican los responsables del estudio.

El primer puesto del último Informe Mundial de la Felicidad lo ocupa Finlandia por sexto año consecutivo mientras que España está en el puesto 32

Para llevar adelante tamaña empresa, que implica cientos de miles de consultas, el informe cuenta con el respaldo de Fondazione Ernesto Illy, illycaffè, Davines Group, Unilever, Wall's, The Blue Chip Foundation, The William, Jeff and Jennifer Gross Family Foundation, The Happier Way Foundation y The Regeneration Society Foundation. Y ese maremagno de información es después reordenado y convenientemente redactado por un grupo de expertos independientes.

El primer puesto del último Informe Mundial de la Felicidad lo ocupa Finlandia por sexto año consecutivo, con una puntuación significativamente superior a la del resto de países. Dinamarca permanece en el segundo lugar y en el top 5 le siguen Islandia, Israel y Países Bajos. «Sigue existiendo una gran brecha: los países de arriba están más estrechamente agrupados que los de abajo», advierten los redactores del estudio en sus conclusiones.

España queda en el puesto 32, por detrás de Rumanía, Eslovenia o Estonia. Sin embargo, la puntuación es más positiva si nos atenemos a partes concretas del estudio, como la relación entre bienestar subjetivo y generosidad, donde escalamos hasta el puesto 23, por delante de Suecia, Reino Unido o Estados Unidos. Y en cuanto a las brechas de felicidad entre las mitades superior e inferior de la población de cada país, España ocupa el puesto 17, lo que significa que hay menos desigualdad en términos de felicidad que en países como Australia, Reino Unido o Canadá, por ejemplo.

«Cuando evaluamos una sociedad no debemos mirar solo su felicidad, sino especialmente su escala de miseria, y para prevenirla los Gobiernos deberían considerar los ODS en sus políticas»

Tanto el informe (presentado el Día internacional de la Felicidad) como los Objetivos de Desarrollo Sostenible están impulsados por Naciones Unidas, y si bien la organización nunca ha establecido una correlación directa, su vinculación es más que tácita. «Cuando evaluamos una sociedad no debemos mirar solo su felicidad, sino especialmente su escala de miseria, y para prevenirla los Gobiernos y las organizaciones internacionales deberían considerar los ODS en sus políticas ambientales y de bienestar para garantizar la felicidad de las generaciones futuras», expresan los responsables del informe en su introducción. «Estos objetivos son herramientas esenciales para aumentar la felicidad humana y reducir la miseria ahora y en el futuro».

Los 17 ODS persiguen el fin de la pobreza, la erradicación del hambre, la salud y bienestar, la educación de calidad, la energía asequible y no contaminante, el trabajo decente y el crecimiento económico, la reducción de las desigualdades, y la acción por el clima, entre otros.

Hoy en día, es imposible concebir un mundo sostenible desde el punto de vista ambiental, económico y social si quienes lo habitan no tienen una percepción de justicia generalizada, y eso es precisamente lo que evalúa el Informe Mundial de la Felicidad. Valores irrenunciables como un nivel de renta para una vida digna, unos gobernantes éticos, una libertad individual y colectiva y una salud global deben ser el punto de partida para la consecución de los ODS.

Ha pasado más de una década desde que se publicó el primer Informe Mundial de la Felicidad. Y hace exactamente diez años que la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Resolución 66/281 que proclamó el 20 de marzo como Día Internacional de la Felicidad. «Desde entonces, cada vez más personas han llegado a creer que el éxito como país debe ser juzgado por la felicidad de su gente, y este consenso significa que la felicidad nacional puede convertirse ahora en un objetivo prioritario para los Gobiernos», reza el informe. Sin duda, sería el perfecto «Objetivo 18», aglutinador de los otros 17 de Desarrollo Sostenible.

Ángeles Alvariño: la bióloga gallega que conquistó los océanos de todo el mundo

El quetognato Aidanosagitta alvarinoae se conoce popularmente como gusano flecha, y es un minúsculo depredador marino. La hidromedusa Lizzia alvarinoae es igualmente diminuta (apenas medio centímetro de diámetro) lo que, en su condición carnívora, no le impide comerse a peces pequeños. Ambas especies tienen algo en común, aparte de su voracidad y de estar desperdigadas por océanos de todo el mundo: el final de su denominación. El término ‘alvarinoae’ hace referencia a la mujer que descubrió estas especies: Ángeles Alvariño, una de nuestras científicas más ilustres.

Además de descubrir 22 especies nuevas, publicó más de 100 trabajos científicos de primer nivel en revistas y libros de distribución internacional

Oceanógrafa de profesión y vocación, vivió mucho (nació en Serantes, en el municipio de Ferrol, en 1916 y falleció a los 89 años) y lo aprovechó muy bien. Varios científicos han usado su apellido para bautizar nuevas especies, y ella también ha descubierto unas cuantas: nada menos que 22, todas planctónicas. Podría haber sido, como su madre, una excelsa pianista (a los tres años aprendió a tocar el instrumento y a leer solfeo), pero el fondo marino enseguida le pareció mucho más apasionante que el terrenal. Cuando acabó el bachillerato en 1934 viajó a Madrid a estudiar Ciencias Naturales, y cuando la Guerra Civil la obligó a interrumpir su formación y volver a Galicia, aprovechó el ínterin para aprender francés e inglés antes de licenciarse en 1941, lo que le permitió saltar al extranjero desenvuelta y continuar allí su carrera científica. Esa estancia inesperada cerca de la playa de Doñinos despertó, además, su interés definitivo por el litoral gallego, lo que fue decisivo en la manera en que dirigió su vida a partir de entonces.

Tras impartir clases de biología unos años en varios colegios de Ferrol, obtuvo una beca en el Instituto Español de Oceanografía (IEO) de Madrid, donde estaba destinado su marido, marino de la Armada. De allí saltó al IEO de Vigo donde trabajó como bióloga. Se doctoró y en 1953 recibió una beca para investigar los microorganismos en Inglaterra, donde cumplió su primer hito: ser la primera mujer científica en subirse a un buque oceanográfico británico, el Sarsia.

Después de aquella experiencia obtuvo una de las becas de estudios más prestigiosas del mundo, la Fulbright, que la llevó a seguir sus investigaciones en Estados Unidos, donde acaparó la atención de otra pionera, Mary Sears, comandante en la Reserva Naval y oceanógrafa en la Institución Oceanográfica Woods Hole. Abrumada ante el talento y el entusiasmo de Alvariño, Sears la recomendó para un puesto en el Instituto Scripps de Oceanografía, en California, donde la española se dedicó a analizar miles de muestras de plancton de todo el mundo hasta 1969.

Fue una pionera en el análisis biológico de los ecosistemas marinos

Alvariño se jubiló en 1987, pero eso no le impidió seguir investigando durante seis años más. Su legado es innegable: además de descubrir 22 especies nuevas, publicó más de 100 trabajos científicos de primer nivel en revistas y libros de distribución internacional. Su contribución a la defensa del medio ambiente fue notable, ya que sus investigaciones más relevantes se centraron en el estudio de los quetognatos, y demostró que pueden emplearse como indicadores fiables de condiciones oceanográficas determinadas, por lo que fue una pionera en el análisis biológico de los ecosistemas marinos.

Hoy, uno de los buques de investigación operado por el Instituto Español de Oceanografía lleva su nombre, y ya cuenta con su propia biografía publicada, ‘Ángeles Alvariño González, investigadora marina de relevancia mundial’. Su autor, Alberto González-Garcés Santiso, exdirector del Centro Oceanográfico de Vigo, la describió en una entrevista a la publicación científica SINC como «fuerte, arrogante y luchadora» y al mismo tiempo «cercana y maravillosa».

Su carácter la llevó a reclamar sus derechos cuando se sintió desplazada por la comunidad científica por el hecho de ser mujer. Haber recalado en una organización de tanto prestigio internacional como el Instituto Scripps de Oceanografía no la amilanó para escribir a la entonces ministra de Comercio de Estados Unidos (supervisaba este y otros centros de investigación) para denunciar discriminación de género al ver que solo ascendían a sus colegas de sexo masculino.

En 2018, con motivo de la inauguración de una estatua en homenaje a Ángeles Alvariño junto a la Casa de las Ciencias de A Coruña, su hija Ángeles Leira -una reputada arquitecta en Estados Unidos- dijo que este gesto la habría conmovido, y que incluso habría llorado un poco, «como buena gallega». También aprovechó para desvelar que su madre, además de su dedicación a la ciencia, era una apasionada de la música, de la literatura, de la historia de la Expedición Malaspina e incluso sacaba tiempo para diseñar y crear su propia ropa. No exageraba su hija cuando la definió como «una mujer del Renacimiento».

Los ODS más olvidados: consumo responsable, clima y biodiversidad

A la hora de comprar, lo más adecuado es adquirir lo que realmente necesitas. Huir de lo superfluo y ya de paso que, por muy doméstico y aparentemente inofensivo y pequeño que sea el objeto (por ejemplo, una toallita multiusos), no contribuya a destruir los ecosistemas. Suena lógico, ¿verdad? Pues no: todavía compramos más de lo que necesitamos, en ocasiones por encima de nuestras posibilidades y, en la mayoría de los casos, por encima de las posibilidades del planeta.

El Gobierno de Suecia señala que el consumo sostenible es transversal a muchos ODS, como la educación

Esta conclusión tan cotidiana tiene que ver con otra mucho más amplia y cenital, una suerte de panóptico que abarca a un continente, reflejada en el último Informe Europeo de Desarrollo Sostenible (ESDR por sus siglas en inglés). Todavía consumimos en contra de lo que pide la lucha contra el cambio climático, o (seamos benévolos) sin la conciencia que requiere el reto más grande y necesario de este siglo. En definitiva, los Objetivos de Desarrollo Sostenible son un cuórum internacional para resolver muchas injusticias, tanto medioambientales como sociales, y marcan una agenda que no estamos cumpliendo del todo.

La Red Española para el Desarrollo Sostenible, organización sin ánimo de lucro adscrita al ESDR, alerta de que en el balance de 2022 algunos de esos objetivos se están dejando de lado, entre ellos el número 12, que persigue «garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles», pero no es el único: el 13 -«Acción por el clima»- y el 15 -«Proteger la biodiversidad, las tierras y los bosques»- también están preocupantemente rezagados.

En el caso concreto de España, «experimenta una mejora en los indicadores relacionados con los ODS de salud y bienestar, así como en la reducción de las desigualdades, pero empeora en los relativos a biodiversidad». En cualquier caso, aún queda mucho margen para pisar el acelerador: nos mantenemos en el puesto 22 en cuanto a avances en la consecución de los objetivos de la Agenda 2030, a la cola de los Estados miembros.

El informe atribuye razones coyunturales a este estancamiento: «En medio de múltiples crisis sanitarias, de seguridad, climáticas y financieras, los ODS siguen siendo el futuro que Europa y el mundo quiere, pero estas crisis representan grandes retrocesos para su consecución y el desarrollo humano a nivel mundial».

Esto no significa que antes de la pandemia fuéramos a velocidad de crucero: «El progreso hacia los ODS ya era demasiado lento y desigual, tanto en el mundo como en Europa, y desde 2020 se ha estancado», refleja el informe, y advierte de que «es muy probable que las ramificaciones globales de la guerra contra Ucrania incluso deshagan el progreso logrado hasta ahora».

Y hace de la necesidad virtud: «En un contexto de crecientes rivalidades geopolíticas y multilateralismo fragmentado, los ODS siguen siendo la única visión integral y universal para la prosperidad socioeconómica y la sostenibilidad ambiental adoptada por todos los estados miembros de la ONU. Si no se implementan los principios básicos de los ODS de inclusión social, energía limpia, consumo responsable y acceso universal a los servicios públicos, se producirán más crisis».

La transversalidad de los ODS 

Algo tan simple como un carro de la compra (o, más bien, la manera en que lo llenamos) puede marcar la diferencia. El caso de Suecia es ilustrativo: desde el principio ha estado entre los tres primeros puestos del Índice de los ODS, no solo respecto a Europa, también a nivel mundial. Sin embargo, como recuerda la organización internacional Social Watch, el país escandinavo flaquea en el objetivo 12 sobre consumo sostenible: está en el puesto 138.

El Gobierno sueco ha publicado en su web la importancia de reaccionar en este sentido y pone en valor su impacto: «no solo significa beneficios ambientales, sino también sociales y económicos, como mayor competitividad, desarrollo del sector empresarial en un mercado global, mayor empleo y mejor salud y, en consecuencia, reducción de la pobreza». El informe gubernamental alude a la transversalidad: «El consumo y la producción sostenibles complementan otros objetivos,  ya que esa transición requiere una gama de herramientas y medidas en varios niveles que deben ser implementadas por varios actores. A través de la educación, por ejemplo, las personas pueden adquirir los valores, conocimientos y habilidades que les permitan tomar decisiones responsables y sostenibles de productos y servicios».

El clima, la (eterna) asignatura pendiente

El ODS número 13 es el más urgente, puesto que de él depende el futuro del planeta. Eso no ha impedido que sea otro de los objetivos atascados en el pelotón por más que, como señala el Pacto de Mundial de Naciones Unidas, deba ser «una cuestión primordial en las políticas, estrategias y planes de países, empresas y sociedad civil, mejorando la respuesta a los problemas que genera, e impulsando la educación y sensibilización de toda la población en relación al fenómeno».

Sería injusto decir que no se están tomando medidas en este sentido, pero deben ser más decisivas. En la última COP27 se siguió mareando la perdiz con un asunto vital para la mitad de la población mundial y el entorno donde vive, como es la contribución económica a los países en desarrollo y pequeños Estados insulares para mejorar su capacidad de gestión del cambio climático. Abundan las buenas intenciones, no tanto los compromisos firmes.

La biodiversidad sigue en serio peligro: cada minuto desaparece un área de bosque equivalente a 27 campos de fútbol

La biodiversidad es un capítulo fuertemente ligado al clima, e igualmente subestimado. El objetivo número 15 deja clara la necesidad de «proteger y restaurar los ecosistemas terrestres, gestionar los bosques de forma sostenible, luchar contra la desertificación y poner freno a la pérdida de la diversidad biológica». Pero la sociedad sigue haciendo oídos sordos a esta emergencia, como demuestra el último Informe Planeta Vivo de WWF: «El planeta se enfrenta a la sexta extinción masiva de especies, en los últimos 50 años, las poblaciones de especies de vertebrados han disminuido un 68%». Un ritmo alarmante que no ha decrecido en los últimos años: «Cada minuto desaparece un área de bosque equivalente a 27 campos de fútbol, ya se ha perdido la mitad de los arrecifes de coral del mundo y medio millón de especies de insectos están en peligro de extinción».

Estos datos no deben llevar al derrotismo, sino todo lo contrario. Como demuestran los avances que sí se han logrado en la carrera hacia la Agenda 2030, poseemos los medios y la tecnología para hacerla posible. Hace falta un cambio de mentalidad y mayor decisión. No se trata solo de proteger el planeta y a los sectores más vulnerables, sino de vivir mejor: los ODS no suponen un freno a la prosperidad en medio de estos tiempos convulsos, sino la perfecta receta anticrisis, como recuerda el Informe Europeo de Desarrollo Sostenible: «En un contexto de crecientes rivalidades geopolíticas y multilateralismo fragmentado, los ODS siguen siendo la única visión integral y universal para la prosperidad socioeconómica y la sostenibilidad ambiental». Y zanja con un aviso a navegantes: «En el punto medio de la implementación de la Agenda 2030, ahora es el momento de que la UE esté a la altura de las circunstancias e invierta 'lo que sea necesario' (diplomáticamente, financieramente y mediante la cooperación y la coherencia) en el bien común mundial».