Que cada 11 de febrero se celebre el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia no es baladí. A lo largo de la historia y de manera sistemática las investigadoras y científicas se han visto privadas en muchos casos del reconocimiento merecido por sus aportaciones a los avances científicos. Todos recordamos a Neil Armstrong dando “un pequeño paso para el hombre y un gran paso para la humanidad”. Sin embargo, durante décadas olvidamos que quienes recorrieron millas buscando la manera de llegar a la luna fueron Katherine Johnson, Dorothy Vaughan y Mary Jackson. Tres mujeres afroamericanas que materializaron un sueño –aparentemente inalcanzable– en cálculos matemáticos. Sin ellas, la carrera espacial no se habría desarrollado de la misma manera y, a pesar de ello, la realidad de una sociedad patriarcal decidió dejarlas fuera de los libros de texto.
Algo que podría parecer anecdótico se convierte en un problema sistémico cuando nos damos cuenta de la ausencia de referentes femeninos en los libros de ciencias. Según la Unesco, las mujeres representan solo el 29,3% del total del personal de investigación a nivel mundial. Dicho de otro modo: 7 de cada 10 investigadores son hombres. Además, solo el 3% de los premios Nobel en ciencias han sido otorgados a mujeres –e, incluso, se ha llegado a excluir del Nobel a las mujeres que han formado parte de una investigación premiada–. Para Naciones Unidas, las asociaciones de científicas y las ONG la razón de estas cifras es clara: los estereotipos de género son directamente responsables de la escasa representación femenina en la ciencia.
Faltan referentes femeninos para las jóvenes
Tras un año en el que se ha demostrado que la participación de las mujeres es clave para que la sociedad y la ciencia avancen –y para encontrar vacunas para enfermedades como la covid-19–, la iniciativa #NoMoreMatildas, impulsada por la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AMIT), pone sobre la mesa una realidad ignorada durante demasiado tiempo: la falta de referentes científicos para las niñas y adolescentes.
Diferentes estudios revelan que los nombres femeninos en los libros de ciencias de la ESO solo ocupan un 7,6% respecto a sus homólogos varones. Además, solo el 12% de las citas de trabajos académicos hacen referencia a científicas. Lo más curiosos es lo paradójico de la representación femenina en la ciencia española: si en los años 80 las mujeres representaban más del 30% del alumnado de Ingeniería informática, hoy apenas llegan al 12%. Este mismo patrón siguen las matemáticas: en el año 2000 ellas representaron más del 60% del alumnado; durante los siguientes 18 años, su presencia cayó hasta el 37%. Desde AMIT se preguntan si esta tendencia no será, en parte, fruto de la ausencia de referentes femeninos y si no se estará perpetuando, una vez más, esa idea errónea de que la ciencia siempre ha sido un mundo de hombres. Porque, en realidad, nunca lo ha sido. Y así lo demuestran Mileva Einstein, Lise Meitner, Marie Lavoisier, Inge Lehman o Hedy Lamar, cinco investigadoras que son solo una pequeña muestra de la contribución de la mujer al avance científico y su escaso reconocimiento:
Marie Lavoisier (1758-1836): de la alquimia a la química
En pocas cosas hay tanto consenso como en reconocer a Marie Anne Pierrette Paulze-Lavoisier la madre de la química moderna. Esta francesa ilustrada se convirtió en la colaboradora esencial de su marido, Antoine Lavoisier –conocido como el padre de la misma disciplina científica de la que su esposa fue madre–. Juntos consiguieron que se sentasen las bases para dejar atrás la alquimia de la época y sumergir al mundo en la más pura modernidad. Sin embargo, la llegada de la Revolución Francesa, a pesar de todo el bien que hizo, acabó con el brillante futuro de Marie y su marido. El conocido como reinado del terror acabó con Antoine encarcelado y ejecutado por su trabajo previo. Ella, después de un breve periodo en prisión, continuó recopilando las investigaciones que había llevado a cabo con su marido. Al no conseguir que ninguna editorial las publicara, decidió autoeditarlas. La casa de esta científica se convirtió, hasta el día de su muerte, en un lugar de encuentro para las mentes más brillantes de su país.
Mileva Einstein-Maric (1875-1948): la madre olvidada de la relatividad
Son 43 las cartas que se conservan de la correspondencia entre Albert y Mileva Einstein, pero todas tienen una característica en común: en ellas ambos hablan una y otra vez de “nuestros trabajos”, “nuestra teoría del movimiento relativo” o “nuestros artículos”. Sin embargo, poco se sabe de la que fuera la primera mujer de Einstein más allá de que estudiaron juntos, fueron compañeros de ciencia y de vida durante años.
Podría decirse que hasta los años 80 –cuando se publicó la correspondencia– prácticamente nadie discutía la autoría absoluta de este científico alemán sobre la teoría de la relatividad, aunque se sospechaba que ella, que había sido compañera suya en la universidad, podría haber tenido algo que ver en su trabajo. Según las cartas entre el físico y la matemática –cuya carrera se vio truncada por un embarazo fuera del matrimonio, la teoría que llevó a Einstein a ganar el Nobel estaría construida sobre los cimientos del trabajo universitario de Maric.
Lise Meitner (1878-1968): la fisión nuclear tiene nombre de mujer
La fisión nuclear se tornó realidad a principios del siglo XX gracias a las investigaciones que esta austriaca –que trabajaba gratis en un laboratorio alemán– llevó a cabo. Con la llegada del nazismo, Meitner, que era judía, estuvo a punto de perder la vida. Sin embargo, eso no fue motivo para que la científica convirtiera su descubrimiento en una bomba nuclear: se negó a colaborar en el proyecto Manhattan y eso hizo, en parte, que fuese su colaborador Otto Hahn el que se llevó el crédito (y el Nobel de Química) en 1944 por el descubrimiento de la fisión nuclear.
Para compensar todos los agravios profesionales sufridos por Meitner por el mero hecho de ser mujer en una época en la que los estudios superiores y la ciencia se les estaba prácticamente prohibidas, en 1997 la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada (IUPAC) decidió bautizar un elemento de la tabla periódica en su honor. Nació así el meitnerio, un reconocimiento tardío al gran talento de una mujer que cambió el curso de la historia para siempre.
Inge Lehmann (1888-1993): viajando al centro de la Tierra
Todos aprendemos en el colegio que nuestro planeta está formado por diferentes capas: la corteza, el manto superior e inferior y el núcleo externo e interno. Sin embargo, son menos los que saben quién descubrió, en 1936, la discontinuidad que separa el núcleo externo del interno y que corrobora que la Tierra no es hueca. Fue Inge Lehman quien desmontó, tras estudiar los terremotos, el sueño que Julio Verne tuvo en el siglo XIX. Pero esta danesa ya había sido pionera mucho antes de este descubrimiento por sus trabajos como sismóloga y geóloga.
Su dedicación y descubrimientos la llevaron en 1928 a ser la primera mujer que fue nombrada jefa del departamento de sismología del recién creado Real Instituto Geodésico Danés (Danish Geodetic Institute). Pero no fue el único hito con el que abrió las puertas a otras mujeres: en 1971 se convirtió en la primera mujer en ganar la medalla William Bowie, la mayor distinción de la Unión Geofísica Americana.
Hedy Lamar (1914-2000): actriz, sí, pero también inventora
Su pasión, la ingeniería, se vio pospuesta como carrera durante años porque Hedy Lamar decidió dedicarse a su otro gran amor: la actuación. En los primeros años de la década de 1930 fue una de las actrices más famosas de Europa, conocida por aquel entonces como Hedwig Eva Maria Kiesler. Con el auge del nazismo, del que su marido era partícipe, decidió huir a Estados Unidos y triunfar en Hollywood. Durante la Segunda Guerra Mundial utilizó su conocimiento de primera mano del régimen nazi para buscar una manera de otorgarle la ventaja a los aliados. Así, inventó y patentó un sistema que impedía que los torpedos fueran detectados. Sin embargo, el ejército estadounidense no lo usó hasta años después. Eso sí, hoy, su invento es la base de las comunicaciones sin cables y, sin ir más lejos, del WIFI.