Una de cada cuatro personas en el mundo no tiene acceso a agua segura. El cambio climático y la superpoblación empeoran la situación, especialmente en las zonas menos desarrolladas.
En 2010, la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció el derecho fundamental al acceso al agua limpia para su consumo. Sin embargo, más de una década después, esta declaración sigue siendo una ilusión para una parte considerable de la población mundial. La escasez de agua y la contaminación continúan afectando a más de 2.000 millones de personas, y solo un 73% de la población se hidrata de forma segura, con las consecuencias para la salud y el desarrollo que eso supone, según alerta la Organización Mundial de la Salud.
En África subsahariana, solo el 31% de la población tiene acceso a agua potable, frente al 97% de Norteamérica
La escasez de agua es un problema crítico en muchas partes del mundo. En grandes regiones como el África subsahariana, la aridez natural combinada con el crecimiento poblacional y una inadecuada gestión de los recursos hídricos han llevado a una crisis de disponibilidad de agua. Es la región donde, a día de hoy, menos población tiene acceso al agua potable: un 31%, lejos del 93% de Europa o el 97% de América del Norte. Asia es la región donde más ha crecido este porcentaje en las últimas décadas, pasando del 56% al 75% de la población que puede acceder a agua limpia, según datos de la OMS y UNICEF.
El cambio climático está empeorando esta situación. Los patrones de lluvia cada vez más irregulares y el aumento de las sequías están reduciendo las fuentes de agua dulce disponibles. Además, en algunas regiones, los glaciares que proporcionan agua a ríos y lagos se están derritiendo rápidamente, lo que reduce las reservas de agua a largo plazo. La ONU alerta de que, de seguir así, para 2050 hasta 2.400 millones de personas (1,7 veces la población de China) podrían enfrentarse a la escasez de agua.
Tener acceso al agua no garantiza tampoco su uso seguro. Al menos 1.700 millones de personas en todo el mundo toman agua de fuentes contaminadas con heces, lo que provoca enfermedades como el cólera, la disentería y la fiebre tifoidea. Estas enfermedades transmitidas por el agua son responsables de la muerte de más de 485.000 personas cada año, la mayoría de ellas niños y niñas menores de cinco años.
En zonas rurales de países en desarrollo, la falta de infraestructuras básicas de saneamiento obliga a las comunidades a depender de ríos, lagos y pozos contaminados. En Bangladesh, por ejemplo, muchas fuentes de agua están contaminadas con arsénico, un problema que afecta a unos 20 millones de personas y provoca graves problemas de salud a largo plazo, como cáncer de piel y enfermedades cardiovasculares. La contaminación industrial y agrícola también contribuye a la degradación de la calidad del agua, afectando tanto a la salud humana como a los ecosistemas.
Cada año 485.000 personas mueren por enfermedades relacionadas con la calidad del agua, la mayoría niños y niñas menores de cinco años
Además, cuanto menos desarrollada es la región, más diferencia hay entre la población que vive en las ciudades y la que lo hace en el campo. Así en África subsahariana, solo el 15% de las personas que viven en zonas rurales tiene acceso a agua segura para beber, mientras que en las zonas urbanas sube al 53%. En Europa, sin embargo, la brecha es solo de 8 puntos, del 87% al 95%.
Para abordar esta crisis, es esencial una combinación de inversiones en infraestructuras, políticas de gestión sostenible del agua y educación comunitaria. La construcción de sistemas de saneamiento adecuados y la protección de las fuentes de agua existentes son pasos cruciales. Por eso, poner en marcha iniciativas para tratar de cumplir el ODS 6 de la ONU, que busca garantizar la disponibilidad y gestión sostenible del agua y el saneamiento para todos, son fundamentales.