De una forma u otra, el mundo es empujado a través del uso de la energía. Los humanos, los animales y las plantas se derrumbarían inertes ante su ausencia. En el caso de las plantas, el proceso por el que capturan la energía es tan particular como trascendental: la fotosíntesis, aprovechando el uso de la energía solar, convierte las sustancias inorgánicas que captura –como el dióxido de carbono– en sustancias orgánicas, logrando nutrirse y, a la vez, desprender oxígeno. Es decir, que al contrario que los humanos y los animales, se nutren de forma autónoma. No obstante, este proceso no destaca solo por la capacidad inherente de los vegetales de construir su propia base de alimentación: también consume dióxido de carbono, equilibra los gases atmosféricos y ayuda a asegurar la biodiversidad del planeta.
«Sin la fotosíntesis artificial es imposible cumplir los objetivos [de descarbonización en el año 2050»
Este proceso, si bien es insustituible, ahora también puede ser desarrollado de forma artificial. La Universidad de Cambridge ha logrado elaborar un programa que puede convertirse en el eje central de una tecnología que revolucione el futuro –y el presente– de la energía limpia. La investigación liderada por la universidad británica ha permitido, tras dos años de trabajo, crear con éxito una hoja inalámbrica repleta de fotocatalizadores capaces de convertir la luz solar, el agua y el CO2 en un combustible limpio. El prototipo ha conseguido aumentar el entusiasmo por la lucha frente al cambio climático. Hoy muchos prevén el uso de dispositivos tecnológicos como este como la principal solución frente a la actual crisis ecológica. Es más, según el equipo de investigadores que lo ha desarrollado, actualmente sería sencilla no solo su fabricación, sino también su implantación a gran escala al ser una solución relativamente económica.
No obstante, esta no es la única investigación de este tipo: múltiples proyectos similares se desarrollan cada día en lo que ya es una suerte de carrera a contrarreloj. La lógica subyacente es sencilla: cuanto antes se actúe, antes se evitarán las peores consecuencias de la crisis climática. Uno de estos proyectos es A-Leaf(en español, «una hoja»), un dispositivo de fotosíntesis artificial del tamaño de una lata de refresco que está siendo desarrollado por un consorcio europeo de investigación. A pesar de su reducida dimensión, estos dispositivos son muy eficientes: mientras el aprovechamiento natural medio de la luz solar de las plantas es menor al 2%, el porcentaje escala hasta el 30% en proyectos tecnológicos como este.
Mientras el aprovechamiento natural medio de la luz solar de las plantas es menor al 2%, el porcentaje escala hasta el 30% en los proyectos de fotosíntesis artificial
Entre las ventajas de este nuevo método energético se halla la nula contaminación: con la consecución de la energía, e incluso con su almacenaje, la liberación extra de CO2 es eliminada. Esto podría facilitar con creces la transición en que se hallan envueltos la mayoría de los países desarrollados. A su vez, el atractivo que suscita su bajo coste de producción puede convertir la fotosíntesis artificial en una alternativa para los países en desarrollo frente a una industrialización rápida, sencilla y, sobre todo, profundamente contaminante. Es por ello por lo que la COP26 se ha centrado, en parte, en la ‘financiación climática’ para aquellos países más vulnerables. Según afirma uno de los coordinadores de A-Leaf, José Ramón Galán-Mascarós, «sin la fotosíntesis artificial es imposible cumplir esos objetivos [de descarbonización en el año 2050]». Metas que son fundamentales para limitar el crecimiento de la temperatura global con relación a la época pre-industrial: alcanzar más de 1,5ºC –lo citado en el Acuerdo de París– sería de una gravedad inusitada.
Otra de las grandes ventajas que pueden convertir esta tecnología en la gran ganadora de la carrera tecnológica contra el cambio climático es su estabilidad. Frente a otras opciones de energía verde como es el caso de la energía eólica o fotovoltaica, que requieren de la presencia de viento o de luz, los dispositivos de fotosíntesis artificial no dependen de elementos externos para su funcionamiento.
Parece cuestión de tiempo que tecnologías como estas se hagan un hueco para modelar el futuro del planeta. ¿Cabe imaginar algo más ecológico que este –efectivo– homenaje velado a la naturaleza?