¿Cuáles son las consecuencias para las compañías que no se adecúan a los cambios que pide la sociedad?
La palabra está cada vez más presente y su definición es sencilla: la «sostenibilidad» consiste en satisfacer las necesidades de las generaciones actuales sin comprometer las necesidades de las generaciones futuras, equilibrando el crecimiento económico, el respeto ambiental y el bienestar social. Es, por tanto, una forma de construir el presente, pero también el futuro. Las empresas, conscientes de los retos que se dibujan en el horizonte, cada vez son más sostenibles. No obstante, ¿qué ocurre cuando una compañía no asume el cambio? ¿Qué sucede con su reputación? ¿Y con su financiación, sigue atrayendo inversión? ¿Pierde cuota de mercado? Al menos así parecen sugerirlo los datos: por ejemplo, según la oenegé WWF, la popularidad de las búsquedas relacionadas con productos o servicios sostenibles ha aumentado un 71% a nivel mundial desde 2016.
Los criterios ESG tienen cada vez más influencia en la propia rentabilidad y riesgo
Lo cierto es que los riesgos de ignorar esta tendencia son múltiples, y pueden ser tanto financieros como no financieros, ya que ambos aspectos se encuentran estrechamente entrelazados en un mismo nudo. Los criterios ESG (ambientales, sociales y de gobernanza) tienen cada vez más influencia en la propia rentabilidad y riesgo: cuanto menos coincidan las apuestas económicas con esta clase de perspectivas, menos segura será la inversión.
Estos aspectos son los que se trataron en las Jornadas de Sostenibilidad 2022 organizadas por Redeia entre el 18 y el 20 de octubre. En este último día, Roberto García Merino (CEO de Redeia), Rosa García (presidenta de Exolum) y Arturo Gonzalo (CEO de Enagás) hablaron precisamente de esta clase de riesgos en una mesa redonda que arrojó luz sobre el futuro de la industria y las finanzas nacionales. «Si una compañía quiere tener un futuro, tiene que incorporar estos criterios», defendió Roberto García. A lo que añadió que «tiene más costes no avanzar en la transición energética, como estamos viendo ahora mismo en Europa, que hacerlo».
Roberto García, CEO de Redeia: «Tiene más costes no avanzar en la transición energética, como estamos viendo ahora mismo en Europa, que hacerlo»
Entre los riesgos, es evidente que obstaculizar (e incluso ralentizar) la transición energética y ecológica es uno de ellos. No contar con una perspectiva sostenible puede conllevar la emisión de elevadas cantidades de gases de efecto invernadero, una contaminación del agua, un aumento de la temperatura y una baja eficiencia de las materias, los recursos y la energía en los procesos productivos. Y ello sin contar los perjuicios directos al medio ambiente, como los daños a la biosfera o la falta de respeto a los derechos y la vida de los animales. Actos que irían en contra de la Agenda 2030, cuyos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) son clave según António Guterres, secretario general de Naciones Unidas, a la hora de lograr «un planeta saludable».
El cambio climático se ha vuelto una realidad urgente para el gran conjunto de la sociedad, lo que implica una exigencia tácita hacia las empresas: al desear un cuidado del medio ambiente en sus acciones, los stakeholders —que incluyen desde los accionistas hasta los trabajadores y los propios clientes— hacen decantar a las compañías hacia sus mismos intereses; estas, al fin y al cabo, no pueden funcionar de manera adecuada dentro de una burbuja. Tal como confirmó una encuesta realizada por Havas Group Worldwide, dos de cada tres consumidores creen que, a la hora de impulsar un cambio social positivo, las marcas tienen tanta responsabilidad como los gobiernos.
Y no son los únicos factores negativos a la hora de ignorar la sostenibilidad. Entre ellos también encontramos un precio más alto de los recursos, como la electricidad (si atendemos a los precios de las fuentes de energía no renovable), pero también aquellos de carácter más social: la producción de bienes poco saludables, el mal uso de los datos personales, las tensiones laborales y económicas, las dificultades de conciliación y las deficiencias en la mejora del capital intelectual. Lo mismo ocurre con aquellos vinculados a la gobernanza, con falta de diversidad, políticas deficientes y corrupción. A toda esta clase de consecuencias se sumarían, además, unas respuestas financieras negativas bastante concretas, como multas y sanciones, un deterioro del valor reputacional (y, por tanto, también del valor competitivo y del futuro empresarial, según defienden desde consultoras como Atrevia) y hasta un deterioro de los propios activos.
Hay un riesgo que, sin embargo, parece englobar todos los demás a los que puede enfrentarse una empresa: el de quedar al margen de las tendencias y el progreso (y, por tanto, el favor) sociales; es decir, carecer de una misión general con la que justificar la existencia corporativa. Y no son pocas compañías las que se enfrentan a esta amenaza: según señala Pacto Mundial, tan solo un 41% de las empresas afirman disponer de una estrategia de sostenibilidad. Arturo Gonzalo, de Enagás, defendió precisamente un aumento de esta clase de estrategias al resaltar el nudo formado por «la lógica de sostenibilidad y la lógica económica».
Tal como se resaltó durante las jornadas, no obstante, el desarrollo de un futuro más sostenible y más limpio incumbe a todos. «Es importante hacer un análisis pragmático para saber en qué momento tenemos que apretar el acelerador; es decir, para saber cuánto tenemos que descarbonizar y a qué coste. Si esta transición tiene unos costes tan altos que solamente la clase alta puede asumirlos, una gran parte de la sociedad se va a negar a llevarla a cabo», explicó Rosa García, de Exolum, que ponía el broche a una serie de riesgos que aún es posible esquivar.