Viajar sin contaminar: el gran desafío de la década

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El turismo es la gallina de los huevos de oro de la economía de muchos países. Sin turismo no salen las cuentas: es uno de los sectores que más aporta a la economía a nivel mundial. Nunca falla. Como tampoco lo hace FITUR, la feria de turismo española por antonomasia y una de las más importantes del mundo que este año celebra su 40 aniversario. Durante esta semana y hasta el próximo 26 de enero la feria abre sus puertas en el Palacio de Congresos de Madrid, donde se reunirán los profesionales más destacados del sector.

Según los últimos datos de la Organización Mundial del Turismo, cerca de 1.600 millones de personas harán las maletas en algún momento de este 2020. Esta cifra subraya el gran impacto del turismo en la economía mundial: es responsable directo del 10% del PIB del planeta y genera 1 de cada 10 empleos en el mundo. A pesar de los beneficios que el turismo tiene para la economía, cabe recordar que todos los desplazamientos dejan huella en nuestro planeta.

El turismo es responsable directo del 10% del PIB del planeta

Sin ir más lejos, la Agencia Europea del Medio Ambiente estima que un vuelo de Madrid a Barcelona con 100 pasajeros emite cerca de 14 toneladas de CO2. El mismo trayecto, con el mismo número de viajeros, pero en tren, produce 7.000 kilogramos del mismo gas. Datos de este organismo señalan al avión como el medio de transporte más dañino con el planeta. Y es que llega a contaminar hasta 20 veces más que otros medios. A pesar de los esfuerzos — de momento, insuficientes— del sector para reducir sus niveles de contaminación, la realidad es que a día de hoy es el responsable del 2,5% de los gases invernadero. Y eso no es todo. De seguir con los ritmos actuales, se calcula que para el 2050 las emisiones procedentes de los vuelos aumentarán en un 300%.

Por ello, el turismo juega un papel clave en la Agenda 2030 y en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas, ya que tiene el potencial para contribuir de manera decisiva en la consecución de los grandes desafíos de la década. Bajo esta perspectiva, ya son varios los países que han empezado ya a “viajar” hacia un turismo más sostenible con medidas que van desde la aplicación de tasas económicas al visitante hasta la limitación del número de turistas permitidos o la eliminación de los vuelos de corta distancia. Todas ellas están orientadas a buscar un equilibrio entre potenciar el turismo y garantizar la sostenibilidad del entorno.

Asia

Bután es un claro ejemplo de cómo apostar por el turismo sin que el ecosistema salga perdiendo. Bajo la política “valor alto, impacto bajo”, el pequeño estado budista del sudeste asiático ha limitado el número de visitantes anuales que pueden acceder al país para así controlar y minimizar el impacto medioambiental. Entre las medidas aplicadas se encuentra el pago de una tasa diaria de 200 euros por persona que incluye el alojamiento y la obligación de llegar al país a través de una agencia de viajes autorizada por el Gobierno. Estas soluciones han hecho de Bután un referente a nivel mundial en turismo sostenible.

Un grupo de espectadores observan un baile tradicional de Bután

La recientemente renombrada como República de Palau, el país formado por islas volcánicas que se encuentra al oeste de Filipinas, también ha dado un paso más en el campo del ecoturismo. A través de la firma de la “promesa de Palau”, una especie de contrato redactado por los niños y niñas del país, los turistas se comprometen a cumplir una serie de indicaciones a la hora de visitar el país. El objetivo, según las autoridades nacionales, es que el visitante sienta que es su deber proteger y preservar el entorno.

Latinoamérica

En latinoamérica también se encuentran ejemplos de Gobiernos que han decidido priorizar la supervivencia del entorno natural frente a los beneficios del turismo. Las islas Galápagos, situadas en el océano Pacífico a casi 1000 km de las costas de Ecuador, llevan desde hace años restringiendo el número de visitantes por cuestiones medioambientales. Además, las autoridades ecuatorianas han implementado una tasa para los turistas de 100 dólares por persona y han limitado también la presencia de visitantes en determinadas áreas con el objetivo de luchar contra la degradación del ecosistema.

Fernando de Noronha, otro archipiélago de islas situado en el nordeste de Brasil, tiene un límite diario de turistas fijado en 450. Sin embargo, esta cifra no siempre se respeta debido a la histórica flexibilidad de las autoridades brasileñas en temas de protección del medio ambiente. El Gobierno de la zona también ha fijado una tasa de 20 euros por persona y día que se emplea para llevar a cabo proyectos orientados a preservar la biodiversidad.

España

Dentro de nuestras fronteras, Barcelona, que desde hace años se enfrentado a las consecuencias de un turismo masificado, ha tomado medidas contra uno de los medios de transporte más dañinos: los cruceros. Con una media de 750 escalas diarias en el puerto de Barcelona, en temporada alta llegan a coincidir en aguas catalanas hasta diez naves de gran tamaño. Por este motivo, el Ayuntamiento de Barcelona está a punto de aprobar un paquete de medidas que limitará el número de cruceros en la capital catalana.

Turistas reunidos en la Fuente Mágica de Montjuïc, en Barcelona

Por último, en las Islas Baleares se instauró en el año 2018 un impuesto conocido como ecotasa. Desde entonces, los turistas que visiten alguna de las islas deberán abonar un pago que puede llegar a ascender hasta 4 euros por persona y día dependiendo del establecimiento en el que se alojen. En el año 2019, gracias al Impuesto del Turismo Sostenible, el Gobierno balear recaudó más de 100 millones de euros que, según las autoridades, están destinados a mejorar la calidad de vida en las islas con proyectos enfocados a crear infraestructuras más sostenibles.