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El laboratorio de la España vacía que busca el origen del universo bajo tierra

En lo más profundo del pirineo aragonés, más de 200 científicos e investigadores trabajan a destajo cada día para descubrir todo lo que la materia oscura tiene que esconder. Todo ocurre en el Laboratorio Subterráneo de Canfranc, que, construido en un túnel de tren abandonado, colabora con cientos de organizaciones científicas internacionales en avanzados programas de inteligencia artificial, astrofísica y física nuclear. Es así como desde un pequeño pueblo de menos de 600 habitantes se contribuye con el conocimiento científico global.

Cuando es invierno, en Canfranc cae la oscuridad tanto como la nieve que cubre de blanco la zona. Con el sol escondido tras las montañas, pasear por este conocido pueblo del Pirineo aragonés es garantía de calles silenciosas y en calma. Los habitantes (y turistas, porque también los hay) se resguardan del frío en sus casas y hoteles, o, de lo contrario, en los acogedores bares que ofrecen sopas humeantes. Al fondo se encuentra esa imponente estación que en 1945 quedó abandonada por desacuerdos políticos con el Gobierno francés —ahora pasan por allí trenes hacia Zaragoza y Francia— y que ha servido de escenario para tantas películas españolas del siglo XX.

Este lugar es centro de referencia para la comunidad científica internacional, pues sus instalaciones están abiertas a cualquier investigador que quiera llevar a cabo sus experimentos de física nuclear

Nadie diría que en este pueblo de la alta montaña trabajan a diario centenares de científicos buscando el origen del universo, pero así es. Escondidos en las profundidades, a más de 850 metros bajo el suelo, más de 200 investigadores intentan entender los neutrinos y la materia oscura. Es el Laboratorio Subterráneo de Canfranc, gestionado por el Gobierno de Aragón, el Ministerio de Ciencia y la Universidad de Zaragoza, y se le conoce como el segundo laboratorio soterrado más grande de Europa.

El interior recuerda al CERN, el mayor laboratorio de física de partículas, situado en Suiza, donde se descubrió el famoso bosón de Higgs. Sin embargo, el de Canfranc destaca porque sus fundadores aprovecharon un lugar abandonado para construir este templo de conocimiento sobre el universo: el túnel de Somport, un punto estratégico por donde pasaron trenes cargados de wolframio en el siglo XX y que cerró al tráfico en 1970 tras el descarrilamiento de uno de ellos. Su profundidad tiene una explicación, y es que hay que crear un «silencio cósmico» para poder investigar las colisiones de los neutrinos. Allí abajo casi existe el llamado «fondo radioactivo», por lo que es el enclave perfecto para encontrar el origen del universo.

El laboratorio, que organiza visitas guiadas para la ciudadanía de forma gratuita, protagoniza numerosos proyectos internacionales, pero la joya de la corona es el Hyper-Kamiokande, que no busca otra cosa que construir un telescopio de neutrinos que permita ver una estrella antes de que explote desde una montaña ubicada en Japón. De conseguirlo, será el mayor telescopio de este tipo en la historia del país nipón (y, por supuesto, en la historia de Canfranc y de España). Además, por si fuera poco, esta organización coordina también proyectos con otras instituciones españolas para desarrollar inteligencia artificial, electrónica y reducción de radón, entre otros. La calidad de sus investigaciones atrae a científicos de todo el mundo cada año, quienes no solo conocen las instalaciones, también un pueblo tan singular como Canfranc, en plena España vacía.

Terremotos, volcanes y tsunamis

 Recientemente, la Universidad de Standford desarrolló un sistema de filtración basado en inteligencia artificial que elimina el ruido propio de las ciudades —tráfico rodado, aviones, obras, conversaciones entre vecinos— para evitar que estos se interpongan en la detección de seísmos. Pero el laboratorio de Canfranc tiene un papel clave que jugar también en la predicción de estas catástrofes naturales: en enero de este año, uno de sus sismómetros detectaron la violenta explosión del Tonga, el volcán submarino que provocó un tsunami en el Pacífico. Entre ese punto y la localización del laboratorio hay 17.000 kilómetros, pero el laboratorio identificó las ondas sísmicas tan solo 20 minutos después de la explosión. Un paso clave de cara a aprender a predecir los terremotos y anticipar las peores consecuencias.

El pasado mes de enero, el laboratorio detectó la explosión del volcán Tonga, a 17.000 kilómetros en el Pacífico, tan solo 20 minutos después de que ocurriera

No obstante, como ocurre con otras instituciones ubicadas en la España rural, el laboratorio de Canfranc también necesita asegurar su futuro a largo plazo para seguir manteniendo este pueblo como centro de referencia internacional en la ciencia del espacio. Por eso, el Ministerio de Ciencia ha asegurado su financiación hasta el año 2031 con un total de 16,1 millones de euros. Con esta inversión no solo se garantizará la colaboración internacional con el resto de la comunidad científica, sino que se mantendrán las instalaciones abiertas para que investigadores de cualquier parte del mundo lleven a cabo sus investigaciones de astrofísica y física nuclear allí. En Canfranc, un pueblo que cuenta actualmente con menos de 600 habitantes.

Mujeres en la universidad: una brecha cada vez más reducida

No fue hasta 1910 cuando las mujeres pudieron estudiar oficialmente una carrera universitaria en España, lo cual no significó que la presencia femenina en la educación superior fuese aceptada socialmente. Dos siglos después, la historia es distinta: aunque aún quedan desigualdades por resolver, las mujeres representan más de la mitad de la población universitaria.

Dolors Aleu i Riera se llegó a acostumbrar a las miradas extrañadas de sus compañeros en los pasillos de la Universidad de Barcelona. Corría el año 1879 cuando decidió matricularse en la Facultad de Medicina, una oportunidad de oro en aquella época ya que, a pesar de que el sufragismo crecía como la pólvora en Estados Unidos y en algunas partes de Europa las mujeres adquirían por primera vez el derecho a asistir a la universidad, eran pocas las que ocupaban las aulas de los centros españoles. Pero Aleu se topó con la suerte de pertenecer a una familia burguesa y consiguió los permisos especiales que se requerían para poder disfrutar de la enseñanza superior siendo mujer. Se convirtió, así, en la primera licenciada de España.

En el curso 1919-1920, solo 345 mujeres estaban matriculadas en la universidad, frente a las 753.749 que lo hicieron en 2021

El de Dolors, que ejerció de ginecóloga y pediatra, era el perfil común en los albores de la presencia femenina universitaria: mujeres de clase media-alta pertenecientes a grandes ciudades que sacaron provecho de su condición para luchar contra los estrechos roles de género que su tiempo había impuesto. Sin embargo, no fue hasta bien entrado el siglo XX cuando estas cifras crecieron, aunque de manera testimonial: en el curso académico 1919-1920 solo se registraron 345 alumnas. Una fotografía que contrasta sobremanera con la actual, donde el 56,3% del alumnado universitario está compuesto por mujeres —es decir, un total de 754.749—, porcentaje que no ha dejado de crecer en los últimos años frente al alumnado masculino, con una tendencia a la baja (del 45,6% en 2015 al 43,7% en 2021-2022). No cabe duda de que la presencia femenina en la educación superior ha sido testigo de una gran evolución. 

Y si la primera mujer ginecóloga logró licenciarse en España, fue gracias a otra: María Elena Maseras, la primera mujer española en matricularse en una universidad. Lo hizo en el siglo XIX en la Facultad de Medicina, también en la Universidad de Barcelona. Sin embargo, Elena no ejerció de médica (no hay constancia de que se doctorase), sino que se dedicó a la enseñanza tras estudiar Magisterio, por lo que dejó abierta la puerta a otras mujeres tan destacadas como María de Maeztu Whitney, María Vicenta Amalia y la más que conocida María Zambrano, quienes se dedicaron a la filosofía y las letras —una de las carreras más feminizadas en los años veinte—. Aunque también hubo quienes optaron por una vertiente más científica, como la farmacia, que en el curso de 1929-1930 registraba a 777 mujeres, frente a las 199 matriculadas en medicina o las 222 que optaban por ciencias. 

En aquellos tiempos, los estudios de farmacia se consideraban apropiados para la mujer, puesto que regentar una oficina de dispensa de medicamentos estaba visto como una extensión de sus tareas domésticas habituales. A pesar de lo encorsetado de la elección, lo cierto es que la farmacia, así como la medicina, supusieron una gran oportunidad para que muchas mujeres desarrollaran posteriores carreras científicas de renombre. Contribuyó también a incrementar la presencia femenina en la conocida Residencia de Señoritas en 1915, impulsada por la política María de Maetzu con el objetivo de crear un espacio donde pudieran convivir las mujeres que acudían a la universidad. El espacio no tardó en convertirse, al igual que la madrileña Residencia de Estudiantes donde convivieron García Lorca y Dalí, en el epicentro de la intelectualidad y el intercambio de conocimientos, lo que fue atrayendo a más mujeres y cerrando la brecha. Al menos en el plano educativo, pues socialmente tuvieron que pasar varias décadas hasta que comenzaron a ser respetadas por priorizar su desarrollo intelectual frente a lo que se esperaba de ellas.

Mucho ha cambiado desde entonces. De hecho, aquellas carreras que menos aceptaban la presencia femenina en las aulas —química, medicina o biología, por ejemplo— cuentan con mayoría de alumnas, pero la actualidad todavía sigue dejando entrever algunas desigualdades. En primer lugar, respecto a las carreras STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics): según los datos recogidos por la Unesco, solamente el 28% de los investigadores científicos de todo el mundo son mujeres. La ausencia femenina -fruto de estereotipos y falta de referentes- en las ingenierías, las matemáticas y la tecnología todavía resulta preocupante, pues, en nuestro país, solo una de cada cuatro mujeres son ingenieras, cifra que alcanza el 31,4% en el cómputo global de las STEM. En cambio, la administración de empresas, el derecho, la psicología y las enseñanzas de infantil y primaria son los grados más solicitados por ellas.

A pesar de que la presencia femenina es mayoría en las universidades, todavía quedan algunas brechas por cerrar en el acceso a las carreras STEM, donde solo hay un tercio de mujeres

Y si miramos un poco más allá, nos encontramos con la otra gran brecha de la evolución laboral en la investigación. Como indican las cifras globales de las Naciones Unidas, las mujeres llegan mucho más alto en cualificación en comparación con los hombres, pero, cuanto más se avanza en titulación, menor proporción de mujeres se postulan: la paridad se mantiene hasta la presentación de tesis doctorales, pero luego el número de investigadoras desciende sin parar hasta tal punto que, en el mayor rango de titulación, solo dos de cada diez miembros son mujeres. 

Por suerte, a medida que pasan las hojas del calendario, las sociedades son cada vez más conscientes del trabajo que aún queda por hacer para garantizar la igualdad e incrementar la presencia de las mujeres en los sectores científicos, que, a fin de cuentas, debido a la contribución que hacen a la sociedad, deberían representar también la realidad de la otra mitad de la población. Cada año surgen historias de mujeres pioneras en campos masculinizados que marcan un antes y un después en nuestra historia y que minimizan, poco a poco, la brecha de la desigualdad de la misma forma que lo hicieron aquellas que decidieron cambiar el rumbo de la historia y acabar con los obstáculos para las mujeres de las generaciones posteriores. Ese era su sueño: que la educación superior se convirtiera en un lugar donde poder desarrollarse intelectualmente sin que el género definiese el destino.

¿Cómo puede la tecnología ayudar a la transición verde?

“Será como el momento ‘hombre en la luna’ para Europa”. Con estas palabras, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, presentaba el pasado diciembre el Green Deal europeo, un ambicioso plan para convertir al continente en el primero climáticamente neutro para el 2050. En ese preciso momento Europa ratificaba su intención de liderar la lucha contra el cambio climático a nivel mundial. Sin embargo, una vez izada la bandera verde en medio del ruido de la Cumbre del Clima de Madrid, comenzaron a surgir las dudas: ¿Cómo acelerar la transición ecológica? ¿Qué herramientas existen? ¿Cómo garantizar la transición sea socialmente justa?

En cuestión de semanas empezaron a surgir algunas respuestas, pero la irrupción del virus en nuestras vidas hizo saltar por los aires todos los planes definidos a corto plazo. La pandemia -y la crisis social y económica de ella derivada- ha reordenado las prioridades políticas y cabría esperar que los objetivos climáticos quedasen relegados a segundo plano.  No obstante, contra todo pronóstico, la Unión ha rechazado abandonar el camino de la transición verde y ha situado al Pacto Verde en el centro de la recuperación tras la crisis. Así, no caben dudas sobre la apuesta europea por descarbonizar la economía… ahora la cuestión es cómo hacerlo de manera eficiente.

La respuesta de las nuevas tecnologías

“Actualmente hay dos revoluciones que están transformando el mundo en que vivimos: la revolución digital, que se ha acelerado durante el confinamiento, y esa transición ecológica que busca reconciliar la economía con la salud del planeta”. Pablo Blázquez, editor de la revista Ethic, abría con estas palabras uno de los debates del Digital Summit 2020, un encuentro virtual organizado por la patronal tecnológica DigitalEs, en el que un grupo de expertos analizaron el papel de las nuevas tecnologías en la transición verde. Si bien hace ya años que estamos inmersos en una revolución digital -esa Cuarta Revolución Industrial de la que habla el sociólogo y economista Jeremy Rifkin-, durante el confinamiento, ciudadanos, empresas e industrias han tenido que adaptarse en tiempo récord al mundo online.

Valvanera Ulargui: "La digitalización debe poner en el centro de toda su política la sostenibilidad"

De hecho, según explicaba en una entrevista Nacho Pinedo, cofundador y CEO de ISDI, “en 60 días de confinamiento, el mundo aceleró el equivalente a seis años en digitalización”. Ahora, cómo utilizar esa transición digital -que se antoja imparable- para alcanzar los objetivos climáticos de descarbonización es uno de los grandes desafíos a los que se enfrentan los gobiernos. 

Para Valvanera Ulargui, directora general de la Oficina de España del Cambio Climático, la revolución tecnológica es uno de los pilares para construir una nueva economía más sostenible que, defiende, debe despojarse de la anterior y responder a los retos del siglo XXI. “El binomio transición digital y transición ecológica es fundamental para la salida y recuperación de la crisis”, sostiene y añade que, “la digitalización debe poner en el centro de toda su política la sostenibilidad; debemos integrar al sector como un sector que también reduzca emisiones”. Porque la tecnología puede formar parte de la solución, pero tampoco es neutra en carbono.

Una estrategia común

Se calcula que el consumo directo de energía del sector tecnológico es comparable con el sector de la aviación (cerca del 2% y 3% de las emisiones actuales). Sin ir más lejos, los centros de datos representan actualmente el 1% del consumo de la electricidad mundial. Por eso, ante el tsunami de datos que se avecina, Laura Díaz Anadon, profesora Climate Change Policy de la Universidad de Cambridge, sugiere activar mecanismos que eviten un incremento de las emisiones derivadas de este ámbito. Y esto, según Díaz Anadon, solo es posible si hay un análisis previo de lo que ha funcionado hasta ahora y lo que no: "para realizar la promesa de la digitalización hay que innovar en la gobernanza", señala.

Para Manuel Mateo, subdirector del departamento Unit, Cloud and Software de la Comisión Europea, ese espíritu innovador es el que ha perseguido la nueva Comisión en el todavía primer año de los cinco de legislatura. “Hemos lanzado el Green Deal y la Estrategia Digital, además de otros proyectos como el de la Estrategia para la Economía Circular”, recuerda. Además, la Unión ha activado recientemente el Fondo europeo para la Recuperación, que, dentro del presupuesto medioambiental, contempla inversiones en I+D+i en prácticamente todos los sectores, siempre que contribuyan a alcanzar los objetivos para la descarbonización. “España se está jugando su plaza en el mundo”, zanja Mateo.

Hacia una descarbonización justa y digital

En este sentido, representantes de diversos sectores como el químico o el energético resaltan la necesidad de invertir en tecnología y digitalización para garantizar que la transición ecológica sea sostenible, pero también justa. Según explica Carles Navarro, director general de Blasf España, la industria química invierte más de 2.500 millones de euros en I+D al año y contribuye al desarrollo de soluciones tecnológicas sostenibles como baterías de coches eléctricos más económicas y reciclables o tecnologías para producir hidrógeno de manera eficiente. Sin embargo, señala Navarro, la industria química es muy intensiva en energía y emisiones: “A día de hoy somos parte de los factores que favorecen el cambio climático, pero la industria está comprometida con la reducción de emisiones. Solo necesitamos un marco legislativo y una serie de inversiones que haga que haya suficiente energía limpia disponible”, sostiene.

Miguel Ángel Panduro: "No se puede digitalizar si no hay conectividad”

Por su parte, José D. Bogas, Consejero Delegado de Endesa, recuerda la importancia de hacer que caminen en paralelo el crecimiento económico y la sostenibilidad, “que debe ser una sostenibilidad socialmente justa, que no deje a nadie atrás". La coincidencia de ambas revoluciones supone además una oportunidad única: “la digitalización está contribuyendo a avanzar de una forma importante en el proceso de descarbonización y de electrificación e interacción, así como a dotar de inteligencia a la red de transporte y distribución”.

Conectividad para la digitalización

Además de inversiones, el proceso de digitalización requiere también de servicios e infraestructuras que le permitan promover una transformación total de la sociedad. Uno de ellos es la conectividad.  “No se puede digitalizar si no hay conectividad”, señala Miguel Ángel Panduro, CEO de Hispasat. Y es por eso que la conexión 5G promete ser el detonante de la revolución digital. Pero no es la única red: para Panduro este tipo de conexión debe complementarse con soluciones satelitales, que son capaces de dar una solución de conectividad de banda ancha que puede llegar a los 100 MB. Además, señala, tienen unas características –capacidad de distribución, inmediatez y resiliencia- que las convierten en un elemento clave para una salida verde y digital de la crisis. “El futuro pasa por la conectividad”, concluye.