¿Cómo afecta el cambio climático a los bosques del planeta?

Nuestro planeta es más verde que hace 60 años. Suena sorprendente. ¿Cómo es posible que la Tierra tenga más vegetación si la deforestación provocada por la actividad humana terminó con la vida de más de 10 millones de hectáreas entre 2015 y 2020? La explicación es compleja -y extensa- pero puede resumirse en una frase: los cambios en el uso y la cobertura del suelo están transformando una gran parte de la superficie de la tierra en nuevos bosques. El éxodo rural que tuvo como consecuencia el abandono de los cultivos, los cambios de temperatura en algunas zonas del planeta, la sustitución de especies naturales por especies agrícolas y, en definitiva, la transformación del globo a manos humanas, enverdecen cientos de zonas en el mundo.

No es una buena noticia. Aunque, como bien demostraron los científicos de la Universidad de Maryland (Estados Unidos) en un estudio publicado en la revista Nature, hemos sumado un total de 2,24 millones de kilómetros cuadrados de vegetación –lo que equivale al 7% de la superficie terrestre– nos encontramos ante bosques cada vez más enfermos que corren el riesgo de desequilibrar por completo y de forma definitiva la balanza de la vida en el planeta. En un futuro no muy lejano, pueden pasar de absorber el dióxido de carbono de la atmósfera a convertirse en una fuente de emisiones, provocando una aceleración desmesurada del cambio climático.

La absorción de carbono realizada por los bosques tocó techo en la década de los noventa. En 2010, ya se había desplomado un tercio

Así lo demuestra el nuevo estudio realizado por la Universidad de Leeds, que presenta la primera prueba a gran escala de que la absorción de carbono de los bosques tropicales ha iniciado ya un preocupante descenso. La investigación, publicada también en la revista Nature, describe el seguimiento de 300.000 árboles de más de 560 selvas tropicales durante 30 años y revela que la absorción de carbono llevada a cabo por estos bosques tocó techo en los años noventa para desplomarse un tercio en 2010. La causa: la degradación de las especies vegetales.

Hasta hoy, las emisiones derivadas de las actividades humanas nos ‘salían gratis’ gracias a los sumideros de carbono de los bosques y océanos. Sin embargo, ya nos enfrentamos a una fecha de caducidad: a mediados de 2030, calculan los científicos en su estudio, los bosques dejarán de absorber carbono para pasar a emitirlo. De hecho, el Amazonas –considerado como uno de los mayores sumideros de dióxido de carbono– ya ha dejado de ser el pulmón del planeta: después de casi una década de sequías, incendios y deforestación, este bosque acabó liberando casi un 20% más de dióxido de carbono a la atmósfera de lo que absorbió (un total de 16,6 mil millones de toneladas). 

«Hemos empezado a entender ahora por qué los bosques están cambiando. Los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera, la temperatura, las sequías y la dinámica forestal son factores clave», explica Wannes Hubau, uno de los investigadores encargados del proyecto que ha analizado ese medio centenar de bosques. «Los mayores valores de dióxido de carbono aceleran el crecimiento de los árboles; sin embargo, año tras año, este efecto se ve contrarrestado por los impactos negativos que ocasionan las temperaturas más altas y las sequías, que reducen su tasa de crecimiento y aumentan su mortalidad».

La solución: ¿plantar más árboles?

El dióxido de carbono es una parte esencial del proceso de alimentación de las plantas. A través de la fotosíntesis, lo transforman en nutrientes esenciales liberando toneladas de oxígeno como residuo a la atmósfera. En un contexto de cambio climático como el actual, cuantos más cambios sufran las condiciones de su entorno –aumento de temperatura, acidificación del suelo–, más despacio crecerán y más débiles serán. Otra investigación, esta vez liderada por la Universidad Western Sydney (Australia), decidió exponer a un bosque tropical maduro (sin grandes perturbaciones antrópicas como incendios o talas) a una concentración artificial de CO2 que simulaba las condiciones atmosféricas que se darían entre 2030 y 2040 para concluir que, de cara a elaborar planes para mitigar nuestras emisiones de gases efecto invernadero, tenemos que poner sobre la mesa el hecho –científicamente demostrado– de que los árboles del planeta no tienen la fórmula mágica para resolver el calentamiento global. En el estudio, los bosques jóvenes sí eran capaces de absorber dióxido de carbono ‘extra’, lo que demuestra que el efecto poco a poco se va amortiguando.

De no resolverse el daño que el cambio climático provoca en los bosques, en 2030 estos dejarán de absorber dióxido de carbono para comenzar a emitirlo

¿Cuáles son las posibles soluciones? Las respuestas suelen apostar por lo matemático, por una simple resta. De hecho, a principios de año, un estudio aseguraba que una gran reforestación podría reducir en un 25% las emisiones de dióxido de carbono. El resultado, sin embargo, no fue bien recibido por gran parte de la comunidad científica. «Son estudios enormemente conflictivos. Muchos dirigentes se alegraron al leerlo porque pensaron: ‘Fantástico, ya no tengo que reducir mis emisiones porque si planto miles de árboles lo voy a neutralizar’... y no es así», criticaba en una entrevista Teresa Gimeno, una de las científicas que llevó a cabo la investigación de la universidad australiana. «Ya hemos demostrado que la capacidad de sumidero de CO2 de nuestros sistemas es menor de lo que pensábamos y que, además, se amortigua con el tiempo. Si encima mantenemos nuestro ritmo y acabamos destruyendo los ecosistemas que nos quedan, emitiremos más carbono a la atmósfera de golpe que lo que luego vamos a ser capaces de absorber plantando árboles».

Motivado por este tipo de estudios, el mismo Foro de Davos propuso la iniciativa Trillion Trees (Un Billón de Árboles) que buscaba plantar ese número para luchar contra el cambio climático. Sin embargo, para compensar tan solo una pequeña parte de las emisiones globales, asegura James Temple, del MIT Technology Review, «deberíamos plantar y proteger una cantidad enorme de árboles durante décadas haciendo frente a sequías, incendios forestales, plagas y deforestación». Y no tenemos un buen historial en esta materia: solo en España, más de siete millones de hectáreas forestales han sido calcinadas, con sus correspondientes emisiones a la atmósfera. 


En este contexto, la solución pasa –inevitablemente– por reducir la presión que nuestras actividades ponen sobre los ecosistemas. Según las Naciones Unidas, cada año se pierden más de 4,7 millones de hectáreas de bosque. Aunque parezca que el planeta es más verde que hace 60 años, su salud está mucho más dañada y sus pulmones se dirigen hacia un trágico final. ¿De qué sirve tener bosques si no pueden respirar?