El aumento de la pobreza provocado por la pandemia ha traído consigo un retroceso en los objetivos marcados para 2030 de erradicar marcadores de desigualdad como el hambre, la no escolarización o la dificultad de acceso al agua potable.
En el año 2022, se alcanzaron los 712 millones de personas que viven en situación de pobreza extrema en todo el mundo. O lo que es lo mismo, el 9% de la población mundial vive con menos de 2,15 dólares diarios, el umbral que marca la pobreza más dramática, según el Banco Mundial. Son 23 millones de personas más que en 2019, antes de la pandemia; un incremento alarmante en una histórica senda de descenso que conlleva, a su vez, otro repunte en la desigualdad que retrasa significativamente el progreso hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), comprometiendo metas esenciales como el acceso al agua potable, la educación, la salud o la erradicación de la pobreza infantil.
La relación entre la pobreza y un futuro sostenible es intrínseca y multifacética, ya que la carencia material afecta profundamente a la estabilidad y el desarrollo de las sociedades. El primer y más evidente impacto es en la lucha contra el hambre, el ODS 2, marcado por más de 150 jefes de Estado y de Gobierno en 2015 para mejorar la igualdad en el mundo. Según la ONU, en 2022, aproximadamente 735 millones de personas padecían una alimentación deficiente. Además, las familias en situación de pobreza extrema a menudo no pueden permitirse alimentos nutritivos, lo que agrava la desnutrición y las tasas de mortalidad infantil.
En términos de salud (ODS 3), la pobreza extrema limita el acceso a servicios sanitarios básicos. Las personas sin recursos económicos suelen vivir en condiciones insalubres y en muchas ocasiones carecen de acceso a atención médica. Esto no solo aumenta las tasas de enfermedades prevenibles, sino que también reduce la esperanza de vida. La media mundial de los nacidos en 2022 es de 72 años, un año menos que antes de la pandemia, aunque según el Banco Mundial la expectativa de vida de los países pobres es de hasta 20 años menos que en los ricos, como puede verse en el mapa.
La educación de calidad (ODS 4) es otro de los objetivos que se ve gravemente afectado por la pobreza, ya que en esos contextos los niños y niñas a menudo deben abandonar la escuela para trabajar y contribuir a los ingresos familiares. La Unesco asegura que 258 millones de niños y jóvenes no asistían a la escuela en 2022, especialmente las regiones de Asia central y meridional, África del Norte y Asia Occidental, donde el 20,2% y el 12,2% de los menores no están escolarizados, respectivamente.
La falta de acceso a agua potable y saneamiento (ODS 6) es otra consecuencia directa de la pobreza extrema. Las comunidades pobres suelen depender de fuentes de agua contaminadas, lo que desemboca en enfermedades graves como el cólera y la disentería. La OMS estima que 2,2 mil millones de personas carecen de acceso a agua gestionada de manera segura, una situación que prevalece en regiones con altos índices de pobreza, exacerbando las crisis de salud pública. Zonas como Chad son las más afectadas, con índices que alcanzan a prácticamente la totalidad de su población.
España, a pesar de ser una economía desarrollada, enfrenta una preocupante tasa de pobreza infantil. Según Eurostat, el país tiene una de las tasas de pobreza infantil más altas de la Unión Europea, con más del 32% de los menores de 11 años en riesgo de pobreza o exclusión social en 2023, solo por detrás de Bulgaria y Rumanía y un punto más que en 2019. Esta realidad desafía la percepción de prosperidad y destaca la necesidad de políticas más efectivas para abordar la desigualdad desde la infancia.