Comprar, usar y tirar. Se necesitan tan solo estos tres verbos para resumir las dinámicas de consumo que han marcado prácticamente toda la historia de la humanidad. Sin embargo, en los últimos años se ha añadido una acción más: la de reutilizar. Su ejecución es imprescindible si se quiere garantizar la sostenibilidad de los recursos naturales y salvaguardar así la supervivencia del planeta. Porque ¿has pensado alguna vez en la cantidad de residuos que se generan a diario? Basta con observar las toneladas de desechos que se producen en los núcleos urbanos, las zonas más pobladas del mundo, para hacerse una idea de la ingente cantidad de basura que creamos.
Según datos del Banco Mundial, solo en 2016 se generaron más de 2.000 millones de toneladas de desechos en las ciudades, lo que equivale a 0,74 kilos por persona al día. Y las cifras, lejos de menguar, van en aumento en la medida en que crecen las ciudades: Naciones Unidas estima que, de los casi 10.000 millones de personas que poblarán el mundo en 2050, el 68% vivirá en las metrópolis. Al mismo tiempo, seguirán aumentando los residuos urbanos, que se prevé que superen los 3.000 millones de toneladas para la fecha.
Así, uno de los grandes retos de las sociedades del futuro es reciclar la mayor cantidad de desechos posibles y convertirlos en recursos que se utilicen para generar energías alternativas menos contaminantes. Para ello, es necesario repensar el modelo de producción y consumo, y optimizar los servicios públicos de recogida, transporte y tratamiento de residuos urbanos.
La Unión Europea propone una solución: una gestión de residuos inteligente. Se trata de un objetivo que queda recogido en la iniciativa Horizonte 2020, el programa marco de investigación e innovación de la Unión, que señala que, para alcanzar un crecimiento económico fuerte y sostenible, es crucial el desarrollo de las smart cities. Eso sí, siempre con la vista puesta en una Europa ecológica y competitiva que sea además circular tanto en el diseño como en la producción, el consumo y la gestión de recursos. Dicho de otro modo, la Unión Europea pretende que la circularidad sea el nuevo paradigma.
En algunas ciudades europeas ya se pueden apreciar los esfuerzos de los Gobiernos por fomentar una economía basada en el desarrollo pero que conserve y mejore el capital natural, y optimice el uso de los recursos. Es el caso de Holanda, que ya en 2010 superó el objetivo 2020 marcado por la UE de reciclar el 50% de los residuos urbanos y presentó un balance neto en emisiones de gases de efecto invernadero en esta actividad. Y es que, como consecuencia de la falta de espacio y la preocupación por el medio ambiente, desde 1995 en el país existe una tasa que penaliza el vertido de basura.
Ámsterdam es también pionera en el sector: a principios del siglo XXI puso en marcha la planta de incineración Vuilverbranding Amsterdam Noord, una infraestructura cuyo objetivo es generar la electricidad que luego se utiliza, entre otras cosas, en las calefacciones y agua caliente de hogares y negocios. A día de hoy produce más de un millón de megavatios de electricidad al año, cantidad suficiente para abastecer a unos 320.000 hogares.
La capital austriaca es otro ejemplo de cómo los residuos urbanos pueden ser un combustible limpio que genera energía. La planta Spittelau de Viene procesa cada año 250.000 toneladas de desechos urbanos que tras incinerarse se transforman en energía. Con otra perspectiva, la Administración de Londres impulsó en 2011 (y hasta 2016) el proyecto The Great Recovery, un plan en el que participaron diseñadores, químicos, emprendedores, innovadores, académicos, consumidores e incluso legisladores, y que surgió con el objetivo de hacer frente a los desechos urbanos. Se trataba, como rezaba el eslogan, de transformar los desafíos en oportunidades a través del diseño y de crear valor donde antes solo había pérdidas. Para lograrlo, deconstruyeron los sistemas de fabricación —desde el diseño original hasta el producto final—, buscando rutas alternativas para cerrar los ciclos. En su informe final, una de las conclusiones más llamativas fue que más del 80% de los productos se desechan tras los seis primeros meses de uso.
Ante estos datos, parece evidente que uno de los campos en los que podemos empezar actuar es en la economía circular: darle una vida más larga a los productos y, de esta manera, reducir la cantidad de residuos generados es, sin duda, el pasaporte necesario para la sostenibilidad del planeta.