El término procede del inglés –«gentrificación» es la traducción directa de 'gentrification'– y significa lo siguiente: la transformación de un espacio urbano deteriorado a través de la reconstrucción o la rehabilitación para subir el nivel adquisitivo, que hace que la población tradicional de una zona se vea desplazada por otra con un mayor nivel socioeconómico. Es decir: se trata de la transformación de un barrio en el que sus habitantes son, de facto, expulsados del mismo hacia la periferia urbana, algo que ha ocurrido en grandes ciudades europeas y que, como es lógico, dificulta la vida cotidiana. Casos evidentes son los de Madrid y Barcelona, con ejemplos como Malasaña o Gràcia, respectivamente.
La gentrificación transforma un barrio en el que sus habitantes son, de facto, expulsados del mismo hacia la periferia urbana
Transformaciones como la mejora de servicios, especialmente el transporte, y la revalorización inmobiliaria cambian el día a día de los barrios rápidamente encareciendo los alquileres y el nivel de vida. En algunos casos, hasta extremos casi imposibles de conciliar en términos económicos. Es el caso de Nou Barris, en Barcelona, donde los precios de alquiler han subido un 50% por encima de la media cifrada en 2015, que contrasta con la nacional: en España, desde entonces, los precios han subido un 18%, según datos del índice de precios del alquiler del Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana. Esto conlleva no solo que algunos habitantes se vean obligados a marcharse, sino también el cierre de comercios tradicionales, la apertura de franquicias y una pérdida de la identidad original de la zona que la lleva a ser, habitualmente, más genérica en un sentido estético y poblacional. A ello se le suma un exceso de pisos turísticos que pueden otorgar al barrio, en cierto modo, un sentido transitorio.
El turismo, de hecho, es uno de los vectores habituales de gentrificación: la renovación de los barrios, junto con la aparente mayor seguridad que ofrecen, los vuelven especialmente atractivos para los visitantes extranjeros, y aceleran aún más el proceso puesto que los beneficiarios de la gentrificación tratan de extraer el máximo rendimiento económico en la ciudad directa o indirectamente.
Un problema con rostro femenino
Los Ayuntamientos de múltiples ciudades europeas reconocen la gentrificación como un problema, pese a sus ventajas, ya que repercute directamente en la existencia de la población urbana. Ciudades como Ámsterdam, Barcelona y París han comenzado a trabajar de forma conjunta para hacer frente a un desafío cada vez más global. En muchas ocasiones, este fenómeno supone el empobrecimiento de la clase media local en favor de una clase media internacional –con un nivel socioeconómico proporcionalmente superior– que se enriquece mediante la especulación a causa del diferente nivel de vida entre países.
El caso de Berlín es uno de los que mayor efecto positivo ha creado: a través de sus medidas, entre las que se cuenta una subida límite del 10% del precio del alquiler y una tabla de referencia de precios por metro cuadrado (a lo que también se ha sumado Barcelona), ha logrado frenar los procesos de gentrificación de una ciudad marcada por las diferencias –aún visibles– de la reunificación nacional.
Con un límite del 10% en la subida de precios del alquiler, Berlín ha logrado un freno efectivo al proceso de gentrificación
Se trata de una tendencia que, si bien afecta a todos los estratos vulnerables de la población, causa un impacto especialmente fuerte en las mujeres, ya que tal como muestran las distintas estadísticas económicas, su posición es más débil que la de su opuesto masculino. Además, a ello se suma que el 80% de los hogares monoparentales –aquellos que solo cuentan con un adulto y que, por tanto, tienen más dificultades para hacer frente a los obstáculos económicos– en España tienen una mujer al frente, según el último informe sobre familias monoparentales de la Fundación Adecco.
Otra de las desventajas afecta a la movilidad y a la vida diaria de la ciudadanía, que al ser desplazada fuera del centro urbano hasta la periferia, se ve obligada a moverse constantemente y en mayores distancias, con lo que reducen no solo su nivel de vida, sino también la efectividad del transporte público y la lucha contra el calentamiento global (ya que el uso del vehículo particular a la hora de un desplazamiento es, entre otras cosas, uno de los focos principales de acción climática). De este modo, la lógica urbana se enreda. Un proceso que no es espontáneo, al contrario: suele responder al interés de emprendimientos especulativos que buscan extraer beneficios directos del suelo urbano.