Salud mental en adolescentes: la asignatura pendiente

Uno de cada siete adolescentes en el mundo padece algún trastorno mental. Son estadísticas de la Organización Mundial de la Salud que ayudan a visualizar en números lo que los medios empiezan ya a tratar como la próxima gran epidemia que marcará la salud de la población.

La crisis del coronavirus y sus consecuencias han llevado a que se hable mucho más de salud mental; ya que con la pandemia aumentaron los casos de depresión y ansiedad, sobre todo en adolescentes. “La pandemia ha destruido la salud mental infantojuvenil», resumía a finales de 2021 en una entrevista el pediatra del servicio de psiquiatría del Hospital Nuestra Señora de Candelaria, en Tenerife, Pedro Javier Rodríguez.

Este aumento de los problemas de salud mental en la adolescencia ha provocado que el sistema sanitario español esté desbordado y sea incapaz de gestionar y atender a todos aquellos que lo necesitan. Un problema que se extiende a nivel mundial, ya que según cálculos de UNICEF, solo el 2% de los presupuestos sanitarios se destina a salud mental.

«La pandemia ha destruido la salud mental infantojuvenil», alerta un pediatra

Las cifras con las que Save the Children cerraba el segundo año de pandemia indicaban que entre niños y adolescentes se estaban registrando cuatro veces más problemas de ansiedad o depresión y tres veces más problemas de conducta que años anteriores. Un hecho que ratifican las estadísticas del informe sobre el Estado Mundial de la Infancia 2021 de UNICEF: uno de cada siete adolescentes tiene ya un diagnóstico de salud mental.

No obstante, según este informe, por mucho que la crisis de la COVID-19 haya empeorado las cosas, los problemas de salud mental existían mucho antes. De hecho, la tendencia de los años previos a la pandemia ya daba avisos de alerta. Tal y como muestran las cifras de Estados Unidos, entre 2007 y 2019 los datos de depresión grave subieron en un 60% entre los adolescentes y los de suicidio en cerca de otro 60% tras haberse mantenido estables entre 2000 y 2007.

No es solo el coronavirus

Por tanto, la gran cuestión no es únicamente cómo ha afectado la pandemia a la salud mental en la adolescencia, sino qué es lo que ya antes de la crisis del coronavirus estaba afectando a la salud mental de la población. «Los jóvenes cuentan con más nivel educativo, son menos propensos a embarazarse o a consumir drogas; menos propensos a morir por accidentes o lesiones», explica la psicóloga de la Universidad de California, Candice Odgers, que recuerda que, a pesar de todas esas mejoras, su bienestar mental muestra una tendencia muy negativa.

La crisis del covid no es la única culpable de la situación: los problemas ya venían de antes

La salud psicológica de los adolescentes se resiente del contexto en el que les ha tocado vivir. Los efectos de las redes sociales –a las que múltiples estudios acusan de afectar a su autoestima– o el modo en el que la tecnología ha afectado a los patrones de sueño son algunas de las razones que se suelen esgrimir para explicar por qué ha empeorado su salud mental.

Además, en esta ecuación no se puede olvidar el contexto socioeconómico en el que viven los jóvenes. Quienes crecen en un hogar con menos ingresos, alerta Save the Children, tienen mayor probabilidad de tener problemas de salud mental. Así, la precariedad económica también pasa factura a la población adolescente.

Igualmente, son muchas las investigaciones que demuestran que los efectos del cambio climático crean ansiedad entre este grupo poblacional. El 50% de los adolescentes a los que se contactó para llevar a cabo un estudio multinacional de la Universidad de Bath reconocía sentirse asustado, triste, ansioso o enfadado ante la posición de sus gobiernos frente al cambio climático. Es más, una de las responsables del estudio lo resumía apuntando a que la juventud se «siente traicionada» por su clase política en la gestión de la crisis medioambiental.

En resumidas cuentas, la salud mental de los adolescentes se ha convertido en una grave problemática del mundo actual. La gran cuestión ahora es qué se debe hacer para que deje de ser una asignatura pendiente.