Ni los periodos de sequía, ni los fenómenos extremos tienen una intencionalidad provocada por el ser humano. Si bien el cambio climático a causa de la actividad continuada desde la primera Revolución Industrial con la quema de combustibles fósiles ha tenido un efecto innegable sobre la temperatura del planeta (el panel de expertos del IPCC de la ONU ya da por sentado que se incrementará 1,5 grados en este siglo), no parece que sea así en lo que atañe a las técnicas de modificación del tiempo.
Las técnicas de modificación del tiempo, más posibles hoy por el desarrollo de la nanotecnología, buscan estimular el interior de una nube
Estos procedimientos van orientados, según explica la Organización Meteorológica Mundial (OMM), principalmente a tres fines: estimular la cantidad de las precipitaciones de lluvia o de nieve, disipar las nieblas (que pueden afectar al tráfico aéreo, por ejemplo) y disminuir el granizo. Y que se lleven a buen puerto, o no, tiene mucho que ver con un compuesto químico: el yoduro de plata.
Su poder ‘oculto’, basado en la formación de cristales de hielo en el vapor de agua, se descubrió a finales de la década de 1940 y desde entonces han sido varios los lugares donde se han probado pequeños proyectos con mayor o menor éxito. En la actualidad, asegura la divulgadora científica y exdirectora de comunicación de la OMM Lisa M. P. Munoz, “están teniendo lugar en más de 50 países a lo largo del mundo”, como se puede leer en una publicación en la web de la OMM.
Y donde más énfasis se está poniendo es en conseguir una siembra eficaz de las nubes. El éxito dependerá de descifrar la manera en la que el agua se forma y se mueve dentro de ellas para después determinar las condiciones geográficas y climatológicas en las que se aplica el yoduro de plata. La nanotecnología cubre hoy ese vacío que predominaba hasta hace unos años, al aportar una mayor precisión a las investigaciones que van en este sentido.
En busca de las nubes-cosecha
En países como Emiratos Árabes Unidos saben bien lo que es la escasez de lluvias. Desde 2016 llevan invirtiendo millones de dólares en programas científicos que afiancen fuentes de agua seguras (el 40% de la que consume el país arábigo es desalinizada, técnica cuyo coste es muy elevado).
El yoduro de plata es una sustancia química que permite formar cristales de hielo en el vapor de agua nuboso y con la que se han obtenido resultados modestos
Pero no todas las nubes valen para tal fin. La propia Munoz cita a Roelof Bruintjes, presidente del Equipo de Expertos sobre Modificación Artificial del Tiempo de la OMM, quien es tajante a la hora de exponer la realidad: "Nadie puede fabricar o disipar una nube". También desmonta que esta técnica vaya a acabar con las sequías.
En esencia, se trata de localizar aquellas nubes en el cielo que tienen el potencial pluvial y estimularlas de manera artificial para que llueva. De ahí que se investigue en siembras glaciogénicas (con yoduro de plata para formar hielo en nubes frías, aquellas por debajo de cero grados y presencia de agua subfundida), o higroscópicas (con sal simple en nubes convectivas con grandes extensiones por encima de los -10 grados).
Efectos en el cambio climático
Ante las diversas teorías conspiratorias que hablan de una alteración intencionada de las condiciones climatológicas para afectar de alguna manera a la salud pública o influir en el comportamiento social (últimamente de moda por aquellas voces que alertan de las estelas de los aviones), la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) desgranó en un artículo de hace unos años los efectos de la modificación artificial del tiempo.
En concreto, se refería al uso de yoduro de plata, un compuesto químico “tóxico y perjudicial para el medio ambiente” en grandes cantidades, que no es el caso en los intentos puestos en marcha para generar lluvias o nieve. “Se ha estimado que la siembra de nubes anual en todo el mundo representa el 0,1% de la cantidad de yoduro de plata incorporada a la atmósfera por las actividades humanas en Estados Unidos” y, además, se calcula que un gramo de este compuesto distribuido de forma amplia en una nube podría suponer una precipitación de un litro por metro cuadrado en un área de 1.000 kilómetros cuadrados.