Un soplo de tranquilidad para la vida marina

Panamá ha podido demostrar su firmeza en la conservación ambiental durante el pasado mes de junio. La protección de sus mares no solo es una victoria nacional; es, ante todo, una victoria de la humanidad. Al fin y al cabo, el país centroamericano ha decidido crear una reserva marina que prácticamente iguala —la cifra se sitúa alrededor del 90%— la superficie terrestre del país. La zona protegida, un espacio rico en recursos pesqueros, es también un importante punto de encuentro para la multitud de especies marinas que pueblan los fondos acuáticos. Junto con las reservas marinas establecidas por Colombia, con las cuales comparte sus zonas limítrofes, la zona es de facto la tercera reserva marina más grande del área tropical del Océano Pacífico.

Los océanos captan alrededor del 30% del dióxido de carbono liberado a la atmósfera

La nación panameña, junto con la ayuda del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, cumple así con dos objetivos fundamentales para su porvenir: proteger la fauna y flora amenazadas y preservar unos recursos pesqueros considerados críticos en cuanto a su importancia. La reserva —ampliada desde los más 17.000 kilómetros cuadrados establecidos en 2015 a casi 70.000— incluye hasta nueve cadenas montañosas marinas conocidas como la Cordillera de Coiba en las que habitan numerosas especies: tortugas, tiburones, ballenas, peces vela. Al fin y al cabo, las cordilleras submarinas son uno de los elementos físicos más relevantes no solo para la biodiversidad, sino que su protagonismo incluye otros fenómenos bien distintos, como es la generación de movimientos de corrientes. La zona, de hecho, incluye actualmente especies exclusivas de las más hondas profundidades que, por ello, aún son desconocidas para la ciencia a causa de la gran dificultad para estudiarlas.

La ampliación de la reserva eleva a alrededor de un tercio el total protegido relativo al territorio marino panameño

En el área protegida se prevé también establecer un sistema de monitoreo, control y vigilancia de la pesca ilegal, así como la promoción de la sostenibilidad en el uso de los recursos naturales —véase, por ejemplo, la práctica de pesca selectiva— para disminuir la incidencia humana en los distintos hábitats. El mar, además, es particularmente importante para un país como Panamá, considerado como uno de los puntos neurálgicos del comercio mundial a causa de su posición geográfica. Casi 5.000 barcos cruzaron la vía interoceánica —el canal de Panamá— durante 2019, el último año en que los datos no fueron alterados debido al impacto de la pandemia. Este tráfico ininterrumpido puede ser particularmente dañino en el caso de las naves petroleras y los pesqueros internacionales, algunos de los cuales realizan capturas de múltiples especies con redes de cerco, hoy consideradas ilegales. Desde el mes pasado, no obstante, la ampliación de la reserva eleva al 30% el total protegido relativo al territorio marino panameño. Aún queda, eso sí, implementar diversas acciones, algo por lo que el gobierno panameño continúa manteniendo conversaciones con diversos organismos internacionales.

Una oportunidad para las reservas marinas en España 

Tal como explicaba a El País el chileno Maximiliano Bello, conservador de la organización Mission Blue, «si cada país hiciera su parte, como lo hace Panamá, se podría proveer de un mejor futuro a estos ecosistemas marinos». Y en realidad, efectivamente, esto debería ser la norma: hasta 196 países han llegado a ratificar el Convenio sobre la Diversidad Biológica promovido por las Naciones Unidas.

En el caso de España, por ejemplo, no hay una reserva de un tamaño similar al de la panameña, sino más bien múltiples reservas de menor extensión. Véase, por ejemplo, la reserva almeriense de Cabo de Gata-Níjar, que cuenta con cuarenta y seis kilómetros cuadrados. La zona marina más protegida del territorio nacional, de hecho, cuenta con poco más de 700 kilómetros cuadrados y se halla localizada al norte de la isla de Lanzarote y alrededor de la isla de la Graciosa. Más allá del efecto que esto puede tener en las aguas españolas, lo cierto es que estas áreas repercuten en toda la estrategia medioambiental del planeta, al igual que si se tratase de sucesivas fichas de dominó: los océanos captan alrededor del 30% del dióxido de carbono liberado a la atmósfera.

 
Así, España, a pesar de ser el país con más Reservas de la Biosfera del mundo, contiene poco más de 1.000 kilómetros cuadrados de reservas acuáticas. Esto deja entrever una oportunidad para proteger aún más nuestros mares. De ello parece ser consciente el propio Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, cuya promesa de declarar nueve áreas marinas nuevas protegidas antes de 2024 se antoja hoy más necesaria que nunca.